zUmO dE pOeSíA

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de todos los colores, de todos los sabores

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sábado, 31 de marzo de 2012

Creo que te inventé (por Sylvia Plath)

Cierro los ojos y el mundo muere;
levanto los párpados y otra vez nace todo.
(Creo que te inventé en mi mente.)
Las estrellas salen valseando en azul y rojo,
sin sentir galopa la negrura.
Cierro los ojos y el mundo muere.
Soñé que me hechizabas en la cama.
Cantabas el sonido de la luna, me besabas locamente.
(Creo que te inventé en mi mente).
Dios cae del cielo, las llamas del infierno se debilitan:
Escapan serafines y soldados de satán:
Cierro los ojos y el mundo muere.
Imaginé que volverías como dijiste,
pero crecí y olvidé tu nombre.
(Creo que te inventé en mi mente.)
Debí haber amado al pájaro de trueno, no a ti;
al menos cuando la primavera llega ruge nuevamente.
Cierro los ojos y el mundo muere.
(Creo que te inventé en mi mente.)

viernes, 30 de marzo de 2012

Lejos estás, padre mío (por Vicente Aleixandre)

Lejos estás, padre mío, allá en tu reino de las sombras.
Mira a tu hijo, oscuro en esta tiniebla huérfana,
lejos de la benévola luz de tus ojos continuos.
Allí nací, crecí; de aquella luz pura
tomé vida, y aquel fulgor sereno
se embebió en esta forma, que todavía despide,
como un eco apagado, tu luz resplandeciente.

Bajo la frente poderosa, mundo entero de vida,
mente completa que un humano alcanzara,
sentí la sombra que protegió mi infancia. Leve, leve,
resbaló así la niñez como alígero pie sobre una hierba noble,
y si besé a los pájaros, si pude posar mis labios
sobre tantas alas fugaces que una aurora empujara,
fue por ti, por tus benévolos ojos que presidieron mi nacimiento
y fueron como brazos que por encima de mi testa cernían
la luz, la luz tranquila, no heridora a mis ojos de niño.

Alto, padre, como una montaña que pudiera inclinarse,
que pudiera vencerse sobre mi propia frente descuidada
y besarme tan luminosamente, tan silenciosa y puramente
como la luz que pasa por las crestas radiantes
donde reina el azul de los cielos purísimos.

Por tu pecho bajaba una cascada luminosa de bondad, que tocaba
luego mi rostro y bañaba mi cuerpo aún infantil, que emergí
de tu fuerza tranquila como desnudo, reciente,
nacido cada día de ti, porque tú fuiste padre
diario, y cada día yo nací de tu pecho, exhalado
de tu amor, como acaso mensaje de tu seno purísimo.
Porque yo nací entero cada día, entero y tierno siempre,
y débil y gozoso cada día hollé naciendo
la hierba misma intacta: pisé leve, estrené brisas,
henchí también mi seno, y miré el mundo
y lo vi bueno. Bueno tú, padre mío, mundo frío, tú sólo.

Hasta la orilla del mar condujiste mi mano.
Benévolo y potente tú como un bosque en la orilla,
yo sentí mis espaldas guardadas contra el viento estrellado.
Pude sumergir mi cuerpo reciente cada aurora en la espuma;
y besar a la mar candorosa en el día,
siempre olvidada, siempre, de su noche de lutos.

Padre, tú me besaste con labios de azul sereno.
Limpios de nubes veía yo tus ojos,
aunque a veces un velo de tristeza eclipsaba a mi frente
esa luz que sin duda de los cielos tomabas.
Oh padre altísimo, oh tierno padre gigantesco
que así, en los brazos, desvalido, me hubiste.

Huérfano de ti, menudo como entonces, caído sobre una hierba triste,
heme hoy aquí, padre, sobre el mundo en tu ausencia,
mientras pienso en tu forma sagrada, habitadora acaso de una sombra amorosa,
por la que nunca, nunca tu corazón me olvida.
Oh padre frío, seguro estoy que en la tiniebla fuerte
tú vives y me amas. Que un vigor poderoso,
un latir, aún revienta en la tierra.
Y que unas ondas de pronto, desde un fondo, sacuden
a la tierra y la ondulan, y a mis pies se estremece.

Pero yo soy de carne todavía. Y mi vida
es de carne, padre, padre mío. Y aquí estoy,
solo, sobre la tierra quieta, menudo como entonces, sin verte,
derribado sobre los inmensos brazos que horriblemente te imitan.

jueves, 29 de marzo de 2012

Es allí (por Riszard Kapuscinski)

Es allí
dijo una voz
miré a mi alrededor
no veo nada, respondí
creo que quiso decir
escucha la voz que hay en tu interior
no la silencies
con tus propias palabras

miércoles, 28 de marzo de 2012

Salutación a Walt Whitman (por Fernando Pessoa)





Portugal Infinito, once de junio de mil novecientos


quince...






Hé-lá-á-á-á-á-á-á!


Desde aquí, de Portugal todas las épocas en mi cerebro,


te saludo, Walt, te saludo, hermano mío en el universo,


yo, con monóculo y chaleco exageradamente adornado,


no soy indigno de ti, bien lo sabes, Walt,


no soy indigno de ti, basta saludarte para no serlo...


Yo tan cercano a la inercia, tan fácilmente lleno de tedio,


soy de los tuyos, tú bien lo sabes, y te comprendo y te amo,


y aunque no te conociera, nacido por los años en que tú


moriste,


sé que me amaste también, que me conociste, y estoy


contento.


Sé que me conociste, que me contemplaste y me explicaste,


sé qué es eso que yo soy, ya sea en Brooklyn Ferry diez años


antes de que yo naciera,


ya sea por la Rúa del Oro pensando en todo lo que no es la


Rúa del Oro,


y conforme tú sentiste todo, lo siento yo todo, y aquí vamos


cogidos de la mano,


cogidos de la mano, Walt, cogidos de la mano, bailando


el universo en el alma.


¡Oh, siempre moderno y eterno, cantor de los concretos


absolutos,


concubina fogosa del universo disperso,


gran pederasta frotándote contra la diversidad de las cosas,


sexualizado por las piedras, por los árboles, por las personas,


por las profesiones,


guardián de los pasajes, de los encuentros casuales, de las


meras observaciones,


entusiasta mío por el contenido de todo,


gran héroe mío entrando por la muerte, a los pinos,


y a las hurras, y a los entusiasmos, y a los gritos saludando


a Dios!


