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sábado, 14 de abril de 2012

Con los ojos vendados (por Edgar Lee Masters)

Vi una hermosa mujer con los ojos vendados,
erguida en la escalinata de un templo de mármol.
Grandes multitudes pasaban frente a ella
levantando hacia ella sus rostros implorantes.
En su mano izquierda sostenía una espada.
Y estaba blandiéndola,
hiriendo una vez a un chico, otra vez a un obrero,
otra a una mujer que huía y luego a un loco.
En su mano derecha sostenía una balanza.
A la balanza arrojaban monedas de oro
aquellos que esquivaban los golpes de la espada.
Un hombre con toga negra leía en un manuscrito:
'Ella no respeta a las personas'.
Entonces un joven que llevaba un gorro rojo
saltó hasta ella y le arrancó la venda.
Resultó que tenía las pestañas corroídas
en párpados purulentos;
los globos de los ojos estaban endurecidos por un moco lechoso;
el extravío de un alma agonizante
llevaba escrito en su rostro. . .
Pero la multitud supo por qué llevaba una venda.

8 comentarios:

Pentapolín dijo...

La señora justicia estaba podrida y corroída por dentro, pero a saber quiénes la habían corrompido.

Anónimo dijo...

O sea, la venda no era para no ver sino para no ser vista.

Anónimo dijo...

Hablando de vendas:

-Le vendo un coche.

-¿Y para qué quiero yo un coche vendado?

(ja, ja)

Aldonza Lorenzo dijo...

A pan de quince días, hambre de tres semanas.

casa de citas dijo...

De aquél que opina que el dinero puede hacerlo todo, cabe sospechar con fundamento que será capaz de hacer cualquier cosa por dinero.

(FRANKLIN)

ORáKULO dijo...


Que vivas todo el tiempo que quieras.
Que quieras todo el tiempo que vivas.

Dimes Y Diretes dijo...


Tres son las reglas para escribir: tener algo que decir, leer malos escritores (para no imputarlos), y leer buena literatura (para intentar superarla).

(BIOY)

Lloviendo amares dijo...

No soy un hombre que sabe. He sido un hombre que busca y lo soy aún, pero no busco ya en las estrellas ni en los libros: comienzo a escuchar las enseñanzas que mi sangre murmura en mí. Mi historia no es agradable, no es suave y armoniosa como las historias inventadas; sabe a insensatez y confusión, a locura y a sueño, como la vida de todos los hombres que no quieren mentirse más a sí mismos.

(HERMANN HESSE)