zUmO dE pOeSíA

zUmO dE pOeSíA
de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

Ver una entrada al azar

jueves, 31 de octubre de 2013

Mar todavía (por Vicente Aleixandre)


Heme aquí frente a ti, mar, todavía...
Con el polvo de la tierra en mis hombros,
impregnado todavía del efímero deseo apagado del hombre,
heme aquí, luz eterna,
vasto mar sin cansancio,
última expresión de un amor que no acaba,
rosa del mundo ardiente.
Eras tú, cuando niño,
la sandalia fresquísima para mi pie desnudo.
Un albo crecimiento de espumas por mi pierna
me engañara en aquella remota infancia de delicias.
Un sol, una promesa
de dicha, una felicidad humana, una cándida correlación de luz
con mis ojos nativos, de ti, mar, de ti, cielo,
imperaba generosa sobre mi frente deslumbrada
y extendía sobre mis ojos su inmaterial palma alcanzable,
abanico de amor o resplandor continuo
que imitaba unos labios para mi piel sin nubes.
Lejos el rumor pedregoso de los caminos oscuros
donde hombres ignoraban tu fulgor aún virgíneo.
Niño grácil, para mí la sombra de la nube en la playa
no era el torvo presentimiento de mi vida en su polvo,
no era el contorno bien preciso donde la sangre un día
acabaría coagulada, sin destello y sin numen.
Más bien, con mi dedo pequeño, mientras la nube detenía su paso,
yo tracé sobre la fina arena dorada su perfil estremecido,
y apliqué mi mejilla sobre su tierna luz transitoria,
mientras mis labios decían los primeros nombres amorosos:
cielo, arena, mar...
El lejano crujir de los aceros, el eco al fondo de los bosques partidos por los hombres,
era allí para mí un monte oscuro, pero también hermoso.
Y mis oídos confundían el contacto heridor del labio crudo
del hacha en las encinas
con un beso implacable, cierto de amor, en ramas.
La presencia de peces por las orillas, su plata núbil,
el oro no manchado por los dedos de nadie,
la resbalosa escama de la luz, era un brillo en los míos.
No apresé nunca esa forma huidiza de un pez en su hermosura,
la esplendente libertad de los seres,
ni amenacé una vida, porque amé mucho: amaba
sin conocer el amor; sólo vivía...
Las barcas que a lo lejos
confundían sus velas con las crujientes alas
de las gaviotas o dejaban espuma como suspiros leves,
hallaban en mi pecho confiado un envío,
un grito, un nombre de amor, un deseo para mis labios húmedos,
y si las vi pasar, mis manos menudas se alzaron
y gimieron de dicha a su secreta presencia,
ante el azul telón que mis ojos adivinaron,
viaje hacia un mundo prometido, entrevisto,
al que mi destino me convocaba con muy dulce certeza.
Por mis labios de niño cantó la tierra; el mar
cantaba dulcemente azotado por mis manos inocentes.
La luz, tenuemente mordida por mis dientes blanquísimos,
cantó; cantó la sangre de la aurora en mi lengua.
Tiernamente en mi boca, la luz del mundo me iluminaba por dentro.
Toda la asunción de la vida embriagó mis sentidos.
Y los rumorosos bosques me desearon entre sus verdes frondas,
porque la luz rosada era en mi cuerpo dicha.
Por eso hoy, mar,
con el polvo de la tierra en mis hombros,
impregnado todavía del efímero deseo apagado del hombre,
heme aquí, luz eterna,
vasto mar sin cansancio,
rosa del mundo ardiente.
Heme aquí frente a ti, mar, todavía...

miércoles, 30 de octubre de 2013

TOC (por Neil Hilborn)


La primera vez que la vi…

Todo en mi cabeza se silenció

Todos los ticks, las imágenes constantes desaparecieron.

Cuando tienes trastorno obsesivo compulsivo en realidad no tienes momentos callados.

Incluso en la cama estoy pensando:

¿Cerré las puertas? Sí

¿Me lavé las manos? Sí

¿Cerré las puertas? Sí

¿Me lavé las manos? Sí

Pero cuando la vi, la única cosa en la que pude pensar fue en la curva de la horquilla de sus labios.

O la pestaña en su mejilla–

La pestaña en su mejilla–

La pestaña en su mejilla.

Sabía que debía hablar con ella

La invité a salir seis veces en treinta segundos.

Ella dijo que sí después de la tercera,

pero ninguna de las veces que pregunté se sintió bien así que tenía que seguir haciéndolo.

En nuestra primera cita,

pasé más tiempo organizando mi comida por colores de lo que pasé comiéndola o hablando con ella.

Pero le encantó.

Le encantaba que tuviera que besarla para despedirme 16 veces, o 24 si era miércoles.

Le encantaba que me tomaba todo el tiempo caminar hacia casa porque había muchas grietas en la banqueta.

Cuando nos mudamos juntos ella dijo que se sentía segura,

como si nadie nos fuera a robar porque definitivamente había cerrado la puerta 18 veces.

Yo siempre veía su boca cuando hablaba–

Cuando hablaba–

Cuando hablaba–

Cuando hablaba–

Cuando hablaba;

Cuando me dijo que me amaba, su boca se curvaba hacia arriba en los bordes.

En la noche ella se acostaba en la cama y me veía apagar todas las luces, y encenderlas, y apagarlas, y encenderlas, y apagarlas, y encenderlas, y apagarlas, y encenderlas, y apagarlas, y encenderlas, y apagarlas, y prenderlas, y apagarlas, y encenderlas, y apagarlas, y encenderlas, y apagarlas, y encenderlas, y apagarlas, y encenderlas, y apagarlas.

Ella cerraba los ojos y se imaginaba que los días y las noches pasaban frente a ella.

Algunas mañanas empezaba a besarla para despedirme y ella sólo se iba porque estaba haciéndola llegar tarde al trabajo.

Cuando me detenía en las grietas de la banqueta ella seguía caminando.

Cuando me decía que me amaba su boca era una línea recta.

Me dijo que estaba tomando mucho de su tiempo.

La semana pasada empezó a dormir en casa de su madre.

Me dijo que nunca debió dejarme apegarme tanto a ella; que todo esto fue un error,

pero… ¡¿Cómo podría ser un error que no tenga que lavarme las manos después de tocarla?!

El amor no es un error y me está matando que ella pueda salirse de esto y yo no.

