zUmO dE pOeSíA

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de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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viernes, 31 de marzo de 2017

Un gigante espantoso (por Anna Crowe)



Estaba de pie al final del vagón.

Un gigante espantoso vestido de cuero negro,

con franjas y clavos y el pelo rojo cortado a lo mohicano.

Ha venido a sentarse en el asiento de al lado.


Y de pronto: Las plantas son extraordinarias, ¿no es verdad?

La voz, con un fuerte acento del Ulster. Y levanta la mirada del libro,

los ojos brillantes bajo la cresta leonada.

—Si no fuera por las plantas,

si no fuera por los haces vasculares,

nosotros no podríamos mantenernos en pie.

Habla con un crujir de cuero,

con un sonido como el de las ramas de un pinar

al rozarse entre sí. Y una multitud de clavos,

desde las orejas hasta los desnudos brazos con pulseras,

y sus elocuentes mitones con puños de hierro,

relucen y destellan como la lluvia sobre los cardos.


Es un hombre verde que habla hojas.

El frondoso follaje llena el vagón

de rumores susurrados: de palabras que componen

una música linneana, dejando espacio

para que el colobo, la catleya y la manorina campaneras

se asomen a hurtadillas desde las periferias del habla.


Durante una hora dominó la conversación con un lenguaje

tan por encima de mí como una secuoya.

Esquivo como el jaguar, y con todo perdido.

Todo menos aquellos hogareños y resonantes

haces vasculares. Ah, y el salterio.

Tocaba el salterio en un conjunto de folk-rock,

e iba tocar a Newcastle, donde bajó del tren.


Pienso en cómo le había temido,

de cómo tememos lo que no conocemos.

Y cuando oigo por la radio los silbidos

y los tambores de los orangistas que marchan,

intento imaginar la melodía adaptada para salterio,

oyendo las cuerdas mansamente pulsadas,

viendo una figura vestida de negro,

alto como un cedro del Líbano y bailando,

como David con su salterio

ante el Señor.

jueves, 30 de marzo de 2017

En el espejo (por Isabel Bono)



Espere, por favor. La chica movió la mano entre las

puertas, se abrieron sin haber llegado a cerrarse.

Gracias, dijo ella. Llevaba una bolsa en cada mano.

La chica pulsó el séptimo y preguntó a qué piso iba.

Sí, al último, gracias. Le extrañó que pulsase antes

de preguntar. El ascensor bien podía no haber tenido

memoria. Sonrió.

¿Qué pasa?, preguntó la chica como si ella fuera la

responsable de que el ascensor acabara de pararse

entre dos plantas. ¿Por qué se para?, volvió a decir

con vehemencia.

Pulsa el timbre, por favor. Púlselo usted, dijo antes

de aporrear la puerta y gritar Socorro. Ella colgó de

la barra horizontal que atravesaba el espejo las dos

bolsas, una en cada extremo. ¿Qué hace? Tengo las

manos ocupadas, respondió, demorándose a

propósito en cada palabra, y pulsó el timbre.

No puedo respirar, no puedo respirar. Sí puedes, no

digas tonterías, cierra los ojos y respira, con los ojos

cerrados el espacio es mayor, piensa en algo bonito.

Se sintió ridícula hablándole como si fuera una niña

pequeña. Llamaré a casa, sigue respirando. No me

suelte la mano, dijo la chica. No hay nadie. La chica

se echó a llorar. Lloraba sin abrir los ojos. No llores,

mujer, no te va a pasar nada. Ya lo sé, no es eso.

Estaban sentadas en el suelo. La chica ya no

lloraba. Llevaban calladas un buen rato. Mientras la

chica había estado con los ojos cerrados, ella la había

mirado sin pudor. Su cara le resultaba familiar.

¿Por qué ha colgado ahí las bolsas?, señaló la

barra. Ella sintió que el calor le subía a la cara.

Cuando llego a casa pongo las bolsas sobre la mesa

de la cocina, así que no me gusta que antes hayan

estado en el suelo, manías, ya sabes. La chica no dijo

nada. ¿Tú no tienes manías? No le interesaba en

absoluto si la chica tenía manías o no, tampoco

pretendía iniciar una conversación, solo quería salir

de allí de una vez. Aquella situación empezaba a

resultarle incómoda.

¿Lleva chocolate? ¿Cómo? En las bolsas, ¿lleva

chocolate? No llevaba, pero le ofreció unas galletas.

Son integrales, se excusó. La chica tomó dos sin dar

las gracias. Tendría unos veinte, pero se comportaba

como una niña de diez. ¿Sabe?, dijo con la boca

llena, venía dispuesta a darle un ultimátum a mi

novio, pero me lo he pensado mejor. Ni siquiera

habrá ultimátum, lo voy a dejar. Novio. Repasó a los

vecinos de su planta. Quiero tener hijos, ¿sabe?,

¿usted tiene hijos? Una hija. Yo quiero tener

muchos hijos.

Estuvo a punto de decirle que uno cree que serán

los hijos quienes entierren a los padres y no al revés,

nadie piensa antes de tenerlos que hay niños que

mueren porque sí, y de repente supo a quién le

recordaba.

