zUmO dE pOeSíA

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de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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sábado, 30 de junio de 2012

Como copos de nieve (por Bernardo Atxaga)


Así mueren
las palabras antiguas:
como copos de nieve
que tras dudar en el aire
caen al suelo
sin un lamento.
Debería decir: callando.

¿Dónde están ahora las cien
maneras de decir mariposa?
En la costa de Biarritz recogió
Nabokov uno de aquellos
nombres: miresicoletea.
Mira, está ahora bajo la arena,
como la astilla de una concha.

Y los labios que se movieron
y dijeron justamente
miresicoletea
los de aquellos niños
que fueron los padres
de nuestros padres,
aquellos labios duermen.

Dices: un día de lluvia
mientras caminaba
por una calzada de Grecia,
vi que los guías de un templo
llevaban chubasqueros amarillos
con un gran dibujo de Mickey Mouse.
También los viejos dioses duermen.

Las nuevas palabras, añades
están hechas con materiales vulgares.
Y hablas del plástico, del poliuretano,
del caucho sintético, y afirmas
que acabarán todas muy pronto
en el contenedor de las basuras.
Pareces un poco triste.

Pero mira a las niñas
que chillan y juegan
frente a la puerta de la casa,
escucha atentamente lo que dicen:
El caballo se fue a Garatare.
¿Qué es Garatare? les pregunto.
Una palabra nueva, responden.

Ya ves, las palabras no siempre surgen
en solitarias áreas industriales;
no son necesariamente producto
de las oficinas de propaganda.
Surgen a veces entre risas,
y parecen vilanos en el aire.
Mira cómo marchan hacia el cielo,
como nevando hacia arriba.

viernes, 29 de junio de 2012

Que el texto que leemos nos lea (por Roberto Juarroz)




Debemos conseguir que el texto que leemos
nos lea.
Debemos conseguir que la música que escuchamos
nos oiga.
Debemos conseguir que aquello que amamos
parezca por lo menos amarnos.



Es preciso demoler la ilusión
de una realidad con un solo sentido.
Es necesario por ahora
que cada cosa tenga por lo menos dos,
aunque en el fondo sepamos
que si algo no tiene todos los sentidos
no tiene ninguno.



Debemos conseguir que la rosa
que acabamos de crear al mirarla
nos cree a su vez.
Y lograr que luego
engendre de nuevo al infinito

jueves, 28 de junio de 2012

Una sola fiesta (por Eugen Dorcescu)


Vislumbro una sola
fiesta existencial, se dice
a sí mismo el viejo,
saliendo de la pesadilla
nocturna y
entrando, vacilante, taciturno, a
la pesadilla que precisamente
empieza,
una sola fiesta, solamente
una, ubicada
al final de este periplo,
más tajante que cualquier tortura,
una sola fiesta, un
canto que une cuerpo,
alma y cosmos, un
himno
dirigido a la solidaridad astral,
a la liberación, al dolor, a la luz,
una fiesta que se inicia en
ti y acaba en
ti,
en ti, ser trágico y desgraciado,
pero una fiesta después de la cual
sigues dividido:
en el aire –llama-,
y abajo, sobre la tierra –ceniza-.


miércoles, 27 de junio de 2012

Y nada me dé paz (Por Julio Cortázar)



Si he de vivir sin ti, que sea duro y cruento,

la sopa fría, los zapatos rotos, o que en mitad de la opulencia

se alce la rama seca de la tos, ladrándome

tu nombre deformado, las vocales de espuma, y en los dedos

se me peguen las sábanas, y nada me dé paz.

No aprenderé por eso a quererte mejor,

pero desalojado de la felicidad

sabré cuánto me dabas con solamente a veces estar cerca.

Esto creo entenderlo, pero me engaño:

hará falta la escarcha del dintel

para que el guarecido en el portal comprenda

la luz del comedor, los manteles de leche, y el aroma

del pan que pasa su morena mano por la hendija.



Tan lejos de ti

como un ojo del otro,

de esta asumida adversidad

nacerá la mirada que por fin te merezca.

martes, 26 de junio de 2012

Y sumérgete dentro del océano (por Giorgos Seferis)



Asómate si puedes al mar en sombras, olvidando

el son de flauta para los pies desnudos

que pisaban tu sueño en otro tiempo, tiempo

devorado.

Graba si puedes en la última de tus conchas

nombre, lugar y día

y arrójala después a las fauces del mar.

Desnudos nos hallamos encima de la piedra

esponjosa,

contemplando las islas que surgían,

mirando sumergirse las islas coloradas

en su propio soñar, en nuestro sueño.

Estábamos aquí, desnudos, sosteniendo

la balanza inclinada

en pro de la injusticia.

Talón de poderío, voluntad inmaculada, meditado

amor,

designios que maduran bajo el sol de mediodía,

sendero del destino al ritmo de las manos jóvenes

que palmean sobre los hombros;

en el país disperso, despojado de toda resistencia,

en el país que ayer apenas era nuestro

se hunden las islas, orín y ceniza.

