zUmO dE pOeSíA

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jueves, 24 de mayo de 2012

Misterioso, realísimo (por Jorge Guillén)

I

(El alma vuelve al cuerpo,
se dirige a los ojos
y choca.) —¡Luz! Me invade
todo mi ser. ¡Asombro!

Intacto aún, enorme,
rodea el tiempo. Ruidos
irrumpen. ¡Cómo saltan
sobre los amarillos
todavía no agudos
de un sol hecho ternura
de rayo alboreado
para estancia difusa,
mientras van presentándose
todas las consistencias
que al disponerse en cosas
me limitan, me centran!

¿Hubo un caos? Muy lejos
de su origen, me brinda
por entre hervor de luz
frescura en chispas. ¡Día!

Una seguridad
se extiende, cunde, manda.
El esplendor aploma
la insinuada mañana.

Y la mañana pesa.
Vibra sobre mis ojos,
que volverán a ver
lo extraordinario: todo.

Todo está concentrado
por siglos de raíz
dentro de este minuto,
eterno y para mí.

Y sobre los instantes
que pasan de continuo
voy salvando el presente,
eternidad en vilo.

Corre la sangre, corre
con fatal avidez.
A ciegas acumulo
destino: quiero ser.

Ser, nada más. Y basta.
Es la absoluta dicha.
¡Con la esencia en silencio
tanto se identifica!

¡Al azar de las suertes
únicas de un tropel
surgir entre los siglos,
alzarse con el ser,
y a la fuerza fundirse
con la sonoridad
más tenaz: sí, sí, sí,
la palabra del mar!

Todo me comunica,
vencedor, hecho mundo,
su brío para ser
de veras real, en triunfo.

Soy, más, estoy. Respiro.
Lo profundo es el aire.
La realidad me inventa,
soy su leyenda. ¡Salve!


II

No, no sueño. Vigor
de creación concluye
su paraíso aquí:
penumbra de costumbre.

Y este ser implacable
que se me impone ahora
de nuevo —vaguedad
resolviéndose en forma
de variación de almohada,
en blancura de lienzo,
en mano sobre embozo,
en el tendido cuerpo
que aun recuerda los astros
y gravita bien— este
ser, avasallador
universal, mantiene
también su plenitud
en lo desconocido:
un más allá de veras
misterioso, realísimo.


III

¡Más allá! Cerca a veces,
muy cerca, familiar,
alude a unos enigmas.
corteses, ahí están.

Irreductibles, pero
largos, anchos, profundos
enigmas —en sus masas-.
Yo los toco, los uso.

Hacia mi compañía
la habitación converge.
¡Qué de objetos! Nombrados,
se allanan a la mente.

Enigmas son y aquí
viven para mi ayuda,
amables a través
de cuanto me circunda
sin cesar con la móvil
trabazón de unos vínculos
que a cada instante acaban
de cerrar su equilibrio.


IV

El balcón, los cristales,
unos libros, la mesa.
¿Nada más esto? Sí,
maravillas concretas.

Material jubiloso
convierte en superficie
manifiesta a sus átomos
tristes, siempre invisibles.

Y por un filo escueto,
o al amor de una curva
de asa, la energía
de plenitud actúa.

¡Energía o su gloria!
En mi dominio luce
sin escándalo dentro
de lo tan real, hoy lunes.

Y ágil, humildemente,
la materia apercibe
gracia de aparición:
Esto es cal, esto es mimbre.


V

Por aquella pared,
bajo un sol que derrama,
dora y sombrea claros
caldeados, la calma
soleada varía.

Sonreído va el sol
por la pared. ¡Gozosa
materia en relación!

Y mientras, lo más alto
de un árbol —hoja a hoja
soleándose, dándose,
todo actual— me enamora.

Errante en el verdor
un aroma presiento,
que me regalará
su calidad: lo ajeno,
lo tan ajeno que es
allá en sí mismo. Dádiva
de un mundo irreemplazable:
voy por él a mi alma.


VI

¡Oh perfección! Dependo
del total más allá,
dependo de las cosas.

