zUmO dE pOeSíA

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de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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miércoles, 31 de agosto de 2016

Completar una muerte (por Roberto Juarroz)


Hay pocas muertes enteras.

Los cementerios están llenos de fraudes.

Las calles están llenas de fantasmas.

Hay pocas muertes enteras.

Pero el pájaro sabe en qué rama última se posa

y el árbol sabe dónde termina el pájaro.

Hay pocas muertes enteras.

La muerte cada vez es más insegura.

La muerte es una experiencia de vida.

Y a veces se necesitan dos vidas

para poder completar una muerte.

Hay pocas muertes enteras.

Las campanas doblan siempre lo mismo.

Pero la realidad ya no ofrece garantías

y no basta vivir para morir.

martes, 30 de agosto de 2016

Un rango de fósforo mojado (por Agustín Fernández Mallo)


Las imágenes no vienen de afuera sino del fondo

de los ojos, arca donde metimos todas las especies.

Las olas baten contra el acantilado del rostro,

nada importan petroleros, cargueros, barcos de recreo,

el mar carece de memoria, cómo si no la arena

de edificios y de tantas cosas que sin agua serán.

La llama de la chimenea tiene un aire a cartílago pintado,

y el olor a miseria y frío que recrea.

Cuántas motas de polvo hacen falta

para dar marcha atrás y componer un hueso.

Llevo dentro de mí un secreto al cual

no tengo acceso. En el cielo hay resplandores

que no pertenecen al cielo, sino al aro

de la circuncisión. Mi pene es un lugar prestado.

Una cigüeña aguarda quieta,

como tomada por la alucinación de ser árbol o piedra

—el brillo en sus ojos la delata—,

alza el vuelo cuando me acerco, un batir torpe, ávido

de ternura, batir de souvenir traído

de pronto a la vida. Tu presencia adquiere entonces

un rango de fósforo mojado.

La cresta de los montes una cremallera que podría

reventar en cualquier momento.

lunes, 29 de agosto de 2016

Qué viento (por Laura Giordani)


A dónde van a morir
los pájaros, sus pulmones
calcinados de vuelo por qué
sumidero celeste o anti-nido
se fugan, desde dónde
esa caída de estrella
discreta como la muerte.

Cielo y tierra se tocan
porque existen ellos
trazando esas líneas
invisibles que unen la sangre
al relámpago, la garganta
a la lluvia, las plegarias
de la madre al desastre
inminente.

Qué ciudad de hormigas
reclama su sombra, qué
viento se lleva sus huesitos
blancos, naufragados en la altura
hasta hacerlos transparentes.

En qué momento de nuestra ceguera
se desploman.

domingo, 28 de agosto de 2016

Precisamente (por Miguel D' Ors)


Raro asunto la vida: yo que pude
nacer en 1529,
o en Pittsburg o archiduque, yo que pude
ser Chesterton o un bonzo, haber nacido
gallego y d’Ors y todas estas cosas.
Raro asunto
que entre la muchedumbre de los siglos,
que existiendo la China innumerable,
y Bosnia, y las cruzadas, y los incas,
fuese a tocarme a mí precisamente
este trabajo amargo de ser yo.


sábado, 27 de agosto de 2016

Mi cara en el espejo (por Robert Lowell)


Al afeitarme veo, en su toda su extensión,
sólo por esta vez, mi cara en el espejo.
La miro de reojo como si se tratase
de un problema de carpintería...
Aunque la encuentro un poco más delgada,
es la cara de siempre,
con ojos acechantes al ritmo de mi mano..

Nunca tienen los días las suficientes horas...
Según estoy tumbado, confinado, anhelante,
monomaniaco,
celoso incluso de la intrusión más mínima
(me resulta imposible rechazar
la diminuta espina de algún cardo).
Incapaz de imitar la manera espontánea
con que exigen los niños sus respuestas.

Tan inflamable es para mí una piedra
como una cerilla de cartón.

La marea doméstica ha cesado;
y, tú también, inclinas la cabeza
sobre lo que has escrito
y corriges, a veces disgustado,
con cara inexpresiva, como los girasoles.

Tenemos suerte
de haber podido juntos realizar tantas cosas.

viernes, 26 de agosto de 2016

Vengan a mí tus espumas rompientes (por Vicente Aleixandre)


¡Ah! eres tú, eres tú, eterno nombre sin fecha,

bravía lucha del mar con la sed,

cantil todo de agua que amenazas hundirte

sobre mi forma lisa, lámina sin recuerdo.

Eres tú, sombra del mar poderoso,

genial rencor verde donde todos los peces son como piedras por el aire,

abatimiento o pesadumbre que amenazas mi vida

como un amor que con la muerte acaba.

