zUmO dE pOeSíA

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de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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jueves, 31 de agosto de 2017

El cerezo (por Kirmen Uribe)



Ha muerto el cerezo de casa,
el que veíamos en flor desde la ventana,
¿te acuerdas?
Tan frágil frente a ese mar inmenso.

El cerezo es un árbol delicado.
me lo decía mi tío, ya sabes,
el que nos enseñaba dónde hacían sus nidos
las golondrinas.
El cerezo no suele vivir
más allá de veinticinco años.

El perro de casa también ha muerto.
Bueno, lo mató el veterinario con una inyección.
Enloqueció de la noche a la mañana.
Al principio no quería salir de su caseta.
Luego empezó a matar ovejas y a morder a los de casa.

Murieron poco después de que murieras tú.



miércoles, 30 de agosto de 2017

Los espejos (por Jorge Luis Borges)



Yo que sentí el horror de los espejos

no sólo ante el cristal impenetrable

donde acaba y empieza, inhabitable,

un imposible espacio de reflejos


sino ante el agua especular que imita

el otro azul en su profundo cielo

que a veces raya el ilusorio vuelo

del ave inversa o que un temblor agita


y ante la superficie silenciosa

del ébano sutil cuya tersura

repite como un sueño la blancura

de un vago mármol o una vaga rosa,


hoy, al cabo de tantos y perplejos

años de errar bajo la varia luna,

me pregunto qué azar de la fortuna

hizo que yo temiera los espejos.


Espejos de metal, enmascarado

espejo de caoba que en la bruma

de su rojo crepúsculo disfuma

ese rostro que mira y es mirado,


infinitos los veo, elementales

ejecutores de un antiguo pacto,

multiplicar el mundo como el acto

generativo, insomnes y fatales.


Prolonga este vano mundo incierto

en su vertiginosa telaraña;

a veces en la tarde los empaña

el hálito de un hombre que no ha muerto.


Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro

paredes de la alcoba hay un espejo,

ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo

que arma en el alba un sigiloso teatro.


Todo acontece y nada se recuerda

en esos gabinetes cristalinos

donde, como fantásticos rabinos,

leemos los libros de derecha a izquierda.


Claudio, rey de una tarde, rey soñado,

no sintió que era un sueño hasta aquel día

en que un actor mimó su felonía

con arte silencioso, en un tablado.


Que haya sueños es raro, que haya espejos,

que el usual y gastado repertorio

de cada día incluya el ilusorio

orbe profundo que urden los reflejos.


Dios (he dado en pensar) pone un empeño

en toda esa inasible arquitectura

que edifica la luz con la tersura

del cristal y la sombra con el sueño.


Dios ha creado las noches que se arman

de sueños y las formas del espejo

para que el hombre sienta que es reflejo

y vanidad. Por eso nos alarman.

martes, 29 de agosto de 2017

Una vida no alcanza (por Roberto Juarroz)



¿Cómo retroceder?

¿Cómo recuperar nuestro paréntesis?

¿Cómo recobrar el silencio de ser uno

y no tantos o ninguno?


Una vida no alcanza:

se necesita otra

para ir hacia atrás.


No es suficiente que la rosa

florezca hacia delante.


lunes, 28 de agosto de 2017

Acaricias la tiniebla (por Antonio Gamoneda)


Ésta es la edad del hierro en la garganta. Ya.

Te habitas a ti mismo pero te desconoces; vives en una bóveda abandonada en

la que escuchas tu propio corazón


mientras la grasa y el olvido se extienden por tus venas y


te calcificas en el dolor y de tu boca


caen sílabas negras.



Vas hacia lo invisible


y sabes que es real lo que no existe.


Retienes vagamente tus causas y tus sueños


(aún conservas el olor de los suicidas),


te alimentan la ira y la piedad.


Queda poco de ti: vértigo, uñas


y sombras de recuerdos.


Piensas la desaparición. Acaricias


la tiniebla cerebral, bajas al hígado calcinado por la tristeza.


Así es la edad del hierro en la garganta. Ya


todo es incompresible. Sin embargo,


amas aún cuanto has perdido.


domingo, 27 de agosto de 2017

Una bandera blanca no tiene por qué ser necesariamente una toalla (por Roger Wolfe)



A veces
hay que descender
de las alturas
caminar una vez más
entre mortales
reconciliarse un poco
con la mediocre
comodidad
del que se permite
ir existiendo sin hacer
tantas preguntas
sentarse por ejemplo
ante la tele
poner películas
de vídeo
llamar por teléfono
para lanzar un eseoese
o confesarle a alguien
que le quieres
enviar felicitaciones navideñas
a conocidos, hermanos
y demás familia
hablar de política
con la mujer
de la limpieza
comprar pipas con sal
o un cupón
de lotería
hacer de cicerone
sonreírle a una solterona
decir gracias en el banco
dejar pasar a una viejita
que te clava la punta
del paraguas
en la cola
de la tienda
leer el 'Hola'
en la taza del váter
o en la consulta
de un dentista
inclinarte y hacer muecas
gilipollas
delante del bebé de la vecina
decir: "Qué día más espléndido"
o "Cielo, pásame la sal"
o "Tus ojos me recuerdan
al lucero de la aurora"
comprarte una corbata
guiñarle el ojo
a un parapléjico
solidarizarte con un guardia
en un atasco
interesarte por el hijo enfermo
de la estanquera
escuchar declaraciones
de un político
y no sentir asco
ni odio
sino pena
(quiere decirse
compasión)
aceptar que hay gente
para todo:
aficionados al fútbol
comedores de caracoles
lectores del último Planeta
taxistas
policías
acomodadores
porteros
conductores de autobús
traumatólogos
psiquiatras
funcionarios de Correos
(y que si uno ha tenido
un poco más de suerte
no es por su cara bonita
sino por algún prodigioso
y bendito accidente
de la biología)
a veces
—sólo a veces—
hay que bajar de las alturas
—o subir
de las profundidades—
y atreverse a ser estúpido
y feliz
sin necesidad siquiera
de estar enamorado
y recordarse
que la guerra todo el tiempo
puede acabar
con el más grande estratega
salir por un momento
de la Obra
y si esa bala
que —desde algún lugar
más o menos alejado
en el tiempo y en el espacio—
ahora mismo
viene a por ti
te alcanza
entretenido
en alguno de estos
mezquinos menesteres
que no se diga
que no estuviste aquí
que no te pringaste
como el mejor cantamañanas
que no fuiste del todo
un ser humano



sábado, 26 de agosto de 2017

Pan comido (por Isabel Bono)



Querías llenar los muros de toda la ciudad.


