lunes, 30 de noviembre de 2015
Sectores defectuosos (por Theodore Roethke)
La dilatada ruta de salida del yo
tiene muchos rodeos, sectores defectuosos aún sin asfaltar,
donde el auto resbala por el ripio,
y las ruedas de atrás quedan casi colgando en el vacío,
ante el desvío súbito que obliga a hacer la curva.
Mejor estar atento, precaverse de piedras y derrumbes.
El arroyo que corre en medio de la ruta, las lomas
carcomidas por el viento, las quebradas,
los torrentes crecidos en verano por las riadas
que bajan hacia el angosto valle.
Los juncos aplastados por el viento y la lluvia,
que el largo invierno agrisa, y que al fin del verano
se queman hasta el tallo.
O la ruta se estrecha,
y sube viboreando hacia el riacho con sus filosas piedras,
las tierras altas donde crecen alisos y abedules,
a través del pantano que parece vivir por sus arenas movedizas,
y un abeto caído impide finalmente continuar,
cae la oscuridad sobre los matorrales
y en las cañadas se adivina el miedo.
domingo, 29 de noviembre de 2015
Esta corona de luz (por Horacio Zabaljáuregui)
Esa noche sacamos las sillas a la vereda.
Como todas las noches.
La respiración calcinada.
Los cascarudos hacen pogo bajo los faroles.
Cientos.
Las familias en auto
salen a dar una vuelta:
el saludo desganado, desde la puerta
mascullado apenas el nombre del paseante.
Días de bochorno y seca.
Las gallinas con los picos abiertos y el ojo de miel,
desencajado.
El viento norte levanta polvo radioactivo.
No se apura el resto de cerveza;
queda tibia en el fondo del vaso.
Sacamos las sillas a la vereda
pero no hay fresca.
Habrá tormenta,
será inolvidable:
“Santa Bárbara, bendita
que en el cielo estás escrita “
se persigna mi tía.
Súbitas sierpes de luz
en la bóveda de la noche:
galerías de refucilos
estampados
sobrenaturales
en el recuerdo.
El agua no llega
y la sequía raspa el aire inmóvil.
Que no llegue por ahora;
que se resquebraje el cielo,
fulminado.
Que se astille en un laberinto de relámpagos
(La iglesia, está a la vuelta, tiene pararrayos.)
Los truenos rezagados
empiezan a templar el parche por el oeste.
Yo sabía que primero era la luz
y después, la garganta tonante del cielo.
De pronto un relámpago
dibuja mi sombra contra la pared.
Mis tías invocan a Dios
y entran las sillas.
“Dios se agarró flor de tranca”, pienso,
pero no lo digo:
susceptibles, si los hay,
los creyentes.
“No voy a entrar”, digo
fascinado;
voy a ver para encofrar
esta corona de luz,
virulenta
que a mano alzada
labra Santa Bárbara.
Líneas en la entraña oscura
del verano,
lo que queda
en la red del sueño.
Al fin de la noche,
los desfiladeros de la lluvia,
su piadoso manto,
animarán
la fiesta de las ranas.
sábado, 28 de noviembre de 2015
La puerta (por Charles Tomlinson)
Muy poco
se ha dicho
de la puerta, una de
sus hojas vuelta hacia el aguacero
de la noche, y la otra
hacia el temblor y el brillo de la lumbre.
El aire, encerrado
tras esta cubierta
en el libro del cuarto,
se llena con las páginas
sucesivas de oscuridad y fuego
mientras el viento empuja los paneles o revuelve la llama.
No solo
el rompeolas
de la tormenta, sino la repentina
frontera de nuestros encuentros, apariciones,
y dueña de tanto espacio
como la vista a través de un dolmen.
Pues las puertas
son a la vez marco y monumento
al tiempo consumido,
y muy poco
se ha dicho
de nuestras idas y venidas a través de ellas.
se ha dicho
de la puerta, una de
sus hojas vuelta hacia el aguacero
de la noche, y la otra
hacia el temblor y el brillo de la lumbre.
El aire, encerrado
tras esta cubierta
en el libro del cuarto,
se llena con las páginas
sucesivas de oscuridad y fuego
mientras el viento empuja los paneles o revuelve la llama.
No solo
el rompeolas
de la tormenta, sino la repentina
frontera de nuestros encuentros, apariciones,
y dueña de tanto espacio
como la vista a través de un dolmen.
Pues las puertas
son a la vez marco y monumento
al tiempo consumido,
y muy poco
se ha dicho
de nuestras idas y venidas a través de ellas.
viernes, 27 de noviembre de 2015
Podría ser un montón de cosas (por Leigh Stein)
Gracias a la viciada definición del eterno retorno
no me agrada hablar de materias filosóficas.
Han encontrado la verdad y la verdad es que
no hay verdad alguna, así que en sábado ellos
usan sus abrigos y se quedan sumidos en sus reflexiones
y tratan de averiguar cuál infancia fue peor,
pero al final ellos caen en la cuenta de que comparten
el mismo sueño de tener una razón
para unirse al programa de protección a testigos
para decepcionar al menos a una persona, quien
pensó que su sueño era tan único como él.
