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domingo, 13 de octubre de 2013

Subiendo por mis días (por Vicente Sabido)


Andabas por las calles del otoño
calladas de humedad y el amarillo
concierto de los árboles te amaba.
Te amaba el cielo gris y los tejados
umbrosos y los pájaros humildes
y el viento oscuro y fresco de los bosques.
Te amaban las vaguadas, las colinas
sangrientas de amapolas.
Y en Mérida te amaban
los blancos capiteles, la sonrisa
marmórea de los dioses mutilados.
Te amaban las cigüeñas vergonzosas
y hasta los lapiceros que mordías.

(Lento espigaba el trigo.
Lenta el agua buscaba las raíces.
Lenta la yerba crece. Lento el hombre
echa la hoz. Y trilla. Y lento amasa
su pan con llanto y fuego.)

(El tiempo no perdona
ni a la roca más firme ni a la rosa
más tierna.
El tiempo quiebra
los cielos más azules y las aguas
más tersas.
Como un cáncer
agrieta dulces sueños, da al olvido
palabras de pasión, gestos heroicos.)

Perdida en el invierno.
Perdida entre la lluvia
fresquísima de enero.
Subiendo por el frío.
Subiendo por la pena.
Subiendo por el llanto y por el gozo
con tanta certidumbre.

Andabas por las calles entornadas
donde la madreselva trepa
las altas tapias blancas.
Andabas los pasillos soñolientos
del instituto viejo, con tu risa
cristal, entre los muros
cargados de expedientes y pintadas
ingenuas sobre el sexo y el gobierno.
(Andabas por los ojos de tu madre
marcándole el camino, como un faro
en medio de la niebla.)

(La tarde es de tormenta.
Las nubes montañosas
descargan su coraje por los campos.
Agreste sinfonía
detrás de los vitrales.
Yo recuerdo
los góticos pináculos de Burgos,
en tanto la gramola toca graves
cantigas alfonsinas.)

Andabas por las playas de septiembre:
almendros, sal y conchas. Conocías
el vuelo de los pájaros marinos,
las caras de la arena, los dibujos
efímeros del agua entre las peñas.
Aprendiste los himnos de las olas
cantando jubilosas a la muerte.

Gaviotas, arrendotes. Conocías
la bóveda nocturna estrella a estrella
y les dabas mil nombres misteriosos,
helados, cristalinos,
ya polvo en la memoria.

(Inventa nuevos cielos.
Inventa nuevos mares. No te canses,
amada, de enseñarme como a un niño
las voces del silencio en un jardín desierto, la caricia
profunda del crepúsculo,
la música pequeña de las lilas.)

Ni siquiera sabemos qué es la vida,
para qué preocuparnos del detalle:
las curvas de la rosa, el vuelo tibio
de una paloma blanca, y el azar
que trajo hasta mis ojos tu mirada.

Y yo con mis costumbres,
al margen de tus cosas,
al margen de tu cine y tus zapatos,
al margen de tu blusa y tu sonrisa,
tu tos y tus muñecas,
tu pena, tus blue-jeans y tus amigas.

Y yo perdiendo el tiempo
entre los polinomios y los Beatles,
entre la bicicleta y los Urales,
las Tablas de la Ley y las estampas.

Pensar que en dos minutos
hubiera compartido tus paisajes,
tus sueños, tu rutina.
Que estabas a un suspiro de mis ojos,
a un paso de mi aliento.
Y que quedaba
aún tanto hasta el encuentro.

Tú, lejana, subiendo por el pozo
de los años, oscuro y resbaloso.
Subiendo por mis días sin saberlo.
Pasando de la rosa hasta la página
más gris de la gramática.
Pasando del latín al tocadiscos,
al chicle y Julio Verne.
Subiendo por los siglos y las simas
hasta tocar mis labios.

Pensar que por tus huellas
andaba sin saberlo.
Pensar que respiraba donde el aire
guardaba tu latido.
Pensar que tantas veces he tocado
el hueco de tu cuerpo.
Pensar que he compartido tanto abril
a un paso de tus ojos.
Pensar que te soñaba desde niño
y estábamos despiertos y tan cerca.

He dado tantas vueltas
para llegar a ti. Me he desviado
por tanto falso atajo que es milagro
tenerte entre mis brazos.
Cuántos días
brillantes como espejos. Cuántas noches
de asfixia y alquitrán. Mi corazón
lento sangraba. Y bajo el cielo
helado, solitario, yo buscándote.

Buscándote en los chopos
de plata y en los charcos del invierno.
Buscando entre las hojas
tu dulce piel sedeña.
Buscándote, perdido, como un loco
persigue la razón en su delirio.

Perdido en el neón y las películas.
Perdido en los caminos cotidianos.
Perdido entre los libros,
y las conversaciones y las copas.
Inútil entre inútiles sin ti.
Cadáver entre muertos sin tu vida.

Amor, dime el secreto
designio de las cosas.
Por qué el tiempo
nos ciega, tiende trampas,
nos pierde en laberintos.
Amor, por qué la vida
no es buena con nosotros, nos aprieta
el alma hasta el gemido
y se alimenta
con lágrimas de sangre.

Viniste como un sol amigo y tibio,
como un caudal de rosas, como un viento
de Sandro Botticelli,
como una sinfonía
de flautas de madera y mandolinas.

Te adoro en tus pupilas, en tus cejas
arqueadas y sumisas. Cómo fulge
la frente blanca y dulce en la cascada
castaña de tu pelo. Cómo vuela
tu risa por mi pecho. Cómo tiembla
mi voz enamorada
cuando chocan mis ojos con los tuyos.

Déjame, amor mío, en este instante,
en este instante azul agazaparme
pequeño entre tus brazos,
pequeño entre tus labios y decirte:
escucha mi silencio.
Escucha mi silencio y mi alegría.

(El mundo es nuestro lecho y nuestra casa.
Despierta, amor. Despunta una mañana
de campos de algodón tímido y albo.
Da cuerda a la ilusión.
Volvamos al principio a cada instante.
No es tarde para nada. Nunca es tarde.
No tengas miedo nunca.
Ven.
Escucha.)

2 comentarios:

LA PHRASE LAPIDARIA dijo...

Se aprende cuesta arriba. Se olvida cuesta abajo.

casa de citas dijo...

El hombre todavía puede apagar el ordenador. Sin embargo, en el futuro tendremos que esforzarnos mucho para conservar este privilegio.

(WEIZEMBAUM)