Ser escritor no es eso, te dijo alguien (ahora).


Cuando ella apareció viste el cielo abierto

tu corazón abierto, los brazos abiertos

todas las veces que (mínimamente)

creíste conectar con algún dios.


No viste el serrín que arrastraban mis botas.


Entre mis papeles nunca encontraste palabras como:

Al dolor no le busco sustituto que sepa a miel

ni a dulce sacudida de balcón sobre una alfombra.


‒El futuro es una abeja empotrada en el viento.


No.


El futuro es una casa vacía, moradores sin rostro

acudirán a su puerta con obsequios idénticos

habitantes de humo y sueños malogrados.


El futuro a la deriva todas las veces roto

por un beso de alquitrán entregado a la muerte

cada vez con la misma fuerza, nadie es capaz de detenerlo.


El futuro afilado y brillante, paciente y frío

abismo de asfalto duro y seco que no se deja sobornar.


El futuro tiene voz de bosque

está lleno de mensajes que obedecen al silencio

no discute con el azar su precisión, su demora, débil armonía.


El futuro entorpece la búsqueda

el recorrido marcado se desvanece al amanecer

como en un salto al vacío.


El futuro no es posible sin profetas

les comió la lengua el gato

ni su silencio será suficiente

cuando llegue la edad de la renuncia.


Renuncio: 6,6% vol. multiplicado por tres es demasiado

para mis 49 kilos y mis 4,5 litros de sangre, dije.


Te parezco bonita (insistí)

porque bebo cerveza directamente de la botella

mientras con la otra mano sostengo un libro.


Porque hago que fumo

apoyada en la ventana de espaldas a ti.


Porque me muevo como un gato

cuando me miras, cuando no me miras.


Aire y luz y espacio, pedía Henry Miller.

Yo me conformo con un café con leche.


‒Buenos días, amor. Mira lo que he visto.


Volver a casa en dos tramos.


No te pares, dijo, porque moverse sostiene.


Un semáforo mal coordinado

acaba conmigo en la Glorieta de Carlos V.


Tú intentabas distraerme con frases poco elaboradas.


Tenemos poca experiencia en milagros,

tenías que haberme dicho.


Pero no te lo explico más. Pregúntales a las piedras por mí.

Pregúntale al grito de Tarzán, a las sirenas de los cargadores.


Porque volver era encender todas las luces de la casa

y no verte.


Todo empezó el 12 de diciembre

por haberme saltado dos paradas.


Llegué a casa con un dedo pegado al timbre y otro

entre las páginas de un libro de Susan Sontag.


Quizá te sentó mal que perdiera las llaves.


Dejar de quererme por eso

me pareció tan desproporcionado que me eché a reír.


Quizá fue mi risa de niña asustada.

El libro sigue sobre la mesa

haciéndose las mismas preguntas que yo (ahora).


Esa noche te llamé dos veces.

Las dos para decir que estaba bien. Me creíste.

Caíamos sin saberlo en un balde de leche cortada.

Caer no era melancolía de horas ni alud

(de septiembre) en las tripas. Caer: nada al otro lado.



Billy Bragg canta a Woody Guthrie.

Cerveza fría de lata en pleno invierno.

En diez minutos tendré que echarme una manta

o quemar los muebles. Después dirás que no te quise.



Si ésta fuera mi casa dejaría de escribir sobre ti.


Tú no dejarías de fumar

pero cada lunes lo intentarías con la misma sinceridad

que (ahora) el licor hace que pienses que sí

que era posible, que no nos dimos cuenta

antes y después de besarme.


‒El café sin azúcar, amor.


Qué lejos el mar, dirás sin ganas.


Qué desmesurado el peso de los domingos sin estufa.


Qué fácil todo aun sin haber bebido.


Parecía irremediable volar (clase turista) hacia Estocolmo.


Se supone que miento. Camuflaje (engranaje) las tardes

que no recuerdo haberte visto fumando en la cocina.


Tú no entiendes que haya momentos

en los que no me importe que sea lluvia

u orines calientes lo que corra por mi cara.


El frío acudía puntual al laberinto de mi oído

cada vez que cerraba los ojos.


No soñaba volver:

soñaba no usar jerseys de cachemir en agosto.

Sandalias para el verano

tirantes y collares de semillas para el verano, amor

huesos de chirimoya taladrados

(mi corazón) sobre un plato.


El anillo que me pusiste la primera noche nunca apareció.


Las hormigas son urracas, dije.


Escribe sobre el verano, amor.

Moscas en mi cabeza, amor, no pájaros.

Moscas y abejas. Sin miedo, amor.


Dibújame, amor (repito), sin miedo (repito)

de un solo trazo. Tinta china mis labios (antes y después).


Escribe tus iniciales en mi espalda con un pincel

como en aquella película de Greenaway

que nunca llegué (ahora) a entender.


Quiero ser tu escena plateresca favorita

aunque tampoco entienda lo que significa.


Quiero ser china. Quiero ser tinta.


Ya lo dijo Ingres:

El dibujo es la probidad del arte.

Para cuando me quise acordar de la frase ya te habías marchado

con mi dinero (con las hormigas) y con mi anillo.


Qué me importa ahora que no estás

que los insectos sean los besos del sol.


Scriabin estaba tan convencido de ello que decía

que su Sonata nº10 era una sonata de insectos.