La otra noche una galleta de la fortuna me decía
que no congeniaría con nadie,
y a cambio aprendí la palabra china
para decir uva: putao, esto me hizo imaginar cómo cada
uno informa al otro. Para averiguarlo, ve a la página 117.
Me imagino cuánto tiempo podré vivir aquí
antes de hacer algo irresponsable como
conocer algún adolescente en una rueda de la fortuna en 1941
o quedarme en la calle y ver a los semáforos
cambiar de verde a amarillo o sentarme en un porche
columpiándome al atardecer y escuchar Leaves of Grass
leído por alguien que no ha hecho otra cosa que trabajar todo el día
con sus manos. Ya en la página 56 te amo
tanto que sólo quiero robar tu ropa
cuando te has dormido y lavarla. Quiero
comunicarme telepáticamente contigo hasta envejecer
y sufrir de demencia y no importarme que no pueda
recordar que sé cómo tocar el piano hasta
que la enfermera me diga que lo sé y aun así negarme a tocar
hasta que ella ponga mis manos en las teclas y entonces
ahí tendremos a Chopin tan rápido, como la luz
que se derrama en las ventanas inclinándose
a las lilas. Gracias a la viciada definición del eterno
retorno estoy delante de un espejo
sosteniendo una copia de la película basada en el libro
que escribiste basada en las partes de nuestra vida
juntos que ya no logro recordar y
mirando hacia mí veo a una mujer sosteniendo
la película basada en un libro basado en su vida
y ella se pregunta si la mujer que ve
desea morir tanto como ella. Sigo
mirando este moretón en mi pierna y dibujo
un espacio en blanco. Anoche que llamaste te conté
que era feliz, lo que era cierto, pero pensando hacia el futuro
podría ser tremendamente infeliz, también, si es eso
lo que deseas escuchar. Podría ser un montón de cosas más:
una muñeca, un fantasma, una bahía, una soga. Pude
ser la persona que no conocía el lenguaje.
Yo podría ser la razón por la que te llevaron.
Yo podría ser la última persona que te vio con vida.
jueves, 26 de noviembre de 2015
O no esperando nada (por Lezama Lima)
Estar en la noche
esperando una visita,
o no esperando nada
y ver cómo el sillón lentamente
va avanzando hasta alejarse de la lámpara.
Sentirse más adherido a la madera
mientras el movimiento del sillón
va inquietando los huesos escondidos,
como si quisiéramos que no fueran vistos
por aquellos que van a llegar.
Los cigarros van reemplazando
los ojos de los que no van a llegar.
Colocamos el pañuelo
sobre el cenicero para que no se vea
el fondo de su cristal,
los dientes de sus bordes,
los colores que imitan sus dedos
sacudiendo la ausencia y la presencia
en las entrañas que van a ser sopladas.
La visita o la nada
cubiertas por el pañuelo,
como el llegar de la lluvia
para oídos lejanos,
saltan del cenicero,
preparando la eternidad
de sus pisadas o se organizan
inclinándose sobre un montón de hojas
que chisporrotean sobre el jarrón
de la abuela,
huyendo del cenicero.
esperando una visita,
o no esperando nada
y ver cómo el sillón lentamente
va avanzando hasta alejarse de la lámpara.
Sentirse más adherido a la madera
mientras el movimiento del sillón
va inquietando los huesos escondidos,
como si quisiéramos que no fueran vistos
por aquellos que van a llegar.
Los cigarros van reemplazando
los ojos de los que no van a llegar.
Colocamos el pañuelo
sobre el cenicero para que no se vea
el fondo de su cristal,
los dientes de sus bordes,
los colores que imitan sus dedos
sacudiendo la ausencia y la presencia
en las entrañas que van a ser sopladas.
La visita o la nada
cubiertas por el pañuelo,
como el llegar de la lluvia
para oídos lejanos,
saltan del cenicero,
preparando la eternidad
de sus pisadas o se organizan
inclinándose sobre un montón de hojas
que chisporrotean sobre el jarrón
de la abuela,
huyendo del cenicero.
miércoles, 25 de noviembre de 2015
Mono (por Wislawa Szymborska)
Expulsado del paraíso antes que el hombre
por tener unos ojos tan contagiosos
que, al pasear la mirada por el jardín,
hundía en una tristeza imprevisible
a los mismos ángeles. Por esa razón
debía, aunque sin su humilde consentimiento,
erigir aquí en la tierra sus nobles linajes.
Saltarín, prensil y atento, hasta hoy tiene gratia
escrita con la t de terciario.
Adorado en el antiguo Egipto, con una constelación
de pulgas en sus cabellos plateados por la santidad,
escuchaba archicallando, afligido,
lo que querían de él. ¡Ay, la no muerte!
Y se alejaba moviendo su rosado trasero
en señal de que ni aprueba, ni prohíbe.
En Europa le quitaron el alma,
pero le dejaron las manos por descuido;
y cierto monje, al pintar a una santa,
le puso manos delgaditas, animales.
Y la santa tenía que
tomar la gracia como si fuera una nuez.
Caliente como un recién nacido, tembloroso como un anciano,
los navíos lo llevaban a las cortes reales.