Mátame si tú quieres, mar de plomo impiadoso,

gota inmensa que contiene la tierra,

fuego destructor de mi vida sin numen

aquí en la playa donde la luz se arrastra.

Mátame como si un puñal, un sol dorado o lúcido,

una mirada buida de un inviolable ojo,

un brazo prepotente en que la desnudez fuese el frío,

un relámpago que buscase mi pecho o su destino…

¡Ah, pronto, pronto; quiero morir frente a ti, mar,

frente a ti, mar vertical cuyas espumas tocan los cielos,

a ti cuyos celestes peces entre nubes

son como pájaros olvidados del hondo!

Vengan a mí tus espumas rompientes, cristalinas,

vengan los brazos verdes desplomándose,

venga la asfixia cuando el cuerpo se crispa

sumido bajo los labios negros que se derrumban.

Luzca el morado sol sobre la muerte uniforme.

Venga la muerte total en la playa que sostengo,

en esta terrena playa que en mi pecho gravita,

por la que unos pies ligeros parece que se escapan.

Quiero el color rosa o la vida,

quiero el rojo o su amarillo frenético,

quiero ese túnel donde el color se disuelve

en el negro falaz con que la muerte ríe en la boca.

Quiero besar el marfil de la mudez penúltima,

cuando el mar se retira apresurándose,

cuando sobre la arena quedan sólo unas conchas,

unas frías escamas de unos peces amándose.

Muerte como el puñado de arena,

como el agua que en el hoyo queda solitaria,

como la gaviota que en medio de la noche

tiene un color de sangre sobre el mar que no existe.

jueves, 25 de agosto de 2016

Cada silencio (por Roberto Juarroz)


El silencio que queda entre dos palabras

no es el mismo silencio que envuelve una cabeza cuando cae,

ni tampoco el que estampa la presencia del árbol

cuando se apaga el incendio vespertino del viento.

Así como cada voz tiene un timbre y una altura,

cada silencio tiene un registro y una profundidad.

El silencio de un hombre es distinto del silencio de otro

y no es lo mismo callar un nombre que callar otro nombre.

Existe un alfabeto del silencio,

pero no nos han enseñado a deletrearlo.

Sin embargo, la lectura del silencio es la única durable,

tal vez más que el lector.

miércoles, 24 de agosto de 2016

Un pobre instante (por Joan Margarit)


La muerte no es más que esto: el dormitorio,
la luminosa tarde en la ventana,
y este radiocasete en la mesita
-tan apagado como tu corazón-
con todas tus canciones cantadas para siempre.
Tu último suspiro sigue dentro de mí
todavía en suspenso: no dejo que termine.
¿Sabes cuál es, Joana, el próximo concierto?
¿Oyes cómo en el patio de la escuela
están jugando los niños?
¿Sabes, al acabar la tarde,
cómo será esta noche,
noche de primavera? Vendrá gente.
La casa encenderá todas sus luces.



martes, 23 de agosto de 2016

Jugamos al escondite con nadie (por Fernando Pessoa)


Toda la vida del alma humana es un movimiento en la penumbra. Vivimos, en 
un anochecer de la conciencia, nunca seguros de lo que somos y de lo que nos suponemos ser. En los mejores de nosotros vive la vanidad de algo, y hay un error cuyo ángulo no conocemos. Somos algo que sucede en el descanso de un espectáculo; a veces, por determinadas puertas, entrevemos lo que tal vez no sea más que escenario. Todo el mundo es confuso, como unas voces en la noche.

Estas páginas en las que anoto con una claridad que dura para ellas, ahora mismo las he releído y me interrogo: ¿Qué es esto, y para qué es esto? ¿Quién soy cuando siento? ¿Qué cosa muero cuando soy?

Como alguien que, desde muy alto, intentase distinguir las vidas del valle, yo asimismo me contemplo desde una cima, y soy, a pesar de todo, un paisaje vago y confuso.

Es en estas horas de un abismo en el alma cuando el más pequeño pormenor me oprime como una carta de adiós.

Me siento constantemente en una víspera de despertar, me sufro la envoltura de mí mismo, en una sofocación de conclusiones. De buen grado gritaría si mi voz llegara a algún sitio. Pero hay un gran sueño en mí, y se desplaza de unas sensaciones a otras como una sucesión de nubes, de las que dejan de distintos colores de sol y verde la hierba menos ensombrecida de los campos prolongados.

Soy como alguien que busca al acaso, no sabiendo dónde fue escondido el objeto que no le han dicho lo que es. Jugamos al escondite con nadie. Hay, en algún sitio, un subterfugio trascendente, una divinidad fluida y sólo oída.