El ascensor dio un salto y la chica se puso en pie

inmediatamente. Pulsó varias veces y empezaron a

bajar. Cuando las puertas se abrieron la chica no

tardó ni un segundo en salir y, volviéndose con una

gran sonrisa, dijo Adiós. Ella estaba apoyada en la

barra horizontal frotándose las piernas para

desentumecerlas. Adiós, respondió, pero la chica ya

no estaba.

Las puertas se cerraron. Mientras subía, no pudo

dejar de mirarse en el espejo ni un instante. El

parecido era asombroso.



miércoles, 29 de marzo de 2017

Vi moho (por Concha García)


Una cacerola que dejé puesta un día
sobre el mármol de la cocina.
Aquel lugar deshabitado largos años
mantuvo el utensilio. Yo era otra
al volver a destaparla. Vi moho,
vi roña, vi partículas muy confusas
nadando en el agua pestilente. Vi
la forma de la cacerola intacta.
Recorrí con la mirada cansina
los alrededores del lugar, y el tiempo
se volcó sobre mí: el mismo edificio,
la misma calle, las mismas acacias.
El hedor de la cacerola era tan intenso
que me aparté a la ventana
para respirar. Mirando la calle
vi la misma gente, las mismas
posturas de la gente, las mismas
conversaciones de la gente. Lo vi
todo igual. Vacié aquel hediondo
líquido y restregué la porcelana
con un viejo estropajo que se deshizo
entre mis dedos.




martes, 28 de marzo de 2017

Hay una valla (por Aníbal Núñez)


Nada queda de nuestro
palomar blanco, donde
sentimos el primer
vértigo nada queda
del almendro en el que
imaginábamos lianas
y éramos dos tarzanes nada queda
de la tapia que el mundo dividía
en territorio apache
y en territorio sioux nada queda
del cuarto de las ratas
que olía a viejas historias y tampoco
queda nada me han dicho
de la terraza ni de la
galeria de cristal donde el sol en invierno
se acurrucaba como un gato nada
queda de la escalera
de caracol ya nada
del jardín con castaños con acacias
con ¿qué? donde aprendimos a montar
en bicicleta nada
queda de nuestra casa
primera
Hay una valla
y detrás nada, los expertos
han medido el terreno con sus metros cuadrados
con sus gafas cuadradas han aojado el terreno
con sus zapatos negros han sumado la tierra
de nuestra infancia que hoy no tiene
dónde meterse:
está prohibido
el paso a los ajenos a la obra.



lunes, 27 de marzo de 2017

Justo bajo la superficie (por Margaret Atwood)


Fue tomada hace poco.
Al principio parece
una impresión
difuminada: líneas borrosas y manchas grises
mezcladas con el papel;

luego, mientras la examinas,
distingues algo en una esquina a la izquierda
algo así como una rama: parte de un árbol
(bálsamo o abeto) que emerge
y luego, a la derecha, subiendo a la mitad del cuadro
lo que podría ser una leve pendiente,
una choza pequeña.

Al fondo hay un lago,
y más allá, algunas colinas bajas.

(La fotografía fue tomada
un día después de haberme ahogado.

Yo estoy en el lago, al centro
de la imagen, justo bajo la superficie.

Es difícil decir en dónde
exactamente, o decir
qué grande o pequeña soy:
el efecto del agua
a la luz es una distorsión.

pero si observas lo suficiente
tarde o temprano
me podrás ver).




domingo, 26 de marzo de 2017

Alegría triste (por Fernando Pessoa)


La sensación de la convalecencia, sobre todo si se ha hecho sentir malamente en los nervios de la enfermedad que la ha precedido, tiene algo de alegría triste. Hay un otoño en las sensaciones y en los pensamientos o, mejor dicho, uno de esos principios de primavera que, salvo que no caen hojas, parecen, en el aire y en el cielo, el otoño.

El cansancio sabe bien, y lo bien que sabe duele un poco. Nos sentimos un poco aparte de la vida, aunque en ella, como en el balcón de la casa de vivir.

Somos contemplativos sin pensar, sentimos sin una emoción definible. La voluntad se tranquiliza, pues no hay necesidad de ella.

Es entonces cuando ciertos recuerdos, ciertas esperanzas, ciertos vagos deseos suben lentamente la rampa de la conciencia, como caminantes vagos vistos desde lo alto del monte. Recuerdos de cosas fútiles, esperanzas de cosas que no dolió que no fuesen, deseos que no tuvieron violencia de naturaleza o de emisión, que nunca pudieron querer ser.

Cuando el día se ajusta a estas sensaciones, como hoy que, aunque estío, está medio nublado con azules, y un vago viento por no ser caliente es casi frío, entonces se acentúa ese estado del alma en que pensamos, sentimos, vivimos estas impresiones. No es que sean más claros los recuerdos, las esperanzas, los deseos que teníamos. Pero se siente más, y la suma incierta pesa un poco, absurdamente, en el corazón.

Hay algo de lejano en mí en este momento. Estoy de verdad en el balcón de la vida, pero no exactamente de esta vida. Estoy por encima de ella, y viéndola desde donde la veo. Yace delante de mí, bajando en escalones y resbaladeros, como un paisaje diferente, hasta los humos que hay sobre las casas blancas de las aldeas del valle. Si cierro los ojos continúo viendo, puesto que no veo. Si los abro, nada más veo, puesto que no veía. Soy todo yo una vaga añoranza del presente, anónima, prolija e incomprendida.



sábado, 25 de marzo de 2017

Entre los dos (por Roberto Juarroz)



La insana condición

de no poder pensar juntos,

de no poder pensar en común,

de no poder concebir entre los dos un pensamiento,

nos separa sin remedio.