Altares demolidos

y amigos olvidados,

hojas de palmera entre el fango.

Deja si puedes que tus manos viajen

aquí, confín del tiempo, en el navío

que ha visitado el horizonte.

Los dados ya sobre la losa,

ya que la lanza dio con la coraza,

reconocido por el ojo el extranjero,

y el amor desecado

en almas como cribas;

cuando miras alrededor y encuentras

en torno a ti los pies segados,

en torno a ti las manos muertas,

en torno a ti los ojos entenebrecidos;

cuando ya ni siquiera puedes elegir

la muerte que quisiste tuya,

morir oyendo un grito,

fuera un grito de lobo,

como es tu derecho;

deja que tus manos viajen,

despréndete del tiempo desleal

y sumérgete dentro del océano;

habrá de sumergirse quien sustenta las

enormes rocas.

lunes, 25 de junio de 2012

Para D., muerta por su propia mano (por Howard Nemerov)




Mi querida, me pregunto si antes del fin

pensaste en aquel juego de niños

al que seguramente jugaste, en el que

corres por encima del estrecho muro de un jardín

imaginando que es la cima de una montaña

con insondables precipicios a ambos lados

y cuando sentiste que perdías el equilibrio

saltaste, porque temías caer, y pensaste

sólo un instante: Es ahora cuando muero.



Eso fue hace una vida. Ahora ya no estás.

Te negaste a seguir jugando el juego de los adultos

en el que, manteniendo el equilibrio en la cima que corona la oscuridad,

se sigue corriendo sin mirar hacia abajo

y nunca se salta por temor a caer.


domingo, 24 de junio de 2012

Un relámpago triste (por Juan de Dios Peza)


Viendo a Garrick, actor de la Inglaterra, el pueblo al aplaudirlo le decía:

-Eres el mas gracioso de la tierra, y el más feliz.

Y el cómico reía.

Victimas del spleen, los altos lores en sus noches más negras y pesadas, iban a ver al rey de los actores, y cambiaban su spleen por carcajadas.

Una vez, ante un médico famoso llegóse un hombre de mirar sombrío:

-Sufro -le dijo- un mal tan espantoso como esta palidez del rostro mío. Nada me causa encanto ni atractivo; no me importan mi nombre ni mi suerte. En un eterno spleen muriendo vivo, y es mi única ilusión la de la muerte.

-Viajad y os distraeréis.

-¡Tanto he viajado!

-Las lecturas buscad.

-¡Tanto he leído!

-Que os ame una mujer.

-¡Si soy amado!

-Un titulo adquirid.

-Noble he nacido.

-¿Pobre seréis, quizá?

-Tengo riquezas.

-¿De lisonjas gustáis?

-¡Tantas escucho!

-¿Que tenéis de familia?

-Mis tristezas.

-¿Vais a los cementerios?

-Mucho, mucho...

-De vuestra vida actual, ¿tenéis testigos?

-Sí, mas no dejo que me impongan yugos. Yo les llamo a los muertos mis amigos; y les llamo a los vivos, mis verdugos.

-Me deja -agrega el médico- perplejo vuestro mal, y no debe acobardaros.Tomad hoy por receta este consejo "Sólo viendo a Garrick podréis curaros".

-¿A Garrick?

-Sí, a Garrick... La más remisa y austera sociedad le busca ansiosa. Todo aquel que lo ve muere de risa: tiene una gracia artística asombrosa.

-¿Y a mí me hará reír?

-Ah, sí, os lo juro, él sí; nada más que él; mas... ¿qué os inquieta?

-Así -dijo el enfermo- no me curo: ¡Yo soy Garrick!... Cambiadme la receta.

¡Cuántos hay que, cansados de la vida, enfermos de pesar, muertos de tedio, hacen reír como el actor suicida, sin encontrar para su mal remedio!

¡Ay, cuántas veces al reír se llora!

Nadie en lo alegre de la risa fíe, porque en los seres que el dolor devora el alma llora cuando el rostro ríe.

Si se muere la fe, si huye la calma, si sólo abrojos nuestra planta pisa, lanza a la faz la tempestad del alma un relámpago triste: la sonrisa.

El carnaval del mundo engaña tanto, que las vidas son breves mascaradas; aquí aprendemos a reír con llanto, y también a llorar con carcajadas.

sábado, 23 de junio de 2012

Sólo al inclinar la copa (por Stefan Zweig)


Leve se mueve el baile de las horas 
sobre los cabellos ya plateados, 
porque sólo al inclinar la copa
se ve con claridad el fondo.

Presentir cerca la noche 
no produce confusión, sino calma.
El puro contemplar el mundo
es sólo del que no desea nada.

Ya no pregunta lo que alcanzó, 
ya no lamenta lo que perdió.
Para el viejo es sólo el leve
inicio de su despedida.