¡Contenedor de la fraternidad feroz y tierna para con todo,


gran demócrata epidérmico, contigo a todo en cuerpo


y alma,


carnaval de todas las acciones, bacanal de todos los propósitos,


hermano gemelo de todos los arranques,


Juan Jacobo Rousseau del mundo que iba a producir


las máquinas,


hornero de lo insaisissable de lo flotante carnal,


Shakespeare de la sensación que comienza a marchar a vapor,


Milton-Shelley del horizonte de la electricidad futura!


Íncubo de todos los gestos,


orgasmo hacia dentro de todos los objetos fuerza,


Souteneur de todo el Universo,


ramera de todos los sistemas solares...


¡Cuántas veces beso tu retrato!


Allá donde te encuentras ahora (no sé dónde es, pero


es Dios)


sientes esto, sé que lo sientes, y mis besos son más calientes


(entre la gente)


y tú así es que los quieres, viejo mío, y agradeces desde allá,


lo sé bien, algo me lo dice, algo agradable en mi espíritu


una erección abstracta e indirecta en el fondo de mi alma.


Nada de engageant, pero ciclópico y musculoso,


sino frente al universo con tu actitud que era de mujer,


y cada hierba, cada piedra, cada hombre era para ti


el universo.


¡Mi viejo Walt, mi gran camarada, evohé!


Me integro a tu orgía báquica de sensaciones en libertad,


soy de los tuyos, desde la sensación de mis pies hasta


la náusea de mis sueños,


soy de los tuyos, mírame a mí, de ahí desde Dios me ves


al contrario:


desde adentro para afuera... Mi cuerpo es lo que adivinas,


ves el alma mía—


ésa es la que ves tú propiamente y al través de tus ojos


mi cuerpo—


¡Mírame a mí: tú sabes que yo, Álvaro de Campos,


ingeniero,


poeta sensacionista,


no soy tu discípulo, no soy tu amigo, no soy tu cantor,


tú sabes que yo soy Tú y estás contento de ello!


Nunca puedo leer tus versos de corrido... Hay ahí demasiado


sentimiento...


Atravieso tus versos como una multitud a encontrones


contra mí,


y me huele a sudor, a aceites, la actividad humana y mecánica.


En tus versos, a cierta altura no sé si los leo o si los vivo,


no sé si mi lugar real está en el mundo o en tus versos,


no sé si estoy aquí, de pie sobre la tierra natural,


o de cabeza hacia abajo, colgado en una especie


de establecimiento,


en el techo natural de tu inspiración de tropel,


en el centro del techo de tu intensidad inaccesible.


¡Ábranme todas las puertas!


¡A fuerza que he de pasar!


¿Mi señal? ¡Walt Whitman!


¡Pero yo no ofrezco indicación alguna...


Paso sin explicaciones...


Si es necesario me introduzco entre las puertas...


Sí, yo, frágil y civilizado, me introduzco entre las puertas...


porque en este momento no soy frágil ni civilizado,


soy yo, un universo pensante de carne y hueso, queriendo


pasar,


que ha de pasar a fuerza, porque cuando quiero pasar


soy Dios!


¡Quítenme esa basura de mi frente!


¡Pónganme en cajones esas emociones!


De aquí al exterior, políticos, literatos,


comerciantes pacatos, policía, meretrices, souteneurs,


todo eso es la letra que mata, no el espíritu que da la vida


¡El espíritu que da la vida en este momento soy yo!


¡Que ningún hijo de la... se me atraviese en el camino!


¡Mi camino es a través del infinito hasta llegar al fin!


¡Si soy capaz de alcanzar el fin o no, no es contigo,


es conmigo, con Dios, con el sentido— yo de la palabra


infinito...


Hacia el frente!


¡Pico con las espuelas!


Siento las espuelas, soy el mismo caballo que yo monto,


porque yo, para mi voluntad de consustanciarme


con Dios,


puedo ser todo, o puedo ser nada, o cualquier cosa,


según me da la gana... Nadie tiene nada con eso...


¡Locura furiosa! Ganas de gritar, de saltar,


de berrear, pegar, dar saltos, gritos con el cuerpo,


de cramponner-me a las ruedas de los vehículos y meterme


abajo,


de meterme adelante del giro del chicote que va a golpear,


de ser la perra de todos los perros y no me bastan,


de ser el volante de todas las máquinas y la velocidad


sin límite,


de ser el atropellado, el abandonado, el desplazado,


el acabado,


baila conmigo, Walt, allá desde el otro mundo, esta furia,


salta conmigo en esta batucada que se embarra con los astros,


cae conmigo sin fuerzas en el suelo,


embárrate conmigo estúpidamente en las paredes,


pártete y espárcete conmigo


en todo, por todo, a la vuelta de todo, sin todo,


rabia abstracta del cuerpo haciendo maelstroms en el alma...


¡Arre! ¡Vamos hacia allá al frente!


Aun si el mismo Dios lo impide, vamos allá al frente...


No hay ninguna diferencia...


Vamos allá hacia al frente y sin ser de ninguna parte...


¡Infinito! ¡Universo! ¡Meta sin meta! ¿Qué importa?


(Déjame quitarme la corbata y desabotonarme el cuello.


No se puede tener mucha energía con la civilización


en torno al cuello...)


Ahora sí, partamos, vamos hacia allá al frente.


¡En una gran marche aux flambeaux-todas-las-ciudades-de-


Europa,


en una gran marcha guerrera la industria, el comercio y


el ocio,


en una gran carrera, en una gran subida, en una gran


bajada


estruendosa, saltando, saltándolo todo conmigo,


salto para saludarte, berreo para saludarte,


me desencadeno para saludarte, brincando y guiñando!


Por eso es a ti a quien agradezco


mis versos saltos, mis versos brincos, mis versos orgasmos,


mis versos-ataques-histéricos,


mis versos que arrastran el carro de mis nervios.


A trompicones me inspiro,


apenas pudiendo respirar, tenerme en pie me exalto,


y mis versos son que yo no pueda estallar de vivir.


¡Ábranme todas las ventanas!


¡Arránquenme todas las puertas!


¡Empujen toda la casa por encima de mí!


¡Quiero vivir en libertad en el aire,


quiero hacer gestos más allá de mi cuerpo,


quiero correr como la lluvia hacia abajo de las paredes,


quiero ser pisado en las carreteras anchas como las piedras,


quiero ir, como las cosas pesadas, hacia el fondo


de los mares,


con una voluptuosidad que ya está lejos de mí!