Chillaba, brincando con una cadena dorada,
con su frac de marqués con los colores de un loro.
Casandra. De qué reírse aquí.
Comestible en China, hace sobre el plato
muecas asadas o cocidas.
Irónico como un brillante en un engaste falso.
Parece ser que su cerebro, al que le falta algo,
después de todo no ha inventado la pólvora,
tiene un sabor muy fino.
En las fábulas, solitario e inseguro,
llena el interior de los espejos con sus muecas,
se burla de sí mismo, es decir, nos da un buen ejemplo,
a nosotros, de quienes sabe todo, como un pariente pobre,
aunque no nos saludemos.
por tener unos ojos tan contagiosos
que, al pasear la mirada por el jardín,
hundía en una tristeza imprevisible
a los mismos ángeles. Por esa razón
debía, aunque sin su humilde consentimiento,
erigir aquí en la tierra sus nobles linajes.
Saltarín, prensil y atento, hasta hoy tiene gratia
escrita con la t de terciario.
Adorado en el antiguo Egipto, con una constelación
de pulgas en sus cabellos plateados por la santidad,
escuchaba archicallando, afligido,
lo que querían de él. ¡Ay, la no muerte!
Y se alejaba moviendo su rosado trasero
en señal de que ni aprueba, ni prohíbe.
En Europa le quitaron el alma,
pero le dejaron las manos por descuido;
y cierto monje, al pintar a una santa,
le puso manos delgaditas, animales.
Y la santa tenía que
tomar la gracia como si fuera una nuez.
Caliente como un recién nacido, tembloroso como un anciano,
los navíos lo llevaban a las cortes reales.
Chillaba, brincando con una cadena dorada,
con su frac de marqués con los colores de un loro.
Casandra. De qué reírse aquí.
Comestible en China, hace sobre el plato
muecas asadas o cocidas.
Irónico como un brillante en un engaste falso.
Parece ser que su cerebro, al que le falta algo,
después de todo no ha inventado la pólvora,
tiene un sabor muy fino.
En las fábulas, solitario e inseguro,
llena el interior de los espejos con sus muecas,
se burla de sí mismo, es decir, nos da un buen ejemplo,
a nosotros, de quienes sabe todo, como un pariente pobre,
aunque no nos saludemos.
martes, 24 de noviembre de 2015
Como de un calabozo (por Juan Gelman)
cuando raf salinger se enamoró o quiso de verdad
salió de sí como de un calabozo
brilló con propia luz
no tuvo tacha ni defecto ni mengua
como caballos como vacas al fin de la jornada
raf salinger vertía sus aguas en plena soledad
fulguró afuera como sol
no pálido de cárcel no en guerra
"cuidado que me lastimás” decía raf salinger
a los hombres de manos ásperas
que como niños están cubiertos de miel
pero le quitan la victoria el vencedor
“oh ángel que te inclinas en la primera mitad”
decía raf salinger furioso cavando
el viento que le envolvía la trasluz
o el revés de los días malos que le comían la verdad
“si el coraje consiste en ser prudente” decía raf salinger
“si los vestidos significan desnudez y miseria
dicha el llanto cadáver curación, te arde amor el odio” decía
con gran perdones finalmente
todas las ventanitas se cerraron
cuando raf salinger murió
un calor le creció entre amor y afuera
juntándole los dos al solito
“ah tiempos no distancias que hay entre mí
entre mi calor y mi sol” decía raf salinger
casi disuelto ya bajo la sombra
que le apagaba el hubo que vivir
sobre su gente subió el frecuente olvido
peor raf salinger viajaba abrigado
por un cuerpo desnudo
encontrado o joven
salió de sí como de un calabozo
brilló con propia luz
no tuvo tacha ni defecto ni mengua
como caballos como vacas al fin de la jornada
raf salinger vertía sus aguas en plena soledad
fulguró afuera como sol
no pálido de cárcel no en guerra
"cuidado que me lastimás” decía raf salinger
a los hombres de manos ásperas
que como niños están cubiertos de miel
pero le quitan la victoria el vencedor
“oh ángel que te inclinas en la primera mitad”
decía raf salinger furioso cavando
el viento que le envolvía la trasluz
o el revés de los días malos que le comían la verdad
“si el coraje consiste en ser prudente” decía raf salinger
“si los vestidos significan desnudez y miseria
dicha el llanto cadáver curación, te arde amor el odio” decía
con gran perdones finalmente
todas las ventanitas se cerraron
cuando raf salinger murió
un calor le creció entre amor y afuera
juntándole los dos al solito
“ah tiempos no distancias que hay entre mí
entre mi calor y mi sol” decía raf salinger
casi disuelto ya bajo la sombra
que le apagaba el hubo que vivir
sobre su gente subió el frecuente olvido
peor raf salinger viajaba abrigado
por un cuerpo desnudo
encontrado o joven
lunes, 23 de noviembre de 2015
Abrevadero (por Vicente Gallego)
Veo el verdín, el musgo.
Oigo crótalos verdes
por la piedra bañada y olorosa.
Ahí una iglesia atrás, como si allí
la hubiera edificado la luz misma.