No puedo–

No puedo salir y encontrar a alguien nuevo porque siempre pienso en ella.

Usualmente, cuando me obsesiono con algo, veo gérmenes escabulléndose en mi piel.

Me veo a mí mismo siendo atropellado por una infinita línea de coches.

Y ella fue la primera cosa hermosa en la que alguna vez me he estancado.

Quiero despertar todas las mañanas pensando en la manera como agarra el volante.

Cómo mueve las manijas de la regadera como si estuviera abriendo una caja fuerte.

En cómo sopla las velas–

cómo sopla las velas–

cómo sopla las velas–

cómo sopla las velas–

cómo sopla…

Ahora sólo pienso en quién más está besándola.

No puedo respirar porque él sólo la besa una vez­– ¡No le importa si es perfecto!

La quiero de regreso tanto que…

Dejo la puerta sin cerrar.

Dejo las luces encendidas.

Pero tomó la izquierda (por Renée Acosta)



pudo haber sido, pero no fue

las cosas son lo que son



pudiera haber tomado la izquierda

en lugar de la derecha

pero tomó la izquierda donde

la virgen negra le dio dos palomas

un águila y un niño muerto



pudo haber sido lo mejor

viajar a la India o viajar

a las playas de México

o no ir a ninguna parte



pero estar tiene también su propia

reverberación en la telaraña de las cosas



habría sido mejor no comprar esa motocicleta

pudiera entre los altos techos celestes, darse

una mejor combinación de los acontecimientos

la exactitud del mundo y la lectura de sus mutaciones

indescifradas

pudieran… pero no

martes, 29 de octubre de 2013

Si este canto saliera (por Giovanni Papini)


Hay un canto en mí que mi boca jamás pronunciará; que no escribirá mi mano en ningún trozo de papel.

Hay un canto en mí que debo escuchar yo solo, que debo padecer y soportar solamente yo.

Hay un canto preso en mis venas como los celestiales adagios del argentado órgano. Hay un canto que como la raíz del gladiolo no florecerá bajo el alud.

Hay un canto en mí que estará siempre en mí.

Si este canto saliera de mi corazón, quebraría mi corazón.

Si este canto escribiera mi mano, ninguna otra palabra escribiría mi mano.

Este canto no se dirá sino en la última hora de mi vida; este canto será el inicio de una feliz agonía.

Hay un canto en mí que no puede salir de mí porque no se han creado aún las palabras necesarias.

Un canto sin medida y sin tiempo; sin ritmo y sin leyes.

Un canto sin ningún sosiego y que astillaría cualquier lenguaje.

Un canto inatendible sin que el alma se intimide por la sorpresa y se coloree de otro sol.

Un canto más respirado que dicho, más presentido que expresado: son de luces, rayo de acordes.

Un canto sin ansias de música porque sería más melodioso que cualquier otro instrumento conocido.

En mi corazón inmenso, que por días abarca el universo, a este canto le cuesta quedarse adentro. En los minutos más angustiantes de la vida, este canto querría derramarse de mi corazón demasiado estrecho como el llanto de los ojos de quien se llora a sí mismo. Pero lo rechazo y lo engullo, pues junto a él también la sangre de mi corazón se derramaría con la misma furia voluptuosa. Lo encierro en mí mismo porque no quiero morir aún.

Soy una víctima dulce de este canto divino y homicida. Debo cerrar el corazón como la puerta de una cárcel y sofocar sus latidos sobrehumanos como si fueran remordimientos. Y ser, con toda mi ternura, el hombre feroz al que no se acercan los débiles.

Porque mi canto sería un aterrador canto de amor, y ese amor abrasaría todo lo que toca.

El amor que sólo cobija es apenas tibio, pero el verdadero amor en el mismo soplo besa y destruye.

Este amor resplandecería tanto de candente avidez que ese día la tierra iluminaría al sol y la medianoche sería más ardiente que el mediodía más ardiente.

Pero yo no cantaré jamás este canto terrible que me consume sin que nadie tenga compasión de mi tormento.

Yo no cantaré jamás este canto maravilloso del que mi temor reniega y que espanta mi debilidad.

No cantaré este canto porque nadie podría sustentar la infinita, la desgarrante, la dolorosa dulzura.

lunes, 28 de octubre de 2013

Cuando me recordéis (por Saiz de Marco)


Pesadme injustamente

Poned plomo en lo limpio
para que pese mucho la pequeña pureza que hubo en mí

Y alterad la balanza
haced que sea liviano el otro lado
el de mi mezquindad

Sobrecargad un plato, aligerad el otro

Adulterad la báscula
Inclinad la balanza
como si pretendierais amañar la memoria
trucarla a mi favor

Haced trampa en el peso cuando me recordéis

Cuando ya me haya ido
juzgadme injustamente

domingo, 27 de octubre de 2013

Última carta (por Vladimir Mayakovsky)


¡A todos! 


No se culpe a nadie de mi muerte y, por favor,
nada de chismes.
Al difunto le molestaban enormemente.
Mamá, hermanas, camaradas,
perdonadme -no es un método y no se lo aconsejo a nadie,
pero no tengo otra salida.

Lili, ámame.

Camarada gobierno, mi familia es:
Lili Brik, mi madre, mis hermanas y Verónica Vitaldovna Polonskaya.
Si se ocupan de asegurarles una existencia decente, gracias.

Por favor, den los poemas inconclusos a los Brik,
ellos sabrán descifrarlos.

Como quien dice,
"el incidente" ha terminado.
La barca del amor
se ha estrellado
contra la vida cotidiana

Estoy mano a mano con la vida,
así que ¿para qué
reprocharnos mutuamente
dolores,
daños
y ofensas recíprocas?

Sigan felices.

sábado, 26 de octubre de 2013

Pero ven (por Juan Eduardo Cirlot)


Las huellas de tus dedos

no se ven en las torres.


Pero yo leo sin descanso, en la soledad de la ermita junto

al mar

los antiguos signos en donde tú estuviste hacia el año mil,

por los bosques, los pantanos, las ramas y las hojas, la arcilla

pisada.


Dentro del corazón está la muerte

como una runa blanca de ceniza.


Acércate por el campo blanco o por el verde campo o por el

campo negro, pero ven.


Detente ante la tumba

donde los dos estamos.

viernes, 25 de octubre de 2013

Del revés (por Juan Ramón Jiménez)



¡Quién sabe del revés de cada hora!

