zUmO dE pOeSíA

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jueves, 30 de abril de 2015

Nada desaparece (por Walt Whitman)

Esta hierba es muy oscura para ser la blanca cabellera de las madres ancianas,
es más oscura que las incoloras barbas de los viejos,
demasiado oscura para surgir de la roja y tierna bóveda de los paladares.
O percibo, después de todo, tantas lenguas que se expresan,
y percibo que no se articulan desde los paladares para nada.
Quisiera poder traducir lo que dicen de los jóvenes muertos, muchachas y muchachos,
y de los ancianos y de las madres, y de los niños arrebatados de sus regazos.
¿Qué pensáis que ha sido de los jóvenes y de los ancianos?
¿Qué pensáis que ha sido de las mujeres y de los niños?
Están vivos y sanos en alguna parte.
La más pequeña brizna de hierba nos enseña que la muerte no existe,
y que si alguna vez existió, fue solo para producir la vida, y que no nos espera al final para acabarla,
y que cesó en el instante de aparecer la vida.
Todo es progreso y expansión, nada desaparece,
y morir es distinto, y más feliz, de lo que todos suponen.


miércoles, 29 de abril de 2015

Ahonda..., alza (por Antonio Moreno)


Ahonda la raíz

su curso por la tierra;

avanza abajo

y en realidad

se eleva al sol y al cielo.


Alza un hombre sus ojos

a donde van las nubes y unos pájaros;

mira a la altura,

y en realidad se siente más reunido,

llevado adentro.


martes, 28 de abril de 2015

Desgracia (por Aléxandros Kalfoglu)


¡Qué curiosa desgracia!
¡Me ahogo en tierra firme!
¡Como el mar, se hincha
la tierra y cae sobre mí!

En el puerto naufrago
y estoy a punto de ahogarme.
En una inmensa calma
me absorbe la tierra.

El sol, que sopla fuego,
se vuelve frío para mí
y, en vez de abrasarme,
siento que me hiela.

Busco agua en el río
pero, al instante, lo encuentro seco.
En vez de agua obtengo arena.
¡Decid, ¿qué he de hacer?!

En el mar piso tierra firme,
montañas y temibles bosques.
¿En dónde navegará el barco?
¿En dónde trabajará la vela?

¡Todo se ha trastocado!
¡Todo está del revés!
Apostasía parece
la situación de los elementos.

Todo viene sobre mí
y lo inanimado pelea conmigo.
Entonces, del Azar depende
que mi juicio se dé la vuelta...

lunes, 27 de abril de 2015

Una noche como ésta (por Pere Gimferrer)

Oscar Wilde llevaba
una gardenia en el pico.
Color gris, color malva en las piedras y el rostro,
más azul pedernal en los ojos, más hiedra
en las uñas patricias, ebonita en las ingles de los faunos.
No salgáis al jardín: llueve, y las patas
de los leones arañan la tela metálica del zoo.
Isabel murió, y estaba pálida,
una noche como ésta.
Hay orden de llorar sobre el bramido estéril de los acantilados.
Un violín dormirá? Unas camelias?
Y aquel pijama rosa en pie bajo la lluvia.


domingo, 26 de abril de 2015

Rotación (por Jorge Luis Borges)


Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras:
los astros y los hombres vuelven cíclicamente;
los átomos fatales repetirán la urgente
Afrodita de oro, los tebanos, las ágoras.

En edades futuras oprimirá el centauro
con el casco solípedo el pecho del lapita;
cuando Roma sea polvo, gemirá en la infinita
noche de su palacio fétido el minotauro.

Volverá toda noche de insomnio: minuciosa.
La mano que esto escribe renacerá del mismo
vientre. Férreos ejércitos construirán el abismo.
(David Hume de Edimburgo dijo la misma cosa.)

No sé si volveremos en un ciclo segundo
como vuelven las cifras de una fracción periódica;
pero sé que una oscura rotación pitagórica
noche a noche me deja en un lugar del mundo

que es de los arrabales. Una esquina remota
que puede ser del Norte, del Sur o del Oeste,
pero que tiene siempre una tapia celeste,
una higuera sombría y una vereda rota.

Ahí está Buenos Aires. El tiempo que a los hombres
trae el amor o el oro, a mí apenas me deja
esta rosa apagada, esta vana madeja
de calles que repiten los pretéritos nombres

de mi sangre: Laprida, Cabrera, Soler, Suárez . . .
Nombres en que retumban (ya secretas) las dianas,
las repúblicas, los caballos y las mañanas,
las felices victorias, las muertes militares.

Las plazas agravadas por la noche sin dueño
son los patios profundos de un árido palacio
y las calles unánimes que engendran el espacio
son corredores de vago miedo y de sueño.