Scriabin tampoco pensó en el futuro:

no sabía que moriría con 43 años

por una picadura de mosca carbonosa.

viernes, 25 de agosto de 2017

Oscureciendo, luego clareando (por Kim Addonizio)



El cielo sigue mintiéndole a la granja,
alineando sus pesadas nubes
sobre la sombrilla de mesa azul
para luego lanzarlas sobre el río.
Y el día se siente desesperanzado
hasta que observa unos árboles
dejando caer delicadamente sus pétalos blancos
sobre el pasto junto a la casa de pájaros
posada en su poste de madera,
atiborrada de polluelos parpadeantes
como prendas en una maleta pequeñita. Al principio
deambulaste solitariamente en el jardín
y no ayudó en nada saber que Wordsworth
se sintió igual, pero entonces Whitman
te consoló un poco, y viste
el pasto como cabello sin cortar, anhelante
del producto que le da brillo.
Ahora estás recostada en el sofá bajo el tragaluz,
el cielo empieza a limpiarse,
mezcla su cóctel de tristeza y resplandor,
un diluvio y luego una excavación
y luego suficiente tiempo para un
baile o un beso más antes de que empiece otra vez,
oscureciendo, luego clareando.
Escuchas el alto reloj de madera
en la cocina: su péndulo chasquea
de un lado al otro todo el día, y repica
con un sonido puro, cada hora a la hora,
aunque siempre a la hora equivocada.

jueves, 24 de agosto de 2017

Cinco pétalos (por Laura Forchetti)



con la chiquita prendida

a la teta

hermosa aún

como una manzana


y la segunda dormida

en el otro brazo

abrazada a un oso

que huele a jabón


repetís la tabla del nueve

para la mayor

y revisás

los cuadernos de la escuela


ponés el reloj

a las seis

y te metés en la cama

con la remera puesta

las medias

un libro de poemas


aunque te griten


revuelvas bolsillos

algo


o despedís a tu amiga

y la besás

-lloran un poco las dos-


cuando jurás

que es para siempre


te pagan una miseria

o tu cuerpo

no reza

ayuda ni amor


entonces

como matitas


cinco pétalos

tres colores

centro oscuro

del rojo al negro violeta

la cápsula de semillas


pensamientos 


miércoles, 23 de agosto de 2017

La mujer de Lot (por Anna Ajmátova)



Y siguió el hombre justo al enviado de Dios,
grande y resplandeciente, por la montaña negra.
En tanto, una voz penetrante urgía a la mujer:
no es demasiado tarde, aún puedes mirar.

Mira las torres rojas de tu Sodoma natal, la plaza
en que cantaste, el patio donde hilabas, de la casa
en lo alto, las ventanas vacías, la casa en que tus hijos
nacieron, fruto de unión feliz.

Una mirada sólo. Y helados en un dolor de muerte
ya no pudieron mirar más sus ojos.
Sal transparente se tornó el cuerpo todo
y las piernas ligeras en la tierra arraigaron.

¿Y a esa mujer nadie la llorará?
¿Es figura anodina para ocuparse de ella?
Pero mi corazón no olvida
a la que dio la vida por una mirada.




martes, 22 de agosto de 2017

Cristo se bajó (por Lawrence Ferlinghetti)


Cristo se bajó
de Su árbol desnudo
este año
y huyó a donde
no hubiera árboles de Navidad arrancados
con caramelos y estrellas frágiles.

Cristo se bajó
de Su árbol desnudo
y huyó a donde
no hubiera árboles de Navidad dorados
ni árboles de Navidad plateados
ni árboles de Navidad de papel de estaño
ni árboles de Navidad de plástico rosado
ni árboles de Navidad de oro
ni árboles de Navidad negros
ni árboles de Navidad celestes
y rodeados de trencitos de lata
y tíos pesados y creídos

Cristo se bajó
de Su árbol desnudo
este año
y huyó a donde
ningún intrépido vendedor ambulante de Biblias
recorriera el país
en un cadillac de dos tonos
y donde ningún Nacimiento de Sears Roebuck
completo con Niño de plástico y pesebre
llegara por correo certificado
el niño con entrega inmediata
y donde los Magos de televisión
no cantaran alabanzas al Whisky Lord Calvert

Cristo se bajó
de Su árbol desnudo
este año
y huyó a donde
ningún gordo desconocido y bonachón
vestido de franela roja
con barba de mentira
caminara haciéndose pasar
por una especie de santo del Polo Norte
a través del desierto de Belén Pennsylvania
en un trineo Volkswagen
arrastrando por renos retozones de Adirondack
con nombres alemanes
y cargado de sacos de Humildes Regalos
de Sacks de la Quinta Avenida
para el Niño Dios que cada uno se imagina

Cristo se bajó
de Su árbol desnudo
este año
y huyó a donde
los cantadores de villancicos de Bing Crosby
no lloriquearan que la Nochebuena es fría
y los ángeles del Radio City
no patinaran sin alas
en un país de las maravillas todo nevado
entrando a un cielo de alegres cascabeles
diariamente a las 8:30
con matinés de la Misa del Gallo

Cristo se bajó
de Su árbol desnudo
este año
y se fue a refugiar silenciosamente en
el vientre de una anónima María otra vez
donde en la noche oscura
del alma anónima de cada uno
Él espera otra vez
una inimaginable
e imposible
inmaculada Reconcepción
la más loca
de las Segundas Venidas.



lunes, 21 de agosto de 2017

Árboles (por Tomás Sánchez Santiago)



Todo se lo dejan hacer: nidos arriba, manchas torcidas y

tachaduras sobre los nombres aborrecidos.

Pasión silenciosa la de los árboles.

Y hay un ritmo interior que desentona el juego ciego de las

elaboraciones:

hojas, frutos, vainas, flores.

Y, luego, no se defienden nada. Se entregan a las usurpaciones

como animales quietos.

¡Y mira que nada consiga defraudarlos…!