Releo, sí, estas páginas que representan horas pobres, pequeños sosiegos o ilusiones, grandes esperanzas desviadas hacia el paisaje, penas como cuartos en los que no se entra, ciertas voces, un gran cansancio, el evangelio por escribir.

Cada uno tiene su vanidad, y la vanidad de cada uno es su olvido de que hay otros con un alma igual. Mi vanidad son algunas páginas, unos fragmentos, ciertas dudas…

¿Releo? ¡He mentido! No oso releer. No puedo releer. ¿De qué me sirve releer?

El que está ahí es otro. Ya no comprendo nada… 

lunes, 22 de agosto de 2016

Quién supiera componer una rosa deshojada (por Juan Ramón Jiménez)


Como el cansancio se abandona al sueño
así mi vida a ti se confiaba...
Cuando estaba en tus brazos, dulce sueño,
te quería dejar... y no acababa.

Y no acababa... ¡Y tú te desasiste,
sorda y ciega a mi llanto y a mi anhelo,
y me dejaste desolado y triste,
cual un campo sin flores y sin cielo!

¿Por qué huiste de mi? ¡Ay, quién supiera
componer una rosa deshojada;
ver de nuevo, en la aurora verdadera,
la realidad de la ilusión soñada!

¿Adónde te llevaste, negro viento,
entre las hojas secas de la vida,
aquel nido de paz y sentimiento
que gorjeaba al alba estremecida?

¿En qué jardín, de qué rincón, de dónde
rosalearán aquellas manos bellas?
¿Cuál es la mano pérfida que esconde
los senos de celindas y de estrellas?

¡Ay quién pudiera hacer que el sueño fuese
la vida!, ¡que esta vida fría y vana
que me anega de sombra, fuera ese
sueño que desbarata mi mañana! 


domingo, 21 de agosto de 2016

Te voy a matar derrota (por Juan Gelman)


Te nombraré veces y veces.
me acostaré con vos noche y día.
Noches y días con vos.
Me ensuciaré cogiendo con tu sombra.
Te mostraré mi rabioso corazón.
Te pisaré loco de furia.
Te mataré los pedacitos.
Te mataré una con Paco.
Otro lo mato con Rodolfo.
Con Haroldo te mato un pedacito más.
Te mataré con mi hijo en la mano.
Y con el hijo de mi hijo muertito.
Voy a venir con Diana y te mataré.
Voy a venir con José y te mataré.
Te voy a matar derrota.
Nunca me faltará un rostro amado
para matarte otra vez.
Vivo o muerto un rostro amado
hasta que mueras
dolida como estás ya lo sé.
Te voy a matar yo
te voy a matar.


sábado, 20 de agosto de 2016

El nombre del pasado (por Tomás Segovia)


No volverá

como el calor que el pan exhala,

esta mitad ya de tu vida,

no volverá a entibiarte aquella sangre

que ya corrió.


Inhábil como un niño,

tu jaula mal cerrada sus pájaros dispersa;

al viento van tus días,

despedazados aleteos.


Lo que ha sido tu vida,

sobre la tierra ahora tiene menos peso

que la huella de un beso

posada en una frente.


O como una palabra

(menos aún que un beso);

¿y a quién se la dirás?

¿a quién le confiarás que amaste, odiaste,

tuviste un día el tiempo entre tus brazos?

El nombre del pasado no quiere decir nada

si no es para los labios que lo dicen.


Buscarás en el peso del silencio

lo que el presente duramente trenza,

y para tener algo entre las manos,

no dirás «he vivido»,

no hablarás esas sílabas

que conmueven tan fugitivamente al aire...


viernes, 19 de agosto de 2016

Vi dos palomas (por Federico García Lorca)


Por las ramas del laurel

vi dos palomas oscuras.

La una era el sol,

la otra la luna.

«Vecinita», les dije,

«¿dónde está mi sepultura?»

«En mi cola», dijo el sol.

«En mi garganta», dijo la luna.

Y yo que estaba caminando

con la tierra por la cintura

vi dos águilas de nieve

y una muchacha desnuda.

La una era la otra

y la muchacha era ninguna.

«Aguilitas», les dije,

«¿dónde está mi sepultura?»

«En mi cola», dijo el sol.

«En mi garganta», dijo la luna.

Por las ramas del laurel

vi dos palomas desnudas.

La una era la otra

y las dos eran ninguna.


jueves, 18 de agosto de 2016

Déjala que hable (por Elkin Restrepo)


Hazte cargo de esa voz que en ti,

como la sombra de un ausente que acompaña,

reclama ya lo suyo.

Súmala a la deshecha costumbre de tus vacíos y esperanzas,

concédele al menos un instante de reposo y memoria,

acógela.