Por eso la tentación mayor

de dos seres que se aproximan

es fundar un nuevo dios,

un dios que se comprenda a sí mismo

y corrija este error,

este trauma fatal

de los dioses partidos.



viernes, 24 de marzo de 2017

Exiliados en nuestro propio ser (por Dylan Thomas)



Una vez hubo un salvador
más precioso que el radium
más simple que las aguas, más cruel que la verdad;
reunidos por su hablar
los niños se alejaban del sol
para oír la nota de oro dar vueltas en un surco,
los prisioneros de sus deseos encerraban los ojos
en las cárceles y el indagar de su sonrisa sin llave.

Desde un erial perdido
voces de niños cuentan
que una calma se hacía en su inquietud segura,
cuando el hombre opositor hería
al hombre, al animal, o al pájaro
ocultamos el miedo en ese aliento asesino,
silencio, silencio que guardar cuando la tierra se volvió ruidosa
en las cuevas y asilos del tremendo alarido.

Se dejó oír la gloria
en las iglesias de sus lágrimas,
suspirabas cada vez que su brazo velludo te golpeaba,
oh tú que no pudiste llorar
sobre la tierra cuando un hombre moría,
derramaste una lágrima de gozo en el diluvio sobrenatural
y apoyaste la mejilla en una caracola con figura de nube.
Ahora estamos solos tú y yo en la oscuridad.

Dos ennegrecidos hermanos orgullosos
encerrados en el invierno lado a lado
le gritan a este inhóspito año hueco.
Oh nosotros que ni esbozar logramos
un pálido suspiro cuando oímos
golpear a la codicia en nuestro prójimo y quemar al vecino
pero acurrucados y lastimeros en el muro celeste
ahora soltamos una lágrima enorme por la caída pequeña que supimos,

por los hogares derribados
que no alimentan nuestros huesos,
ni las muertes valientes de unos pocos que jamás hallamos,
mira ahora solitario en nosotros
cómo nuestro genuino polvo de extranjeros
cabalga por las puertas de nuestra casa inexplorada.
Exiliados en nuestro propio ser levantamos
desatado, sin brazos, el amor sedoso y áspero que deshace todas las rocas.



jueves, 23 de marzo de 2017

Ah de los subalternos (por Antonio Gamoneda)



Nos vigilan subalternos políticos y presidencias blancas, asistidas éstas por
subsecretarios muy dóciles.

Ah de las presidencias,
ah de los subsecretarios, ah de los subalternos.

Corre­lativamente,

ah de los arpegios bursátiles y de los sodomitas eclesiásticos y de los ministerios engalanados

con suicidas colgantes, ah
de los inquilinos humanos.


Pensándolo bien, pensándolo,

ah de los viernes y de los domingos, ah de los
contables ecuánimes y de las cuentas

de plusvalía y llanto.
Ah de los ancianos que se orinan,

y de las multinacionales enfermas, y de mi abuela Clara, guarnicionera, viu­da sollozante

ante el gran panadero.

Ah

de los pensadores eméritos y de las comadronas
pretéritas.

ah de los párrocos.

Pensándolo mejor, pensándolo,
ah también de mis hijas y de sus cámaras

fértiles, y de sus hombres perdidos y de sus hombres hallados, ah de los tris­tes húmeros de mi amor tan amado, ah

de los mendigos insolventes.


Y finalmente,

pensándolo aún mejor, ah de las manos de mi padre y de las manos de mi madre, ambas cuatro ofrecidas a coleópteros ciegos.


Y más finalmente aún, apenas, mínimamente,
ah también de mi corazón ya amarillo,

inútilmente

cansado.




miércoles, 22 de marzo de 2017

Y los momentos que debieran durar para siempre (por Kenneth Rexroth)



Las estaciones cambian y los años pasan

sin ayuda ni vigilancia.

La luna, sin pensarlo,

cumple su ciclo, llena, creciente, y llena.


La luna blanca entra en el corazón del río;

el aire está lleno del perfume de las azaleas;

profundo en la noche, el cono de un pino cae;

nuestra fogata muere en la vacía montaña.


Las estrellas brillantes tiritan entre las trémulas ramas;

el lago es negro, sin fondo en la noche cristalina;

alta en el cielo, la Corona del Norte

es partida en dos por la oscura cumbre de un monte nevado.


Oh corazón, corazón, tan singularmente

intransigente y corruptible,

aquí yacemos extasiados junto al agua iluminada por las estrellas

y los momentos que debieran durar para siempre


se deslizan inconscientemente por nosotros como el agua.

martes, 21 de marzo de 2017

Yo no era nadie excepto el que te amó (por Raúl Gustavo Aguirre)



Ya no te guardaré,

se deshizo la música

donde me pareció que estabas.

Eran cristales rotos,

o arena, no sé bien:

yo pisé y comprendí.

Comprendí con asombro que el tiempo se estiraba

desesperado y sin sentido

y que yo no era nadie

excepto el que te amó.

Eran cristales rotos,

piedras o desventuras,

eran cuerpos enormes

o cenizas, no sé.