Vuelve la noche cóncava que descifró Anaxágoras;
vuelve a mi carne humana la eternidad constante
y el recuerdo ¿el proyecto? de un poema incesante:
“Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras . . . ” .

sábado, 25 de abril de 2015

La niña de tu vida (por Saiz de Marco)


la niña de la que te enamoraste en el parque contiguo al instituto

la que torpemente estrenó tus labios

y durante un año anduvo contigo

y luego os alejasteis por un tiempo

(es que somos tan distintos

dijo ella)

y no hubo vuelta atrás

no hubo reestreno

y tuvo hijos que no fueron tus hijos

(tú un hijo también pero no con ella)

y dos ríos ya

dos ladera abajo


aquella de la que te enamoraste y sigue siendo niña todavía

(no es verdad que le salieran canas

no es verdad que arrugas en la frente)

y la quieres

aún sigues queriéndola


la niña de tu vida

ella

la única

de modo “no es posible”

vaciante

se ha apagado hoy

y tú también (lo sabes)

habéis muerto hoy a los 63 años

viernes, 24 de abril de 2015

Más que suficiente (por Wislawa Szymborska)


Veintisiete huesos,
treinta y cinco músculos,
unas dos mil células nerviosas
en cada yema de cada uno de los cinco dedos.
Más que suficiente
para escribir Mein Kampf
o Winnie the Pooh.


jueves, 23 de abril de 2015

Me largaría (por Philip Larkin)


A veces oyes, de quinta mano,
como epitafio:
Lo mandó todo a la porra
y se largó,
y siempre la voz está segura
de que darás tu aprobación
a ese gesto audaz,
purificador, elemental.

Y tienen razón, creo.
Todos odiamos nuestro hogar
y tener que estar en él:
yo detesto mi habitación,
su basura tan bien escogida,
buenos libros, una buena cama,
y mi vida, en perfecto orden:
así que cuando oigo decir

Los dejó a todos plantados
me entra un cosquilleo, un entusiasmo,
igual que con Entonces ella se desabrochó el vestido,
o Chúpate esa, cabrón;
si él lo hizo, seguro que yo también puedo.
Y eso me ayuda a estar
sereno y laborioso.
Pero hoy mismo me largaría,

sí, me pavonearía por caminos llenos de nueces,
me inclinaría en el castillo de proa
con una incipiente barba de bondad,
si eso no fuera tan artificial,
un paso tan deliberado hacia atrás
para crear un objetivo:
libros; porcelana; una vida
reprensiblemente perfecta.

miércoles, 22 de abril de 2015

Largo septiembre (por Saúl Ibargoyen)

Ahora es septiembre padre
como hace mil años.
Las cosas han cambiado
han cambiado tanto.
Muchas lluvias se extinguieron
en el aire
mucho polvo ha sido
desde entonces barro.
Y tú regresas nuevamente
hacia mi sangre.
Es éste un viaje
de momentos y sombras
de recuerdos y dolor
cayendo entre nosotros.
Tu silencio y mi voz
se reconocen
deciden golpear cerradas puertas
y pueden olvidar
lo tuyo que nos falta
las destrucciones que sirven
en favor de tu ausencia.
Fuiste despojado
perdiste lo accesorio
y tu sistema de callar
de hacer sonrisas y miradas sencillas
es lo que ahora en septiembre
te regresa
como de un nacimiento o una leyenda.
Recién comprendo
cuál fue tu trabajo:
silencio me diste
para que yo al nombrarte
también las palabras calladas
y el tiempo vencido nombrara:
vida me diste
para que otra vida
más fuerte y más pura
mis manos crearan.
Es pesada tu herencia
pues no tenías nada.
Vienes conmigo
y conmigo regresas
a traerme noticias de tu esperanza:
aquí está el camino
en este largo septiembre
que para mí dejaste:
del agua al vino
del vino a la sangre.

martes, 21 de abril de 2015

Un mapa (por Adrienne Rich)


He aquí un mapa de nuestro país:
aquí está el Mar de la Indiferencia, barnizado de sal
Este es el río maléfico que fluye de la frente a la ingle
agua que no nos atrevemos a probar
Este es el desierto en el que se han plantado misiles como bulbos
Este es el granero de las granjas hipotecadas
Este es el lugar donde nació el chico rockero
Este es el cementerio de los pobres
que murieron por la democracia Este es el campo de batalla
de una guerra del siglo diecinueve el sepulcro es famoso:
Esta es la ciudad marina de mito e historia cuando las flotas pesqueras se arruinaron
aquí es donde había trabajo en el muelle
congelando pescado en trozos paga por horas sin dividendos
Estos son otros campos de batalla Centralia Detroit
aquí están los bosques primitivos los filones de cobre de plata
Estos son los suburbios del consentimiento el silencio se eleva como el humo de las calles
Esta es la capital del dinero y del dolor; sus pináculos
estallan en el aire caliente, sus puentes se desmoronan
sus hijos van a la deriva por ciegos callejones confinados
entre alambres de espinas enrollados
Prometí mostrarte un mapa y dices pero esto es un mural
entonces bien, déjalo estar son pequeñas diferencias
la cuestión es desde dónde lo miramos

lunes, 20 de abril de 2015

Radiografía (por Javier Lostalé)


En la radiografía del paciente
se observan pliegues de soledad
formados por las pinzas de unas manos
que sin duda algún día fueron al encuentro de las suyas.