¡No quiero cerraduras en las puertas!


¡No quiero cerraduras en los cofres!


¡Quiero intercalarme, inmiscuirme, ser llevado,


quiero que me hagan propiedad enfermiza de algún otro,


que me limpien los cajones,


que me arrojen a los mares,


que me vayan a buscar a casa con fines obscenos,


sólo para no estar aquí sentado y quieto,


sólo para no estar sencillamente escribiendo estos versos!


¡No quiero intermedios en el mundo!


¡Quiero la continuidad penetrada y material de los objetos!


¡Quiero que los cuerpos físicos sean los unos de los otros


como las almas,


no soy dinámicamente, sino estáticamente también!


¡Quiero volar y caer desde muy alto!


¡Ser estrellado como una granada!


¡Ir a parar a... ser llevado hasta...


Auge abstracto en el fin de mí y de todo!


¡Clímax a hierro y motores!


¡Escaleras arriba de la velocidad, sin grados!


¡Bomba hidráulica desanclándome las entrañas sentidas!


¡Pónganme grilletes sólo para que yo los parta!


¡Sólo para que yo los parta con los dientes, y que los dientes


sangren


placer masoquista, espasmódico con sangre, de la vida!


Los marineros me llevaron preso,


me ajustaron las manos en lo oscuro,


morí temporalmente al sentirlo,


enseguida mi alma lamió el suelo de la cárcel privada,


y la gallina ciega de las imposibilidades me rodeaba


como un cinturón.


¡Salta, brinca, toma el freno con los dientes,


pegaso de hierro en brasas de mis ansias inquietas,


paradero indeciso de mi destino a motores!


He calle Walt:


¡Puerta hacia todo!


Puente para todo!


¡Carretera para todo!


Tu alma omnívora,


tu alma ave, pez, fiera, hombre, mujer,


tu alma de dos donde hay dos,


tu alma o una que son dos cuando dos son una,


tu alma flecha, rayo, espacio,


amplexo, nexo, sexo, Texas, Carolina, New York,


Brooklyn Ferry en la tarde,


Brooklyn Ferry de las idas y de las vueltas,


¡Libertad, democracy, siglo veinte a lo lejos!


¡purn, pum, pum, pum, pum,


pum!


¡Tú, lo que eras, tú lo que veías, tú lo que oías,


el sujeto y el objeto, el activo y el pasivo,


aquí y allí, en todas partes tú,


círculo cerrando todas las posibilidades de sentir,


marco milenario de todas las cosas que pueden ser,


Dios Terminal de todos los sujetos que se imaginan que eres tú.


¡Tú hora, tú minuto, tú segundo!


Tú intercalado, liberado, desfondado, ido,


intercalación, y liberación, ida, desfondamiento,


tu intercalador, liberador, desfondador, remitente,


comodín en todas las cartas,


nombre en todas las direcciones,


mercadería entregada, devuelta, siguiendo...


Tren de sensaciones y alma a kilómetros por hora,


por hora, por minuto, por segundo, ¡pum!


Ahora que estoy casi muriendo y veo todo ya claro,


Gran Libertador, vuelvo sumiso a ti.


Sin duda tuve un fin adecuado a mi personalidad.


Sin duda porque se explicó, quise decir algo


pero hoy, mirando hacia atrás, sólo un ansia me queda—.


No haber tenido tu calma superior por ti mismo,


tu liberación constelada de la Noche Infinita.


No tuve tal vez misión alguna sobre la tierra.


Ah que voy a llamar


al privilegio ruidoso y ensordecedor de saludarte


todo lo hormigueantemente humano del universo,


todas las formas de todas las emociones


todos los hechizos de todos los pensamientos,


todas las ruedas, todos los volantes, todos los émbolos


del alma.


Ah que yo grito


y en un cortejo de mí hasta que estallen en ti


con una algarabía metafísica y real,


con un barbarismo de cosas que pasan por adentro sin nexo.


¡Ave, salve, viva, oh gran bastardo de Apolo,


amante impotente y fogoso de las nueve musas y de las gracias,


funicular del Olimpo hasta nosotros y de nosotros hasta


el Olimpo!

martes, 27 de marzo de 2012

Oda a Walt Whitman (por García Lorca)

Por el East River y el Bronx
los muchachos cantaban enseñando sus cinturas,
con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo.
Noventa mil mineros sacaban la plata de las rocas
y los niños dibujaban escaleras y perspectivas.

Pero ninguno se dormía,
ninguno quería ser el río,
ninguno amaba las hojas grandes,
ninguno la lengua azul de la playa.

Por el East River y el Queensborough
los muchachos luchaban con la industria,
y los judíos vendían al fauno del río
la rosa de la circuncisión
y el cielo desembocaba por los puentes y los tejados
manadas de bisontes empujadas por el viento.

Pero ninguno se detenía,
ninguno quería ser nube,
ninguno buscaba los helechos
ni la rueda amarilla del tamboril.

Cuando la luna salga
las poleas rodarán para tumbar el cielo;
un límite de agujas cercará la memoria
y los ataúdes se llevarán a los que no trabajan.

Nueva York de cieno,
Nueva York de alambres y de muerte.
¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla?
¿Qué voz perfecta dirá las verdades del trigo?
¿Quién el sueño terrible de sus anémonas manchadas?

Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman,
he dejado de ver tu barba llena de mariposas,
ni tus hombros de pana gastados por la luna,
ni tus muslos de Apolo virginal,
ni tu voz como una columna de ceniza;
anciano hermoso como la niebla
que gemías igual que un pájaro
con el sexo atravesado por una aguja,
enemigo del sátiro,
enemigo de la vid
y amante de los cuerpos bajo la burda tela.
Ni un solo momento, hermosura viril
que en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles,
soñabas ser un río y dormir como un río
con aquel camarada que pondría en tu pecho
un pequeño dolor de ignorante leopardo.

Ni un sólo momento, Adán de sangre, macho,
hombre solo en el mar, viejo hermoso Walt Whitman,
porque por las azoteas,
agrupados en los bares,
saliendo en racimos de las alcantarillas,
temblando entre las piernas de los chauffeurs
o girando en las plataformas del ajenjo,
los maricas, Walt Whitman, te soñaban.

¡También ése! ¡También! Y se despeñan
sobre tu barba luminosa y casta,
rubios del norte, negros de la arena,
muchedumbres de gritos y ademanes,
como gatos y como las serpientes,
los maricas, Walt Whitman, los maricas
turbios de lágrimas, carne para fusta,
bota o mordisco de los domadores.