Yo pisé y comprendí. 



lunes, 20 de marzo de 2017

Mallorca revisited (por Miguel Ángel Velasco)


A cuatro días de morir el viejo
me he ido, solo, a bailar
-a cuatro días, ni uno más ni menos-,
a una gruta de esas
luces estroboscópicas y música de trance.
Pensando en el albur
de encontrarme de nuevo a las dos rusas
de la estancia pasada, Ira e Inna,
de una ternura audaz, y repetir
aquello tan conforme de los tres en la cama,
mirándolas beberse en los desmayos
de mi virilidad. Olvídate,
ya no las verás más a Ira e Inna;
recordarás, tan sólo, agradecido,
esa lujuria santa.
Mientras ya van tres cápsulas
de semilanceata,
esos hongos salvajes
que te aceitan las vértebras. Y bailas,
bailas como un poseso
a los treitaycinco años de tu edad,
con los ojos cerrados,
enhebrado en el ritmo,
multiplicado en brazos y figuras
como un derviche ido.
Contra la muerte bailas, contra la puta muerte,
por ese bulto rígido de tu viejo en el féretro,
por su rostro amarillo.
Si algo quieren, que vengan, las bacantes,
que se planten delante,
a ver si alguna hay que también baile
contra la muerte hoy,
multiplicándose en fatalidad,
desconyuntada en varias,
haciéndose una lámina vibrante
herida de destino,
puro mimbre… Si no
para otra bailaré. Porque esta noche
contra la muerte bailas,
como un fragmento suyo desatado,
como su cola eléctrica, amputada,
de lagarto amarillo.





domingo, 19 de marzo de 2017

No es ningún simulacro (por Saiz de Marco)


Esto es distinto.

Es una trama,
pero


no es ningún simulacro
ni una novela-río en donde pasan cosas,
ni un serial por entregas de risas y de lágrimas,
ni una pieza dramática con su elenco de actores,
su telón,
sus paredes
y su puesta en escena,
ni “Estamos en el aire”,
ni “Silencio, se rueda” acción en fotogramas,
ni algo que estoy soñando
y todo su argumento se anula al despertar.


Sí,
creo que no lo sueño:
creo que esto no lo sueño.

Puede que lo parezca
-¿y quién no querría a veces que fuera una ficción
fabulada u onírica?-;

pero no,
por matices de enfoque narrativo
no lo es.




sábado, 18 de marzo de 2017

Ese gélido huésped (por Emily Dickinson)


No hay que ser una casa para tener fantasmas
No es necesario ser una habitación
pues el cerebro tiene pasadizos al margen del
espacio material

Es más seguro topar a medianoche
con un espíritu de fuera
que plantar cara al que se lleva dentro
ese gélido huésped

Es más seguro profanar las losas
al recorrer una abadía
que encontrarse sin armas a uno mismo
en lugar solitario

El yo que acecha tras el yo
debería asustarnos mucho más
Un asesino oculto en nuestra casa
no es tan terrorífico

Toma el cuerpo un revólver
y cierra los candados
ignorando a un espectro más temible
o algo más


viernes, 17 de marzo de 2017

Mayor o menor que qué (por Carolina Musa)



A la siesta andábamos como fantasmas
en silencio, en bombacha, en puntas de pie.
Aunque no había represalias por el ruido
era una tradición
a medias apurada por el infierno del patio.
Mi hermana leía.
Yo pasaba horas sobre el cerámico fresco
jugando con una balanza:
dos platillos de plástico
y cinco pequeñas pesas grises.
Pesaba los objetos de la casa,
las muñecas, los adornos, los libros,
los anillos, las piedras, algunas hojas y flores
que arrancaba del patio, la ropa,
las uñas de mi propia mano pesé.
Era cada vez una maravilla
pero no exactamente
la medida en gramos de las cosas sino
su relatividad, las relaciones fortuitas
de esos datos más o menos duros
4 medias=1 llave
1 birome=21 cartas
¿Qué es mayor o menor que qué?
la raqueta y la pava
los lentes y el pescado de la tía
los libros ¿cuál libro?
La fascinación de ese acto
mecánico, cada vez
el soberano idiotismo revelado en unas reglas
que aseguraban disponer el orden de las cosas.
“Estate atenta” dice el mensaje
que la de entonces, toda intuición,
me envió a través del tiempo
en una cápsula cromada.



jueves, 16 de marzo de 2017

Entre otras muchas almas (por Wislawa Szymborska)


Esto es la Estigia, pequeña alma individual,

la Estigia, pequeña alma sorprendida.

Oirás la baja voz de Caronte en la megafonía,

te empujará hasta el embarcadero la invisible mano

de una ninfa huida del bosque terrenal

(aquí todos trabajan desde antaño).

En los pestañeantes reflectores verás cualquier detalle

del revestimiento de hormigón armado de la orilla

y cientos de motores en vez de aquella barca

desde hace tantos siglos de madera podrida.

La humanidad se ha multiplicado varias veces y ya ves lo

que pasa

mi pequeña y nostálgica alma.

Con gran daño del paisaje

los edificios se han acumulado junto al lago.

El transporte fluido de las almas

(millones de pasajeros año tras año)

es ya inimaginable

sin almacenes, diques y salas.

Hermes, mi pequeña alma pintoresca,

debe prever con antelación para otros días

qué guerras y dónde, y qué tiranías,

para después contar las barcas de reserva.