Por la parte del cuello,
laberinto de brillante maleza,
se percibe una mancha rosa
producida por el falaz incendio de una boca
que sin duda algún día fue al encuentro de la suya.

Cerca del pecho,
hontanar de horas estelares,
se transparenta el esqueleto doblado de una estrella fugaz
fósil respiración de otro pecho
que sin duda algún día descansó en el suyo.

Más abajo, en el vientre,
media luna de yerba, ladera de alta tensión,
hay un desprendimiento de sombras
reinos que nunca pudo amanecer
ese cuerpo que sin duda algún día fue en busca del suyo.

Y si llegamos al pie,
arco voltaico en el que salta la chispa de todo el ser,
éste presenta una difusa veladura blanca:
el alba de frío solo que, sin duda algún día,
tras la engañosa entrega, en su corazón rieló.

Saben lo que les digo:
Esta radiografía nunca debió hacerse.
El paciente está muerto.

domingo, 19 de abril de 2015

Y fue verano (por Antonio Gala)


Era invierno; llegaste y fue verano.
Cuando llegue el verano verdadero,
¿qué será de nosotros?
¿Quién calentará el aire
más que agosto y que julio?
Tengo miedo
de este error de los meses que has traído.
¿Quién es nuestro aliado: tú o yo?
Cuando llegue el verano
quizá el aire esté frío...
Era invierno y llegaste.


sábado, 18 de abril de 2015

Piensa en la ternura de las máquinas (por Ismael Belda)


El autómata toma habitación
en un hotel de California. Pregunta en recepción
por Rosamunda. No se aloja aquí, le dicen
dos muchachas gordas y felices; una de ellas
enormemente inteligente, piensa él. Se fue hace varios días, lamentan.
Ojalá que tengas suerte, le dice la otra.
En los pasillos, sus pasos no se escuchan. Sólo un rumor
de máquinas al fondo de la mente hace
temblar un poco las paredes en la yema de los dedos.


En la piscina, parejas de ancianos perfectos sonríen
a las pequeñas sombrillas de sus daiquiris. Nadie
habla en voz muy alta. El cielo de Los Ángeles,
a la tarde, tiene la suave precisión que uno espera siempre de los cielos.
(Uno siempre queda defraudado. Pero no aquí, no aquí, aquí no, Rosamunda).

Es de noche. Las reverberaciones de la piscina
se entrecruzan en los rostros, en los muros,
danzan una danza que el autómata conoce, e interpreta.
Hablan de los caminos del país del tiempo, hablan
de los vientos que eternamente soplan y soplan, cantan y cantan,
empujan figuras minúsculas a las landas del otro lado.
Las ondas de luz de la piscina saben estas cosas,
y algunos ancianos, que beben mai tais y piñas coladas,
lo saben también. Buena gente, piensa el pobre autómata adolescente.
Su habitación es roja y tiene una pintura enmarcada
de una gigantesca ola en el mar. En la cresta de la ola,
un hombre diminuto en una tabla de surf. El autómata se acerca.
La cabeza del hombre está al revés, o eso parece. Tan sólo hay pelo
donde debería estar su rostro. En la televisión
el autómata ve varias obras maestras del cine.

Nuestro amigo espera días, semanas, bebiendo él también
vesper martinis, mojitos, manhattans, mai tais, margaritas.
Conversa con ancianos de infinita sabiduría.
El alcohol, tristemente, no le vuela su pobre cabeza de plástico.
Si acaso le pone más sobrio, le hace ver la realidad:
un humo estroboscópico que asciende de todas las cosas.
Cuando se acuesta, sueña con el hombre cuyo rostro es una nuca.

Pasea por Sunset en crepúsculos interminables. En el cielo, a veces,
se libran batallas carmesíes entre ejércitos secretos. Todo el mundo
lo ve. Todos hablan de ello.
De lo más alto de una palmera muy delgada
un pájaro mecánico alza un vuelo rutilante y se funde
con la estela de un avión. Todo hace señales.
Las delicadas hierbas que rompen el asfalto al pie de las verjas dobladas
son de una inexpresable belleza, y el autómata
piensa que querría hacer música con ellas, para ellas, si pudiera.
Una niña, en Pico con La Brea, le dice tú no eres de verdad.
El autómata no sabe qué decir. Para disimular
le saca medio dólar del oído a la niña.
Ella lo coge y se lo guarda de nuevo en la oreja.
Es rubia. Se llama Venetia. Lleva puesta una camiseta
con el rostro de Captain Beefheart en magenta y amarillo. Le pregunta
¿vivirás eternamente, autómata? ¿O te apagarás un día
y estarás solo? ¿Estarás solo, pobre autómata
solitario? ¿Estarás solo si vives para siempre?

A la mañana siguiente,
el autómata alquila un hermoso Chevrolet Impala azul, y piensa
en su otro coche, su maniático y eufórico coche blanco europeo,
piensa en la ternura de las máquinas, en el amor lancinante, descuartizador, de las máquinas.