¡También ése! ¡También! Dedos teñidos
apuntan a la orilla de tu sueño
cuando el amigo come tu manzana
con un leve sabor de gasolina
y el sol canta por los ombligos
de los muchachos que juegan bajo los puentes.

Pero tú no buscabas los ojos arañados,
ni el pantano oscurísimo donde sumergen a los niños,
ni la saliva helada,
ni las curvas heridas como panza de sapo
que llevan los maricas en coches y terrazas
mientras la luna los azota por las esquinas del terror.

Tú buscabas un desnudo que fuera como un río,
toro y sueño que junte la rueda con el alga,
padre de tu agonía, camelia de tu muerte,
y gimiera en las llamas de tu ecuador oculto.

Porque es justo que el hombre no busque su deleite
en la selva de sangre de la mañana próxima.
El cielo tiene playas donde evitar la vida
y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora.

Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.
Éste es el mundo, amigo, agonía, agonía.
Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades,
la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises,
los ricos dan a sus queridas
pequeños moribundos iluminados,
y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.

Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo
por vena de coral o celeste desnudo.
Mañana los amores serán rocas y el Tiempo
una brisa que viene dormida por las ramas.

Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whítman,
contra el niño que escribe
nombre de niña en su almohada,
ni contra el muchacho que se viste de novia
en la oscuridad del ropero,
ni contra los solitarios de los casinos
que beben con asco el agua de la prostitución,
ni contra los hombres de mirada verde
que aman al hombre y queman sus labios en silencio.
Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades,
de carne tumefacta y pensamiento inmundo,
madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño
del Amor que reparte coronas de alegría.

Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos
gotas de sucia muerte con amargo veneno.
Contra vosotros siempre,
Faeries de Norteamérica,
Pájaros de la Habana,
Jotos de Méjico,
Sarasas de Cádiz,
Apios de Sevilla,
Cancos de Madrid,
Floras de Alicante,
Adelaidas de Portugal.

¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!
Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores,
abiertos en las plazas con fiebre de abanico
o emboscadas en yertos paisajes de cicuta.

¡No haya cuartel! La muerte
mana de vuestros ojos
y agrupa flores grises en la orilla del cieno.
¡No haya cuartel! ¡Alerta!
Que los confundidos, los puros,
los clásicos, los señalados, los suplicantes
os cierren las puertas de la bacanal.

Y tú, bello Walt Whitman, duerme a orillas del Hudson
con la barba hacia el polo y las manos abiertas.
Arcilla blanda o nieve, tu lengua está llamando
camaradas que velen tu gacela sin cuerpo.
Duerme, no queda nada.
Una danza de muros agita las praderas
y América se anega de máquinas y llanto.
Quiero que el aire fuerte de la noche más honda
quite flores y letras del arco donde duermes
y un niño negro anuncie a los blancos del oro
la llegada del reino de la espiga.

lunes, 26 de marzo de 2012

Toda tú (por Saiz de Marco)

Unos pocos te guiaban de un mar de sangre a otro.
Te llevaron a
esclavitud, torturas, hogueras en donde prender herejes.
Te llevaron a
masacres, conquistas, tanques, trincheras, frentes de batalla.
Te llevaron a
campos de exterminio.
Te llevaron a
expolios y saqueos.
¡A tantas aguas negras, cenagosas,
a tantos mares muertos te llevaron!
siempre unos pocos,
unos cuantos mandando, conduciéndote.

Pero ahora vas a tomar el mando, Humanidad.
Vas a pilotar tú,
toda tú la Almirante,
tú toda manejando las velas, el timón, la nave entera.

A ver a dónde vas, Humanidad.
A qué otras aguas
-limpias, transparentes-,
a qué otros mares
-claros, encendidos-,
a qué nuevas regiones navegables,
a qué puertos de luz y de esperanza
vas ahora, toda tú, a dirigirte.

domingo, 25 de marzo de 2012

He olvidado mi cuerpo (por Eduardo Jordá)

Hace fresco, aunque el sol es de verano.
Dos estelas de avión cruzan el cielo.
He olvidado mi cuerpo, y él a mí.
Huele a mar (¿pero dónde está?), y al heno
de las granjas de Irlanda (¿qué fue de ellas?).
El viento se entretiene en los almendros
del campo que cruzaban mis amigos
siempre que se escapaban del colegio
(ya no queda ninguno). Oigo sus risas
llamándome. A mi lado está mi abuelo,
que me coge la mano y me levanta
y me enseña un camino. Sin esfuerzo,
llegaré hasta los juncos de Lough Gill,
y después llegaré al campo de brezo,
y luego llegaré a Puerto Escondido,
y también a Son Moll, y no habrá viento.
Y después llegaré hasta la calle
donde di, avergonzado, el primer beso.
Tengo cinco años, quince años, noventa
o tal vez muchos más. O ya estoy muerto
y he llegado, asombrado, al paraíso
(¿quién puede asegurarme que no es cierto?).
Hay moras en mis labios, oigo un pájaro
que canta junto a un lago. También veo
un tobogán, caballos, una cala.
El ruido de los coches trae el eco
del mar. Estoy aquí, infinito, joven,
insaciable de dicha. Y todo es nuevo.

sábado, 24 de marzo de 2012

Es tarde (por James Salter)