Caen sobre su entereza manos, dientes, picos, frío. Y no hay

idioma en ellos que delate el dolor de los arrancamientos. Nadie,

nadie sabe a qué suena la voz pasiva de los árboles.


domingo, 20 de agosto de 2017

A la que murió en el mar (por José Emilio Pacheco)



el tiempo que destruye todas las cosas

ya nada puede contra tu hermosura

muchacha


ya tienes para siempre veintidós años

ya eres peces

corales

musgo marino

las olas que iluminan la tierra entera



sábado, 19 de agosto de 2017

Y en él duermen reptiles (por Carlos Marzal)



Por más que aburras esa melodía
monótona y brumosa de la vida diaria,
y que te amansa;
por más lobo sin dientes que te creas;
por más sabiduría y experiencia y paz de espíritu;
por más orden con que hayas decorado las paredes,
por más edad que la edad te haya dado,
por muchas otras vidas que los libros te alcancen,
y añade lo que quieras a esta lista,
hay un pozo salvaje al fondo de ti mismo,
un lugar que es tan tuyo como tu propia muerte.
Es de piedra y de noche, y de fuego y de lágrimas.
En sus aguas dudosas
reposa desde siempre lo que no está dormido,
un remoto lugar donde se fraguan
las abominaciones y los sueños,
la traición y los crímenes.
Es el pozo de lo que eres capaz
y en él duermen reptiles, y un fulgor
y una profunda espera.
En tu rostro también, y tú eres ese pozo.

Ya sé que lo sabías. Por lo tanto,
acepta, brinda y bebe.


viernes, 18 de agosto de 2017

Yo que tan sólo he nacido (por César Vallejo)



¿Quién no tiene su vestido azul?
¿Quién no almuerza y no toma el tranvía,
con su cigarrillo contratado y su dolor de bolsillo?
¡Yo que tan sólo he nacido!
¡Yo que tan sólo he nacido!

¿Quién no escribe una carta?
¿Quién no habla de un asunto muy importante,
muriendo de costumbre y llorando de oído?
¡Yo que solamente he nacido!
¡Yo que solamente he nacido!

¿Quién no se llama Carlos o cualquier otra cosa?
¿Quién al gato no dice gato gato?
¡Ay, yo que sólo he nacido solamente!
¡Ay! ¡yo que sólo he nacido solamente!



jueves, 17 de agosto de 2017

Fotografía (por Fernando Pessoa)



El socio capitalista de esta firma, siempre enfermo en un sitio indeterminado, ha querido, no sé por qué capricho de qué intermitencia de la enfermedad, tener un retrato de grupo del personal de la oficina. Y así, anteayer, nos alineamos todos, por indicación del fotógrafo alegre, contra el tabique blanco sucio que divide, con madera frágil, la oficina general del despacho del patrón Vasques. En el centro, el mismo Vasques; a los dos lados, en una distribución primero definida, después indefinida, de categorías, las otras almas humanas que aquí se reúnen en cuerpo todos los días para pequeños fines cuyo último objeto sólo el secreto de los dioses conoce. Hoy, cuando he llegado a la oficina un poco tarde y, en verdad, olvidado ya del acontecimiento estático de la fotografía dos veces tirada, he encontrado a Moreira, inesperadamente matutino, y a uno de los dependientes inclinados disimuladamente sobre unas cosas ennegrecidas, que he reconocido en seguida, con un sobresalto, como las primeras pruebas de las fotografías. Eran, al final, sólo dos de una, de la que había quedado mejor. He sufrido la verdad al verme allí, porque, como es de suponer, fue a mí mismo al que primero busqué. Nunca he tenido una idea noble de mi presencia física, pero nunca la he sentido tan nula como al compararla con otras caras, tan conocidas mías, en aquel alineamiento de diarios. Parezco un vulgar jesuita. Mi cara delgada e inexpresiva no tiene inteligencia, ni intensidad, ni nada, sea lo que sea, que la eleve sobre la marea muerta de las otras caras. De la marea muerta, no. Hay allí rostros verdaderamente expresivos. El patrón Vasques está tal cual es —el ancho rostro apacible y duro, la mirada firme, completado por el bigote rígido. La energía, la sagacidad, del hombre —a fin de cuentas triviales, y tantas veces repetidas por tantos millares de hombres en todo el mundo— están escritas en aquella fotografía como un pasaporte psicológico. Los dos viajantes están admirables; el dependiente está bien, pero ha quedado casi por detrás del hombro de Moreira. ¡Y Moreira! ¡Mi jefe Moreira, esencia de la monotonía de la continuidad, aparece mucho más importante que yo! Hasta el mozo —me doy cuenta sin poder reprimir un sentimiento que procuro suponer que no es envidia— tiene una seguridad de cara, una expresión directa que dista sonrisas de mi apagamiento nulo de esfinge de papelería. ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué verdad es ésta que no engaña a una película? ¿Qué certidumbre es ésta que una lente fría documenta? ¿Quién soy, para que sea así? Sin embargo... ¿Y el insulto del grupo? —«Tú has quedado muy bien», dice de repente Moreira. Y después, volviéndose hacia el dependiente, «Es su mismita cara, ¿eh?». Y el dependiente ha asentido con una alegría amiga que arrojó a la basura.



miércoles, 16 de agosto de 2017

Y amo además (por Salvador Espriu)



¡Oh!, Qué cansado estoy de mi cobarde,
vieja, tan salvaje tierra,
y cómo me gustaría alejarme,
norte allá, donde dicen que la gente es limpia,
y noble, culta, rica, libre,
despierta y feliz.

Entonces en la congregación,
los hermanos dirían desaprobando:
"Como el pájaro que deja el nido,
así el hombre que abandona su lugar",
mientras yo ya muy lejos, me reiría,
de la ley de la antigua sabiduría
de este mi árido pueblo.

Pero no seguiré nunca mi sueño,
y me quedaré aquí hasta la muerte,
porque soy también muy cobarde y salvaje,
y amo además con un desesperado dolor
esta mi pobre,
sucia, triste, desdichada patria.



martes, 15 de agosto de 2017

En un puño (por Carlos Iglesias Díez)




Retuve tus cenizas en un puño
como un niño que quisiera,

por un instante,

aferrar la mano

de su padre.