Es tu voz más antigua,

el golpe del viento sobre las claridades de un primer día,

la palabra olvidada a causa de toda desdicha.


Que ella, como un mal amor, gobierne tu vida.

Déjala que hable y calla.

Su hora pide ya una forma a la luna y sus fantasmas.



miércoles, 17 de agosto de 2016

Caía hacia arriba (por Sharon Olds)


Cuando me acosté, para pasar la noche, en el desierto,

boca arriba, y dormité, y mis ojos se abrieron,

mi mirada voló hacia arriba, como si cayera en el cielo,

y vi el ojo abierto de la noche, completamente

cándido, todo iris de un gris estrella,

salpicado por racimos de pupilas brillantes.

Miré, y dormité, y cuando mis párpados se abrían

me desplomaba en lo alto fuera de la atmósfera,

en picada y jadeando como si hubiera dado un paso en falso

en una escalera. Me dormía y volvía en mí, y me dormía,

y cada vez que abría los ojos

caía hacia arriba en la profundidad del universo.

Se veía atestado, hueco, intrincado, elástico,

no sentí que realmente podía verlo

porque no sabía qué era

lo que estaba viendo. Cuando mis párpados se alzaban,

allí estaba lo real… absoluto,

fresco, impersonal, íntimo,

benigno sin dulzura, yo planeaba en lo alto, mi

velocidad súbitamente aumentada para igualar la suya, estaba

entrando en otra dimensión, y sin embargo

una a la que pertenezco, como si

no sólo la tierra mientras estoy aquí, sino el espacio,

y la muerte, y la existencia sin mí, fueran mi casa.



martes, 16 de agosto de 2016

Qué hemos hecho (por Oliverio Girondo)


Todo,

todo,

en el aire,

en el agua,

en la tierra

desarraigado y ácido,

descompuesto,

perdido.

El agua hecha caballo antes que nube y lluvia.

Los toros transformados en sumisas poleas.

El engaño sin malla,

sin “tutu”,

sin pezones.

La impúdica mentira exhibiendo el trasero

en todas las posturas,

en todas las esquinas.

Las polillas voraces de expediente cocido,

disfrazadas de hiena,

de tapir con mochila.

Las techumbres que emigran en oscuras bandadas.

Las ventanas que escupen dentaduras de piano,

cacerolas,

espejos,

piernas carbonizadas.

Porque mirad

sin musgo,

mi corazón de yesca,

qué hicimos,

qué hemos hecho

con nuestras pobres manos,

con nuestros esqueletos de invierno y de verano.

Desatar el incendio.

Aplaudir el desastre.

Trasladar,

sobre caucho,

apetitos de pústula.

Prostituir los crepúsculos.

Adorar los bulones

y los secos cerebros de nuez reblandecida…

Como si no existiera más que el sudor y el asco;

como si sólo ansiáramos nutrir con nuestra sangre

las raíces del odio;

como si ya no fuese bastante deprimente

saber que sólo somos un pálido excremento

del amor,

de la muerte.


lunes, 15 de agosto de 2016

Y estar aquí contigo (por Miguel D' Ors)


Qué dicha no ser Basho, en cuya voz
florecían tan leves los ciruelos,
ni ser Beethoven con su borrasca en la frente
ni Tomás Moro en el taller de Holbein.
Qué dicha no tener
un bungalow en Denver (Colorado)
ni estar mirando desde el Fitz Roy el silencio
mineral de la tarde patagónica
ni oler la bajamar de Saint-Malo

y estar aquí contigo, respirándote, viendo
la lámpara del techo reflejada en tus ojos.



domingo, 14 de agosto de 2016

La lluvia sonaba (por Fernando Pessoa)


Toda la noche, y durante horas, el chirriar de la lluvia ha bajado. Toda la noche, conmigo entredespierto, la monotonía fría me ha insistido en los cristales.

Ora un jirón de viento, en un aire más alto, azotaba, y el agua ondeaba en sonido y pasaba unas manos rápidas por la ventana; ora con un sonido sordo sólo hacía sueño en el exterior muerto. Mi alma era la misma de siempre, entre sábanas como entre gentes, dolorosamente consciente del mundo. Tardaba el día como la felicidad: a aquella hora parecía que también indefinidamente.

¡Si el día y la felicidad no llegasen nunca! Si esperar, cuando menos, pudiese ni siquiera tener la desilusión de conseguir.

El ruido casual de un carro tardío, saltando áspero sobre las piedras, crecía desde el fondo de la calle, hacia el fondo del vago sueño que yo no conseguía del todo.

Batía, de cuando en cuando, una puerta de la escalera. A veces había un chapotear líquido de pasos, un rozar por sí mismas de ropas mojadas. Una u otra vez, cuando los pasos eran más, sonaba alto y atacaban. Después, el silencio volvía, con los pasos que se apagaban, y la lluvia continuaba innumerablemente.