Salen de Los Ángeles, él y su coche, y cruzan el valle de San Joaquín.
Hay ríos perezosos, vestidos de barro, que se demoran en curvas a cuyas orillas
crecen inmensos árboles y carretas abandonadas. Hay campos de trigo
de donde vuelan pájaros negros con las alas rojas.
En el aire fresco hay humedad que alegra el rostro
y una música de Rosamunda, una música desnuda y delicada
que el autómata no entiende
pero que con delicia y desgarro ama,
ama con vergüenza y odio de sí mismo y con grandeza,
y con felicidad tranquila y éxtasis. Amor humano casi.
En el Norte empiezan las secuoyas y la bruma, y el olor a mar. Amar, amar,
piensa el demencial autómata.
El coche, poco a poco, se hace invisible.
Desaparece en mitad de una larga recta junto a las olas.

viernes, 17 de abril de 2015

En brazos (por Juan Manuel Romero)

Igual que quien injerta
sobre la rama abierta el brote nuevo,
así te llevo en brazos al dormirte.
Me ha pesado entender que dando vida
estás atándote a la vida,
y creces cuando ayudas a crecer.
Cada día me ato más a ti
para que corra el tiempo por nosotros.
Te llevo en brazos
pero eres tú quien me sostiene.


jueves, 16 de abril de 2015

Por un breve instante (por Wislawa Szymborska)


Se cruzaron como dos desconocidos,
sin gestos ni palabras,
ella de camino a la tienda,
él de camino al coche.

Quizá entre la consternación
o el desconcierto
o la inadvertencia
de que por un breve instante
se amaron para siempre.

No hay sin embargo garantía
de que fueran ellos.
Quizá de lejos sí,
pero de cerca en absoluto.

Los vi desde la ventana,
y quien mira desde arriba
se equivoca con mayor facilidad.

Ella desapareció tras una puerta de cristal,
él subió al coche
y arrancó rápidamente.
Así que no pasó nada
ni siquiera si pasó.

Y yo sólo por un momento
segura de lo que vi,
intento ahora en un poema casual
convenceros a Vosotros Lectores
de que aquello fue triste.

miércoles, 15 de abril de 2015

Mientras cruzo (por Gonzalo Millán)


Vuelo por una línea aérea peregrina,
mirando el ala de mi mano siniestra
y el reflejo de mi rostro apresado
en el cubo de hielo de la ventanilla.

¿Quién soy? Para la belleza fría
como un maniquí de la aeromoza,
componiendo la lista de bebidas,
el hombre de bigotes que ordenó
un vaso de leche, sillón 17-F window.

Para ti, aunque digas que es
más difícil quedarse atrás que irse,
ya comienzo a ser un mal recuerdo.

Para mí mismo, Le Mat de tarot,
los bártulos liados en un pañuelo
y el bordón al hombro.
El frío asciende hasta aquí
y sus caninos me muerden una pierna.

Abajo los nevados bosques perennes,
grises, verdinegros como el pelaje
de un gran danés con arestín,
saltan para morderme los talones,
mientras cruzo, funámbulo por el aire.

martes, 14 de abril de 2015

No se quiebra esa rama (por José Luis García Martín)


Cómo se cuentan su secreto,
cuando nadie las mira,
las palabras.

No manzanas de oro,
no pomas mitológicas,
todo el sol del verano
feliz de aquella infancia
que no he vivido nunca
de nuevo aquí conmigo
en forma de naranja.

No se quiebra esa rama,
tan leve
como hilo de araña
y que sostiene el mundo.

La hora de la siesta
y ese rayo de sol
en el que danzan
su inquietante ballet
las musarañas.

Míralos. En el charco
del río chapotean
felices y desnudos
mi reflejo y el tuyo.

Tu nombre es un insulto,
babosa, y sin embargo
con envidia te miro,
indiferente a todo,
deshaciéndote en gozo.

Cuánta palabrería
para no decir nada.
A la noche le basta
un poco de silencio
para decirlo todo.

lunes, 13 de abril de 2015

Hasta que se entrecrucen (por Anna Piwkowska)

Marcas de patines, un guante, el río fluye bajo el hielo.
El aeropuerto anoche, nieve en las luces azules,
la silueta de las alas del boeing como formas imprecisas
del fin del mundo. Alguien reía, alguien imprecaba a la nieve
pegajosa. Los viajeros parecían fortuitos y también la ominosa
obstinación, la melancolía del hombre a mi izquierda,
la voz pura, el escote de la chica a mi derecha abierto
hasta la mitad, de repente tan cercanos, afines, familiares
casi cuando al dar vueltas sobre el aeropuerto,
ya estábamos con los pensamientos en otro lugar.