Gratis pasarás a la otra orilla

y sólo por nostalgia hacia otros tiempos

hay unas huchas en las que leemos:

Se ruega no depositar la calderilla.

Subirás en el sector siete gamma

a la barca tau once.

Cabrás, cabrás apretujada entre muchas otras almas,

así lo quieren la necesidad y las computadoras.

En el Tártaro te espera también una estrechez terrible

porque no es, como debería, flexible.

Movimientos reprimidos, arrugadas ropas,

en la cápsula de Leteo apenas una gota.

Mi pequeña alma, sólo si dudas de la otra vida

tienes una más amplia perspectiva.



miércoles, 15 de marzo de 2017

Aplazábamos (por Isabel Bono)


malgastábamos el tiempo

ordenando en un álbum las fotos del verano

para mirarlas alguna vez con nostalgia


acumulábamos canicas piedras

libros cartas poemas


aplazábamos así la felicidad, la vida


todavía no sé por qué

todavía no sé para cuándo


martes, 14 de marzo de 2017

En ocasiones (por Karmelo Iribarren)


El amor llega
en ocasiones
cuando no debe.

Y te complica la vida.

Y te dices
que deseas
que se vaya.

Pero se queda.

A él no puedes mentirle.




lunes, 13 de marzo de 2017

Sólo entonces (por Simon Armitage)


Después de la primera fase,
después de noches apasionadas y días íntimos,

sólo entonces él me dejaría rastrear
el río helado que corría por su rostro,

sólo entonces me dejaría explorar
la hinchada charnela de su mandíbula inferior,

y manejar y sujetar
la dañada clavícula de porcelana,

y preocuparme y asistir
el fracturado timón de la pala del hombro,

y el índice y el pulgar
la seda del paracaídas de su pulmón perforado.

Sólo entonces podría unir los puntales
y escalar los peldaños de sus costillas rotas,

y sentir el dolor
de su corazón raspado.

Bordeando de cerca,
sólo entonces podría representarme la exploración,

el feto de metal debajo de su pecho
donde la bala finalmente había ido a descansar.

Luego amplié la búsqueda,
remonté la cicatriz hacia su origen

hacia una mina sin explotar
enterrada profundamente en su mente, alrededor de la cual

cada nervio de su cuerpo se había estirado y cerrado.
Entonces, y sólo entonces, me acerqué.



domingo, 12 de marzo de 2017

Faltan algunas, otras aparecen (por Circe Maia)



Cambios pequeños y tenaces.

Bajo el cielo ya un grado

de luminosidad o de tibieza.

Ha caído más polvo sobre el piso o la silla.

Pequeñísima arruga se dibuja o se ahonda.

Hay un nuevo matiz en el sonido

de la voz familiar (¿Lo notarías?)

En un coro confuso de entreveradas voces

faltan algunas, otras

aparecen.

La misma

suma total: no hay cambios.

Millonésima ola golpea

millonésima roca

y el degaste

imperceptible y cierto

avanza.



sábado, 11 de marzo de 2017

Mi mujer con (por André Breton)


Mi mujer con cabellera de fuego de leña
Con pensamientos de relámpagos de calor
Con talle de reloj de arena
Mi mujer con talle de nutria entre los dientes del tigre
Mi mujer con boca de escarapela y de ramillete de estrellas de última magnitud
Con dientes de huellas de ratón blanco sobre la tierra blanca
Con lengua de ámbar y de vidrio frotados
Mi mujer con lengua de hostia apuñalada
Con lengua de muñeca que abre y cierra los ojos
Con lengua de piedra increíble
Mi mujer con pestañas de palotes que escriben los niños
Con cejas de borde de nido de golondrinas
Mi mujer con sienes de pizarra de techo de invernadero
Y de vaho en los cristales
Mi mujer con hombros de champagne
Y de fuente con cabezas de delfines bajo el hielo
Mi mujer con muñecas de fósforos
Mi mujer con dedos de azar y de as de corazón
Con dedos de heno segado
Mi mujer con axilas de marta y de bellotas
De noche de San Juan
De alheña y de nido de escalarías
Con brazos de espuma de mar y de esclusa
Y de mezcla de trigo y de molino
Mi mujer con piernas de cohete
Con movimientos de relojería y desesperación
Mi mujer con pantorrillas de médula de saúco
Mi mujer con pies de iniciales
Con pies de manojos de llaves con pies de pajaritos que beben
Mi mujer con cuello de cebada sin perlar
Mi mujer con garganta de Valle de Oro
De cita en el lecho mismo del torrente
Con senos nocturnos
Mi mujer con senos de topera marina
Mi mujer con senos de crisol de rubíes
Con senos de espectro de la rosa bajo el rocío
Mi mujer con vientre de despliegue de abanico de los días
Con vientre de garra gigante
Mi mujer con espalda de pájaro que huye vertical
Con espalda de azogue
Con espalda de luz
Con nuca de piedra de canto rodado y de tiza mojada
Y de caída de un vaso en que se acaba de beber
Mi mujer con caderas de barca
Con caderas de araña y de plumas de flecha
Y de canutos de plumas de pavo real blanco
De balanza insensible
Mi mujer con nalgas de greda y de amianto
Mi mujer con nalgas de lomo de cisne

Mi mujer con nalgas de primavera
Con sexo de gladiolo
Mi mujer con sexo de yacimiento y de ornitorrinco
Mi mujer con sexo de alga y de bombones viejos
Mi mujer con sexo de espejo
Mi mujer con ojos llenos de lágrimas
Con ojos de panoplia violeta y de aguja imantada
Mi mujer con ojos de sabana
Mi mujer con ojos de agua para beber en prisión
Mi mujer con ojos de bosque siempre bajo el hacha
Con ojos de nivel de agua de nivel de aire de tierra y de fuego


viernes, 10 de marzo de 2017

Gallo de Grazalema (por José Mateos)


Apenas puedo verte

desde esta edad de niebla y noche alta,

gallo de Grazalema, que cantabas

en el corral de enfrente de estas ruinas

donde yo he dado mis primeros pasos.