LO QUE NO OLVIDARÉ


Quienes hacemos zUmO De PoEsÍa nos proponemos recopilar las vivencias más intensas, o emotivas, o fascinantes de la vida de muchas personas, para editarlas en formato de libro (físico o digital) con fines solidarios.

Por ello te pedimos y agradecemos que nos relates, mediante un comentario en nuestro blog (ya sea con tu nombre, con tu nick, o como anónimo), tu experiencia real más impactante o marcadora: aquello que personalmente más te ha impresionado, conmovido o hecho sentir en tu vida.

No tiene por qué ser un suceso insólito ni extraordinario: sólo aquello que, aunque pueda parecer trivial o anecdótico, a ti (por la razón que sea) te impactó o sobrecogió.

Cuando dispongamos de un número suficiente de historias vividas, editaremos esos relatos (por supuesto, sin propósito lucrativo).

Anímate y envía a ZuMo De PoEsÍa tu experiencia vivida más sorprendente o emocionante.

(Esta solicitud aparecerá periódicamente en el blog.)


lunes, 14 de agosto de 2017

Y niño me dejaste (por Juan Ramón Jiménez)



Este encuentro del dios que yo decía,
estaba, como en una primavera
primera, de menuda floración,
en este niñodiós que me esperaba:
el mismo niñodiós que yo fui un día,
que dios fue un día en mi Moguer de España;
mi dios y yo que ya soñábamos con este hoy.

Al fin lo tuve.
El sueño no fue sueño, era distancia,
y de ella venía la fragancia,
la fragancia que yo, que dios en niñodiós, los dos
le dimos en botón de primavera.
Ella se dilató y hoy llena un mundo
que yo ensanché para este niñodiós.

¡Qué infancia universal, qué yo de dios
de todo el mundo en este niño!

Tú, mi dios deseado, me guiaste
porque tú lo soñaste también; tú, niñodiós,
eterno niñodiós;
soñaste que por ti yo fuera dios del niño
y niño me dejaste
para que siempre el niño fuera mío.

¿Qué alegría mayor
pudo pensar mi sentimiento?
Que no bastaba el puro pensamiento
para pensar al niño; necesario era
crearlo en un florecimiento
de primavera,
en la menuda flor de la ladera,
la flor en luz del puro sentimiento.

Por eso vive en flor menuda,
en flor del niñodiós, florecilla desnuda,
y en flor del niñodiós desnudo yo lo siento.


domingo, 13 de agosto de 2017

Eso que solamente ven los muertos (por Óscar Hahn)




Los muertos están mudos

No quieren revelarnos lo que saben


Los muertos están sordos

No quieren escuchar nuestros clamores


Los muertos están ciegos

No tienen ojos pero pueden ver

eso que solamente ven los muertos


No tienen oídos pero atentos oyen

la música sin fin del universo


No tienen boca pero entre ellos hablan

del gran secreto que no pueden contarnos



sábado, 12 de agosto de 2017

Todos los argumentos (por Roberto Juarroz)



Todas las historias me parecen conocidas,

todas las intrigas, todos los argumentos.

No lo he vivido todo,

ni siquiera lo he visto.

No guardo en mis alforjas

el resumen en píldoras

de todo cuanto existe.


Pero todos los rostros me resultan conocidos,

todas las voces, todos los paisajes.

No me he cruzado con todos los hombres,

ni siquiera los he oído o leído.

No conservo en mis ojos

el arduo laberinto

de todos los reflejos.


Sin embargo, en el fondo

hay algo que alguna vez he pensado

o vivido o amado alguna vez,

casi un relámpago de nada,

que sin yo darme cuenta

enhebró un filamento

de todo cuanto existe

y me ha dejado adentro

la sensación extraña

de haber pensado todo,

de haber amado todo,

de haber tocado todo,

hasta lo que no existe.


Y también en el fondo

o más allá del fondo

no dejo de escuchar una música

a la que se parecen

todas las otras músicas,

no dejo de escuchar un silencio

que pasa como un duende

por todos los silencios.

Y desde allí se oyen claramente

las ondas detenidas,

las fósiles mareas

del silencio futuro,

del silencio final.

viernes, 11 de agosto de 2017

Traición (por Circe Maia)




El último sol no le dijo: soy el último sol.

Nada le previnieron.

El agua resbaló sobre su cuerpo y él no supo

que era el modo en que el agua

decía: adiós. No supo.

Nadie le dijo nada.


Cuando llegó la noche, llegó para quedarse.

Y él no lo supo nunca.



jueves, 10 de agosto de 2017

En la carretera de Sintra (por Fernando Pessoa)



Al volante del Chevrolet por la carretera de Sintra

a la luz de la luna y al sueño, en la carretera desierta,

solitario conduzco, conduzco casi despacio, y un poco

me parece, o me esfuerzo un poco para que me parezca,

que sigo por otra carretera, por otro sueño, por otro mundo,

que sigo sin que haya Lisboa detrás o Sintra por ver

que sigo, ¿y qué más hay en seguir sino no parar, sino seguir?

voy a pasar la noche a Sintra por no poder pasarla en Lisboa,

pero cuando llegue a Sintra tendré pena

de no haberme quedado en Lisboa.

Siempre esta inquietud sin propósito, sin nexo, sin consecuencia,

siempre, siempre, siempre,

esta angustia excesiva del espíritu por cosa alguna,

en la carretera de Sintra, o en la carretera del sueño,

o en la carretera de la vida…

Maleable a mis movimientos subconscientes del volante,

galopa debajo de mí, conmigo, el automóvil que me prestaron.

Sonrío por el símbolo, al pensar en él, al girar a la derecha.

¡Cuántas cosas que me prestaron conduzco como mías!

¡Cuánto me han prestado, ay de mí!, ¡yo mismo lo soy!

A la izquierda la casucha –sí, la casucha- a la vera del camino.