¡Cuántas veces la aurora
estaba tras un monte!

¡Cuántas el regio hervor de un horizonte
tenía en sus entrañas de oro el trueno!

Aquella espada dio la vida.

Aquella rosa era veneno.

Yo pensé una florida
pradera en el remate de un camino,
y me encontré un pantano.

Yo soñaba en la gloria de lo humano,
y me hallé en lo divino.

jueves, 24 de octubre de 2013

Ya no sé entonces (por Sigfrido Radaelli)

Ya sé, los dos sabemos
que si te alejás hoy es para volver mañana.
O sea que mañana te veré nuevamente.
Está bien.
Pero si hoy te alejás para volver sin plazo,
si es eso lo que ocurre,
o sea que ya no sé si te veré mañana
o en un mes
o en un año,
ya no sé entonces si nunca volveré a verte.
¿Y entonces, Dios mío, hoy es la última vez que
te veo
y esta tarde la última,
son estos minutos los últimos?
Ahora sé qué es no saber nada de nada.
Todo ha cambiado de golpe. Enfrente de mí
un agujero inmenso y negro, y en mis oídos
resonando
un eco lastimero y largo.
Hablo y me detengo,
vuelvo a hablar solitario, escucho asombrado
mi voz
y vuelvo al silencio.
¿Qué sentido tienen ya las palabras
o los murmullos o el recuerdo o las pruebas
del amor?

miércoles, 23 de octubre de 2013

La gran ola te trajo (por Jorge Luis Borges)


El alba inútil me sorprende en una esquina desierta; sobreviví a la noche.

Las noches son como olas orgullosas; olas azul oscuro, de pesadas crestas, cargadas con los tonos de profundos despojos, cargadas de improbables y deseables cosas.

Las noches acostumbran misteriosos dones y rechazos, de cosas que se dan por la mitad y a medias se retienen, de delicias que albergan un hemisferio oscuro. Así obra la noche, yo te digo.

La marea, esa noche, me dejó los jirones y retazos disjuntos de costumbre: algunas amistades que odio, para charlar; música para sueños; la humareda de cenizas amargas. Las cosas a las que mi corazón hambriento no puede hallarles uso. La gran ola te trajo.

Palabras y palabras, cualesquiera, tu risa; y vos tan perezosa e incesantemente bella. Hablamos, y olvidaste las palabras.

El alba destructora me encuentra en una calle desierta, en mi ciudad.

Tu perfil que se aleja, los sonidos que conforman tu nombre, la cadencia de tu risa: esos son los ilustres juguetes que dejaste para mí.

Los revuelvo en el alba, los pierdo, los encuentro; se los cuento a los escasos perros vagabundos y a las pocas estrellas vagabundas del alba.

Tu rica vida oscura…

Debo alcanzarte, de algún modo; aparto estos ilustres juguetes que dejaste para mí, quisiera tu mirada subrepticia, tu sonrisa real; esa sonrisa solitaria y mordaz que la frialdad de tu espejo conoce.

martes, 22 de octubre de 2013

Media vida (por Miguel d´ Ors)


En la cena
me sobra media pizza.
Qué sensación extraña.

Tras el cristal, la noche, el mar, agosto.

Qué tristeza:
me sobra media noche,
me sobra media luna
y medio mar: la parte
que te tocaba a ti de aquel nosotros.

Y me sobro y me falto medio yo
porque me faltas tú, mi media vida.


lunes, 21 de octubre de 2013

No comprenderás demasiado (por Hjalmar Söderberg)


Vida, no te comprendo. A veces siento un mareo en el alma, cuchicheos y avisos y murmullos de que me he extraviado. Lo he sentido hace un rato. Entonces he examinado el expediente de mi proceso: las hojas de diario mediante las cuales interrogo mis dos voces interiores, la que quería y la que no quería. Las he leído y releído, y no puedo menos de creer que la voz a la que finalmente obedecí era la que tenía razón, y la otra la que sonaba a hueco. La otra voz era tal vez la más prudente, pero de escucharla habría perdido todo respeto por mí mismo. Y sin embargo..., sin embargo... He empezado a soñar en el pastor. Era de prever, claro, pero justamente por esto me sorprende. Creí que podría librarme de esa prueba, precisamente porque la tenía prevista.

Comprendo que al rey Herodes le disgustaran esos profetas que andan por ahí resucitando los muertos. Los tenía en gran estima por lo demás, pero reprobaba esa rama de sus actividades...

Vida, no te comprendo. Pero no digo que sea culpa tuya. El que yo sea un hijo desnaturalizado me parece más verosímil que el que tú seas una madre indigna. Y al fin empieza a despuntar en mí cierto presentimiento: que lo planeado no era que el hombre comprenda la vida. Todo ese frenesí de explicar y comprender, toda esa persecución de la verdad, es tal vez un extravío. Bendecimos el sol porque nos separa de él la distancia precisa que nos lo hace útil. Unos pocos millones de millas más cerca o más lejos, y nos asaríamos o helaríamos. ¿Y si con la verdad pasara como con el sol?

El viejo mito finlandés dice: el que ve la cara del dios tiene que morir. Y Edipo. Resolvió el enigma de la esfinge y fue el más desgraciado de los hombres. ¡No resuelvas enigmas! ¡No preguntes! ¡No pienses! El pensamiento es un ácido que corroe. Al principio crees que sólo va a corroer lo que está podrido y enfermo y que es mejor amputar. Pero el pensamiento piensa de otro modo: corroe ciegamente. Empieza por la presa que le arrojas de mejor grado, pero no creas que con ella se sacia. No para hasta devorar tu última y más querida reserva.

Tal vez yo no hubiera debido pensar tanto; tal vez hubiera hecho mejor prosiguiendo mis estudios. «Las ciencias son útiles porque impiden que los hombres piensen». Un hombre de ciencia lo dijo. Más me hubiera valido tal vez vivir la vida, como dicen, o dar gusto al gusano, como dicen también. Mejor ir a esquiar y jugar al fútbol, hacer una vida sana y alegre, con mujeres y niños. Mejor casarme y echar niños al mundo, mejor hacer lo debido. Cosas así son agarres y soportes. Tal vez ha sido también una tontería el no haberme arrojado a la política y presentado a elecciones. También la patria nos necesita. Bueno, para eso tal vez quede tiempo todavía ...