En las paredes oscuramente visibles de mi cuarto, si abría yo los ojos del sueño falso, flotaban fragmentos de sueños por hacerse, vagas luces, trazos oscuros, cosas de nada que trepaban y bajaban. Los muebles, mayores que de día, manchaban vagamente el absurdo de la tiniebla. La puerta era indicada por algo ni más blanco ni más negro que la noche, pero diferente. En cuanto a la ventana, yo sólo la oía.

Nueva, fluida, variable, la lluvia sonaba. Los momentos se retrasaban ante su sonido. La soledad de mi alma se ensanchaba, se arrastraba, invadía lo que yo sentía, lo que yo quería, lo que yo no iba a soñar. Los objetos vagos, participantes, en la sombra, de mi insomnio, pasaban a tener lugar y dolor en mi desolación.


sábado, 13 de agosto de 2016

Un amor no sometido (por Roberto Juarroz)


Un amor más allá del amor,
por encima del rito del vínculo,
más allá del juego siniestro
de la soledad y de la compañía.
Un amor que no necesite regreso,
pero tampoco partida.
Un amor no sometido
a los fogonazos de ir y de volver,
de estar despiertos o dormidos,
de llamar o callar.
Un amor para estar juntos
o para no estarlo
pero también para todas las posiciones
intermedias.
Un amor como abrir los ojos.
Y quizá también como cerrarlos.


viernes, 12 de agosto de 2016

Conquistando un secreto (por José Manuel Díez)


Crece inerme la dicha para aquel que se ignora:

quien no se reconoce no se juzga.

Sin embargo, algo dentro de nosotros asciende

contra su propio impulso sosegado,

sobre su propia inercia, hacia su centro.

Sin embargo, algo dentro de nosotros progresa

conquistando un secreto que, al cifrarnos, protege

cuanto habremos de ser,

desconocidos.


Y quién se hace preguntas sin desvelo.

Y quién duda su nombre sin tristeza.


Somos la voz de un eco irresoluto:

una voz que, al pensarse, manifiesta su nada,

su elipsis ulterior,

su mudo origen.


jueves, 11 de agosto de 2016

Autorretrato con mar (por Joan Margarit)


Aquel niño callado. Juega solo.
Permanece detrás de estos ojos de viejo,
resiste la embestida brutal del mediodía
oyendo los confusos versículos del mar
y el grito de los cuerpos desnudos y oxidados
al entrar en las aguas transparentes y frías
de la playa de piedras. Avergonzado, corre
de un escondite a otro de los cuentos.

Duerme dentro de mí, desvalida criatura:
duerme dentro de mí, una noche de reyes,
donde en silencio vuelan las escobas
y los lobos dejaron sus huellas en la nieve.
Afuera brilla un cielo lleno de albaricoques,
y el mar azul oscuro de ciruelas
se deshace en los negros cuchillos de las rocas.

El verano de alcohol frío en los ojos
me hace sentir mi vida como la pulpa oscura
y dorada de un fruto que se pudre
alrededor del hueso del recuerdo.
Dentro de mí ocúltate, desvalida criatura.
Dentro de mí protégete de la cruel claridad.
Recita la leyenda que habla del niño gris
y de la miserable bicicleta
montada por el triste ciclista del suburbio.
Te busca y está cerca. Pedalea hacia aquí.


miércoles, 10 de agosto de 2016

Gloria (por José Julio Cabanillas)


Gloria por la palabra que mi boca
no acierta a decir nunca, mientras mi mano tiembla
o deja garabatos rotos como la nieve
que a copos viste de niñez los montes.

Por el lucero rojo que acompaña a la luna.

Por el olivo cano, desde chico tan serio,
que luego da el aceite con su risa de oro.

Por el lomo estrellado de la trucha
que se parece al manto de Merlín.

Gloria por el rocío y el diminuto cielo
que deja en cada brizna.

Por la caja de música que suena en el verano
-con el lucero, el grillo; con el sol, la chicharra-,
porque saben sus notas el más secreto anhelo.

Gloria también por todas las cosas que no sé.


martes, 9 de agosto de 2016

Duele la tierra (por Vicente Aleixandre)


Duele la cicatriz de la luz,
duele en el suelo la misma sombra de los dientes,
duele todo,
hasta el zapato triste que se lo llevó el río.

Duelen las plumas del gallo,
de tantos colores
que la frente no sabe qué postura tomar
ante el rojo cruel del poniente.

Duele el alma amarilla o una avellana lenta,
la que rodó mejilla abajo cuando estábamos dentro del
agua
y las lágrimas no se sentían más que al tacto.