Por la Quinta Avenida, las luces traseras, todo oscuro,
la calle mojada resplandece,
la ciudad en la que siempre viví, el colegio
y todo lo demás: el amigo de pelo rizado
que me contó lo que había hecho con Faith
en el apartamento de los padres de la chica, en la calle 83,
era tan inocente, igual que tantas otras.
Pienso en las primeras veces, algunas tan cerca de aquí,
el primer pato asado en casa de Ethel Reiner,
en su comedor del tercer piso,
mi primera pelea frente al Ala Egipcia
con dos hermanos flacuchos,
mi primer curso fallido de francés, mi primera
aventura sexual en el Picadilly
ella fue lista y se casó con otro,
la chica del New Yorker que vino a tomar una copa
en Longchamps, el aire terso resbalaba por sus ventanas
como en el camarote de un barco, hacía frío,
el amanecer se acercaba,
toda la ciudad existía para tu felicidad, fajos de periódicos
cada mañana, almuerzos apresurados, salidas nocturnas,
gente nueva, películas, nos abrazábamos como borrachos
en el Metropolitan, torsos sonrosados, todo iba ajustándose
poco a poco a una estructura, el amor hermoso y sosegado,
el vestido ceñido que ella llevaba en la fiesta,
y luego más primeras veces: el apartamento cerca de Gracie Square,
un perro listo, el primer dinero de verdad
un cheque de quince mil dólares,
el primer hijo, una niña, los domingos por la mañana,
la ciudad en invierno, gris y plateada, las ventanas en silencio
a lo largo de Madison Avenue,
colores de Sonia Delaunay, los amigos ricos de los años sesenta
vistiéndose para la cena, gemelos de oro macizo,
las mujeres tendidas en el sofá, las risas, almuerzos en Brittany,
las comidas en el calor del verano, las imágenes brillantes de la tarde,
una mujer desnuda en las alturas del St. Regis, el otoño,
el mordisco helado de la ginebra,
salir con el cuello del abrigo subido, la bufanda,
“Así es como se lleva, querido, con la marca
por fuera, mira, así”,
la primera casa en el campo, la primera chica europea,
la primera gonorrea, los edificios
que iban convirtiéndose en escombros, los ladrones, el divorcio,
en los años sombríos que siguieron llegó el cuadragésimo año,
las primeras arrugas en la frente, los primeros errores,
en el bar una rubia pajiza, la voz perfecta,
tardes de Cole Porter, el crepúsculo que cae,
ropa limpia, recién bañados,
pruébalo todo una vez más, en Gallagher´s está
el fornido campeón sin heridas,
“Acércate y dile algo”,
susurraba ella, “¿Y qué le digo?”,
el rostro hermoso, con gafas,
“Dile que te suena de algo, cualquier cosa”,
mirándole la espalda cuando ella pasaba.
Oleadas de lo que entonces era nuevo,
la arrogante elegancia femenina,
boinas de cuero, chaquetas de color coñac,
al lado de aquel tipo la chica asombrosa,
el elegante jersey rojo, la gorra de paracaidista y
el pendiente en una aleta de la nariz,
bello como un hilo de oro.
Las puertas que se han cerrado, los amigos que han fallado,
La ciudad populosa y humeante,
el primer hastío, el primer desprecio por las alabanzas,
las calles con otro nombre, las promesas no cumplidas,
donde apenas reina la justicia y mucho menos la piedad…

Los coches pasan por la avenida, es tarde,
los rostros jóvenes entrevistos en una esquina,
las otras noches, los otros años bajo la lluvia,
viendo cómo desaparecen,
está oscuro en la proa, ya he cruzado
el meridiano. Ahora todo se ha acabado, todo empieza.

viernes, 23 de marzo de 2012

Muerte, di (por Juan Ramón Jiménez)

¿Qué le pasa a una música que deja de sonar;
qué a una brisa que deja de acariciar;
y qué a una luz que se apaga?
¿Qué males les suceden?
¿Les pasa mal alguno?
Muerte, di, ¿y qué eres tú
sino silencio,
calma y
sombra?

jueves, 22 de marzo de 2012

Uno puede acostumbrarse (por Zbigniew Herbert)

En primera página
la noticia de la matanza de 120 soldados
la guerra ya duraba mucho
uno puede acostumbrarse
justo al lado información
de un crimen espectacular
con el retrato del asesino
la mirada de Don Cógito
salta indiferente
la hecatombe de los soldados
para sumergirse con deleite
en la descripción del espanto cotidiano
un agricultor de unos treinta años
en una depresión nerviosa
mató a su mujer
y a sus dos pequeñuelos
con precisión se describen
la ejecución del crimen
la posición de los cuerpos
y otros detalles
a los 120 caídos
inútil es buscar en un mapa
la excesiva lejanía
los oculta como una jungla
no estimulan la imaginación
son demasiados
la cifra cero al final
los transforma en una abstracción
un tema para meditar:
la aritmética de la compasión

miércoles, 21 de marzo de 2012

Sin ensayo (por Wislawa Szymborska)

Vida al instante.
Función sin ensayo.
Cuerpo sin prueba.
Cabeza sin reflexión.
Ignoro el papel que hago.
Sólo sé que es mío, no es intercambiable.
De qué va la obra,
debo adivinarlo sobre el escenario.
Malamente preparada para el honor de la vida,
soporto a duras penas el compás impuesto de la acción.
Improviso, aunque aborrezco la improvisación.
Tropiezo a cada paso con el desconocimiento de causa.
Mi modo de vivir huele a aldea.
Mis instintos son de aprendiz.
La vergüenza, al excusarme, tanto más me humilla.
Siento las circunstancias atenuantes como crueles.
Palabras y gestos irrevocables,
estrellas no contadas,
el carácter, como un abrigo abrochado, en marcha,
he aquí el penoso fruto de este apremio.
¡Si pudiera al menos ensayar primero un miércoles,
o al menos un jueves repetir una vez más!
¿Acaso está bien? –pregunto
(con voz ronca,
pues ni me han dejado aclararla tras los bastidores)-.
Es vano pensar que no es más que un examen somero
hecho en un sitio provisorio. No.
Me hallo entre los decorados y veo qué sólidos son.
Me choca la precisión de cualquier atrezzo.
El equipo giratorio funciona desde hace largo rato.
Las nebulosas más lejanas ya han sido encendidas.
Ah, no me cabe duda de que esto es el estreno.
Y lo que haga
se tornará siempre en lo que hice.

martes, 20 de marzo de 2012

No es mi culpa (por Primo Levy)

Retrocede, déjame solo, pueblo sumergido,
vete. No he desposeído a nadie.
No he usurpado el pan de nadie.
Nadie murió en mi lugar. Nadie.
Vuelve a tu bruma.
No es mi culpa si vivo y respiro,
como, bebo, duermo y me cubro de ropas.

lunes, 19 de marzo de 2012

Nada deben (por Eduardo Jordá)