La mirada nunca brilla más 
que cuando la encienden las últimas luces.
Nunca se ama más la vida
que a la sombra de tener que abandonarla. 

viernes, 22 de junio de 2012

Y de pronto no estás (por Ángel González)


Brillan las cosas. Los tejados crecen
sobre las copas de los árboles.
A punto de romperse, tensas,
las elásticas calles.
Ahí estás tú: debajo de ese cruce
de metálicos cables,
en el que cuaja el sol como en un nimbo
complementario de tu imagen.
Rápidas golondrinas amenazan
fachadas impasibles. Los cristales
transmiten luminosos y secretos
mensajes.
Todo son breves gestos, invisibles
para los ojos habituales.
Y de pronto, no estás. Adiós, amor, adiós.
Ya te marchaste.
Nada queda de ti. La ciudad gira:
molino en que todo se deshace.

jueves, 21 de junio de 2012

Siento que todo está dentro de mí (por Joan Margarit)


En la plaza vacía está lloviendo.
Hay un único taxi en la parada.
Es tan larga la espera del taxista.
Apagado el motor,
dentro del coche hace mucho frío.
Se abre una puerta y sube un pasajero
de malhumor, cansado, con la ropa mojada.
Le da una dirección.
Al saltarse un semáforo, le abronca.
El taxista se vuelve murmurando:
Mi hijo ha muerto hace una semana.
El pasajero calla y se hunde en el asiento.
Avanzada la noche, sube al taxi
un grupo en plena juerga, y él les dice:
Mi hijo ha muerto hace una semana.
Todos nos hemos de morir, contestan,
entre las bromas y las carcajadas.
Acabado el trabajo, en el garaje,
se acerca a la cabina de la radio:
Mi hijo ha muerto hace una semana.
La mujer, con los ojos
enrojecidos de cansancio,
le contesta que sí mientras atiende
a las voces mezcladas con el ruido
que van surgiendo desde la emisora.
Esto es, en realidad, un relato de Chéjov.
En él cae la nieve, no la lluvia,
y el coche es un carruaje con un viejo caballo.
Sé que el taxista no podrá dormir.
¿Y la muerte? ¿Está dentro del puño
que levanta la vida, o es el puño
en el que estamos encerrados?
En la historia de Chéjov, al cochero
le queda su caballo para poder contarle
que su hijo está muerto. De repente,
siento que todo está dentro de mí,
que el miedo ya está helándose,
y enciendo un fuego, y todos sentimos su calor,
el taxista, el cochero, tú que me estás leyendo,
yo, mis muertos y Chéjov, todos juntos
viendo caer la vida en soledad, como la nieve.
Un tren nocturno cruza, barnizado de rosa,
campos de olivos al alba.
Aquí acabo, cansado, somnoliento
y misteriosamente feliz, este poema.

miércoles, 20 de junio de 2012

Si llegan a preguntarme ¿qué sientes? (por Antonio Lobo Antunes)


Mi madre murió hace una semana. No: diez días, hoy hace diez días. Soy yo quien riega los tiestos ahora, pero la gata me rehúye. Solía sentarse en el regazo de mi madre y no se sienta en el mío. Casi no come. A veces no sé por dónde anda y el piso es pequeño. Mi madre la llamaba Cleopatra. Yo nunca la he llamado por ningún nombre, la veía escaparse por los rincones, furtiva y gris. Tiene ojos de color violeta. Por lo menos a mí me parecen violetas. Tal vez sean lilas. O azules. Da igual, ¿qué importa eso? Una gata vulgar. Duerme en una especie de cesta con un cojín dentro. No ensucia nada: todo lo hace en la caja de la cocina. Cuando cambio el serrín de la caja no se aguanta el tufo.

No sé muy bien qué siento. Si llegan a preguntarme

-¿Qué sientes?

me quedo callada pensando. ¿Pena? ¿Tristeza? ¿Ganas de tener a mi madre aquí? ¿O nada de eso sino indiferencia, por ejemplo? Nos llevábamos más o menos bien las dos, yo la trataba de madre y ella me trataba de Muñeca. No creo que Muñeca sea un nombre para mí. Los vecinos, en vez de Muñeca, dicen Anita. ¿Será Anita un nombre para mí? Mi difunto padre ni Muñeca ni Anita: se quedaba mudo sufriendo del dolor de columna. A lo sumo estiraba el índice y el dedo de en medio, informaba

-Dos hernias

y se pasaba el resto del tiempo cambiando de posición en la silla, con la ceja izquierda levantada. Físicamente me parezco a él aunque de piel más clara. Era jubilado de la Compañía de Electricidad y aguantó en la empresa mientras las hernias lo dejaron. Dos hernias. Cierta tarde dejó de estirar el índice y el dedo de en medio y empezó a consumirse en la cama debido a una complicación en el hígado. El médico a mí

-¿Su padre bebe?

le respondí que sólo agua y el médico sin creerme

-¿Sólo agua?

sólo agua, de verdad, ni una tisana siquiera, y el médico frunciendo el ceño con desconfianza mientras mi padre en silencio, había un rosario colgado de la cabecera de la cama, con cuentas de cristal transparente. Nadie le prestó atención al rosario. Mi madre se sacó el pañuelo de la manga y se sonó. Como no uso pañuelo en la manga no me soné. El médico declaró

