Le dio por
la felicidad,
le dio por
la verdad,
le dio por
la eternidad,
¡miradlo!
Apenas
distinguió entre realidad y sueño,
apenas
comprendió que él era él,
apenas
chapuceó con su mano nacida de una aleta
una piedra
de lumbre y una nave espacial,
capaz de
ahogarse en una cucharada de océano,
poco
gracioso incluso para la vacuidad,
sólo ve con
sus ojos,
sólo oye
con sus oídos,
su gran
logro lingüístico es el condicional,
usa su
razón para increpar a la razón,
en una
palabra: es un cero a la izquierda,
pero por la
cabeza le rondan la libertad, la omnisciencia y el ser
fuera de la
carne torpe,
¡miradlo!
Porque
parece existir,
haber
llegado a ser de verdad
bajo una de
las estrellas provincianas.
Vivaz y
bastante movedizo a su manera.
Pese a ser
un bastardo de un cristal
está harto
estupefacto.
Pese a
haber vivido una infancia difícil
entre las
necesidades de la manada,
no está mal
individualizado. ¡Miradlo!
¡Adelante,
aun por un instante,
por un
abrir y cerrar de una pequeña galaxia.
Que por fin
se vea a grandes rasgos
quién será,
dado que existe.
Porque es
tenaz.
Muy tenaz,
a decir verdad.
Con ese aro
en la nariz, con esa toga, con ese jersey.
En fin, es
una monada.
Pobrecito.
Todo un
hombre.