Los conocidos, apuntados en una hoja, permanecerán con nosotros.
Intento interpretar sus vidas con apenas cuatro detalles:
ella, quizá una modelo, de una delgadez infantil,
apenas una adolescente si no fuera por los labios carnosos
demasiado sensuales y por las arrugas. Dos. Pero visibles
incluso con esta luz. Las piernas atravesadas
en medio de un pasillo demasiado estrecho. Muy estilizadas,
aunque las rodillas son de nuevo infantilmente picudas.
¿Qué hace esta ciudad con ella, ella con esta ciudad
hostil, demasiado ruidosa, con un ovillo helado en la laringe,
con una carta fallida, no enviada, directamente no escrita
a casa? Seguro que no volverá.

Él, con un portátil y pidiendo sin parar zumo de tomate.
Es lo único que toma. La mira de vez en cuando por encima
de los extraños jeroglíficos de la pantalla de su mundo,
sin presentir que el mismísimo fin del mundo está sentado
a su lado. Que acaba no solo de girar la cabeza
sino de darle la vuelta a todo el orden del mundo.


¿Dónde se encontrarán? No lo sé. Quizá en una pista
de patinaje. Quizá bajando por el Moscova se seguirán
hasta que se entrecrucen las marcas de sus patines, líneas del destino,
caminos y constelaciones, cualquier cosa menos
la soledad, la muerte prematura o el tedio del alma.


El hielo cruje bajo el patín, salpica, se desdibuja.

domingo, 12 de abril de 2015

Tampoco yo sé qué es la hierba (por Walt Whitman)


¿Qué es esto?, me dijo un niño mostrándome un puñado de hierba.
¿Qué podía yo responderle?
Tampoco yo sé qué es la hierba.
Tal vez es la bandera de mi amor, tejida con la sustancia verde de la esperanza.
Tal vez es el pañuelo de Dios,
un regalo perfumado que alguien dejó caer con cierta intención amorosa.
Acaso en alguno de sus picos -¡mirad bien!- hay un nombre,
una inicial
por la que podamos averiguar su dueño.
Creo también que la hierba es un niño,
el recién nacido del mundo vegetal.
¿O es un jeroglífico uniforme cuyo significado es nacer en todas partes:
en las zonas pequeñas
y en las grandes,
entre los negros
y los blancos,
para darse a todos
y para recibir a todos?
¡Oh, hierba rizada,
te trataré con cariño!
Ahora me pareces la hermosa cabellera sin cortar del cementerio.
Tal vez eres el vello que nace en el pecho de los adolescentes muertos, a quienes yo hubiera amado,
las barbas de los ancianos,
la pelusilla de los niños arrebatados prematuramente del regazo de las madres…
¡Me pareces el regazo de todas las madres del mundo!
Sin embargo, esta hierba es demasiado oscura para ser la cabellera blanca de las madres cansadas,
es más oscura que la barba incolora de los viejos,
demasiado oscura para surgir de la roja y tierna bóveda de los paladares.
Pero oigo tantas lenguas que gritan,
tantas lenguas que en la boca no se articulan,
tantas voces que no salen de los labios…
¿Qué son estas voces?,
¿cuál es su designio?
Quisiera poder traducir lo que dicen de los jóvenes que se fueron para siempre de mañana,
de los viejos y de las madres que partieron por la tarde,
y de los niños a quienes la muerte arrebató en la aurora. Dime:
¿Qué piensas tú que ha sido de los viejos y de los jóvenes,
de las madres y de los niños que se fueron?
En alguna parte están vivos esperándonos.
La brizna más pequeña de hierba nos enseña que la muerte no existe;
que si alguna vez existió, fue sólo para producir la vida;
que no está esperando ahora, al final del camino, para detener nuestra marcha;
que cesó en el instante de aparecer la vida.
Todo va hacia delante
y hacia arriba.
Nada perece.
Y morir es otra cosa distinta de lo que algunos suponen,
¡y mucho más agradable!

sábado, 11 de abril de 2015

Retorna de otro mundo (por Víctor Sandoval)


El hombre que despierta y ve su imagen
reflejada en el fondo del espejo,
retorna de otro mundo;
es un resucitado entre los muertos.

Resurge de la cama
destruyendo los montes de las sábanas;
el sueño se desploma de un último aletazo,
los elásticos muslos
generan nuevamente
antiguos ademanes.

Los párpados hinchados,
oceánicos, dolidos
por monzones de pájaros sin rumbo.

Oye voces domésticas,
ruidos difusos,
andamiajes de música y palabras.

Afuera el día,
semejante a una araña
de luz y de sonido,
recomienza a trepar entre las casas.


viernes, 10 de abril de 2015

El laberinto (por Jorge Luis Borges)

Zeus no podría desatar las redes
de piedra que me cercan. He olvidado
los hombres que antes fui; sigo el odiado
camino de monótonas paredes
que es mi destino. Rectas galerías
que se curvan en círculos secretos
al cabo de los años. Parapetos
que ha agrietado la usura de los días.
En el pálido polvo he descifrado
rastros que temo. El aire me ha traído
en las cóncavas tardes un bramido
o el eco de un bramido desolado.
Sé que en la sombra hay Otro, cuya suerte
es fatigar las largas soledades
que tejen y destejen este Hades
y ansiar mi sangre y devorar mi muerte.
Nos buscamos los dos. Ojalá fuera
éste el último día de la espera.


jueves, 9 de abril de 2015

Caminábamos juntos (por Gabriel Celaya)


Amigo Blas de Otero: Porque sé que tú existes,
y porque el mundo existe, y yo también existo,
porque tú y yo y el mundo nos estamos muriendo,
gastando nuestras vueltas como quien no hace nada,
quiero hablarte y hablarme, dejar hablar al mundo
de este dolor que insiste en todo lo que existe.