-La vida humana es un misterio

mientras guardaba sus aparatos. Olía a loción para después de afeitar y el olor de la loción para después de afeitar se mantuvo un buen rato en la habitación. No abrí la ventana para poder seguir aspirándolo. Duró más que mi padre. La vida humana es un misterio. Mi madre, encantada con la frase, se pasó años repitiéndola. Desde hace diez días hasta hoy sólo yo la recuerdo. Me hace falta la loción para después de afeitar. No el médico, solamente la loción. El médico usaba dos alianzas, una pegada a la otra. Tal vez era viudo. La calva acentuaba su importancia. Tengo una debilidad por las calvas, me apetece pasar la palma por ellas y sentir la lisura de la piel y un lunar o una verruga. Una prima mía afirmaba que los calvos eran inteligentes. No me cuesta admitir esa idea. Ayer me compré un frasco de loción para después de afeitar, le quité la tapa, me lo acerqué a la nariz y ahí estaba el médico de nuevo

-¿Su padre bebe?

mientras desabrochaba el pijama de mi viejo para hacerle unas maniobras en la barriga, golpeando el ombligo con los martillitos de las falanges, al golpear se balanceaban el crucifijo del rosario en la cabecera y también el boliche de metal bruñido por encima del rosario. El médico volvió a abrochar el pijama de mi padre, alzó las gafas hacia mí

-¿Está realmente segura de que no bebe?

y mi madre desde la profundidad del pañuelo, anticipándose

-Ni una gota, pobre

mientras crecía el olor de la loción y la gata pasaba bajo la cómoda con la levedad de una cintita de raso. El médico se puso e meditar observando los muebles y me dio pena que no fuésemos ricos. Después de la muerte de mi madre, llevé su almohada a mi cama, la coloqué al lado de la mía y, antes de acostarme, dejo caer en la funda una gota de loción. Me da vergüenza contar esto, pero la loción ayuda: es como si hubiese una calva inteligente dispuesta a golpearme el ombligo con los martillitos de las falanges al tiempo que anuncia

-La vida humana es un misterio

y el crucifijo se balancea despacio. Aquí en casa hay rosarios por todas partes. Y el Sagrado Corazón de Jesús en la sala, rodeado de espinas, con Jesucristo con la raya al medio sin asomo de calvicie: pelo a tutiplén, hasta los hombros, y una túnica blanca. ¿Será el olor de la loción lo que ahuyenta a la gata? Si me preguntan

-¿Qué sientes?

me quedo callada pensando. No en mi madre. No en mi padre. No en el silencio del apartamento. No en las plantas que pierden vigor. Pensando en el médico que no me trata de Muñeca ni de Anita, sólo apoyado en el borde del colchón revelando

-La vida humana es un misterio

mientras yo, acostada, con el camisón que tiene volantes transparentes y no me atrevía a usar, le paso la palma por la calva sintiendo la lisura de su piel.

martes, 19 de junio de 2012

Y sólo el mar me respondió (por Philip Larkin)



Vine a llamarte

a los acantilados.

Lancé tu nombre

y sólo el mar me respondió

desde la leche instantánea

y voraz de sus espumas.

Por el desorden recurrente

de las aguas cruza tu nombre

como un pez que se debate y huye

hacia la vasta lejanía.

Hacia un horizonte

de menta y sombra,

viaja tu nombre

rodando por el mar del verano.

Con la noche que llega

regresan la soledad y su cortejo

de sueños funerales.

lunes, 18 de junio de 2012

Con deseos ebrios (por Alejandra Pizarnik)




Tú que cantas todas mis muertes.
Tú que cantas lo que no confías
al sueño del tiempo,
descríbeme la casa del vacío
háblame de esas palabras vestidas de féretros
que habitan mi inocencia.

Con todas mis muertes
yo me entrego a mi muerte,
con puñados de infancia,
con deseos ebrios
que no anduvieron bajo el sol,
y no hay una palabra madrugadora
que le dé la razón a la muerte,
y no hay un dios donde morir sin muecas.


domingo, 17 de junio de 2012

Levemente (por Fernando Pessoa)


Muestran su nieve, al sol, lejanos montes,
pero ya es suave el sosegado frío
que ablanda y agudiza
los dardos del sol alto.
Hoy, Nerea, no quieras que nos ocultemos;
nada nos falta porque nada somos.
No esperamos ya nada
y al sol sentimos frío.
Pero, tal como es, gocemos del momento,
Solemnes levemente en la alegría
y aguardando a la muerte
como quien la conoce.

sábado, 16 de junio de 2012

Adolescencia (por Vicente Aleixandre)


Vinieras y te fueras dulcemente,
de otro camino
a otro camino. Verte
y ya otra vez no verte.
Pasar por un puente a otro puente.
—El pie breve,
la luz vencida alegre—.