A la derecha el campo abierto, con la luna a lo lejos.

El automóvil, que parecía hace poco darme libertad,

es ahora una cosa donde estoy encerrado,

que solo puedo manejar si estoy encerrado en él,

que solo domino si me incluyo en él, si él me incluye a mí.

A la izquierda, allá atrás, la casucha modesta, más que modesta.

La vida ahí debe ser feliz, solo porque no es la mía.

Si alguien me vio desde la ventana de la casucha, soñará:

aquél es el que es feliz.

Tal vez para el niño que espía por los vidrios de la ventana

del piso de arriba

quedé (con el automóvil prestado) como un sueño, un hada real.

Tal vez para la muchachita que miró, oyendo el motor,

por la ventana de la cocina

de abajo,

soy algo parecido al príncipe de todo corazón de muchacha,

y ella me mirará de reojo, a través de los vidrios,

hasta la curva en que me perdí.

Dejaré sueños detrás de mí, ¿o es el automóvil que los deja?

¿Yo, el conductor de un automóvil prestado,

o el automóvil prestado que yo conduzco?

En la carretera de Sintra a la luz de la luna, en la tristeza,

ante los campos y la noche,

conduciendo el Chevrolet prestado desconsoladamente,

me pierdo en la carretera futura, desaparezco en la distancia que alcanzo,

y, en un deseo terrible, súbito, violento, inconcebible,

acelero…

Pero mi corazón se quedó en el montón de piedras,

del que me desvié al verlo sin verlo,

a la puerta de la casucha,

mi corazón vacío,

mi corazón insatisfecho,

mi corazón más humano que yo, más exacto que la vida.

En la carretera de Sintra, cerca de la medianoche,

a la luz de la luna, al volante,

en la carretera de Sintra, qué cansancio de la propia imaginación,

en la carretera de Sintra, cada vez más cerca de Sintra,

en la carretera de Sintra, cada vez menos cerca de mí…


miércoles, 9 de agosto de 2017

Igual que acercamos el relámpago (por Emily Dickinson)




Di toda la verdad, pero entre líneas

la clave está en el circunloquio

pues no soportaría nuestro débil deleite

su brillante y soberbia aparición

igual que acercamos el relámpago

a los niños, con amables respuestas,

la verdad debe deslumbrar pausadamente

o no habrá hombre que no quede ciego


martes, 8 de agosto de 2017

Basura (por Kim Addonizio)



No sueles pensar a dónde va
después de que amarras la bolsa blanca y la lanzas
al contenedor que se encuentra en la calle. No piensas
en la pestilencia del camión al retroceder,
o en los hombres con sus asquerosos guantes
colgándose de los lados, maldiciendo desde la cercana
oscuridad de un nuevo día
en el cual, de alguna forma, alguien será lanzado
dentro de una celda
del mismo modo en que la basura es lanzada
dentro de un agujero profundo para quemarse,
del mismo modo en que los cuerpos son lanzados
para que los sepulten.
No piensas en los basureros, en las ratas que la hurgan,
en las malolientes pilas dentro de los túneles
-los zapatos gastados,
las muñecas con los ojos salidos, los centavos,
el anillo de bodas
que se perdió, cualquier cosa que haya encontrado
su lugar hasta ahí y que no va a regresar
más que como una mancha, un mal olor en el aire, veneno
sembrado en las nubes hasta que llueva de nuevo-. Pero hoy
el clima es precioso; mira al cielo, su pureza,
su nulidad, sólo hay gaviotas cruzándolo en su transcurso
hacia las playas. No dejes que las gaviotas te recuerden
cómo se zambullen por peces con el pico,
cómo los peces flotan en las aguas residuales.
Especialmente no pienses en cosas muertas,
o en buitres, en cómo esperan de un modo tan paciente
mientras algo sangra en la tierra, y después
se empujan unos a otros
mientras se encorvan, vestidos de negro,
alrededor del cuerpo, alimentándose de la manera
en que todos se alimentan;
oh, no pienses ahora en toda la comida
que has desperdiciado,
en los platos que desechaste o se pudrieron
en la alacena, en el refrigerador,
no pudiste evitarlo, tu intención era salvarlos a todos,
a los niños especialmente,
pero la basura sigue llenando la casa; la impresión negra
de los periódicos,
las peticiones de dinero con listas de nombres, sus caras actuales,
ellos siguen vivos, están allá afuera con los guardias
y los soldados y las moscas, así que no te preguntes si tu casa
está limpia, no pienses ni por un minuto que lo tienes todo,
mira tus manos, están cubiertas de ella, puedes intentar
lavarlas o sumergirlas en cualquier otra cosa;
incluso un solo dedo, tómalo y raspa
un poco de la mugre, del estiércol y el hedor de los humanos,
siente cómo la más mínima esperanza se aferra ahí.


lunes, 7 de agosto de 2017

La tentación de Spinoza (por Zbigniew Herbert)



Baruch Spinoza de Amsterdam
anhelaba alcanzar a Dios

mientras pulía lentes
en su desván
atravesó una cortina y de pronto
se lo encontró cara a cara

estuvo hablando largo tiempo
(y mientras hablaba
su mente y su alma
iban dilatándose)
formulaba preguntas
respecto a la naturaleza humana

–Dios se acariciaba la barba distraído

preguntaba por la causa primera

–Dios se quedaba mirando al infinito

preguntaba por la causa última

–Dios hacía chasquear los nudillos
o carraspeaba

cuando Spinoza dejó de hablar
le dijo Dios

–hablas de manera hermosa Baruch
me gustan tus geométricos latines
y también tu clara sintaxis
la simetría de tus argumentaciones
hablemos sin embargo
de Cosas Verdaderamente
Grandes

–mira tus manos
estropeadas y temblorosas

–te estás haciendo polvo la vista
en esta oscuridad

–comes mal
vistes como un pordiosero

–cómprate una casa nueva
perdona a esos espejos venecianos
por reproducir lo superficial