Duele la avispa fraudulenta
que a veces bajo la tetilla izquierda
imita un corazón o un latido,
amarilla como el azufre no tocado
o las manos del muerto a quien queríamos.

Duele la habitación como la caja del pecho,
donde palomas blancas como sangre
pasan bajo la piel sin pararse en los labios
a hundirse en las entrañas con sus alas cerradas.

Duele el día, la noche,
duele el viento gemido,
duele la ira o espada seca,
aquello que se besa cuando es de noche.

Tristeza. Duele el candor, la ciencia,
el hierro, la cintura,
los límites y esos brazos abiertos, horizonte
como corona contra las sienes.

Duele el dolor. Te amo.
Duele, duele. Te amo.
Duele la tierra o uña,
espejo en que estas letras se reflejan.

lunes, 8 de agosto de 2016

Una ventana (por Jorge Guillén)


El cielo sueña nubes para el mundo real
con elemento amante de la luz y el espacio.
Se desparraman hoy dunas de un arrecife,
arenales con ondas marinas que son nieves.
Tantos cruces de azar, por ornato caprichos,
están ahí de bulto con una irresistible
realidad sonriente. Yo resido en las márgenes
de una profundidad de transparencia en bloque.
El aire está ciñendo, mostrando, realzando
las hojas en la rama, las ramas en el tronco,
los muros, los aleros, las esquinas, los postes:
serenidad en evidencia de la tarde,
que exige una visión tranquila de ventana.
Se acoge el pormenor a todo su contorno:
guijarros, esa valla, más lejos un alambre.
Cada minuto acierta con su propia aureola,
¿o es la figuración que sueña este cristal?
Soy como mi ventana. Me maravilla el aire,
¡hermosura tan límpida ya de tan entendida,
entre el sol y la mente! Hay palabras muy tersas,
y yo quiero saber como el aire de junio.
La inquietud de algún álamo forma brisa visible,
en círculo de paz se me cierra la tarde,
y un cielo bien alzado se ajusta a mi horizonte.

domingo, 7 de agosto de 2016

Aguas benditas (por Elder Silva)


Los dos bajo la ducha:
tu mano moviendo los grifos amarillos
(equivocados),
el tránsito del agua por los lugares recién amados
de tu cuerpo,
senos altos bajo la cascada,
la lluvia del pelo en el entorno de los hombros,
las manos comerciando con tu vientre,
con los movimientos pretorianos de tu boca desnuda.
El niágara habitual en casa del poeta solo,
a donde llegabas, te mojabas,
ibas y venías
siempre intacta.

(Olímpica en el corredor de los departamentos.)

El niágara habitual bajo el cual el mundo desaparecía.
Al menos, el de las malas ideas,
el de borrascosas tardes.


sábado, 6 de agosto de 2016

La mujer de Noé habla consigo misma (por Bárbara Korun)


Hace días, años estoy acurrucada acá, en el entrepuente.
Descendí por compasión hacia los animales que gemían.
Aquí está oscuro, húmedo, con olor a encierro.
Hay un hedor insoportable.
Los cocodrilos abren sus dentadas fauces,
las serpientes sisean, los leones rugen hambrientos,
y todo lo sobrevuela el inquieto pataleo
del poder de los elefantes.

Al principio tenía miedo a la oscuridad y a los sonidos,
al hormigueo incomprensible de seres que no veía,
que apenas sospechaba -arañas, ratones,
ciempiés, escorpiones-.
Sea grande o pequeño, todo se mueve a un compás
monstruosamente armonioso,
como en un agua invisible,
oscura e irracional.
Me convertí en uno de ellos,
percibí nuestro latido común,
cálido, húmedo, con olor a encierro.

40 días, 40 años.
Hemos envejecido, nos hemos tranquilizado
en nuestra tristeza, en nuestra hambre.
Aquí abajo no hay dios.
Al abrigo de los vapores esperamos el rostro barbado
de alguien que cumple mandatos divinos.

Oigo un ruido:
Noé está soltando a los animales a tierra firme.
Apoyo mi rostro contra la hendidura de la puerta
y la luz, que ya había olvidado, me empapa.

Cuando mi marido, que ya se olvidó de mí, abra la puerta,
se abalanzará contra su pecho lleno de viento y sol
una manada de animales,
un cuerpo de múltiples colas y miles de ojos brillantes
que se mueve a la menor sospecha. Yo la primera.

viernes, 5 de agosto de 2016

¿Quién puede saber? (por Seunghyu Yi)


La nube blanca sale del templo de la colina al amanecer.
La nube blanca vuelve al templo de la colina al atardecer.
El pino verde envejece, la luna clara se mira en el río.
¿Quién puede saber de iluminación y no iluminación?


jueves, 4 de agosto de 2016

Mar ideal (por Juan Ramón Jiménez)


Los dos vamos nadando
-agua de flores o de hierro-
por nuestras dobles vidas.