Muchacho que sería yo mirando
aguas abajo la corriente,
y en el espejo tu pasaje
fluir, desvanecerse.

viernes, 15 de junio de 2012

¿Quieres, mamá, que te lo diga al oído? (por Rabindranath Tagore)





Si alguien descubriera dónde está el palacio de mi rey, el palacio se desvanecería en el aire.



Sus muros son de plata y su techo de oro resplandeciente. La reina vive en un edificio de siete patios y lleva una joya que ha costado siete reinos.



Pero escucha, mamá, voy a decirte al oído dónde está el palacio de mi rey. Está en un rincón de nuestra azotea, allí donde florece la albahaca.



La princesa duerme, tendida en la lejana orilla de los siete mares infranqueables. Soy el único en el mundo que puede encontrarla.



Sus brazos están cubiertos de pulseras y en sus orejas lleva largos colgantes de perlas. Sus cabellos rizados llegan hasta el suelo.



Cuando la toque con mi vara mágica, despertará y, si sonríe, las más bellas joyas caerán de sus labios.



¿Quieres, mamá, que te lo diga al oído? La princesa está en un rincón de nuestra azotea, dentro de la maceta de albahaca.



Cuando llegue la hora de bañarte, antes de ir al río sube a la azotea. Me verás sentado en el rincón donde se juntan las sombras de las dos paredes.



Sólo la gata tiene permiso para estar conmigo, porque ella sabe dónde vive el barbero del cuento.



¿Quieres, mamá, que te diga al oído dónde vive el barbero? En el rincón de la azotea donde está la maceta de albahaca.

jueves, 14 de junio de 2012

Mecedor de abedules (por Robert Frost)




Cuando veo abedules con el tronco doblado


entre una fila de árboles más oscuros y rectos,


me gusta creer que un niño los ha estado meciendo.


Pero no quedan doblados por el solo mecerlos.


Los doblan las heladas. Deberíais haberlos visto


con su carga de hielo en mañanas de invierno,


tras la lluvia. Truenan entrechocando entre ellos


al alzarse la brisa; se hacen multicolores


cuando el movimiento destroza y rompe su esmalte.


Pronto al calor del sol derraman sus cristales


desparramando su avalancha sobre la nieve.


Tanto montón de vidrios rotos hay que barrer


que es como si cayera la cúpula del cielo;


el peso los doblega hasta el piso de helechos


y no se quiebran; aunque una vez doblados tanto,


por tanto tiempo, después ya nunca se enderezan.


Podréis mirar sus troncos arqueados en el bosque,


años más tarde, arrastrando en el suelo sus hojas


como niñas a gatas que esparcen sus cabellos


delante de ellas para secarlos al sol.


Yo iba a decir, cuando la Verdad me interrumpió


con todo su realismo acerca de la helada,


que prefería que algún muchacho los doblara


cuando saliera al campo para traer las vacas.


Muchacho tan de campo que no sepa de béisbol,


y cuyos juegos fueran lo que él mismo encontrara,


y en invierno y verano pudiera jugar solo.


Venció a los abedules de su padre uno a uno,


montándose sobre ellos una vez y otra vez,


hasta no haber quitado a todos la tiesura,


y ni uno solo quedara erecto, ni uno solo


quedara sin domar. Y aprendió cuanto tenía


que aprender para no dejarse ir tan de pronto


que se llevara el árbol arrancado hasta el suelo.


Siempre supo tenerse en perfecto equilibrio


hasta en las ramas cumbres, subiendo cuidadoso,


con el mismo cuidado con que llenáis la copa


hasta el borde y a veces más arriba del borde.


Entonces se lanzaba, de pie, con un empujón,


pataleando en los aires hasta llegar al suelo.


Eso fui yo también, mecedor de abedules;


y así otra vez sueño en volver a serlo.


Esto, cuando me aburro de consideraciones


y la vida parece como un bosque sin paso,


donde en la cara os arden y pican telarañas


que vais rompiendo y os llora un ojo lastimado


porque se le ha metido la punta de una rama.


Quisiera yo escaparme un rato de la tierra


y después regresar para empezar de nuevo.


No se les ocurra a los hados entender mal mi dicho


Y, concediendo a medias lo que pido, llevarme


a no volver. La tierra es el lugar del amor:


yo no conozco ningún lugar mejor al que ir.


Yo me quisiera ir trepando a un abedul


y trepar ramas negras sobre tronco nevado


hasta el cielo, hasta que el árbol no aguantara más,


y doblando su copa me devolviera al suelo.


Buena cosa sería tanto ir como volver.


Hay cosas peores que mecer abedules.

miércoles, 13 de junio de 2012

Con jadeo y asfixia (por Rosario Castellanos)


Para el amor no hay cielo, amor, sólo este día;
este cabello triste que se cae
cuando te estás peinando ante el espejo.
Esos túneles largos
que se atraviesan con jadeo y asfixia;
las paredes sin ojos,
el hueco que resuena
de alguna voz oculta y sin sentido.