Ahí un reloj de sol,
pero no hay tiempo.
domingo, 22 de noviembre de 2015
Recolección del musgo (por Theodore Roethke)
Desprender con los diez dedos abiertos y ágiles, y levantar
una mancha, verde oscuro, de la que se usa para forrar los cestos fúnebres,
blanco y espeso como un felpudo pasado de moda,
las pequeñas espinas vueltas hacia la cara interna, mezcladas con raíces,
y bayas y hojas todavía adheridas a la parte superior;
esto era la recolección del musgo.
Pero siempre algo huía de mí cuando cavaba y revolvía esas alfombras
de verde, o me hundía hasta los codos en el fofo amarillento musgo de los pantanos;
y siempre después me sentía indigno, en el lento camino del retorno.
Como si hubiera quebrantado el orden natural de las cosas en esa ciénaga;
alterado algún ritmo, antiguo y de vasta importancia,
desgarrando la carne del planeta vivo;
como si hubiese perpetrado, en contra del esquema total de la vida, un sacrilegio.
sábado, 21 de noviembre de 2015
Las paredes (por Lidija Dimkowska)
Las paredes duelen desde los tapices gobelinos de mi madre.
La niña de pequeño sombrero, la Mujer Pirata, Dirty Jean,
e incluso más desde las fotografías colgadas junto a ellas,
la de la boda de mi hermana, la de la recepción donde el Presidente.
Hoy han colgado mi diploma de un clavo
y se abrirá campo para algunas Medallas de Trabajo, también.
Mañana deberemos pegar el calendario ortodoxo
junto a aquel que supuestamente cuenta un tiempo diferente.
Quienes sea que vengan dejan señales de sí mismos,
fijan pequeños cuadros y ganchos de plástico,
y cuelgan sus sombras alrededor del reloj de pared
en clavos recién martillados.
Tuve que sostener las paredes con mi vida hasta el amanecer
cuando los albañiles vinieron a reconstruirlas de nuevo.
Las paredes se durmieron, yo ya había muerto.
No las despiertes con martillos, ruego no las despierten,
déjenlas desnudas, y yo a solas con ellas, y yo a solas con ellas.
viernes, 20 de noviembre de 2015
No sé por qué ha vuelto (por Eugénio de Andrade)
La lluvia, otra vez la lluvia sobre los olivos.
No sé por qué ha vuelto esta tarde
si mi madre ya se ha ido,
ya no viene al balcón para verla caer,
ya no levanta los ojos de la costura
para preguntar: ¿Oyes?
Oigo, madre, es otra vez la lluvia,
la lluvia sobre tu rostro.
jueves, 19 de noviembre de 2015
Un cuerpo dormido (por Hugo Gutiérrez)
Desde aquí veo tu casa
rodeada por el aire
de esta mañana lívida.
Veo tu puerta cerrada
y el balcón entreabierto,
siempre entreabierto
para librarte de los sueños malos.
Me asomo y veo tu cuerpo
entre las sábanas,
siento tu respiración lenta.
Todo está vivo.
La sangre cumple su trabajo
y transcurre sin prisa
por tus sienes
para que tú te duermas.
Miles de vidas siguen
en un solo, prodigioso segundo
de ese tiempo tan diferente al tiempo
que nos manda a la calle
y nos dicta sus leyes,
nos obliga a correr y va pasando
como pasan los ríos.
Siento tu desnudo
creciendo en la cama.
Un cuerpo dormido
nos entrega la paz del mundo.
Me voy sin hacer ruido.
Te dejo en el país
construido por el sueño.
Al irme siento que sonríes.
Los ángeles del otoño,
con un dedo en los labios,
le ordenan a la vida
que no te despierte.
miércoles, 18 de noviembre de 2015
Una costura a mano (por Analía R. Giordanino)
Cuando enhebrás una aguja
a veces el hilo que se enhebra se afina
por zonas diminutas.
Hay que mojarlo con la lengua
para que entre en el ojo de la aguja.
A veces no entra.
El ojo puede ser grande
y entonces parece que es fácil enhebrar.
Es fácil. Pero después
la punta te abre
un redondel grande en la tela
en la trama.
Y el nudo que amarra costura
al final del hilo se pierde
pasa como agua.
Las agujas que sirven
son las de ojo chico:
para costuras a mano
para ruedos finos
para puntada escondida.
Una costura a mano se resuelve así:
levantás un hilo de la trama visible
das la lazada arriba
(esa tela no se verá,
no importa si picás grande)
terminás el punto abajo
(queda un ángulo agudo)
en otro hilo de la trama visible.
Es como los dos caminos: el ancho y el difícil.
¿Te acordás de las figuritas difíciles?
Pocas había. Muchos sobres había que comprar.
Si el hilo es nuevo y no hay irregulares en el enrolle
tampoco quita que sirva una aguja de ojo grande.
Pasa lo mismo: la puntada corre y no queda.
Yo no quiero decir nada con esto.
Pero algo quiero decir.
El amor es un trabajo como cualquier otro.
martes, 17 de noviembre de 2015
Pensamientos durante un ataque aéreo (por Stephen Spender)
Por supuesto, todo está en colocarme
fuera del alcance normal
de las llamadas estadísticas. Matan a cien
en los barrios periféricos. Bien, bien, yo continúo.