-Yo, por la mía y por la tuya;
tú, por la tuya y por la mía-.

De pronto, tú te ahogas en tu ola,
yo en la mía; y, sumisas,
tu ola, sensitiva, me levanta,
te levanta la mía, pensativa.


miércoles, 3 de agosto de 2016

Bájate entonces (por Juan Gelman)


Padre,
desde los cielos bájate, he olvidado
las oraciones que me enseñó la abuela,
pobrecita, ella reposa ahora,
no tiene que lavar, limpiar, no tiene
que preocuparse andando el día por la ropa,
no tiene que velar la noche, pena y pena,
rezar, pedirte cosas, rezongarte dulcemente.

Desde los cielos bájate, si estás, bájate entonces,
que me muero de hambre en esta esquina,
que no sé de qué sirve haber nacido,
que me miro las manos rechazadas,
que no hay trabajo, no hay,
bájate un poco, contempla
esto que soy, este zapato roto,
esta angustia, este estómago vacío,
esta ciudad sin pan para mis dientes, la fiebre
cavándome la carne,
este dormir así,
bajo la lluvia, castigado por el frío, perseguido
te digo que no entiendo, Padre, bájate,
tócame el alma, mírame
el corazón!,
yo no robé, no asesiné, fui niño
y en cambio me golpean y golpean,
te digo que no entiendo, Padre, bájate,
si estás, que busco
resignación en mí y no tengo y voy
a agarrarme la rabia y a afilarla
para pegar y voy
a gritar a sangre en cuello

martes, 2 de agosto de 2016

Geografía fuera de su sitio (por Jorge Spíndola)


ahora manejo un peugeot 404 modelo 79
voy evadiendo el precipicio
ese pozo profundo donde algún día caeremos

cae la helada del invierno
y la noche se ha puesto blanca

unos carteles oxidados
señalan lugares inexactos
geografía fuera de su sitio

aquí no hay indicios de tu nombre

/parada kunzel 2 km./
unos surtidores de nafta abandonados
parecen cristianos a la izquierda del camino

línea sur donde todo se evapora
aquí voy una vez más con el viejo peugeot
alumbrando un pedazo de la ruta

todo ha sido tan fugaz
como esa liebre
encandilada por los focos

la luz abre dos túneles helados
en la espalda del camino

ahí va ese que soy
y todos los que fui

va rodando sobre el mundo
silencioso

a 80 km. por hora

y no hay indicios de tu nombre

lunes, 1 de agosto de 2016

Todo lo que no es mío (por Fernando Pessoa)


Yo nunca he hecho más que soñar. Ha sido ése, y sólo ése, el sentido de mi vida. Nunca he tenido otra preocupación verdadera que mi vida interior. Los mayores dolores de mi vida se me esfuman cuando, abriendo la ventana que da a la calle de mi sueño, puedo olvidarme en la visión de su movimiento.

Nunca he pretendido ser más que un soñador. A quien me ha hablado de vivir nunca le he prestado atención. He pertenecido siempre a lo que no está donde estoy y a lo que nunca he podido ser. Todo lo que no es mío, por bajo que sea, ha tenido siempre poesía para mí. Nunca he amado sino a ninguna cosa.

Nunca he deseado sino lo que no podía imaginar. A la vida, nunca le he pedido sino que pasase por mí sin que yo la sintiera. Del amor apenas he exigido que nunca dejara de ser un sueño lejano. En mis propios paisajes interiores, irreales todos ellos, ha sido siempre lo lejano lo que me ha atraído, y los acueductos que se esfuman —casi en la distancia de mis paisajes soñados- tenían una dulzura de sueño en relación a las otras partes del paisaje, una dulzura que hacía que yo pudiera amarlos.

Mi manía de crear un mundo falso todavía me acompaña, y sólo cuando muera me abandonará. No alineo hoy en mis gavetas carretes de cuerda y peones de ajedrez —con un alfil o un caballo acaso sobresaliendo— pero me da pena no hacerlo… y alineo en mi imaginación, cómodamente, como quien en el invierno se calienta a la lumbre, figuras que habitan, y son constantes y vivas, mi vida interior.