Para el amor no hay tregua, amor. La noche
se vuelve, de pronto, respirable.
Y cuando un astro rompe sus cadenas
y lo ves zigzaguear, loco, y perderse,
no por ello la ley suelta sus garfios.
El encuentro es a oscuras. En el beso se mezcla
el sabor de las lágrimas.
Y en el abrazo ciñes
el recuerdo de aquella orfandad, de aquella muerte.

martes, 12 de junio de 2012

No debieras volver jamás a nada (por Félix Grande)


Donde fuiste feliz alguna vez
no debieras volver jamás: el tiempo
habrá hecho sus destrozos, levantando
su muro fronterizo
contra el que la ilusión chocará estupefacta.
El tiempo habrá labrado,
paciente, tu fracaso
mientras faltabas, mientras ibas
ingenuamente por el mundo
conservando como recuerdo
lo que era destrucción subterránea, ruina.

Si la felicidad te la dio una mujer
ahora habrá envejecido u olvidado
y sólo sentirás asombro
-el anticipo de las maldiciones-.
Si una taberna fue, habrá cambiado
de dueño o de clientes
y tu rincón se habrá ocupado
con intrusos fantasmagóricos
que con su ajenidad, te empujan a la calle, al vacío.
Si fue un barrio, hallarás
entre los cambios del urbano progreso
tu cadáver diseminado.

No debieras volver jamás a nada, a nadie,
pues toda historia interrumpida
tan sólo sobrevive
para vengarse en la ilusión, clavarle
su cuchillo desesperado,
morir asesinando.

Mas sabes que la dicha es como un criminal
que seduce a su víctima
que la reclama con atroz dulzura
mientras esconde la mano homicida.
Sabes que volverás, que te hallas condenado
a regresar, humilde, donde fuiste feliz.
Sabes que volverás
porque la dicha consistió en marcarte
con la nostalgia, convertirte
la vida en cicatriz;
y si has de ser leal, girarás errabundo
alrededor del desastre entrañable
como girase un perro ante la tumba
de su dueño...  su dueño... su dueño...

lunes, 11 de junio de 2012

Ningún dolor (por Czeslaw Milosz)


Un día muy feliz.
La niebla se levantó pronto, trabajé en el jardín.
Los colibrís se demoraban sobre las madreselvas.
No había ninguna cosa en la tierra que yo deseara poseer.
Sabía que no merecía la pena envidiar a nadie.
Cualquier mal que hubiera sufrido, lo olvidé.
Pensar que una vez fui el mismo hombre no me molestaba.
En el cuerpo no sentía ningún dolor.
Cuando me alcé, vi el mar azul y las velas.



domingo, 10 de junio de 2012

Todos mis huesos son ajenos (por César Vallejo)


Se bebe el desayuno… Húmeda tierra

de cementerio huele a sangre amada.

Ciudad de invierno… La mordaz cruzada

de una carreta que arrastrar parece

una emoción de ayuno encadenada!

 

Quisiera tocar todas las puertas,

y preguntar por no sé quién; y luego

ver a los pobres, y, llorando quedos,

dar pedacitos de pan fresco a todos.

 

Y saquear a los ricos sus viñedos

con las dos manos santas que a un golpe de luz

volaron desclavadas de la cruz!

Pestaña matinal, no os levantéis!

¡El pan nuestro de cada día dánoslo, Señor…!

 

Todos mis huesos son ajenos;

yo tal vez los robé!

Yo vine a darme lo que acaso estuvo

asignado para otro;

 

Y pienso que, si no hubiera nacido,

otro pobre tomara este café!

Yo soy un mal ladrón… A dónde iré!

 

Y en esta hora fría, en que la tierra

trasciende a polvo humano y es tan triste,

quisiera yo tocar todas las puertas,

y suplicar a no sé quién, perdón,

y hacerle pedacitos de pan fresco

aquí, en el horno de mi corazón…!



sábado, 9 de junio de 2012

De agua (por Ibtisam Barakat)




La maestra de biología dijo
que la gente, incluso la de corazón duro,
está hecha principalmente
de agua..

Y entendí que
todos nosotros, como el agua,
debemos atravesar
tantas cosas:
caer del cielo,
pasar noches
en medio de un oscuro océano...
Limpiar las ropas de su suciedad
y platos de todas clases….
Congelarnos en invierno
y cocinarnos a fuego lento
y ser colocados en cubos
y ser golpeados innumerables veces
con la encimera de la cocina.

Y he entendido por qué
cuando las lágrimas de alguien caen, yo lo siento.




viernes, 8 de junio de 2012

Haikus (por Susana Benet)




Se ha detenido
una nube en la falda
de la montaña.


...


Sobre mi almohada
todavía la forma
de tu cabeza.


...


Aparcamiento.
En un cartón comida
para los gatos


...


Trénzame el pelo.
Que sienta los tirones
de tu cariño.



...


Abro el buzón.
Cuánto vacío hay dentro
para mi mano.



...



Buscando el mar
por el suelo un cangrejo.
Supermercado.



...


Aquel tallito
que sostuve en mis manos
hoy me da sombra.


...