–sé indulgente con las flores en el pelo
con los cantares del borracho

–preocúpate por los ingresos
como tu colega Descartes

–sé astuto
como Erasmo

–dedícale un tratado
a Luis XIV
de todas formas no lo leerá

–aplaca
la furia de tu racionalismo
que por ella han de caer tronos
y ponerse negras las estrellas

–piensa
en una mujer
que pueda darte un hijo

–ya ves Baruch
estamos hablando de Cosas Grandes

–deseo ser amado
por incultos y violentos
pues son los únicos
que en verdad tienen ansias de mí

ahora la cortina cae
y Spinoza se queda solo

no ve ninguna nube de oro
o luz alguna en las alturas

lo que ve es la oscuridad

y oye el crujir por la escalera
de unos pasos que bajando se alejan

domingo, 6 de agosto de 2017

Un jarrón a contraluz (por António Lobo Antunes)



Crujen las tablas en las casas viejas y todo en ellas chirría, las puertas, los grifos, las ventanas. Hasta las manchas de luz en las paredes lucen distintas a las de las paredes nuevas. Y los espectros que se esconden en antiguas fotografías de parientes, de una familia que me cree parte de ella y me pregunta: "Nunca estás aquí, ¿no?". Mi cuerpo anda entre ellos, finge oírlos, mientras yo los observo de lejos, libre. Hasta la hora de volver.


Estas casas viejas donde crujen las tablas de la tarima, los grifos no cierran del todo, un airecito frío (incluso en verano) por las rendijas de las ventanas, manchas de sol, diferentes de las manchas de sol de las casas nuevas, en las paredes, en el techo, la sensación de voces, muy antiguas, que nos llaman, un jarrón, a contraluz, con una ramita de acacia dentro, un perfil de muchacha en la cortina del balcón, vestida como mi abuela en las fotos de cuando era joven, yo mirando todo esto desde la entrada, rodeado de espectros. Espectros no de personas que conocía, de parientes del álbum de fotos, viejos con patillas, militares uniformados, mi bisabuela y sus hermanas, en Belém do Pará, con un pecho enorme, miriñaque, la cintura increíblemente estrecha, muy morenas, muy oscuras, no por eso guapas, mi bisabuela a la que tanto se parecía mi abuelo, a la que no me parezco nada, a decir verdad me parezco, yo qué sé, tal vez al abuelo de mi padre, nací así, casual combinación de moléculas a las que llaman António, nací así, medio sorprendido, en una familia que me cree parte de ella y se equivoca, cuántas veces pienso que no soy de aquí, oigo cosas que no existen, vivo en otro sitio entre apariciones, donde las voces de este lado me llegan confusas, remotas, en una lengua que no es exactamente la mía, y acompañadas de sonrisas, palmaditas, miradas curiosas de soslayo


Tengo un libro dentro de mí y conversamos los dos. Una vez que acabo el libro, aterrizo


-Nunca estás aquí, ¿no?


yo


-¿Qué querrá decir nunca estás aquí?


entendiendo, respondiendo a la pregunta con un gesto que, a fuerza de no significar nada, sirve para todo, me defiendo como puedo


-A veces me distraigo


y no es verdad, no me distraigo, dejo el cuerpo con ustedes y ando por ahí, mi cuerpo finge que oye, que se preocupa, que conversa, y yo libre, mirando a las personas, paseando, me echo a correr a fin de regresar al cuerpo en el momento de las despedidas, llego a decir


-Ha sido un placer


y de placer nada, ni placer ni displacer, no me di cuenta de nada, anduve por ahí al azar, es la manera de mirar de ciertas mujeres lo que aún me retiene aquí, ciertas carcajadas cortas, la textura de ciertas pieles, el deseo que ciertas expresiones (no sé explicar bien cuáles) me provocan. La palabra genio, tan pomposa ahora, la usaba Stendhal para describir el modo en que ciertas señoras subían a los carruajes. Me habría gustado vivir en esa época de cocheros y farolas de gas, cuando la noche era noche en lugar de este remolino de ansiosos en los bares, se jugaba al bingo, se cantaba junto al piano, y el sexo no pasaba de ser una especie de baile inocentemente perverso, un poco idiota y cursilón. Sigue siendo todo eso, tal vez lo que me hace falta es sólo el bingo y el aria junto al piano, un tercer piso, sin ascensor, en Anjos, canónigos, poetas fatales, duelos, yemitas, el universo en el que, creo yo, vivían las tías de Brasil: ¿deseando qué, señores, imaginando qué, soñando qué? No debían desear ni imaginar ni soñar gran cosa, pobres. No eran especialmente sensibles ni inteligentes, pertenecían a una burguesía más o menos adinerada, iban perdiendo el pecho y el miriñaque, les engordaba la cintura, les crecía bigote, y creo que volvía a encontrarme con una o dos, muy ancianas, ofreciéndome bizcochos en salitas sombrías. Me acuerdo de los pianos, pero cerrados, sin arias. De cocineras tan decrépitas como sus amas. De viejos con patillas, de militares uniformados. Y después no me acuerdo de nada más porque nunca estoy aquí


(-Nunca estás aquí, ¿no?)


paseo por China, por Alemania, por el Río de la Plata, ando por ahí volando o tropezando con las cosas, divago. Tengo un libro dentro de mí y conversamos los dos. Una vez que acabo el libro, aterrizo. No tengo ninguna gana de aterrizar. Estos grifos que no cierran bien, este airecito frío por las rendijas de las ventanas. En agosto anduve por Nelas, buscando vagamente una casa antigua que quisieran vender. No la encontré. Un chalé junto a la casa que fue nuestra, pero tan feo, tan caro: siempre me causaron pavor las cosas feas y caras, mientras que las cosas feas y baratas me enternecen. Con las personas lo que se me ocurre es que a Dios deben de gustarle un montón los imbéciles porque no se cansa de hacerlos. Bien que los oigo, cuando salgo, en los restaurantes, en las tiendas, y allí vienen las sonrisas, las palmaditas, las miradas curiosas de soslayo