Mientras que el gran "Yo" se mantenga sobre esta
recia cama que más parece un coche fúnebre,
en un cuarto de hotel con papel de flores en las paredes
que termina en guirnaldas, puedo pasar por alto
la presión de esos nombres bajo mis dedos
duros y negros mientras rozo el papel;
gime la radio al fondo de la sala.
Pero ¿y si una bomba sumergiera el hocico
a través de esta cama en la que estoy?
El pensamiento es obsceno. Con ello y todo hay muchos
para quienes mi muerte sería tan sólo un nombre;
una cifra en una columna. Lo esencial es que todos
los "Yo" permanezcamos aparte,
guardados bajo flores, y que no sufra nadie
por su vecino. Entonces el horror se pospone
para cada uno solo hasta que llega a él
y lo arrastra hacia esa pena no comunicable
que es misterio total o nada.
lunes, 16 de noviembre de 2015
Justo en el momento mágico (por Raymond Carver)
¿Qué habrá sido de aquel aro de latón
que había en los tiovivos?
El aro que las niñas y niños pobres pero felices
agarraban justo en el Momento Mágico.
Pregunté por ahí: ¿Sabes algo del aro de latón…?
Le pregunté a mi vecino.
Le pregunté a mi mujer,
incluso le pregunté al carnicero
(creo que es extranjero y algo sabría).
Nadie sabía nada, al parecer.
Entonces le pregunté a un tipo que solía trabajar
en una feria ambulante. Hace años, me dijo, era diferente.
Montaban incluso los adultos.
Se acordaba de una mujer joven en Topeka, Kansas.
Era agosto. Le daba la mano al hombre que montaba
el caballito de al lado, que tenía bigote y
era su marido. La mujer reía sin parar, me dijo.
El marido también se reía, aunque tenía bigote.
Pero ésa es otra historia. Nada me dijo acerca
del aro de latón.
domingo, 15 de noviembre de 2015
El rostro de un candidato político en una valla publicitaria (por Charles Bukowski)
Ahí está:
No demasiadas resacas
No demasiadas peleas con mujeres
No demasiados neumáticos desinflados
Nunca pensó en el suicidio
No más de tres dolores de muelas
Nunca se saltó una comida
Nunca estuvo encarcelado
Nunca estuvo enamorado
7 pares de zapatos
un hijo en la universidad
un coche que no tiene más que un año
pólizas de seguros
un césped muy verde
cubos de basura con tapa hermética
seguro que le eligen.
sábado, 14 de noviembre de 2015
En esta Calle de los Doradores (por Fernando Pessoa)
La tragedia principal de mi vida es, como todas las tragedias, una ironía del Destino. Recuso la vida real como una condenación; recuso el sueño como una liberación innoble. Pero vivo lo más sórdido y lo más cotidiano de la vida real; y vivo lo más intenso y lo más constante del sueño. Soy como un esclavo que se emborracha por la siesta -dos miserias en un solo cuerpo-.
Sí veo nítidamente, con la claridad con que los relámpagos de la razón hacen destacarse de la negrura de la vida a los objetos cercanos que nos la forman, lo que hay de vil, de laso, de abandonado y de facticio en esta Calle de los Doradores que es para mí la vida entera -esta oficina sórdida hasta su médula de gente, este cuarto mensualmente alquilado donde no sucede otra cosa que vivir un muerto, esta tienda de ultramarinos de la esquina a cuyo dueño conozco como la gente conoce a la gente, estos muchachos de la puerta de la taberna antigua, esta inutilidad trabajosa de todos los días iguales, esta repetición persistente de los mismos personajes, como un drama que consistiese tan sólo en el
escenario, y el escenario estuviese del revés…-.
Pero veo también que huir de esto sería o dominarlo o repudiarlo, y yo no lo domino, porque no lo excedo dentro de lo real, ni lo repudio porque, sueñe lo que sueñe, me quedo siempre donde estoy. ¡Y el sueño, la vergüenza de huir hacia mí, la cobardía de tener como vida esa basura del alma que los otros sólo tienen en el sueño, en la figura de la muerte con que roncan, en la calma con que parecen vegetales que han progresado! ¡No poder tener un gesto noble que no sea de puertas adentro, ni un deseo inútil que no sea de verdad inútil!
Definió César toda la estatura de la ambición cuando dijo aquellas palabras: «¡Antes el primero en la aldea que el segundo en Roma!» Yo no soy nada ni en la aldea ni en Roma ninguna. Por lo menos, el tendero de la esquina es respetado desde la calle de la Asunción hasta la calle de la Victoria; es el César de una manzana. ¿Yo superior a él? ¿En qué, si la nada no admite superioridad, ni inferioridad, ni comparación?
viernes, 13 de noviembre de 2015
El girasol de Blake (por Elizabeth Smart)
1
¿Por qué dijo Blake
"Girasoles agotados de tiempo"?
Cada vez que los veo
parecen decir
¡Ahora! ¡con un estrellar
de platillos!
Muy contentos
y positivos
y un absoluto deleite
en su propia redonda brillantez.
2
¡Perdón, Blake!