Sin mí son y ya están
proponiendo un volumen
que ni soñó la mano,
feliz de resolver
una sorpresa en acto.

Dependo en alegría
de un cristal de balcón,
de ese lustre que ofrece
lo ansiado a su raptor,
y es de veras atmósfera
diáfana de mañana,
un alero, tejados,
nubes allí, distancias.

Suena a orilla de abril
el gorjeo esparcido
por entre los follajes
frágiles. (Hay rocío.)

Pero el día al fin logra
rotundidad humana
de edificio y refiere
su fuerza a mi morada.

Así va concertando,
trayendo lejanías,
que al balcón por países
de tránsito deslizan.

Nunca separa el cielo.
Ese cielo de ahora
—aire que yo respiro—
de planeta me colma.

¿Dónde extraviarse, dónde?
Mi centro es este punto:
cualquiera. ¡Tan plenario
siempre me aguarda el mundo!

Una tranquilidad
de afirmación constante
guía a todos los seres,
que entre tantos enlaces
universales, presos
en la jornada eterna,
bajo el sol quieren ser
y a su querer se entregan
fatalmente, dichosos
con la tierra y el mar
de alzarse a lo infinito:
un rayo de sol más.

Es la luz del primer
vergel, y aun fulge aquí
ante mi faz, sobre esa
flor, en ese jardín.

Y con empuje henchido
de afluencias amantes
se ahínca en el sagrado
presente perdurable
toda la creación,
que al despertarse un hombre
lanza la soledad
a un tumulto de acordes.

9 comentarios:

Sandra Suárez dijo...

El balcón, los cristales,
unos libros, la mesa.
¿Nada más esto? Sí,
maravillas concretas.

Quizá debiéramos celebrar cada día la dicha de estar vivos en medio de esta realidad que sentimos, captamos. Pero la rutina y la apatía nos nublan y cosifican (nos tornan piedras: que nada captan, que nada sienten).

Pepe Leches dijo...

Albricias!!, un poema alegre que canta a la vida. Ya era hora, majetes ,que a veces vuestro Zumo os sale pelín avinagrao.

casa de citas dijo...

Hay que pensar como hombre actuante y actuar como hombre pensador.

(BERGSON)

Cide Hamete Benengeli dijo...

Si hay concurso de ganado,
ni se te ocurra ir a verlo,
no sea que se equivoquen
y te den el primer premio.

hAiKu dijo...


Aves de paso.
Nos vamos sin saber
si volveremos.

(CUQUI COVALEDA)

casa de citas dijo...


Una pizca de tu conducta vale más que una tonelada de tus palabras.

(GANDHI)

tERESA pANZA dijo...


Del agua vertida, nunca toda es recogida.

Dimes Y Diretes dijo...

Nada es para siempre, tampoco nuestros problemas.

(CHAPLIN)

Fuego de palabras dijo...


El árbol sabe, con sus raíces y sus ramas,
todo aquello que puede ser un árbol:
¿o acaso también falta
a su mitad visible otro esplendor
que es lo que está sufriendo y anhelando?
No lo sabemos. Pero él
no necesita conocerse. Basta
que su misterio sea, sin palabras
que vayan a decirle lo que es, lo que no es.
El árbol, majestuoso como un árbol,
lleno de identidad hasta las puntas,
puede medirse cara a cara con el ángel.

Y nosotros ¿con quién nos mediremos,
quién ha de compartir nuestra congoja?
Ved ese rostro, escrutad esa mirada
donde lo que brilla es un vacío,
repasad como en sueños
esas líneas dolorosas en tomo de los labios,
ese surco que ha de ahondarse en la mejilla,
la desolada playa de la frente,
la nariz como un túmulo funesto. ¡Qué devastado reino,
qué fiero y melancólico despojo, humeando todavía!
Sólo otro rostro podría comprenderlo.
Así nos miramos cara a cara, el alma desollada,
con el secreto júbilo insondable que nos funda,
que está hecho de vergüenza
y de un extraño honor.

(CINTO VITIER)