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lunes, 21 de agosto de 2017

Árboles (por Tomás Sánchez Santiago)



Todo se lo dejan hacer: nidos arriba, manchas torcidas y

tachaduras sobre los nombres aborrecidos.

Pasión silenciosa la de los árboles.

Y hay un ritmo interior que desentona el juego ciego de las

elaboraciones:

hojas, frutos, vainas, flores.

Y, luego, no se defienden nada. Se entregan a las usurpaciones

como animales quietos.

¡Y mira que nada consiga defraudarlos…!

Caen sobre su entereza manos, dientes, picos, frío. Y no hay

idioma en ellos que delate el dolor de los arrancamientos. Nadie,

nadie sabe a qué suena la voz pasiva de los árboles.


2 comentarios:

Pablo M dijo...

Todas las cosas del mundo pueden llegar a ser feas, salvo los árboles. Son demasiado importantes y valiosos para no parecernos hermosos. ¿Alguien vio alguna vez un árbol feo?

Fuego de palabras dijo...

Sé que he perdido tantas cosas que no podría contarlas y que esas perdiciones, ahora, son lo que es mío.

Sé que he perdido el amarillo y el negro y pienso en esos imposibles colores como no piensan los que ven.

 Mi padre ha muerto y está siempre a mi lado.

 Cuando quiero escandir versos de Swinburne, lo hago, me dicen, con su voz.

Sólo el que ha muerto es nuestro, sólo es nuestro lo que perdimos.

llión fue, pero llión perdura en el hexámetro que la plañe.

Israel fue cuando era una antigua nostalgia.

 Todo poema, con el tiempo, es una elegía.

 Nuestras son las mujeres que nos dejaron, ya no sujetos a la víspera, que es zozobra, y a las alarmas y terrores de la esperanza.

No hay otros paraísos que los paraísos perdidos.


(BORGES)