De pie en la torre
y la ciudad tendida
para mi abrazo.







jueves, 7 de junio de 2012

Y en todo desnuda tú (por Juan Ramón Jiménez)


He visto la aurora rosa
y la mañana celeste,
he visto la tarde verde
y he visto la noche azul.
Y en todo desnuda tú.
Desnuda en la noche azul,
desnuda en la tarde verde
y en la mañana celeste,
desnuda en la aurora rosa.
Y en todo desnuda tú.

miércoles, 6 de junio de 2012

Las estrellas (por Ray Bradbury)




Sí, amigos, se nos fue Ray Bradbury. El poeta a tiempo completo: en verso y en prosa. El rapsoda de lo terrestre y de lo extraterrestre. El hombre que decía "No he trabajado un solo día de mi vida"; "Aún no me explico que me paguen por escribir, o sea, por pasarlo tan bien". Gracias, Ray. Con tu disfrute nosotros también disfrutamos.





Como diminuto homenaje reproducimos, precisamente hoy, este poema suyo.





No han visto las estrellas.


Ni una, ni una siquiera


de todas las criaturas de este mundo


en todas las edades desde que las arenas tocaron por primera vez el viento


ningún animal, ni uno siquiera


entre todos los animales se ha parado


en pradera, en llano o en colina


y ha conocido la emoción de ver esos fuegos;


nuestras almas admiran lo que ellos nunca, nunca conocieron.


Millones de años que giran las esferas


pero ni una sola vez en todos esos años


un león, un perro, un pájaro que hiende los aires


ha mirado eso. ¡Oh, Dios! ¡Las estrellas!


¡Ninguno ha mirado!


Como si el tiempo todo nunca hubiera sido,


ni Universo, ni Sol, ni Luna o simple luz de la mañana.


La tragedia de ellos fue muda y ciega. Aún lo es.


¿Nuestra vista?


Sí, ¿la nuestra? Saber ahora lo que somos.


Pensar en esto y después elegir: y ahora… ¿qué?


Nacer en la áspera Tierra, habitar un escenario, que,


con todo lo que contiene, apenas visto queda borrado, obnubilado


como si todos estos milagros nunca hubieran sido.


¿Vastos remolinos de sonora luz, de fuego y hielo,


apenas vistos y ya perdidos?


¿Y nosotros, con nuestra carne frágil y los nuevos ojos de Dios


que se elevan y abarcan e indagan los cielos?


Contemplamos las estaciones sucediéndose en la marea lunar


y conocemos los años, recordando lo que ha muerto.


Oh, sí. Tal vez hubo pájaros que algunas noches


sintieron que Orión se levantaba y afinaron el vuelo


virando al sur,


porque hay mapas de estrellas grabados en sus dulces sueños de amor,


y así parece.


Sí, pero ¿ver?, ¿ver y conocer realmente?






Y, al conocer, querer tocar esos fuegos,


crecer hasta que la poderosa frente del alto hombre de Lamarck


domine los terremotos, golpee la Luna,


se extienda hasta Marte y los anillos de Saturno;


y mientras crece aspire a enseñar


a las demás criaturas


a volar con sus sueños y no con viejas alas.


Pensad en esto, pues. ¡Somos los primeros! Los únicos.


a quienes Dios ha honrado con sus soles que surgen.


Para nosotros los dones: Aldebarán, el Centauro, nuestro vecino Marte.


Despertaos, dice Dios. Mirad eso. Id por ellas.


Las estrellas. Oh, Dios, muchas gracias. ¡Las estrellas!

En este sitio debemos separarnos (por Li Po)


Montañas azules al norte de las murallas.
Un río blanco que fluye alrededor.
En este sitio debemos separarnos
y atravesar mil leguas de pastos secos.
Con la mente como una nube blanca que pasa
y el ocaso igual que un adiós a las viejas aventuras
que abarcan más de lo que cabe en unas manos apretadas.
Nuestros caballos relinchan, uno al otro,
mientras nos separamos.


martes, 5 de junio de 2012

Esa musiquita (por Mercedes Sosa)


Tanta soledad, tanta falta,
tanta lejanía
tanto no poder, tanta nada,
tanta despedida,
tan dolor de puertas cerradas,
tan dolor que humilla,
pero en tu piecita de lata
esa musiquita

Esa musiquita del pueblo,
esa musiquita
tan arrastradita que suena.
Cómo te acompaña y te mece,
cómo te acaricia,
cómo te devuelve a la vida
esa musiquita

Gira con su sombra bailando
esa musiquita,
vuela estremecida su falda.

¿Desde qué recuerdos la salva,
mágica y sencilla,
llena de temblores dulzones
esa musiquita?

En la cara gris del espejo
ve la bailarina
su rubor de niña bailando,
su rubor de niña,
mientras sin pudores se abraza
a la melodía
de esa musiquita del alma.
Esa musiquita.

lunes, 4 de junio de 2012

El vals de mi padre (por Theodore Roethke)


El whisky de tu aliento
podía aturdir a un niño;
pero yo me colgaba como muerto:
no era fácil bailar un vals así.