Tengo un mundo de amigos dentro de mí, con vidas propias, reales, definidas e imperfectas. Algunos pasan dificultades, otros llevan una vida bohemia, pintoresca y humilde. Hay otros que son viajantes de comercio. (Poder soñarme viajante de comercio siempre ha sido una de mis grandes ambiciones -¡desgraciadamente irrealizable!-). Otros viven en aldeas y villas, allá hacia las fronteras de un Portugal que hay dentro de mí; vienen a la ciudad, donde por casualidad los encuentro y reconozco, y les abro los brazos emotivamente. Y cuando sueño esto, y me veo encontrándolos, todo yo me alegro, me realizo, me exalto, me brillan los ojos, abro los brazos y siento la felicidad incomparable, real.

¡Ah, no hay añoranzas más dolorosas que las de las cosas que nunca han sido! Lo que siento cuando pienso en el pasado que he tenido en el tiempo real, cuando lloro sobre el cadáver de la vida de mi infancia ida…, eso mismo no llega al fervor doloroso y trémulo con que lloro el que no sean reales las figuras humildes de mis sueños, las mismas figuras secundarias que me acuerdo de haber visto una sola vez, por casualidad, al volver una esquina de mis visiones, al pasar por un portón en una calle que he recorrido por ese sueño.

¡La rabia de que la nostalgia no pueda revivir y levantarse nunca es tan lacrimosa contra Dios que ha creado imposibilidades, como cuando medito que mis amigos de sueño, con quienes he compartido tantos pormenores de una vida supuesta, con quienes tantas conversaciones iluminadas, en cafés imaginarios, he tenido, no han pertenecido, al final, a ningún espacio en el que pudieran ser realmente, con independencia de mi conciencia de ellos!

¡Oh, el pasado muerto que traigo conmigo y jamás ha estado sino en mí! ¡Las huertas, los pomares, el pinar de la quinta que fue sólo en mi sueño! ¡Mis vacaciones supuestas, mis paseos por un campo que nunca ha existido! Los árboles de al borde de la carretera, los atajos, las piedras, los campesinos que pasan…, todo esto, que nunca ha pasado de un sueño, está conservado en mi memoria causando dolor, y yo, que he pasado horas soñándolos, paso después horas recordando haberlos soñado y es, en verdad, nostalgia lo que siento, un pasado que lloro, una vida real muerta que miro, solemne, en su ataúd.

Existen también los paisajes y las vidas que no han sido completamente interiores. Ciertos cuadros, sin subido relieve artístico, ciertos óleo-grabados que había en paredes con las que he convivido muchas horas, pasan a ser realidad dentro de mí. Aquí, la sensación era otra, más hiriente y triste. Me quemaba no poder estar allí, fuesen reales o no. ¡No ser yo, al menos, una figura más, dibujada junto a aquel bosque al claro de luna que había en un grabado pequeño de un cuarto donde dormí de más pequeño! ¡No poder pensar que estaba allí oculto, en el bosque a la orilla del río, por aquel claro de luna eterno (aunque mal dibujado), viendo al hombre que pasa en una barca por debajo de la inclinación del sauce!

Entonces, el no poder soñar enteramente me dolía. Las facciones de mi nostalgia eran otras. Los gestos de mi desesperación eran diferentes. La imposibilidad que me torturaba pertenecía a otro orden de angustia. ¡Ah, no tener todo esto un sentido en Dios, realización conforme al espíritu de nuestros deseos, no sé dónde, por un tiempo vertical, consustanciado con la dirección de mis nostalgias y de mis devaneos! ¡No haber, por lo menos sólo para mí, un paraíso hecho de esto! No poder yo encontrar a los amigos que he soñado, pasear por las calles que he creado, despertar, entre el ruido de los gallos y de las gallinas y el rumorear matutino de la casa, en la quinta en que me supuse… y todo esto más perfectamente organizado por Dios, puesto en ese orden perfecto para existir, en la precisa forma para tenerlo yo, que ni mis propios sueños llegan sino a la falta de conciencia del espacio íntimo que entretienen esas pobres realidades.

Levanto la cabeza de encima del papel en que escribo… Es pronto todavía. Apenas ha pasado el mediodía y es domingo. El mal de la vida, la enfermedad de ser consciente, entra en mi propio cuerpo y me perturba. ¡No haber islas para los incómodos, alamedas vetustas, inencontrables por otros, para los aislados en el soñar! ¡Tener que vivir y, por poco que sea, que hacer cosas; tener que rozarse con el hecho de que haya otra gente, también real, en la vida! ¡Tener que estar aquí escribiendo esto, por serme preciso para el alma el hacerlo, e, incluso esto, no poder soñarlo apenas, expresarlo sin palabras, hasta sin conciencia, mediante una construcción de mí mismo en música y desvanecimiento, de modo que me subieran las lágrimas a los ojos sólo de sentirme expresarme, y yo floreciera, como un río encantado, por lentos declives de mí mismo, cada vez más hacia lo Inconsciente y lo Distante, sin sentido ninguno excepto Dios!