-Nunca estás aquí, ¿no?


y yo, enseguida


-Sí que estoy, claro que estoy


mientras una señora de Stendhal sube con genio al carruaje, mientras se sienta allí arriba, con sombrero, sin mirarme, y yo me quedo aquí abajo, adorándola. ¿Mi bisabuela andaría en carruaje? Venía todos los años con su marido, de Belém do Pará a Vichy, por las aguas. Sublime vida. De modo que si se me acercan con la pregunta


-Nunca estás aquí, ¿no?


y sonrisas, y palmaditas, y miradas de soslayo, creo que no voy a responder. ¿Para qué? ¿Responder qué a quién? Si


-Nunca está aquí, ¿no?


me callo. Finjo que no oigo y me callo. Por otra parte no les va a extrañar: hablo poco. Entro en una de esas casas viejas donde crujen las tablas de la tarima y me acurruco en un rincón a observar las manchas de sol en las paredes, en el techo. El jarrón, a contraluz, con su ramita de acacia. El perfil de la muchacha en la cortina del balcón. Tal vez ella se me acerque (tiene que acercárseme)


me llame


-António


(tiene que llamarme


-António)


y los dos bajemos desde la terraza hasta el jardín de la casa


(una terraza con azulejos y unos tiestos de piedra)


y corramos juntos por el jardín, traspasando setos, arriates, un laguito, el invernadero, una estatuilla cualquiera, traspasemos el portón, otros portones, otros muros, otras terrazas más, los dos, cogidos de la mano, en busca del mar.




sábado, 5 de agosto de 2017

Si hubiéramos querido (por Jeff Buckley)



No hay respuestas fáciles.
Nadie a quien culpar ni nadie a quien perdonar.
Dos inválidos bailando.
Vivimos hasta el final.
No estoy contigo ni soy tuyo.
Eres tan joven y dulce para mí...
Soy el fantasma aquel que va y viene, el que al mirarte espera llevarte hacia otro lado.
Te amo, oh Dios, te amo tanto.
Amo todo el pasado que conocimos y compartimos.
Algún otro amor será tuyo, o mío, o de ninguno,
o lo que sea que nos espere.
Teníamos en común el nacimiento; camas y vidas separadas.
Sé que pudimos ser tan felices si hubiéramos querido...
Me sentaré donde sea y te olvidaré.
Romperé las fotos más viejas y pondré tus cartas a la intemperie hasta que se borren las palabras.
Porque sé que pudimos ser tan felices...



viernes, 4 de agosto de 2017

Y ellos regresan profundamente (por Herberto Helder)



Amo lento a los amigos que están tristes con cinco dedos en cada mano.
Los amigos que enloquecen y están sentados, cerrando los ojos,
los libros tras de sí, ardiendo por toda la eternidad.
No los llamo, y ellos regresan profundamente al interior del fuego.
Tenemos un talento doloroso y oscuro.
Construimos un lugar de silencio.
De pasión.



jueves, 3 de agosto de 2017

Ignoro qué pasó (por Fabio Morábito)



Mi madre, escuchen bien,

condujo nuestro Fiat

por un camino vecinal

un día de primavera del ’68.

Lo vieron estos ojos desde el auto de mi tío,

que iba detrás del Fiat como escolta.

Fue su debut y despedida del volante.

Mi padre no volvió a cederle el asiento del piloto.

Ignoro qué pasó.

En ese aprendizaje trunco

tal vez estuvo la semilla del divorcio.

Si pudo conducir esos kilómetros

-en una carretera intrascendente,

es cierto, no en el tráfico-,

¿por qué cedió al impulso

de ser como una madre más

y regresó al asiento del que sueña?

Hablo de un Fiat 600 de dos puertas

y de un camino de subida

un día de primavera

antes del mayo revoltoso.

Las condiciones, ma, eran idóneas

-tú hermosa y con mi padre

enamorado locamente aún-

para acabar de resolver

el acertijo del embrague,

la metafísica del cambio de velocidad,

y conducirnos suavemente,

curva a curva, hacia la cumbre,

mientras mi hermano y yo en el auto de mi tío

contábamos las vueltas de tu ascenso,

que se deshizo como el mayo aquel

de la revuelta en humo,

un puro gesto que absorbió el paisaje.

Quizá dos décadas después

al irte de la casa completaste

ese camino de subida.

Quizá quedaste herida y no te diste cuenta.

Fue, como sea, el cambio de velocidad más arduo,

el acertijo más difícil de zanjar

en esa nueva primavera de tu vida.

Tienes aún el pie pisando el acelerador

y un mirador te espera en lo más alto.




miércoles, 2 de agosto de 2017

Era (por Miguel D' Ors)



era el abuelo y sus inmensas expediciones mirar

qué oruga viva y la caja con sus agujeritos los zapatos

lustrosos

para los Reyes Magos el séptimo no hurtar las canicas

el trompo el adelante mis valientes Supermán

con su vista de rayos X pero la kryptonita

era estar de vigía en la rama más alta

de un manzano musgoso doscientas veces


No debo hablar en clase

No debo hablar en clase

No debo hablar en clase

No debo hablar en clase


a la capilla filas silenciosas 4 a 1 y el córner

a los tres penalty Extremadura dos

Cáceres y Badajoz en busca del tesoro enterrado y los

laboratorios

era el “Celtas” fumando entre los cuatro tras un montón

de leña el rosa-rosae y la calcopirita no es pecado

era Susana con sus trenzas

era


martes, 1 de agosto de 2017

Cada cara (por Adam Zagajewski)



Al atardecer se iluminaron en la plaza las caras de la gente

que no conocía. Miraba con avidez

las caras humanas: cada cara era diferente,

cada una decía algo, quería convencer, se reía, sufría.

Pensé que las ciudades no las construyen las casas,

ni las plazas o las avenidas, los parques, las anchas calles,

sólo las caras que se iluminan como lámparas,

igual que los sopletes de los soldadores que por la noche

reparan el hierro entre nubes de chispas.