Primer mandamiento: no comprenderás demasiado. Pero el que comprende este mandamiento, ése ya ha comprendido demasiado. Me mareo, todo da vueltas a mi alrededor. De tiniebla en tiniebla.

domingo, 20 de octubre de 2013

Al mismo tiempo (por Titus Lucretius Carus -“Lucrecio”-)


Al mismo tiempo, en un lugar o en otro,
triunfa y muere la vida en este mundo.
El llanto fúnebre se mezcla
con el llanto del recién nacido.
Nunca la noche oscura sucede al día
ni la luz de la aurora a la noche
sin que el primer dolor de los que nacen
se funda con el lamento último de los que mueren.

sábado, 19 de octubre de 2013

A punto, contenidas (por Joan Vinyoli)

Es bueno tener lágrimas a punto, contenidas
por si de pronto muere
alguien que amas, o lees
un verso, o piensas en el juego
perdido
o bien, de noche, antes
que nazca el alba, algún ladrido
rasga el duro silencio.
Y vienen los recuerdos
de tantas culpas que nunca
has expiado
y ves el derrotado
ejército de los hombres
arrastrando los pies pesadamente
por las llanuras enfangadas,
bajo la lluvia, mientras silban
los trenes.

Que todo es duro, cruel y sin piedad,
y siempre el mal y la vergüenza duran.

viernes, 18 de octubre de 2013

Desconocidos (por Vasko Popa)


Alguien me abraza
Alguien me mira con los ojos de un lobo
Alguien se quita el sombrero
para que pueda reconocer mejor su aspecto

Cada uno me pregunta
sabes cómo estoy unido a ti

Desconocidos ancianos y mujeres
se apropian los nombres
de muchachos y muchachas de mi memoria

Le pregunto a uno de ellos
dime por amor de Dios
si George el Lobo todavía vive

Ése soy yo, responde desde un
mundo casi venidero

Yo toco sus mejillas con mi mano
y le imploro con mis ojos
que me diga también si todavía
yo vivo.

jueves, 17 de octubre de 2013

Me vacío de mi vida (por Mark Strand)


Me vacío del nombre de los otros. Vacío mis bolsillos.

Vacío mis zapatos y los dejo al borde de la ruta.

En la noche retraso los relojes;

abro el álbum familiar y observo al muchacho que fuí.

Digo mi propio nombre. Digo adiós.

Las palabras se siguen viento abajo.

Amo a mi mujer pero la aparto de mí.

Mis padres se levantan de sus tronos

hacia el lechoso cuarto de nubes. ¿Cómo puedo cantar?

El tiempo me dice lo que soy. He cambiado y soy el mismo.

Yo me vacío de mi vida y mi vida permanece.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Desnudo en la ribera (por Roque Dalton)


Y, sin embargo, amor, a través de las lágrimas
yo sabía que al fin iba a quedarme
desnudo en la ribera de la risa.

Aquí,
hoy,
digo:
siempre recordaré tu desnudez entre mis manos,
tu olor a disfrutada madera de sándalo
clavada junto al sol de la mañana;
tu risa de muchacha,
o de arroyo,
o de pájaro;
tus manos largas y amantes
como un lirio traidor a tus antiguos colores;
tu voz,
tus ojos,
lo de abarcable en ti que entre mis pasos
pensaba sostener con las palabras.
Pero ya no habrá tiempo de llorar.
Ha terminado
la hora de la ceniza para mi corazón:

Hace frío sin ti,
pero se vive.

martes, 15 de octubre de 2013

Y mientras, una rosa (por Enrique Baltanás)


Una rosa se abre sin testigos en el silencio de la noche.


En la cama de un hospital alguien ensaya trabajosamente

un gesto parecido al de morirse

o tal vez muere y nadie se da cuenta.


Unos brazos y un pecho tibio acogen

a la vida que nace de la sangre, entre sangre, llorando.


Alguien palpa la niebla, como buscando, fuera, el sol

que él cree que brilla.


Las estrellas contemplan

el baile de dos cuerpos enlazados que se abrazan

en la música. Y caen. Y se alejan

uno del otro

por una calle entre veloces autos.


Y mientras una rosa, en el silencio

de la noche, se abre para nadie.

Haikus de Aitor Suárez

Nuestro colega Aitor Suárez, cofundador de zUmO dE pOeSíA, ha escrito algunos haikus. Aunque querríamos publicar algunos, él considera que no reúnen calidad. Respetamos su opinión. No obstante, y por si alguien quisiera echar un vistazo, nos ha autorizado a insertar este enlace:   



Un límite sagrado (por Ana Ajmatova)


Hay en la intimidad un límite sagrado
que ni la pasión más loca puede trasponer,
ni siquiera si el amor desgarra el corazón
y en medio del silencio se funden nuestras bocas.

La amistad nada puede, nada pueden los años
de vuelos elevados, de dicha llameante,
allí donde el alma es libre y no la vence
la dulce languidez del goce y el deseo.

Pretenden alcanzarlo mentes enajenadas
y a quienes lo trasponen les llena la tristeza.
¿Comprendes ahora por qué mi corazón
bajo tu mano derecha no late acompasado?

lunes, 14 de octubre de 2013

Dos caminos (por Marin Sorescu)


Iba tranquilamente

cuando de pronto, frente a mí

surgieron dos caminos:

uno a la derecha,

y el otro a la izquierda,

según todas las reglas de la simetría.

Me quedé inmóvil,

cerré los ojos,

estiré los labios,

tosí,

y tomé por el de la derecha

(exactamente el que no debía,

como se comprobó más adelante).

Caminé por él como pude,

está de más abundar en detalles.

Luego frente a mí se abrieron dos precipicios:

uno a la derecha,

otro a la izquierda.

Me lancé por el de la izquierda,

sin pestañear, sin siquiera precipitarme,

me lancé con todo por el de la izquierda,

el cual, ay, no era el sembrado con plumas.

A rastras seguí avanzando.

Me arrastré cuanto pude, y de pronto, frente a mí

se abrieron amplios dos caminos.

«¡Yo les enseñaré!» -me dije-

y me empeñé otra vez por el de la izquierda,

con hostilidad.

Equivocado, muy equivocado, el de la derecha era

el verdadero, el verdadero, como se dice, gran camino.

Y en la primera encrucijada

me consagré con todo mi ser

al de la derecha.