Ahora entiendo qué querías decir.
Las tormentas y la escarcha han maltratado
su brillante deleite
y aunque aún están enhiestos
nada podría mostrar la defección
mejor que sus agotadas
desilusionadas
cabezas colgantes.
jueves, 12 de noviembre de 2015
De vez en cuando se apagan (por Samuel González)
Viajar guiado por el dibujo que trazan las estrellas.
No hay instrumentos de orientación
durante estas noches azules
interminables
cuando pasan los espejos sobre el agua.
La mirada jamás descansa si no asoman
por algún lado los puertos.
La costa de espaldas y los tanteos para llegar.
Las estrellas que nos muestran la ruta
de vez en cuando se apagan
e implica un esfuerzo enorme
tener que subir uno mismo a encenderlas.
miércoles, 11 de noviembre de 2015
Lavandera (por César Vallejo)
El traje que vestí mañana
no lo ha lavado mi lavandera:
lo lavaba en sus venas otilinas,
en el chorro de su corazón, y hoy no he
de preguntarme si yo dejaba
el traje turbio de injusticia.
A hora que no hay quien vaya a las aguas,
en mis falsillas encañona
el lienzo para emplumar, y todas las cosas
del velador de tanto qué será de mí,
todas no están mías
a mi lado.
Quedaron de su propiedad,
fratesadas, selladas con su trigueña bondad.
Y si supiera si ha de volver;
y si supiera qué mañana entrará
a entregarme las ropas lavadas, mi aquella
lavandera del alma. Qué mañana entrará
satisfecha, capulí de obrería, dichosa
de probar que sí sabe, que sí puede
¡CÓMO NO VA A PODER!
azular y planchar todos los caos.
martes, 10 de noviembre de 2015
Vaciadero de flores (por Theodore Roethke)
Cañas brillantes como escorias,
tallos como babosas,
enteras camadas de flores arrojadas en montón,
claveles, verbenas, cosmos,
abono, malezas, hojas muertas,
raíces desventradas,
con venas descoloridas
entrelazadas como finos cabellos,
cada masa con la forma de un tiesto,
todo fláccido
salvo un tulipán en la cumbre,
una cabeza jactanciosa
sobre lo agonizante, lo recién muerto.
lunes, 9 de noviembre de 2015
Nostalgia (por Laura Giordani)
Tormentas de tierra
sulquis
escuerzos
las tazas que habían venido de Europa
descascaradas
las fotos de niños ya muertos
las paspaduras
el primer vello en el pubis
fruto que se volvía extraño
la infancia un carozo de durazno
trepanado por hormigas negras
papá silbando en el patio
mientras quema sus libros
todas las memorias amarilleando
bajo el cráneo
nostalgia: esta dulce podredumbre en la espalda esta pútrida dulcedumbre de las palabras que no mueren del todo como esas hojas que antes de desaparecer agonizan juntas en parvas exudando el fervor del verano y la savia
domingo, 8 de noviembre de 2015
Ritual sioux (por Leopoldo María Panero)
El indio hablaba de Dios
sosteniendo una vela con los labios del odio
del odio a España y a la muerte
como un dulce efebo para que rezara el indio
con miedo del paraíso en que el amor me castrara
un hombre llamado caballo
con miedo a la multitud
como pájaros que caen sobre la página
que cortejan a la página
como una flor contra el mundo
como una flor hedionda
que corteja a la página
nada de nada henchida
pájaro que cae sobre los hombres
duro ritual de iniciación india
para el oscuro hombre blanco
fuimos indios
hasta que nos mataron a todos
e hicieron ropas con nuestras pieles
y nos inculcaron un Dios vacío de hastío e ignorancia
Dios que es menos que Nada
sobre la que vuelan los hombres
y no se puede llamar a la lluvia con roto instrumental
¡oh! Suite Lulú sobre la que vuelan los hombres
yo soy el indio Crow
soy el monarca de la Nada y del hombre
soy el emperador de la Nada
el emperador del Helado
y pinto mi cara con sangre
y pinto estrellas contra el hombre.
sábado, 7 de noviembre de 2015
Reaparece (por Daniela Camozzi)
Otra vez un viento
entre las hojas de la parra.
Pero ya nada se derrama ni se cae.
Mamá se ríe ahora
sin preocupaciones
sentada en el sillón
de hierro del patio.
Sonríe con mi hermana a upa
mientras se acomoda el pañuelo
que la protege del sol.
Un sol que pega fuerte
en el verano de la tarde
y atraviesa las hojas.