Vamos a ver, amigo, si esto puede aguantarse:
El semillero hirviente de un corazón podrido,
los mordiscos chiquitos de las larvas hambrientas,
los días cualesquiera que nos comen por dentro,
la carga de miseria, la experiencia —un residuo—,
las penas amasadas con lento polvo y llanto.

Nos estamos muriendo por los cuatro costados,
y también por el quinto de un Dios que no entendemos.
Los metales furiosos, los mohos del cansancio,
los ácidos borrachos de amarguras antiguas,
las corrupciones vivas, las penas materiales...
todo esto —tú sabes—, todo esto y lo otro.

Tú sabes. No perdonas. Estás ardiendo vivo.
La llama que nos duele quería ser un ala.
Tú sabes y tu verso pone el grito en el cielo.
Tú, tan serio, tan hombre, tan de Dios aun si pecas,
sabes también por dentro de una angustia rampante,
de poemas prosaicos, de un amor sublevado.

Nuestra pena es tan vieja que quizá no sea humana:
ese mugido triste del mar abandonado,
ese temblor insomne de un follaje indistinto,
las montañas convulsas, el éter luminoso,
un ave que se ha vuelto invisible en el viento,
viven, dicen y sufren en nuestra propia carne.

Con los cuatro elementos de la sangre, los huesos,
el alma transparente y el yo opaco en su centro,
soy el agua sin forma que cambiando se irisa,
la inercia de la tierra sin memoria que pesa,
el aire estupefacto que en sí mismo se pierde,
el corazón que insiste tartamudo afirmando.

Soy creciente. Me muero. Soy materia. Palpito.
Soy un dolor antiguo como el mundo que aún dura.
He asumido en mi cuerpo la pasión, el misterio,
la esperanza, el pecado, el recuerdo, el cansancio,
Soy la instancia que elevan hacia un Dios excelente
la materia y el fuego, los latidos arcaicos.

Debo salvarlo todo si he de salvarme entero.
Soy coral, soy muchacha, soy sombra y aire nuevo,
soy el tordo en la zarza, soy la luz en el trino,
soy fuego sin sustancia, soy espacio en el canto,
soy estrella, soy tigre, soy niño y soy diamante
que proclaman y exigen que me haga Dios con ellos.

¡Si fuera yo quien sufre! ¡Si fuera Blas de Otero!
¡Si sólo fuera un hombre pequeñito que muere
sabiendo lo que sabe, pesando lo que pesa!
Mas es el mundo entero quien se exalta en nosotros
y es una vieja historia lo que aquí desemboca.
Ser hombre no es ser hombre. Ser hombre es otra cosa.

Invoco a los amantes, los mártires, los locos
que salen de sí mismos buscándose más altos.
Invoco a los valientes, los héroes, los obreros,
los hombres trabajados que duramente aguantan
y día a día ganan su pan, mas piden vino.
Invoco a los dolidos. Invoco a los ardientes.

Invoco a los que asaltan, hiriéndose, gloriosos,
la justicia exclusiva y el orden calculado,
las rutinas mortales, el bienestar virtuoso,
la condición finita del hombre que en sí acaba,
la consecuencia estricta, los daños absolutos.
Invoco a los que sufren rompiéndose y amando.

Tú también, Blas de Otero, chocas con las fronteras,
con la crueldad del tiempo, con límites absurdos,
con tu ciudad, tus días y un caer gota a gota,
con ese mal tremendo que no te explica nadie.
Irónicos zumbidos de aviones que pasan
y muertos boca arriba que no, no perdonamos.

A veces me parece que no comprendo nada,
ni este asfalto que piso, ni ese anuncio que miro.
Lo real me resulta increíble y remoto.
Hablo aquí y estoy lejos. Soy yo, pero soy otro.
Sonámbulo transcurro sin memoria ni afecto,
desprendido y sin peso, por lúcido ya loco.

Detrás de cada cosa hay otra cosa que es la misma,
idéntica y distinta, real y a un tiempo extraña.
Detrás de cada hombre un espejo repite
los gestos consabidos, mas lejos ya, muy lejos.
Detrás de Blas de Otero, Blas de Otero me mira,
quizá me da la vuelta y viene por mi espalda.

Hace aún pocos días caminábamos juntos
en el frío, en el miedo, en la noche de enero
rasa con sus estrellas declaradas lucientes,
y era raro sentirnos diferentes, andando.
Si tu codo rozaba por azar mi costado,
un temblor me decía: «Ese es otro, un misterio.»