Jugueteábamos hasta que las ollas
resbalaban de las repisas de la cocina:
mi madre no lograba
desarrugar el ceño.

La mano que me tomaba de la muñeca
tenía un nudillo lastimado;
en cada paso que equivocabas,
una hebilla me arañaba la oreja derecha.

Marcabas el tiempo sobre mi cabeza
con una palma encostrada de mugre.
Luego, bailando el mismo vals me llevabas a la cama,
todavía pegado a tu camisa.



domingo, 3 de junio de 2012

Simplemente estoy del otro lado (por Humberto Constantini)


Ocurre simplemente que me he vuelto inmortal.

Los colectivos me respetan,

se inclinan ante mí,

me lamen los zapatos como perros falderos.



Ocurre simplemente que no me muero más.

No hay angina que valga,

no hay tifus, ni cornisa, ni guerra, ni espingarda,

ni cáncer, ni cuchillo, ni diluvio,

ni fiebre de Junín, ni vigilantes.

Estoy del otro lado.

Simplemente, estoy del otro lado,

De este lado,

totalmente inmortal.



Ando entre olimpos, dioses, ambrosías,

me río, o estornudo, o digo un chiste

y el tiempo crece, crece como una espuma loca.



Qué bárbaro este asunto

de ser así, inmortal,

festejar nacimiento cada cinco minutos,

ser un millón de pájaros,

una atroz levadura.

Qué escándalo caramba

este enjambre de vida,

esta plaga llamada con mi nombre,

desmedida, creciente,

totalmente inmortal.



Yo tuve, es claro, gripes, miedos,

presupuestos,

jefes idiotas, pesadez de estómago,

nostalgias, soledades,

mala suerte…

Pero eso fue hace un siglo,

veinte siglos,

cuando yo era mortal.

Cuando era

tan mortal,

tan boludo y mortal,

que ni siquiera te quería,

date cuenta.

 

sábado, 2 de junio de 2012

Hizo frío en todo cuanto pienso (por Fernando Pessoa)

Entré en la barbería de la manera acostumbrada, con el placer de serme fácil entrar sin embarazo en las casas conocidas. Mi sensibilidad de lo nuevo es angustiosa: tengo calma sólo donde ya he estado. Cuando me senté en la butaca, pregunté, por un acaso que recuerda, al muchacho barbero que me estaba poniendo al cuello un paño frío y limpio, qué tal le iba al compañero de la butaca de la derecha, más viejo y con ingenio, que estaba enfermo. Le pregunté sin que me apremiara la necesidad de preguntar: se me ocurrió la oportunidad por el local y el recuerdo. «Se murió ayer», respondió sin entonación la voz que estaba detrás del paño y de mí, y cuyos dedos se levantaban de la última inserción en la nuca, entre mí y el cuello de la camisa. Toda mi buena disposición irracional se murió de repente, como el barbero eternamente ausente de la butaca de al lado. Hizo frío en todo cuanto pienso. No dije nada.


¡Añoranzas! Las tengo hasta de lo que no ha sido nunca mío, debido a una angustia de fuga del tiempo y una enfermedad del misterio de la vida. Caras que veía habitualmente en mis calles habituales, si dejo de verlas, me entristezco; y no han sido nada mío, a no ser el símbolo de toda la vida. ¿El viejo sin interés de las polainas sucias, que se cruzaba frecuentemente conmigo a las nueve y media de la mañana? ¿El vendedor de lotería cojo que me molestaba inútilmente? ¿El vejete redondo y colorado del puro a la puerta del estanco? ¿El dueño pálido del estanco? ¿Qué se ha hecho de todos ellos, que, porque los vi y volví a verlos, fueron parte de mi vida? Mañana también desapareceré yo de la calle de la Plata, de la calle de los Doradores, de la calle de los Lenceros. Mañana, también yo —el alma que siente y piensa, el universo que soy para mí— sí, mañana yo también seré el que dejó de pasar por estas calles, el que otros vagamente evocarán con un «¿qué será de él?» Y todo cuanto hago, todo cuanto siento, todo cuanto vivo, no será más que un transeúnte menos en la cotidianidad de las calles de una ciudad cualquiera.

Es, ya lo sé, el amor (por Jorge Luis Borges)

Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz.
La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única.
¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras,
la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas,
la serena amistad, las galerías de la biblioteca, las cosas comunes,
los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se
levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz.
Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.

viernes, 1 de junio de 2012

Tan grandes como son y sin embargo (por Saiz de Marco)

Los satélites no albergan esperanza
Las estrellas terminan consumiéndose
pero agonizan sin miedo ni angustia
Las constelaciones no tienen nada de qué arrepentirse
con lo cual su no-conciencia está siempre tranquila
Las galaxias nunca se enamoran
Tan grandes como son y sin embargo a los quásares nada les duele
de sus radiaciones no brotan lágrimas

Allí fuera nadie nos entiende
allí fuera nadie habla nuestro idioma