Es una escena que reaparece
en las mejores tardes de verano
cuando estoy al reparo de algún verde
y las hojas se mueven levemente
y al moverse dejan
filtrar la luz.
viernes, 6 de noviembre de 2015
Una muerte en un barrio (por Charles Bukowski)
hablaba con los ratones y los gorriones
y su cabello era blanco a los 16.
su padre le golpeaba todos los días y su madre
encendía velas en la iglesia.
su abuela iba mientras el niño dormía
y rezaba para que el diablo lo dejara libre
de su poder sobre él
mientras su madre escuchaba y lloraba sobre la
biblia.
parecía no darse cuenta de las chicas
parecía no darse cuenta de los juegos de los chicos
no parecía darse cuenta de mucho
simplemente no parecía interesado.
tenía una muy grande, fea boca y los dientes
le sobresalían
y sus ojos eran pequeños y sin brillo.
tenía los hombros caídos y la espalda encorvada
como la de un viejo.
vivía en nuestro vecindario.
hablábamos de él cuando nos aburríamos y después
pasábamos a cosas más interesantes.
muy pocas veces salía de su casa. nos hubiera gustado
torturarlo
pero su padre
que era un hombre enorme y terrible
lo torturaba por
nosotros.
un día el chico murió. a los 17 todavía era un
niño. una muerte en un barrio pequeño se conoce
enseguida y se olvida 3 o 4 días
después.
pero la muerte de este chico pareció quedarse con
todos nosotros. seguimos hablando de ello
con nuestras voces de niños-hombres
a las 6 p.m. justo antes del anochecer
justo antes de la cena.
y cada vez que conduzco a través de ese barrio ahora
décadas después
sigo pensando en su muerte
mientras que he olvidado todas las otras muertes
y todo lo demás que sucedió
entonces.
jueves, 5 de noviembre de 2015
Otra forma (por Roberto Juarroz)
¿Cómo amar lo imperfecto,
si escuchamos a través de las cosas
cómo nos llama lo perfecto?
¿Cómo alcanzar a seguir
en la caída o el fracaso de las cosas
la huella de lo que no cae ni fracasa?
Quizá debamos aprender que lo imperfecto
es otra forma de la perfección:
la forma que la perfección asume
para poder ser amada.
miércoles, 4 de noviembre de 2015
Ábreme (por Saiz de Marco)
Por una vez permíteme que allane tu morada.
Nada me llevaré.
Cambiaré solamente de sitio algunos muebles:
el orden de importancia con que gradué las cosas;
la niebla de mis ojos justo en aquel instante;
el paso que di en donde se dividió un camino;
unas pocas palabras que dije o que no dije.
Apenas moveré aquel cuadro,
esa lámpara.
Retocaré a lo sumo cuatro detalles tontos.
No revolveré nada esencial ahí dentro
-ni techos
ni cimientos
ni vigas
ni tabiques-.
Nadie se dará cuenta
en una mansión tan grande como la tuya.
Tu fama de rocoso,
de fijo,
de inmutable
no sufrirá por eso.
Tan sólo esta vez ábreme
tu trabado cerrojo,
tu clausurada puerta.
Por una vez,
Pasado,
déjame entrar en ti.
martes, 3 de noviembre de 2015
Niebla o humo (por Fernando Pessoa)
¿Niebla o humo? ¿Subía de la tierra o bajaba del cielo? No se sabía: era más como una enfermedad del aire que una bajada o una emanación. A veces, parecía más una enfermedad de los ojos que una realidad de la naturaleza.
Fuese lo que fuese, iba por todo el paisaje una inquietud turbia, hecha de olvido y de atenuación. Era como si el silencio del mal sol tomase por suyo un cuerpo imperfecto. Se diría que iba a suceder algo y que por todas partes había una intuición, debido a la cual lo visible se velaba.
Era difícil decir si el cielo tenía nubes o más bien nieblas. Era un torpor empañado, aquí y allí colorido, un acenizamiento imponderablemente amarillento, salvo donde se deshacía en color rosa falso, o donde se estancaba azuleando, pero allí no se distinguía si era el cielo que se revelaba, si era otro azul que lo encubría.
Nada era definido, ni lo indefinido. Por eso apetecía llamar humo a la niebla, porque no parecía niebla, o preguntar si era niebla o humo, porque no se advertía nada de lo que era. El mismo calor del aire colaboraba en la duda. No era calor, ni frío, ni fresco; parecía componer su temperatura con elementos sacados de otras cosas que el calor. Se diría, de verdad, que una niebla fría a los ojos era caliente al tacto, como si tacto y vista fuesen dos modos sensibles del mismo sentido.
No era, en torno a los contornos de los árboles, o de las esquinas de los edificios, aquel esfumarse de salientes o de aristas, que la verdadera niebla trae, al estancarse, o el verdadero humo, natural, entreabre y entreoscurece. Era como si cada cosa proyectase una sombra vagamente diurna, en todos los sentidos, sin luz que la explicase como sombra, sin lugar de proyección que la justificase como visible.
Ni visible era: era como un comienzo de ir a verse algo, pero en todas partes por igual, como si lo a revelar dudase en ser aparecido. ¿Y qué sentimiento había? La imposibilidad de tenerlo, el corazón deshecho en la cabeza, los sentimientos confundidos, un torpor de la existencia despierta, un apurar de algo anímico como lo oído, hacia una revelación definitiva, inútil, siempre apareciendo ya, como la verdad, siempre, como la verdad, gemela del nunca aparecer.
Hasta las ganas de dormir, que recuerdan al pensamiento, aparté, por parecer un esfuerzo el mero bostezo de tenerlas.
Hasta dejar de ver hace doler los ojos. Y, en la abdicación incolora del alma entera, sólo los ruidos exteriores, lejos, son el mundo imposible que todavía existe.