Nada más eres

sombra de una sombra,

desenfocada imagen sin sustancia

que hoy cruzó por mi mente.


Y sin embargo,

por un momento, tu perfil airoso

rompió la noche, gallo

de Grazalema, y desde qué profunda

oscuridad de un tiempo antes del tiempo,


tu canto antiguo me ha traído el alba.


jueves, 9 de marzo de 2017

En el espacio vacío (por Anne Waldman)


Estoy maquillando el espacio vacío
Todas las pátinas convergen en el espacio vacío
rubor sonrosado en el espacio vacío
Estoy maquillando el espacio vacío
pegando pestañas en el espacio vacío
pintando las cejas del espacio vacío
apilando cremas en el espacio vacío
pintando el mundo de los fenómenos
Estoy colgando adornos en el espacio vacío
clips de oro, peinetas de laca, horquillas plásticas en el espacio vacío
Estoy clavando horquillas metálicas en el espacio vacío
Derramando palabras en el espacio vacío, cautivo al espacio vacío
llenando, cargando, abarrotando el espacio vacío
revoleando collares alrededor del espacio vacío
Piensa en esto, imagina esto: pintando el mundo de los fenómenos
pulseras en las muñecas
pendientes colgando en el espacio vacío

Quería asustarte con la noche que me atemorizaba
la noche flotante, la noche gimiente
Alguien siempre se metía en medio para hacerte olvidar el espacio vacío
te pones todo
te pintas las uñas
te pones echarpes de seda
adornas constantemente el espacio vacío


Cualquiera que sea tu nombre te llamo ‘espacio vacío’
con tus fantasías, tus bailes, acéptalo
con tu extraña manera de cantar acéptalo
con tus sonrisas acéptalo
con tu enorme séquito y acumulación acéptalo
con tus buenos momentos acéptalo
con tu buena fortuna, con tu ociosa fortuna acéptalo
cuando más te parezcas a un pájaro, ese es el momento de aceptarlo
cuando estás haciendo trampas, acéptalo
cuando estás dentro de tu cabeza angustiada
cuando no eres sensata
cuando insistes en las alabanzas de muchas lenguas, ese es el momento de aceptarlo

Todo comienza en la raíz de la lengua
se inicia en la raíz del corazón
hay una médula espinal de viento
cantando y gimiendo en el espacio vacío



miércoles, 8 de marzo de 2017

Brotando del pecho (por Sharon Olds)


Cada vez que veo pechos grandes 
en una mujer pequeña, estos días, mi boca 
se abre, levemente. 
Si viene caminando por la calle, de frente hacia mí, 
es un poco doloroso dejarla pasar, 
una vez me escuché, muy despacio, 
gimiendo. Y en el tren, esa vez 
-ella no tendría más de veinte, 
alta y esbelta- el movimiento del tren 
sacudía sus mamas, constante, 
como cacerolas llenas de agua, las miré 
chapotear, dentro de la piel apretada, y sentí 
una gran tristeza. Estoy tan 
cansada y sedienta. Quiero chupar 
calor dulce, lácteo, la sabrosa 
seda de la mujer humana a lo largo de 
mi mejilla. Quiero ser un bebé, 
quiero ser pequeña y estar desnuda, o con 
un pañal seco, entre brazos tiernos 
con el pezón en mi boca –trabajarlo, con suavidad, 
laxo y generoso en mis encías– 
no necesito dientes, ni siquiera 
las estrellas 
diurnas de los dientes en potencia, quiero 
ser de huesos blandos, flexible, 
una criatura que salió del útero quizá no hace pocos días 
sí un par de semanas, quiero ser un bebé poderoso, 
consciente de la dicha, de la nutrición 
brotando del pecho como la música 
de las esferas. Y no quiero 
que sea 
mi madre. Quiero empezar de nuevo.


martes, 7 de marzo de 2017

Un tumulto tan grande (por E. E. Cummings)



tantos sí mismos (tantos demonios y dioses

cada uno más codicioso que todos) es un hombre

(tan fácilmente uno en otro se esconde;

y aún así el hombre no puede, siendo todos, escapar de ninguno)


un tumulto tan grande es el más simple deseo:

tan despiadada masacre es la esperanza

más inocente (tan profunda es la mente de la carne

y tan despierto lo que al despertar llama dormido)


que nunca está más solitario el hombre solo

(su más breve respiración dura el año de algún planeta,

su vida más larga es el latido de algún sol;

su menor movimiento vaga por la más joven estrella)


—¿cómo puede un tonto que él mismo se llama ‘yo’ presumir

de que comprende al innumerable quién?



lunes, 6 de marzo de 2017

Y toda la calma que nunca he tenido me llega (por Fernando Pessoa)


No sé dónde te he visto ni cuándo.