Y nuevamente

el otro fue el que debí tomar, el otro...

Ahora están por terminarse mis provisiones,

el bastón de mis manos envejeció,

ya no echa brotes

para estar a su sombra

cuando me embarga la desesperación.

Las piedras desgarraron mis tobillos,

crujen y gruñen en mi contra,

dado que me he mantenido en una permanente

equivocación.

Y he aquí que otra vez ante mí se abren

dos cielos: Uno a la derecha,

el otro a la izquierda.

domingo, 13 de octubre de 2013

Subiendo por mis días (por Vicente Sabido)


Andabas por las calles del otoño
calladas de humedad y el amarillo
concierto de los árboles te amaba.
Te amaba el cielo gris y los tejados
umbrosos y los pájaros humildes
y el viento oscuro y fresco de los bosques.
Te amaban las vaguadas, las colinas
sangrientas de amapolas.
Y en Mérida te amaban
los blancos capiteles, la sonrisa
marmórea de los dioses mutilados.
Te amaban las cigüeñas vergonzosas
y hasta los lapiceros que mordías.

(Lento espigaba el trigo.
Lenta el agua buscaba las raíces.
Lenta la yerba crece. Lento el hombre
echa la hoz. Y trilla. Y lento amasa
su pan con llanto y fuego.)

(El tiempo no perdona
ni a la roca más firme ni a la rosa
más tierna.
El tiempo quiebra
los cielos más azules y las aguas
más tersas.
Como un cáncer
agrieta dulces sueños, da al olvido
palabras de pasión, gestos heroicos.)

Perdida en el invierno.
Perdida entre la lluvia
fresquísima de enero.
Subiendo por el frío.
Subiendo por la pena.
Subiendo por el llanto y por el gozo
con tanta certidumbre.

Andabas por las calles entornadas
donde la madreselva trepa
las altas tapias blancas.
Andabas los pasillos soñolientos
del instituto viejo, con tu risa
cristal, entre los muros
cargados de expedientes y pintadas
ingenuas sobre el sexo y el gobierno.
(Andabas por los ojos de tu madre
marcándole el camino, como un faro
en medio de la niebla.)

(La tarde es de tormenta.
Las nubes montañosas
descargan su coraje por los campos.
Agreste sinfonía
detrás de los vitrales.
Yo recuerdo
los góticos pináculos de Burgos,
en tanto la gramola toca graves
cantigas alfonsinas.)

Andabas por las playas de septiembre:
almendros, sal y conchas. Conocías
el vuelo de los pájaros marinos,
las caras de la arena, los dibujos
efímeros del agua entre las peñas.
Aprendiste los himnos de las olas
cantando jubilosas a la muerte.

Gaviotas, arrendotes. Conocías
la bóveda nocturna estrella a estrella
y les dabas mil nombres misteriosos,
helados, cristalinos,
ya polvo en la memoria.

(Inventa nuevos cielos.
Inventa nuevos mares. No te canses,
amada, de enseñarme como a un niño
las voces del silencio en un jardín desierto, la caricia
profunda del crepúsculo,
la música pequeña de las lilas.)

Ni siquiera sabemos qué es la vida,
para qué preocuparnos del detalle:
las curvas de la rosa, el vuelo tibio
de una paloma blanca, y el azar
que trajo hasta mis ojos tu mirada.

Y yo con mis costumbres,
al margen de tus cosas,
al margen de tu cine y tus zapatos,
al margen de tu blusa y tu sonrisa,
tu tos y tus muñecas,
tu pena, tus blue-jeans y tus amigas.

Y yo perdiendo el tiempo
entre los polinomios y los Beatles,
entre la bicicleta y los Urales,
las Tablas de la Ley y las estampas.

Pensar que en dos minutos
hubiera compartido tus paisajes,
tus sueños, tu rutina.
Que estabas a un suspiro de mis ojos,
a un paso de mi aliento.
Y que quedaba
aún tanto hasta el encuentro.

Tú, lejana, subiendo por el pozo
de los años, oscuro y resbaloso.
Subiendo por mis días sin saberlo.
Pasando de la rosa hasta la página
más gris de la gramática.
Pasando del latín al tocadiscos,
al chicle y Julio Verne.
Subiendo por los siglos y las simas
hasta tocar mis labios.

Pensar que por tus huellas
andaba sin saberlo.
Pensar que respiraba donde el aire
guardaba tu latido.
Pensar que tantas veces he tocado
el hueco de tu cuerpo.
Pensar que he compartido tanto abril
a un paso de tus ojos.
Pensar que te soñaba desde niño
y estábamos despiertos y tan cerca.

He dado tantas vueltas
para llegar a ti. Me he desviado
por tanto falso atajo que es milagro
tenerte entre mis brazos.
Cuántos días
brillantes como espejos. Cuántas noches
de asfixia y alquitrán. Mi corazón
lento sangraba. Y bajo el cielo
helado, solitario, yo buscándote.

Buscándote en los chopos
de plata y en los charcos del invierno.
Buscando entre las hojas
tu dulce piel sedeña.
Buscándote, perdido, como un loco
persigue la razón en su delirio.

Perdido en el neón y las películas.
Perdido en los caminos cotidianos.
Perdido entre los libros,
y las conversaciones y las copas.
Inútil entre inútiles sin ti.
Cadáver entre muertos sin tu vida.

Amor, dime el secreto
designio de las cosas.
Por qué el tiempo
nos ciega, tiende trampas,
nos pierde en laberintos.
Amor, por qué la vida
no es buena con nosotros, nos aprieta
el alma hasta el gemido
y se alimenta
con lágrimas de sangre.

Viniste como un sol amigo y tibio,
como un caudal de rosas, como un viento
de Sandro Botticelli,
como una sinfonía
de flautas de madera y mandolinas.

Te adoro en tus pupilas, en tus cejas
arqueadas y sumisas. Cómo fulge
la frente blanca y dulce en la cascada
castaña de tu pelo. Cómo vuela
tu risa por mi pecho. Cómo tiembla
mi voz enamorada
cuando chocan mis ojos con los tuyos.

Déjame, amor mío, en este instante,
en este instante azul agazaparme
pequeño entre tus brazos,
pequeño entre tus labios y decirte:
escucha mi silencio.
Escucha mi silencio y mi alegría.