Los míos no dejaron documentos.
Nada se sabe de ellos, más allá
de algunas conjeturas. Fueron pobres,
nunca hicieron preguntas, aceptaron
todo cuanto el buen Dios les destinó.
Comieron, engendraron y murieron
sin orgullo y sin odio, jubilosos
si llegaban a viejos, y afligidos
si debían marcharse antes de hora.
En catalán se amaron e insultaron,
y en catalán se despidieron de este mundo,
y me siento un traidor al evocarlos
en una lengua que ellos no entendían.
Dejaron pocas fotos, escasas posesiones,
ningún escudo heráldico. Fueron campesinos,
cocheros, empleados, cocineros:
gente sin importancia que no ensució la Historia
porque la Historia, por suerte, no se acordó de ellos.
Si protestaron, siempre fue en voz baja.
Los oyeron sus hijos, sus mujeres, sus amos,
pero nunca el buen Dios, duro de oído.
Y ahora están mezclados con la tierra
y forman el paisaje de un suburbio.
Son esquinas, colmados, adoquines
y cafés llenos de humo. Son caballos
rodeados de tábanos. Son tapias.
Son plazuelas desiertas con farolas,
tal vez cascotes, grúas, barro. Sé
que nadie los reclama ni recuerda.
Con ellos no fue próspera esta isla,
ni tampoco más pobre. Nada deben.
Nada importante hicieron o dejaron.
Ni siquiera yo sé cuál es su historia,
y aunque la conociera, también sería inútil.
¿Quién podrá redimirlos, devolviéndoles
todo cuanto les fuera arrebatado?
De nada servirán estas palabras.
Irán, como las vidas de los míos,
como su amor y su fe, su alegría
y su temor, a perderse muy pronto
en esta oscuridad que nos envuelve.

domingo, 18 de marzo de 2012

En la nada (por María Zambrano)

Bajo la flor, la rama;
sobre la flor, la estrella;
bajo la estrella, el viento.
¿Y más allá?
Más allá, ¿no recuerdas?, sólo la nada.
La nada, óyelo bien, mi alma:
duérmete, aduérmete en la nada.
(Si pudiera, pero hundirme... )
Ceniza de aquel fuego, oquedad,
agua espesa y amarga:
el llanto hecho sudor;
la sangre que, en su huida, se lleva la palabra.
Y la carga vacía de un corazón sin marcha.
¿De verdad es que no hay nada? Hay la nada.
Y que no lo recuerdes. (Era tu gloria.)
Más allá del recuerdo, en el olvido, escucha
en el soplo de tu aliento.
Mira en tu pupila misma dentro,
en ese fuego que te abrasa, luz y agua.
Mas no puedo.
Ojos y oídos son ventanas.
Perdido entre mí mismo, no puedo buscar nada;
no llego hasta la nada.

sábado, 17 de marzo de 2012

Como una araña suave (por Arthur Rimbaud)

En el invierno viajaremos en un vagón de tren
con asientos azules.
Seremos felices. Habrá un nido de besos
oculto en los rincones.
Cerrarán sus ojos para no ver los gestos
en las últimas sombras,
esos monstruos huidizos, multitudes oscuras
de demonios y lobos.
Y luego en tu mejilla sentirás un rasguño…
un beso muy pequeño como una araña suave
correrá por tu cuello…
Y me dirás: «¡búscala!», reclinando tu cara.
Y tardaremos mucho en hallar esa araña,
por demás indiscreta.

viernes, 16 de marzo de 2012

Oigo la hierba de tu risa (por Paul Éluard)

Tú sola y oigo la hierba de tu risa
Tú la cabeza que te conduce
Y desde la cima de los peligros de muerte
Sobre los brumosos globos de la lluvia de los valles
Bajo la densa luz bajo el cielo de la tierra
Engendras la caída.

Los pájaros ya no son un refugio suficiente
Ni la pereza ni el cansancio
El recuerdo de los débiles arroyos y los bosques
En la mañana de los caprichos
En la mañana de las caricias visibles
En la aurora de la ausencia y la caída

Las barcas de tus ojos se pierden
En el encaje de las desapariciones
El abismo se ha revelado otros han de apagarlo
Las sombras que tú creas no tienen derecho a la noche.

jueves, 15 de marzo de 2012

¿Saltó ya el hombre aquel? (por Bob Dylan)

Corre vete sal de aquí
rápidamente
vete Joshua
lárgate
prepara tu batalla
haz lo que sepas
yo perdí mis gafas
no puedo ver Jericó
el viento enreda
mi pelo
nada parece
estar bien
ahí
no no iré contigo
no puedo ir contigo

Sobre el puente de Brooklyn
estaba inclinado
y de pie en el borde
había un predicador hablándole
estuve cambiando de posición continuamente
para poder ver desde todos los ángulos
por un lado y otro de los cuellos
estirados
y las cosas
la policía contenía a la gente
la señora que está a mi espalda
irrumpe en mi ingle
"enfermos enfermos algunos están realmente enfermos"
como el número circense del trapecio
"oh espero que no lo haga"
él estaba al otro lado de la barandilla
sus ojos terriblemente abiertos
bañado por el sudor
boca de tiburón
las sucias mangas de la camisa subidas
los brazos gruesos y tatuados
y llevaba un reloj de plata
echándole una rápida ojeada yo podría decir
que estaba inútilmente solo
no pude quedarme allí mirándole
no pude quedarme allí mirándole
porque de pronto me di cuenta de que
en lo más profundo de mi corazón
deseaba realmente
verle saltar

(Una multitud. cada persona sabe
que todos ellos saben y ven lo mismo.
tienen la misma cosa en común.
pueden mirar a los demás con absoluta inexpresividad
no tienen que hablar y no se sienten culpables
de no tener nada que decir. tedio diario
empapado por la felicidad temporal
de que haya terminado finalmente su búsqueda
por encontrar una manera de compartir el gran desengaño
de un picnic de sangre. todas las multitudes son iguales
y yo estaba en la multitud cogido en su excitación)

Y me alejé
tenía tantas ganas de verle saltar
que tuve que marchar y esconderme
la zona residencial la zona residencial
Orchard Street
a través de toda aquella gente
en Orchard Street
perneras de pantalones en mi cara
"¡vengan aquí! ¡vengan aquí!"
no necesito vestidos
y cruzo la calle
los sonidos asoman
por las bocas de acceso
y las cajas de zapatos cabalgan
por las grietas de la acera
pescadores
repentinamente me he convertido
en un pez
pero ¿quiere
alguien ser pescador
al igual que yo
no quiero ser un pez?