Hablábamos distantes, inútiles, correctos,
distantes y vacíos porque Dios se ocultaba,
distintos en un tiempo y un lugar personales,
en las pisadas huecas, en un mirar furtivo,
en esto con que afirmo: «Yo, tú, él, hoy, mañana»,
en esto que separa y es dolor sin remedio.

Tuvimos aún que andar, cruzar calles vacías,
desfilar ante casas quizá nunca habitadas,
saber que una escalera por sí misma no acaba,
traspasar una puerta -lo que es siempre asombroso-,
saludar a otro amigo también raro y humano,
esperar que dijeras -era un milagro-: Dios al fin escuchaba.

Todo el dolor del mundo le atraía a nosotros.
Las iras eran santas; el amor, atrevido;
los árboles, los rayos, la materia, las olas,
salían en el hombre de un penar sin conciencia,
de un seguir por milenios, sin historia, perdidos.
Como quien dice «sí», dije Dios sin pensarlo.

Y vi que era posible vivir, seguir cantando.
Y vi que el mismo abismo de miseria medía,
como una boca hambrienta, qué grande es la esperanza.
Con los cuatro elementos, más y menos que hombre,
sentí que era posible salvar el mundo entero,
salvarme en él, salvarlo, ser divino hasta en cuerpo.

Por eso, amigo mío, te recuerdo, llorando;
te recuerdo, riendo; te recuerdo, borracho;
pensando que soy bueno mordiéndome las uñas,
con este yo enconado que no quiero que exista,
con eso que en ti canta, con eso en que me extingo
y digo derramado: amigo Blas de Otero.

miércoles, 8 de abril de 2015

Rescoldos (por Ruth Patricia Diago)


Sólo resta el desencanto
irrefrenable de tantos años.

Una casa, una habitación y una cama
que se comparten irremediablemente
con la furia agazapada.

Algunos sueños adobados por décadas.

Esos granizos que sueltas a menudo,
pese a que ya no me intimidan.

El permanente reclamo
por la falta de fósforos
y las bolsas para la basura.

El silencio circundante,
las ideas que me reprochan
en el pesado quehacer de las mañanas.

Y alguna que otra vez
nuestras prendas interiores
que coinciden en la cuerda para colgar la ropa.


martes, 7 de abril de 2015

Pero el sol ya declina (por Eugenio Montale)


Desciendes del gran camino
y te domina un cielo
azul de verano. Una nube
blanca de linos refresca
a tu llegada la canícula.
Nos sentamos en el banco habitual.
Después de un rato un soplo de viento
y tu sombrero de paja empieza a remolinear.
Lo sostienes, vuelves a sentarte.
El ala del gran pino marino
como vela desplegada nos arrastra.
Quisiéramos bordear
de este litoral toda la costa,
llegar en un dueto de nombres, de recuerdos,
hasta Nervi.
Pero el sol ya declina,
difunde su esplendor en rayos oblicuos,
dispar, regresa, y la memoria de tardes
iguales duplica los horizontes,
traduce en otros días
aquel momento fugaz que desaparece.
Ahora también el viento calla.


lunes, 6 de abril de 2015

Todo el mundo lo sabe (por Ángel González)


De tarde en tarde el cielo está que arde.
En el jardín la luz declina “rosa
rosae”, y la fuente rumorosa
conjuga en el silencio de la tarde
el presente de un verbo evanescente
que articula el mañana y el ayer.
"Todo lo que ya fue volverá a ser",
murmura el cuento claro de la fuente.
El cuento de la fuente es eso: un cuento.
Quemó el cielo la luz en la que ardía,
y el día se deshizo en un “memento
homo”, humo, ceniza, lejanía.
Eso es lo que nos queda de aquel día.
Quien quiera saber de él, pregunte al viento.


domingo, 5 de abril de 2015

Todo lo que es tu ayer secretamente (por Miguel D´ Ors)


Para tu sola vida cuántas vidas
hicieron falta... Piensa las alcobas, las fiestas,
las guerras, las ciudades,
todo lo que es tu ayer secretamente,
la confabulación milenaria que hizo
que tú fueras.
Tu padre —Teruel, Brunete, el Ebro...—
leyendo en la trinchera
hexámetros desbaratados por el fuego
de mortero, tu abuelo por las arduas
alturas de Cerdedo o Pedamúa
con un morral convulso de perdices,
tu bisabuelo en una atardecida
melodiosa de Cuba, mirando el mar Caribe
pero viendo la dolça Catalunya,
«Ferro Velho» posando para un daguerrotipo
con leontina y sombrero y paraguas y puro,
y los Peix, los Vidal, los Estévez, los Orge,
los Pérez, los Rovira..., todos, con sus oficios,
sus barbas, sus mujeres
y sus males, desvaneciéndose en el tiempo,
en la fosa común del olvido... Y avanza,
adéntrate en la niebla de los siglos,
suponte un peregrino
adivinando Astorga allá en la madrugada,
imagínate un moro que, herido, ve alejarse
la fiera polvareda de su hueste,
mira un hombre que extiende en una roca
la fétida pelleja de una loba,
mira los centuriones rutilantes
en torno a la fogata, y Aníbal y Cartago,
y la mujer sangrienta que jadea
pariendo en un brazado de helechos, y el hirsuto
pintor de renos y uros que cambia por seis hachas
medianas una hembra... y todo lo que tuvo
que suceder para que tú nacieras
desde que aquellas Manos amasaron
el limo primigenio. Modelado
también para que de él esta mañana
brotara este poema.

sábado, 4 de abril de 2015

Para que arda (por Aureliano Cañadas)


Jamás me entregues
a la voracidad de la tierra, a su desgana.