(El mundo es nuestro lecho y nuestra casa.
Despierta, amor. Despunta una mañana
de campos de algodón tímido y albo.
Da cuerda a la ilusión.
Volvamos al principio a cada instante.
No es tarde para nada. Nunca es tarde.
No tengas miedo nunca.
Ven.
Escucha.)

sábado, 12 de octubre de 2013

Echar a andar (por Saiz de Marco)


nacer como un niño

tal como ahora pero
igual que llega un niño

a cero el contador

con la página en blanco
el cuaderno a estrenar
sin hojas mal escritas
sin tinta
sin erratas

ahora empezar de nuevo como un
niño que viene

sin huellas de otros pasos
de esos zapatos sucios de arena del camino
sin pisadas de barro grabadas en la nieve

sin memoria
sin lastre

como un recién nacido
echar a andar
ahora

viernes, 11 de octubre de 2013

Nunca -y es tan sencillo-... (por Ángel González)


Atrás quedaron los escombros:
humeantes pedazos de tu casa,
veranos incendiados, sangre seca
sobre la que se ceba -último buitre-
el viento.

Tú emprendes viaje hacia adelante, hacia
el tiempo bien llamado porvenir.
Porque ninguna tierra
posees,
porque ninguna patria
es ni será jamás la tuya,
porque en ningún país
puede arraigar tu corazón deshabitado.

Nunca -y es tan sencillo-
podrás abrir una cancela
y decir, nada más: «buen día,
madre».
Aunque efectivamente el día sea bueno,
haya trigo en las eras
y los árboles
extiendan hacia ti sus fatigadas
ramas, ofreciéndote
frutos o sombra para que descanses.

jueves, 10 de octubre de 2013

Mano entregada (por Vicente Aleixandre)

Pero otro día toco tu mano. Mano tibia.
Tu delicada mano silente. A veces cierro
mis ojos y toco leve tu mano, leve toque
que comprueba su forma, que tienta
su estructura, sintiendo bajo la piel alada el duro hueso
insobornable, el triste hueso adonde no llega nunca
el amor. Oh carne dulce, que sí se empapa del amor hermoso.

Es por la piel secreta, secretamente abierta, invisiblemente entreabierta,
por donde el calor tibio propaga su voz, su afán dulce;
por donde mi voz penetra hasta tus venas tibias,
para rodar por ellas en tu escondida sangre,
como otra sangre que sonara oscura, que dulcemente oscura te besara
por dentro, recorriendo despacio como sonido puro
ese cuerpo, que ahora resuena mío, mío poblado de mis voces profundas,
oh resonado cuerpo de mi amor, oh poseído cuerpo, oh cuerpo sólo sonido de mi voz poseyéndolo.

Por eso, cuando acaricio tu mano, sé que sólo el hueso rehúsa
mi amor —el nunca incandescente hueso del hombre—.
Y que una zona triste de tu ser se rehúsa,
mientras tu carne entera llega a un instante lúcido
en que total flamea, por virtud de ese lento contacto de tu mano,
de tu porosa mano suavísima que gime,
tu delicada mano silente, por donde entro
despacio, despacísimo, secretamente en tu vida,
hasta tus venas hondas totales donde bogo,
donde te pueblo y canto completo entre tu carne.

miércoles, 9 de octubre de 2013

Intentan decirnos algo (por John Agard)



Date un paseo por los espléndidos campos matinales del verano

fíjate en las vacas en el pleno esplendor

de su cuero blanco y negro


y recuerda que hubo un hombre que dijo una vez yo tengo un sueño

pero un día le dieron un balazo a sangre fría

porque tenía un sueño elevado

de blanco y negro tomados de la mano


Camina hacia los espléndidos campos matinales del verano

mira a las vacas en el verdor de la meditación

una horda de armonía blanca y negra


tal vez las vacas intentan decirnos algo

pero nosotros carniceros humanos no podemos comprender

el lenguaje vacuno

mucho menos su vacuno silencio

para interpretar el vacuno silencio hay que recurrir a un poeta

no a carniceros ni a políticos


las vacas en la gloria entretejida

de su cuero blanco y negro

tienen su propia historia misteriosa

las vacas en la gloria entretejida de su cuero blanco y negro

nunca supieron del apartheid

nunca practicaron el genocidio

nunca parece preocuparles

que la hierba sea más verde del otro lado

las vacas calmadamente se casan entre ellas


las vacas en la gloria entretejida

de su cuero blanco y negro

las vacas en la gloria entretejida

de la integración de blanco y negro

no pueden deletrear integración

las vacas nunca fueron a la escuela

por eso es que las vacas son tan relajadas tan súper relajadas

y sobre todo las vacas nunca le imponen

su lengua

a otras naciones


¿Muges mi mensaje, lo muges?

martes, 8 de octubre de 2013

Octava elegía (por Rainer María Rilke)