(La cachonda Wanda está
en Nueva Orleans
pasa metiendo ruido a través
de vulgares paredes
de ladrillo llenas
de palabrotas
allá en Nueva York)

No ellos no pueden salir
de los bancos de su río
estoy en su río
(me pregunto si saltó
realmente me pregunto si saltó)
doblo la esquina
para alejarme del río
y para alejarme del río
creciendo todavía
doy media vuelta
y descubro
que estoy en otro río

(esta vez. Rey Rex
me bendice con cuentas de plástico
y bocinas que hacen tut tut
anillos de papel y cosas.
Royal Street
Bourbon Street
St. Claude and Splanade
pasa y deja
todo patas arriba
Joe B. Stuart
un poeta sureño blanco
me da moral
atravesamos la casa a toda mecha
una máquina de discos resplandeciente
el gumbo se desborda
expulsados a patadas de bares para negros
calles con atascos
estrellas hipnóticas hacen explosión
en la noche asesina de Louisiana
hay mucho barullo
brazo con brazo
muy drogados
tengo que verte en Mobile luego
echar abajo al gobernador Nichel
y largarnos)

de acuerdo también yo puedo dejar este río
en Bleeker Street
encuentro a muchos amigos
que me miran
como si supieran algo
que yo no sé
Rocco y sus hermanos
dicen que hay personas que
están deprimidas que yo
no quiero oírlo
un balón de baloncesto cae
por el aro
y yo recuerdo que
el Living Theater ha sido arrestado

(¿saltó ya el hombre aquel?)
arañas intelectuales
suben por la Sexta Avenida
con Colts cuarenta y cinco
asomando por
sus ombligos
y por primera vez
en mi vida
me siento orgulloso
de no estar metido en
ninguna obra maestra de la literatura
(¿y por qué quise ver a aquella
pobre alma muerta?)

Primero de todo dos personas
se juntan y quieren ensanchar
sus puertas. segundo, mucha más
gente ve lo que está sucediendo y
viene a echar una mano en el ensanche
de la puerta. los que llegan
no tienen sin embargo más que un
"ensanchemos estas puertas"
para decir a los que ya estaban allí
desde el primer momento. luego sigue que
todo gira alrededor
nada más que la ideas del ensanche de la puerta.
tercero, ahora ya es un grupo
y lo único que les mantiene amigos
es que todos quieren que las puertas se ensanchen.
evidentemente, las puertas son ensanchadas entonces
cuarto,
después del ensanche
el grupo tiene que encontrar
algo más que siga
manteniéndoles unidos o
si no, el ensanche de la puerta
resultará
embarazoso

En la calle catorce
me encuentro con alguien
que conozco por vivir enfrente
quiere que me
ponga nervioso
quiere que me ponga
a su nivel
con toda sinceridad
quiere arrastrarme
hasta ahí
descubro que la gravedad
es mi única enemiga
la soledad ha cerrado con fuerza
las manos y te lleva
a ser injusto con los demás
todo el mundo tiene cosas que hacer
cosas que les mantienen ocupados
los obreros
tienen su mente puesta
en los fines de semana
víctimas del sistema
llenan los cines
y quién y de qué
compañía sádica es él
tiene derecho
a condenar a otros como triviales
cuál es la culpa
y a quién hay que culpar realmente
de que un hombre lleve un arma
es imposible que
sea él
los esclavos no son de color especial
y los eslabones de las cadenas
no tienen un orden especial
qué gran actor tienes que ser
para interpretar a Dios

(en Grecia una viejecita menuda
una obrera
me mira
se frota la barbilla
y por señas me pregunta
que por qué estoy sin afeitar
"el mar es bellísimo aquí"
replico
señalando mi barbilla.
y ella me cree
no necesita más respuesta que ésa
yo rasgueo la guitarra
ella baila
ríe
su pañuelo vuela
yo también me doy cuenta de que
ella morirá aquí
junto a este mar
su muerte es seguro que ocurrirá aquí
la mía no se sabe dónde
y llego a pensar
que la amo)

Cada día hablo con gente
complicada en algún rollo
bueno y malo no son sino palabras
inventadas por aquellos
que están atrapados en los rollos

Bajo qué fundamentos se encuentran
las razones para el juicio
y pienso también
que no hay
nada en ningún sitio
en ningún sitio que tenga
ningún sentido. sólo hay lágrimas
y sólo pena
no hay problemas

He visto que lo que amé
se ha desvanecido. todavía
amo lo que he perdido pero correr
y tratar de recuperarlo
sería muy egoísta
por el resto de mi vida
no perseguiré a ningún ser vivo
dentro de abrazo carcelario
de mi amor propio

No puedo creer que tenga
que odiar a nadie
y cuando lo haga
será sin temor
y lo sabré

Ni respuestas ni verdad conozco
para ningún alma viva
no prestaré oídos a nadie
que me hable de principios
no hay principios
y yo sueño mucho

Así que ve Joshua
prepara tu batalla
yo tengo que ir a los bosques
un momento
espero que comprendas
pero si no lo haces
no importa
estaré contigo
la próxima vez
no pienses en mí
yo estaré bien
tú sigue adelante por ahí
por ahí
haz lo que dices
que vas a hacer
y quién sabe
algún día
alguien podía incluso
escribir
una canción
sobre ti

miércoles, 14 de marzo de 2012

A través de los años (por Tomas Tranströmer)

Oigo caer las piedras que arrojamos,
transparentes como cristal a través de los años. En el valle
vuela la confusión de los actos
del instante, vociferantes, de copa
en copa de los árboles, se callan
en un aire más tenue que el presente, se deslizan
como golondrinas desde una cima
a otra de las montañas, hasta
alcanzar las mesetas ulteriores,
junto a las fronteras del ser. Allí caen
todas nuestras acciones
claras como el cristal
no hacia otro fondo
que el de nosotros mismos.

martes, 13 de marzo de 2012

La orquesta de los pájaros (por Leonard Cohen)

Ahí los tienes:
la orquesta de los pájaros miméticos,
su falsificación aleatoria
de ruidos robados al azar,
sus trinos de fantoches aplicados.

Ocultos en las ramas,
fugados al calor de primavera,
con su negrura de augurio,
con su memoria de organillo mecánico,
leyendo partituras
escritas en el aire,
su ser para la nada,
su canto cristalino y cacofónico,
conforme al algoritmo del quién sabe,
payasos musicales portentosos,
tensando la mañana con el arco
de su garganta pura y desquiciada.

Ahí los tienes de nuevo, y aquí tú:
los artesanos de lo etéreo,
nuestras alas de cera,
el canto dado a nadie
y porque sí.

lunes, 12 de marzo de 2012

Un cuerpo que retorna a sus orígenes (por Antonin Artaud)

Evoco el mordisco de inexistencia y de imperceptibles cohabitaciones. Venid, psiquiatras, os llamo a la cabecera de este hombre abotargado pero que todavía respira. Reuníos con vuestros equipos de abominables mercaderías en torno de ese cuerpo extendido cuan largo es y acostado sobre vuestros sarcasmos. No tiene salvación, os digo que está intoxicado, y harto de vuestros derrumbamientos de barreras, de vuestros fantasmas vacíos, de vuestros gorjeos de desollados.
Está harto.