No sé si ha sido en un cuadro o si ha sido en el campo real, al lado de los árboles y hierbas contemporáneas del cuerpo; ha sido quizás en un cuadro, tan idílica y legible es la memoria que conservo de ti.

No sé cuándo ha sucedido esto, o si realmente ha sucedido -porque puede ser que no te viese ni en un cuadro- pero sé con todo el sentimiento de mi inteligencia que ése ha sido el momento más sosegado de mi vida.

Venías, pastorcilla leve, al lado de un buey manso y enorme, calmosos por el trazo ancho de la carretera. Desde lejos —me parece— os vi, y llegasteis junto a mí y pasasteis. Pareciste no reparar en mi presencia. Ibas lenta y guardadora descuidada del buey grande. Tu mirada se había olvidado de recordar y tenía un gran claro de vida del alma; te había abandonado la conciencia de ti misma. 


Al verte, recordé que las ciudades cambian pero los campos son eternos.

Llaman bíblicos a las piedras y a los montes porque son los mismos, del mismo modo que debieron ser los de los tiempos bíblicos.

Es en la silueta pasajera de tu figura anónima donde pongo toda la evocación de los campos, y toda la calma que nunca he tenido me llega al alma cuando pienso en ti. Tu andar tenía un balanceo leve, un ondular indefinible, en cada gesto tuyo se posaba la idea de un ave; tenías enredaderas invisibles enroscadas alrededor de tu busto. Tu silencio —era la caída de la tarde, y balaba un cansancio de rebaños, cencerreando, por las cuestas pálidas de la hora—, tu silencio era el canto del último pastor que, por olvidado de una égloga nunca escrita por Virgilio, se quedó eternamente encantado y se eterniza en los campos.

Era posible que estuvieras sonriendo; para ti tan sólo, para tu alma, viéndote a ti en tu idea, sonriendo. Pero tus labios estaban tranquilos como el perfil de los montes y el gesto, que no recuerdo, de tus manos rústicas enguirnaldado con flores de los campos.

Ha sido en un cuadro, sí, donde te he visto. ¿Pero de dónde me viene esta idea de que te vi acercarte y pasar a mi lado y yo seguir, sin volverme para atrás para estar viéndote siempre todavía?

Se detiene el Tiempo para dejarte pasar, y yo te amo cuando quiero colocarte en la vida —o en la semejanza de la vida.



domingo, 5 de marzo de 2017

Su propia voz de cosa (por Roberto Juarroz)


Los nombres no designan a las cosas:
las envuelven, las sofocan.

Pero las cosas rompen
sus envolturas de palabras
y vuelven a estar ahí, desnudas,
esperando algo más que los nombres.

Sólo puede decirlas
su propia voz de cosa,
la voz que ni ellas ni nosotros sabemos,
en esta neutralidad que apenas habla,
este mutismo enorme donde rompen las olas.



sábado, 4 de marzo de 2017

El orden de los factores (por Gata Cattana *)


Matar al padre.
Matar al hijo.

El orden de los factores

altera el producto.

Dicen los viejos, los libros,
los filósofos...
todas las fuentes de conocimiento que conozco
dicen
que es fundamental
primero
matar al padre
y luego
matar al hijo,
si lo tuvieras.

Yo he tenido muchos
muchos, tantos
que ni siquiera recuerdo
los nombres que les puse.
que ni siquiera la hora del parto,
ni la hora
de la muerte.
Tantos que
ni uno favorito,
ni mi ojito derecho,
tantos que de
tantos caínes y abeles
aquello era una guerra civil.

Y yo estaba ahí,
con el rostro serio que debe tener Yahvé
viendo,
dejándolos morir...
participando activamente
en la de algunos:

-tu quoque mater mii?
-ego quoque, ego quoque hijo mío,

con mis propias manos
con el mismo puñal que a tus hermanos
hube de matarte en favor propio
y aun así
me siguen saliendo los tiranos
desde el coño a la cabeza,
de la punta de las manos a la punta
de la lengua, cada equis tiempo
y cada equis tiempo
la sangre nos riega
la casa.

Todos los psicólogos,
las bibliotecarias, los poetas,
todas las fuentes de conocimiento
que conozco
y los farmacéuticos insisten:
es fundamental
matar al padre
y luego
matar al hijo.

Pero he tenido tantos,
he sido tan madre que
apenitas tiempo para ser hija
y mi padre sigue vivo.

Pero sólo tengo uno.


............

(*) Gata Cattana (Ana Isabel García) se nos fue de la Tierra anteayer. Hasta siempre.