Con todos los ojos ve la criatura
lo abierto. Pero nuestros ojos están
como al revés, y completamente en torno suyo,
la cercan como trampas, alrededor de su libre salida.
Sólo sabemos lo que hay afuera por la cara del animal,
pues ya desde el principio damos la vuelta al niño
y lo forzamos a que vea de espaldas la creación,
no lo abierto, que en la mirada animal es tan profundo.
Libre de la muerte (sólo nosotros la vemos),
el libre animal tiene su final siempre detrás
y delante de sí a Dios, y cuando anda, anda
en la eternidad, como andan las fuentes.
Nunca tenemos, ni siquiera un solo día, el espacio puro
delante de nosotros, donde las flores se abren
interminablemente. Siempre está el mundo,
y nunca ninguna parte sin no: la pura, la no vigilada,
la que uno respira e interminablemente conoce y no
anhela. De niño se pierde uno tranquilamente en ella
y nos despiertan a sacudidas. O alguien muere y ya.
Porque cerca de la muerte uno ya no ve a la muerte,
y mira fijamente hacia fuera, quizás con gran mirada
animal. Los amantes -si no estuviera el otro,
que obstruye la vista- se acercan y se asombran...
Como por equivocación, está abierto para ellos detrás
del otro... Pero ninguno avanza y el mundo se queda
de nuevo para él. Siempre vueltos hacia la creación,
vemos solamente sobre ella el reflejo de lo libre,
oscurecido por nosotros. O que un animal, mudo, alza
los ojos tranquilamente y ve a través y a través de nosotros.
Esto se llama destino. Estar enfrente y nada más que eso,
y siempre enfrente.
Si existiera una conciencia como la nuestra en el seguro
animal que viene hacia nosotros en otra dirección,
nos volcaría con su paso. Pero su ser es para él
infinito, inasible, no tiene vista hacia su condición; es
puro, tal como su mirada abierta hacia delante. Y donde
nosotros vemos el futuro, ahí él ve el todo, y a sí mismo
en el todo, y salvado para siempre.
Y sin embargo hay en el vigilante, cálido animal
el peso y la inquietud de una gran melancolía.
Pues él también siempre lleva consigo lo que a nosotros
con frecuencia nos abruma, el recuerdo,
como si el sitio hacia donde corremos como impelidos
alguna vez hubiera estado más cerca, hubiese sido más
leal, su contacto infinitamente tierno. Aquí todo
es distancia, allá todo era aliento. Después
de su primer hogar el segundo es para él híbrido
y mudable. Oh, santidad de la criatura pequeña,
que permanece siempre en el vientre que la parió.
Oh, suerte del mosquito, que aun adentro retoza,
incluso en sus bodas: pues el vientre es todo.
Y mira, la media seguridad del pájaro que, desde
su origen, casi conoce ambas cosas, como si fuera un alma
de los etruscos (salida de un muerto, a quien
un espacio acogió, pero con la figura yacente como tapa).
Y qué perplejo está quien debe volar, y proviene
de un vientre. Como espantado de sí mismo, zigzaguea
en el aire, como cuando una grieta se abre en una taza.
Así cruza el rastro del murciélago la porcelana del anochecer.
Y nosotros: siempre espectadores, en todas partes,
¡vueltos hacia el todo, nunca hacia afuera! El todo
nos colma. Lo ordenamos. Se desintegra. Lo volvemos
a ordenar y nos desintegramos nosotros mismos.
¿Quién nos ha dado así la vuelta, que hagamos lo que hagamos,
mantenemos la actitud de alguien que se va? Como quien,
desde la última colina, que le muestra una vez más todo
su valle, se gira, se detiene, permanece un momento,
así vivimos nosotros, y siempre nos estamos despidiendo.

lunes, 7 de octubre de 2013

Otros tiempos (por Gsús Bonilla)

hubo gentes que adoraron al centeno

y al trigo

y al dios Pan

que acababa de ser madre


hubo hijos

aferrados a las rueda de un molino

donde hubo gentes

que soñaban mondas de patatas noches de mucho frío


y soñaban carbón

y saliva


y llagas

llagas también


hubo hambres

que soñaron gentes

y misericordias soñando gentes


y hubo horrores

soñando hombres y mujeres tatuados con un número


hubo mujeres

que rezaron cruces

y hubo señales que soñaron lutos


y lutos soñando brevedad

y sueños de tiempo

y gentes que soñaron otros tiempos

domingo, 6 de octubre de 2013

Preguntándome qué se busca (por Philip Larkin)


Seguro ya de que no pasa nada,

pongo un pie adentro, y dejo que la puerta

se cierre de golpe. Otra iglesia: esteras, asientos, piedra

y folletos; rastros de flores cortadas

para el domingo, algo marchitas; un poco de bronce y otras cosas

del lado de lo santo; el órgano, pulcro, pequeño;

Y un tenso, rancio, insoslayable silencio

que sabe Dios cuánto tiempo

demoró en decantarse. A falta de sombrero,

mi torpe homenaje consiste

en soltar mis pinzas de ciclista.


Avanzar, recorrer con la mano el borde circular

de la pila. Desde aquí, el techo parece casi nuevo –

¿limpiaron, repararon? Alguien sabrá; no tengo idea.

Subiendo al púlpito, repaso

unos pocos versos grandilocuentes, pronuncio

sin querer, a toda boca, “Aquí concluye…”

Los ecos, burlones, se ríen un poquito. Ya en la puerta,

firmo el libro, hago una pequeña donación, una moneda,

pienso: no valía la pena detenerse en el lugar.


Pero sí me detuve: de hecho, suelo hacerlo,

y siempre termino así como en suspenso,

preguntándome qué se busca; preguntándome, también,

por las iglesias cuando ya no se usen para nada:

en qué se transformarán; si algunas catedrales

serán crónicamente un espectáculo,

con pergaminos, platería, copones en vitrinas bajo llave,

mientras las otras se arriendan, sin costo, a la lluvia o las ovejas.

¿Serán de mal agüero? ¿Las evitará la gente?


¿O acaso, de noche, se irán a acercar

equívocas mujeres, trayendo sus hijos a tocar cierta piedra;

a cortar hierbas para un cáncer, o en una fecha especial

a ver a algún muerto caminando?

De una u otra manera, persistirá cierto poder,

en juegos, adivinanzas, como azarosamente;

la superstición, como la creencia, tendrá que morir,

y ¿qué quedará, sin siquiera descreimiento?

Pasto, piedras con maleza, zarzas, contrafuerte, firmamento.


Formas más difíciles de reconocer cada semana,

un propósito cada vez más recóndito. Me pregunto

quién será el último, realmente el último

en buscar este recinto por lo que fue: ¿tal vez uno de aquellos

que golpean suavemente la pared, anotan, y saben lo que fueron

los coros con celosías? ¿Algún adicto a las ruinas, codiciando

alguna antigüedad, o un fanático de las navidades, en procura

de un olorcillo a paramentos, a tubos de órgano, a mirra?

O será acaso mi representante.


Aburrido, desinformado, sabiendo que el légamo fantasmal

se ha dispersado, pero atraído a este cruce de terrenos

pasando por las zarzas suburbanas, pues aquí se contuvo

por tanto tiempo, y de modo tan ecuánime, lo que ahora

se encuentra sólo en la separación —matrimonio, nacimiento,

y muerte, y cuanto se piense de ellos– ¿Para eso habrán construido

esta especial caparazón? Aunque no tengo idea

de cuánto vale este añejo galpón ornamentado

me complace quedarme aquí en silencio.


Pues es seria esta casa, y se encuentra en tierra seria,

y en su aire mixturado nuestras tantas compulsiones

confluyen, se reconocen, se atavían de destino.