Cuando llegue el momento, sea tu hijo, no tú,
como a orillas del Ganges, el que prenda la pira

para que arda mi boca por todas las mentiras
que dije;

mis manos,
por todo aquello que nunca supieron dar;

mi pecho,
por tantas veces como fui cobarde;

mi vientre,
por todo cuanto
comí sin acordarme del hambre de los otros;

mis pies,
por todas las semillas que pisaron;

para que arda mi sexo
por el amor que no hice.

viernes, 3 de abril de 2015

Suavemente las llamas (por Juan Manuel Romero)


Estás tirando al fuego tus antiguos diarios
con la impresión de quien se desengancha.
¿Dan alivio las páginas que arden?
A veces la memoria, igual que un dique,
te protege,
pero también te impide ver.
Suavemente las llamas
abrazan el pasado,
su voz roja.
El tiempo se ilumina y te deshace.

jueves, 2 de abril de 2015

Lo que su corazón guarda (por Germain Nouveau)


La iglesia donde duerme el órgano. La nave silenciosa.
Cerrado, mudo el coro. Todos los cirios apagados.
Ni siquiera un débil eco moribundo de cánticos latinos.
Tan sólo, en un rincón y sobre un banco, un alma piadosa.

Una pequeña anciana, absorta y desdeñosa
de la tierra, entusiasmada en vértigos lejanos
y ridícula (lo acepto) a ojos de libertinos,
pero a los de Jesús humilde y deliciosa.

Está rezando. Y rezará por vosotros, por mí, mañana,
si muero. Su mano en paz desgrana
las cuentas del rosario. Toda su vida adora.

Lo que su corazón guarda, ¿lo sabe acaso el vuestro?
Y cuando se aleja, bajo su toca negra,
lento el paso, ella sabe lo que Voltaire ignora.


miércoles, 1 de abril de 2015

HU-4091-L (por Manuel Vilas)


Adiós, hermano mío, la grúa fúnebre te conduce
al infierno del desguace.
Majestuoso, vas hacia la destrucción subido
en una grúa roja,
como si fueses Luis XVI camino de la guillotina,
y yo detrás.
Pareces un rey.
Soy el único que ha venido a tu entierro.

Te he querido.
Rezo por ti un padrenuestro y un avemaría.
Rezo por ti y me conmuevo.
Eras el mejor.
Y lo que vivimos juntos, y las ciudades que pisamos,
y las carreteras secundarias y los pueblos
y los mares que vimos,
y los párquings subterráneos y los túneles helados
de las carreteras de montaña, con afiladas
estalactitas a la entrada,
amenazando nuestra milagrosa inocencia,
y los mendigos en las avenidas,
pidiendo en los semáforos en rojo,
y lo que nos amamos en la oscuridad de las autopistas,
fundidos en un solo ser: confundida tu carne con mi chapa.
Me salvaste de la lluvia ácida y de la nieve sin ángeles.
Con tu aire acondicionado, que está intacto
después de doce años, impediste
que me quemara vivo en los veranos españoles.
Ese aire frío que me subía por la pierna, ay.
Y eras blanco,
porque la santidad y el amor industrial y la velocidad son blancos.
Y cómo me gustaba tocarte las marchas,
y cómo te ponía la quinta, eh, y qué caña te metías,
narciso, que eras un narciso.

Y ahora todo ha acabado.

Doscientos sesenta y ocho mil kilómetros hemos estado juntos.
Fuimos felices.
Fuimos grandes y definitivos.
Te doy un beso delante del chatarrero
y de un negro
que lleva un chorreante radiador en una mano.
Te he amado más que a mis amantes,
más que a mi perro;
casi tanto, pero no tanto, eh, como al dinero.

Bueno, no te enfades,
tú también fuiste dinero,
y aún lo eres,
y yo también soy dinero.

Perdona que te humille haciendo recaer
sobre tu hermosa tapicería,
sobre tus ruedas, manguitos
y válvulas que han gloriosamente ardido,
la miseria de España:
el plan Prever, 400 euros sociales
(¿os molesta que hable de dinero o de tan poco dinero?),
para la clase media,
que ama la limosna.

Tú, que fuiste mi libertad, que me llevaste cerca del paraíso;
tú, que me hablabas por las noches y me decías
“hermano, qué bien conduces; hermano,
eres el mejor de los hombres”.