¡Ah, otro mundo, otras cosas, otra alma con que sentirlas, otro pensamiento con que saber de esa alma! ¡Todo, hasta el tedio, menos este esfumarse del alma y de las cosas, este desamparo azulado de la indefinición de todo!
Fuese lo que fuese, iba por todo el paisaje una inquietud turbia, hecha de olvido y de atenuación. Era como si el silencio del mal sol tomase por suyo un cuerpo imperfecto. Se diría que iba a suceder algo y que por todas partes había una intuición, debido a la cual lo visible se velaba.
Era difícil decir si el cielo tenía nubes o más bien nieblas. Era un torpor empañado, aquí y allí colorido, un acenizamiento imponderablemente amarillento, salvo donde se deshacía en color rosa falso, o donde se estancaba azuleando, pero allí no se distinguía si era el cielo que se revelaba, si era otro azul que lo encubría.
Nada era definido, ni lo indefinido. Por eso apetecía llamar humo a la niebla, porque no parecía niebla, o preguntar si era niebla o humo, porque no se advertía nada de lo que era. El mismo calor del aire colaboraba en la duda. No era calor, ni frío, ni fresco; parecía componer su temperatura con elementos sacados de otras cosas que el calor. Se diría, de verdad, que una niebla fría a los ojos era caliente al tacto, como si tacto y vista fuesen dos modos sensibles del mismo sentido.
No era, en torno a los contornos de los árboles, o de las esquinas de los edificios, aquel esfumarse de salientes o de aristas, que la verdadera niebla trae, al estancarse, o el verdadero humo, natural, entreabre y entreoscurece. Era como si cada cosa proyectase una sombra vagamente diurna, en todos los sentidos, sin luz que la explicase como sombra, sin lugar de proyección que la justificase como visible.
Ni visible era: era como un comienzo de ir a verse algo, pero en todas partes por igual, como si lo a revelar dudase en ser aparecido. ¿Y qué sentimiento había? La imposibilidad de tenerlo, el corazón deshecho en la cabeza, los sentimientos confundidos, un torpor de la existencia despierta, un apurar de algo anímico como lo oído, hacia una revelación definitiva, inútil, siempre apareciendo ya, como la verdad, siempre, como la verdad, gemela del nunca aparecer.
Hasta las ganas de dormir, que recuerdan al pensamiento, aparté, por parecer un esfuerzo el mero bostezo de tenerlas.
Hasta dejar de ver hace doler los ojos. Y, en la abdicación incolora del alma entera, sólo los ruidos exteriores, lejos, son el mundo imposible que todavía existe.
¡Ah, otro mundo, otras cosas, otra alma con que sentirlas, otro pensamiento con que saber de esa alma! ¡Todo, hasta el tedio, menos este esfumarse del alma y de las cosas, este desamparo azulado de la indefinición de todo!
lunes, 2 de noviembre de 2015
Un nudo (por Anne Sexton)
Cuando el hombre
entra en la mujer
como muerde la orilla el oleaje
una y otra vez
y la mujer abre la boca de placer
y destellan sus dientes
como el alfabeto,
el Logos se aparece ordeñando una estrella
y el hombre
dentro de la mujer
aprieta un nudo
para que nunca más los separen
y la mujer
se encarama a una flor
tragándose su tallo
y se aparece el Logos,
y desencadena el río de ambos.
Este hombre
esta mujer
con duplicada hambre
han intentado traspasar
la cortina de Dios
y por segundos lo consiguen,
por más que Dios
en Su perversidad
desate el nudo.
entra en la mujer
como muerde la orilla el oleaje
una y otra vez
y la mujer abre la boca de placer
y destellan sus dientes
como el alfabeto,
el Logos se aparece ordeñando una estrella
y el hombre
dentro de la mujer
aprieta un nudo
para que nunca más los separen
y la mujer
se encarama a una flor
tragándose su tallo
y se aparece el Logos,
y desencadena el río de ambos.
Este hombre
esta mujer
con duplicada hambre
han intentado traspasar
la cortina de Dios
y por segundos lo consiguen,
por más que Dios
en Su perversidad
desate el nudo.
domingo, 1 de noviembre de 2015
Desconocido en ti (por Antonio Gamoneda)
Yo estaré en tu pensamiento,
no seré más que una sombra imprecisa;
habré existido en un instante en que la
alegría y la piedad ardían en tus ojos.
Pero también quiero permanecer desconocido en ti.
Desconocido. Simplemente envuelto en tu felicidad.
Tú distraída en tu luz y yo apenas viviente en ella, y así,
imperceptiblemente amado, esperar la desaparición.
Aunque quizá estamos ya separados por un hilo de
sombra y cada uno está en su propia luz
no seré más que una sombra imprecisa;
habré existido en un instante en que la
alegría y la piedad ardían en tus ojos.
Pero también quiero permanecer desconocido en ti.
Desconocido. Simplemente envuelto en tu felicidad.
Tú distraída en tu luz y yo apenas viviente en ella, y así,
imperceptiblemente amado, esperar la desaparición.
Aunque quizá estamos ya separados por un hilo de
sombra y cada uno está en su propia luz
y la mía es la que tú vas abandonando.
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