Y eso nunca podrá caducar,

pues siempre alguien estará sorprendiéndose

de encontrar en sí mismo una avidez por lo serio,

y gravitará con ella hacia esta tierra,

propicia –oyó una vez– para volverse sabio,

aunque no sea más que por los muchos muertos

que yacen aquí, a su alrededor.

sábado, 5 de octubre de 2013

El portugués tenía cuatro poetas (por Juan Gelman)


Había una vez un poeta portugués
tenía cuatro poetas adentro y vivía muy preocupado
trabajaba en la administración pública y dónde se vio que un empleado público de portugal
gane para alimentar cuatro bocas

Cada noche pasaba lista a sus poetas incluyéndose a sí mismo
uno estiraba la mano por la ventana y le caían astros allí
otro escribía cartas al sur qué están haciendo del sur
decía

De mi uruguay
decía
el otro se convirtió en un barco que amó a los marineros
esto es bello porque no todos los barcos hacen así
hay barcos que prefieren mirar por el ojo de buey

Hay barcos que se hunden
Dios camina afligido por el fenómeno ese
es que no todos los barcos se parecen a los poetas del portugués
salían del mar y se secaban los huesitos al sol

Cantando la canción de tus pechos
amada
cantaban que tus pechos llegaron una tarde con
una escolta de horizontes
eso cantaban los poetas del portugués para decir que te amo
antes de separarse
tender la mano al cielo
escribir cartas al uruguay

Que mañana van a llegar
mañana van a llegar las cartas del portugués y barrerán la tristeza
mañana va a llegar el barco del portugués al puerto de montevideo
siempre supo que entraba en ese puerto y se volvía más hermoso

Como los cuatro poetas del portugués cuando se preocupaban
todos juntos por el hombre de la tabaquería de enfrente
el animal de sueños del hombre de la tabaquería de enfrente
galopando con como josé gervasio de artigas por el hambre mundial

El portugués tenía cuatro poetas mirando al sur
al norte
al muro
al cielo les daba a todos de comer con el sueldo del alma
él se ganaba el sueldo en la administración del país público
y también mirando el mar que va de lisboa al uruguay
Yo siempre estoy olvidando cosas
una vez me olvidé un ojo en la mitad de una mujer
otra vez me olvidé una mujer en la mitad de portugués
me olvidé el nombre del poeta portugués

De lo que no me olvido es de su barco navegando hacia el sur
de su manita llena de astros
golpeando contra la furia del mundo
con el hombre de enfrente en la mano.

viernes, 4 de octubre de 2013

Por lo menos dos sentidos (por Roberto Juarroz)


Debemos conseguir que el texto que leemos
nos lea.
Debemos conseguir que la música que escuchamos
nos oiga.
Debemos conseguir que aquello que amamos
parezca por lo menos amarnos.

Es preciso demoler la ilusión
de una realidad con un solo sentido.
Es necesario por ahora
que cada cosa tenga por lo menos dos,
aunque en el fondo sepamos
que si algo no tiene todos los sentidos
no tiene ninguno.

Debemos conseguir que la rosa
que acabamos de crear al mirarla
nos cree a su vez.
Y lograr que luego
engendre de nuevo al infinito.

jueves, 3 de octubre de 2013

Su cabeza en mis manos (por Paul Éluard)


Se inclina sobre mí
Corazón ignorante
Para ver si la amo
Confía olvida
Bajo las nubes de sus párpados
Su cabeza se duerme en mis manos
Donde estamos
Juntos inseparables
Vivientes vivos
Vivientes viviendo
Y mi cabeza rueda en sus sueños

miércoles, 2 de octubre de 2013

Muere la casa (por Andrés Cursaro)

la casa se muere dice la casa tiembla cierra las ventanas pierde el sentido de las horas esa casa ya no es mi casa grita condenada está la casa que se muere a destiempo entre las horas de la noche que pueden ser día y abre la puerta cuando nadie entra se ilumina en plena tarde y se arranca el pasto raíz a raíz se muere la casa se muere dice ahora deja que el agua se le filtre por el techo se empañe el espejo frente al sol no se cuida hasta las cortinas dejó caer no le importan las piedras perforando vidrios mi casa muere se muere está mal no reconoce mis perfumes se quita los clavos y caen cuadros las fotos que la muestran recién pintada y descascara colores que bien le hacen se deja golpear por el viento y la tierra que pasa por los huecos se muere la casa se muere nomás y el hombre de esa casa muere también amurado a las paredes las sombras que allí están lo miran caer frotar las manos en el revoque quitar uno a uno los adornos del dormitorio levantar la alfombra orinada por los gatos lo miran caer al hombre de esa casa que muere en cada ladrillo ve los días que ahora lo llevan a esa misma casa plena de sol de pasos apurados a los aromas del laurel el hombre es una hoja de laurel ahora arrojado al medio del salón donde levanta el piso desde abajo y lo ven caer también como a esa casa que se muere cerrar la puerta lo ven escuchar decir se muere la casa se muere no baila el hombre están ausentes la música las manos que lo llevan el vestido que lo guía no baila y grita dice que la casa se le muere que ya no soporta su peso que anoche dejó caer silencio en el patio y que la lluvia lo ahoga en ese silencio el hombre de esa casa también escucha a las paredes abrirse dicen que el hombre de esa casa que muere con él en él recién habitada persigue sombras en paredes que no están en el pasto seco del jardín pero está muerta la casa en la imagen que encuentra está sin pintura sin ladrillos cortinas está muerta la casa dice el hombre que se mira desde la ventana.

martes, 1 de octubre de 2013

Esa lágrima (por Miguel d´ Ors)

Lágrima que yo he visto brotar de tu silencio
y de tus quince años
y cayó en una tarde con un algo de hoja
desprendida de un mayo...

Yo no sé de qué pena, de qué esperanza rota,
de qué nombre venía,
ni si era tu primera lágrima de mujer
o la última de niña.

Yo pasé junto a ti como pasaba el viento
y el rumor de las olas.
Nunca sabré tu nombre. Nunca sabré el pasado
de esa lágrima sola.

Ni tú sabrás tampoco que una tristeza tuya
cruzó una vez mi vida.
La noche será corta. Mañana volverás
a ser una sonrisa.

Pero quiero decir que esa lágrima tuya,
cayendo inconsolable
de tus años -tan dulces, tan amargos, tan quince-,
desbarató la tarde;
que la playa y el verde de las enredaderas
y julio y sus gaviotas
se ensombrecieron cuando, a solas con el mar,
lloraste porque todo, porque nada, por cosas.