Lamento por los pies de Andrew Sinclair (por Juan Gelman)


cuando en Toledo Ohio andrew sinclair
empezó a caminar sobre el mundo
dijo "esto es así" y no lloró
pensó lo verde de la época

acostó la cabeza en los pechos maternos como fatigado de pronto por tanta comprobación
los pechos daban flores de leche que caían al piso
y calentaban la memoria
ahora que andrew sinclair es grande

andrew sinclair es grande o es triste
con candelas encendidas pasó lo bajo de la noche
¡oh corazón ardiente hecho pedazos!
los fue sembrando como fieras o furias

¿pero andrew sinclair está aquí?
¿todavía hace sonar su tristeza como un terrible cañón?
¿no caza pajaritos?
¿anda por ahí andrew sinclair?

en la mitad de su memoria la mamá está de pie
dándoles de comer a las gallinas o lavando los platos
con manos lentas bellas grises
que daban brillo como el sol

y abrigaban al andrew sinclair ¡ah caminante!
los demonios del valle le comieron los pies
pero él se inclinaba bajo el sol
brillando como madre

los demonios tienen dos cuernos en la cabeza y pelos en los pies
y echan llamas por la boca y el culo
se comen los ratones sin pelar
bailan como gitanos se beben de un trago medio balde de agua

pero andrew sinclair no
él tiene un joven corazón
lleno de islas con tigres y garzas
bellísimo bellísimo

abajo de andrew sinclair había un río
y más abajo un sol
y debajo la noche
para nosotros dos





viernes, 3 de marzo de 2017

Y el policía alto encendió un cigarrillo (por Sharon Olds)



Al final del día más largo del verano ya no pudo soportar más,

subió por las escaleras de hierro hasta el techo del edificio,

y caminó por la blanda supercie de alquitrán, hasta llegar al borde,

puso una pierna sobre el complejo estaño verde de la cornisa

y les dijo que si se acercaban un paso más, se terminaba todo.

Entonces la enorme maquinaria del mundo empezó a funcionar para salvar su vida,

los policías llegaron con sus uniformes azules grisáceos como el cielo de una tarde

nublada,

y uno se puso un chaleco antibalas, un

caparazón negro alrededor de su propia vida,

la vida del padre de sus hijos, por si

el hombre estaba armado, y otro, colgado de una

soga como un signo de su deber,

apareció por un agujero en lo alto del edicio vecino

como la brillante aureola que, dicen, está en lo alto de nuestras cabezas

y empezó a acercarse con cuidado hacia el hombre que quería morir.

El policía más alto se acercó hacia él sin rodeos,

suave, lentamente, hablándole, hablando, hablando,

mientras la pierna del hombre colgaba al borde del otro mundo

y la multitud se juntaba en la calle, silenciosa, y la

inquietante red con su entramado implacable fue

desplegada cerca de la vereda y extendida y

estirada como una sábana que se prepara para recibir a un recién nacido.

Después todos se acercaron un poco más

donde él se acurrucaba al lado de su muerte, su remera

resplandecía un brillo lácteo como algo

que crece en un plato, de noche, en un laboratorio y de pronto

todo se detuvo

mientras su cuerpo se sacudía y él

bajaba del parapeto e iba hacia ellos

y ellos se acercaban a él, pensé que le iban a dar

una paliza, como una madre que ha perdido

a su hijo y le grita cuando lo encuentra, ellos

lo tomaron de los brazos y lo sostuvieron y

lo apoyaron contra la pared de la chimenea y el

policía alto encendió un cigarrillo

en su propia boca, y se lo dio a él, y

después todos encendieron sus cigarrillos, y

las colillas rojas, radiantes ardieron como

las pequeñas fogatas que encendíamos de noche

en el principio de los tiempos.




jueves, 2 de marzo de 2017

Apareces fugaz (por Felipe Benítez Reyes)


En aquel tren, camino de Lisboa,
en el asiento contiguo, sin hablarte
-luego me arrepentí.
en Málaga, en un antro con luces
del color del crepúsculo, y los dos muy fumados,
y tú no me miraste.
De nuevo en aquel bar de Malasaña,
vestida de blanco, diosa de no sé
qué vicio o qué virtud.
En Sevilla, fascinado por tus ojos celestes
y tu melena negra, apoyada en la barra
de aquel sitio siniestro,
mirando fijamente -estarías bebida- el fondo de tu copa.
En Granada tus ojos eran grises
y me pediste fuego, y ya no te vi más,
y te estuve buscando.
O a la entrada del cine, en no sé dónde,
rodeada de gente que reía.
Y otra vez en Madrid, muy de noche,
cada cual esperando que pasase algún taxi
sin dirigirte incluso
ni una frase cortés, un inocente comentario...
En Córdoba, camino del hotel, cuando me preguntaste
por no sé qué lugar en yo no sé qué idioma,
y vi que te alejabas, y maldije la vida.
Innumerables veces, también,
en la imaginación, donde caminas
a veces junto a mí, sin saber qué decirnos.
Y sí, de pronto en algún bar
o llamando a mi puerta, confundida de piso,
apareces fugaz y cada vez distinta,
camino de tus mundos, donde yo no podré
tener memoria.



miércoles, 1 de marzo de 2017

La amé sin atreverme a creerlo (por Leopoldo María Panero)


Una mujer se acercó a mí y en sus ojos
vi todos mis amores derruidos
y me asombró que alguien amase aún el cadáver,
alguien como esa mujer cuyo susurro
repetía en la noche el eco de todos mis amores aplastados
y me asombró que alguien lamiese en las costras
todavía
tercamente la sustancia que fue oro,
aquello que el tiempo purificó en nada.

Y la vi como quien ve sin creerla
en el desierto la sombra de un agua,

la amé sin atreverme a creerlo.

Y le ofrecí entonces mi cerebro desnudo,
obsceno como un sapo, obsceno como la
vida,
como la paz que para nada sirve
animándola a que día tras día lo tocase
suavemente con su lengua repitiendo
así una ceremonia cuyo sentido único
es que olvidarlo es sagrado.