Pisotead, pues, ese cuerpo vacío, ese cuerpo transparente que ha desafiado lo prohibido. Está muerto. Ha atravesado aquel infierno que le prometíais más allá de la licuefacción ósea, y de una extraña liberación espiritual que significaba para vosotros el mayor de todos los peligros. ¡Y he aquí que una maraña de nervios lo domina!

Ah medicina, aquí tenéis al hombre que ha tocado el peligro. Has triunfado, psiquiatra, has triunfado, pero él te sobrepasa. El hormigueo del sueño irrita sus miembros embotados. Un conjunto de voluntades adversas lo afloja, elevándose en él como bruscas murallas. El ciclo se derrumba estrepitosamente. ¿Qué siente? Ha dejado atrás el sentimiento de sí mismo. Se te escapa por miles y miles de aberturas. Crees haberlo atrapado y es libre. No te pertenece.
No te pertenece. Denominación. ¿Hacia dónde apunta tu pobre sensibilidad? ¿A devolverlo a las manos de su madre, a convertirlo en el canal, en el desaguadero de la más ínfima confraternidad mental posible, del común denominador consciente más pequeño?

Puedes estar tranquilo: él es consciente.

Pero es el Consciente Máximo.

Pero es el pedestal de un soplo que agobia tu cráneo de torpe demente pues él ha ganado por lo menos el hecho de haber derribado la Demencia. Y ahora, legiblemente, conscientemente, claramente, universalmente, ella sopla sobre tu castillo de mezquino delirio, te señala, temblorcillo atemorizado que retrocede delante de la Vida-Plena.

Pues flotar merced a miembros grandilocuentes, merced a gruesas manos de nadador, tener un corazón cuya claridad es la medida del miedo, percibir la eternidad de un zumbido de insecto sobre el entarimado, entrever las mil y una comezones de la soledad nocturna, el perdón de hallarse abandonado, golpear contra murallas sin fin una cabeza que se entreabre y se rompe en llanto, extender sobre una mesa temblorosa un sexo inutilizable y completamente falseado,
surgir al fin, surgir con la más temible de las cabezas frente a las mil abruptas rupturas de una existencia sin arraigo; vaciar por un lado la existencia y por el otro retomar el vacío de una libertad cristalina.

En el fondo, pues, de ese verbalismo tóxico, está el espasmo flotante de un cuerpo libre, de un cuerpo que retorna a sus orígenes, pues está clara la muralla de muerte cortada al ras y volcada. Porque así procede la muerte, mediante el hilo de una angustia que el cuerpo no puede dejar de atravesar. La muralla bullente de la angustia exige primero un atroz encogimiento, un abandono primero de los órganos tal como puede soñarlo la desolación de un niño. A esa reunión de padres sube en un sueño la memoria, rostros de abuelos olvidados. Toda una reunión de razas humanas a las que pertenecen estos y los 0tros.

Primera aclaración de una rabia tóxica.

He aquí el extraño resplandor de los tóxicos que aplasta el espacio siniestramente familiar.
En la palpitación de la noche solitaria, aquí está ese rumor de hormigas que producen los descubrimientos, las revelaciones, las apariciones, aquí están esos grandes cuerpos varados que recobran viento y vuelo, aquí está el inmenso zarandeo de la Supervivencia.

A esa convocatoria de cadáveres, el estupefaciente llega con su rostro ulceroso. Disposiciones inmemoriales comienzan. La muerte tiene al principio el rostro de lo que no pudo ser. Una desolación soberana da la clave a esa multitud de sueños que sólo piden despertar. ¿Qué decís vosotros?

¡Y todavía pretendéis negar la importancia de esos Reinos, por los cuales apenas comienzo a marchar!


domingo, 11 de marzo de 2012

El mismo sol (por Fernando Pessoa)

Bendito sea el mismo sol de otras tierras
que me hermana con todos los hombres
porque todos los hombres en un momento del día lo miran como
yo,
y en ese puro momento
limpio y sensible
regresan lacrimosamente
y con un suspiro que mal sienten
al hombre verdadero y primitivo
que veía al sol nacer y aún no lo adoraba.
Porque eso es natural, más natural
que adorar al oro y a Dios
y el arte y la moral...

sábado, 10 de marzo de 2012

Sí, sigo aquí (por Manuel Rivas)

Tengo algo importante que decir
ahora que acabamos de despedirnos
para siempre.
Te quiero.
Clávame las uñas,
pero has de saber que también fui sincero
las otras mil veces.

Ella me acusa de no tener sentimientos
porque hablo y hablo
o no hablo.
Se va a comer las uñas,
sus altivas uñas escarlata.
Pero me iré.
Se lo dije y rió indiferente,
pero me iré
o no me iré.
Llegaré a una de esas ciudades,
no tan grandes como una ciudad,
donde se para el tren y ya no hay más tren,
con monjas que se sientan sobre un barril de cerveza
en la estación,
y miles de cuervos que esperan con sorna a El-Rey
o una cámara de cine.
De esa ciudad sale un autobús
tan viejo
que tiene un conductor que fuma
y que habla con los viajeros,
justo en cada curva,
cuando llueve,

y lo hace cada día desde siempre,
limpia el cristal con la mano,
como si estuviésemos cayendo,
llueve también dentro.
Y no pasa nada,
pues llegamos cuando escampa,
y sólo gotea en el autobús,
todos mojados menos los paisanos
que ríen
o no ríen.
Ésta ya no es ni ciudad ni nada,
pero hay un barco panza arriba
y una playa de arena negra.
Y hay también una cabina de teléfono.

¿Me oyes? Estoy en una cabina.
Si, bien.
No, nada.
Llovía en el autobús.
Sólo hay un bar.
Sí, tengo monedas.
¿De verdad? Yo también. No, aún no se corta.

Sí, sigo aquí.
No, no estaba pensando.
Escuchaba, eso es todo.
No sé qué decías. Escuchaba.
No, no es un libro.
Son las hojas de la guía.
¿Sabes cuál es el prefijo de Ras-Al-Khaimah?
Marcas 07, luego 971 y después 77
y ya puedes hablar con alguien en Ras-Al-Khaimah.
No, no es que no te escuche.
Escucho, sólo quiero escucharte.
Pero no me preguntes lo que dices.
No puedo hacer dos cosas al mismo tiempo,
entender y pensar en ti.
Qué fácil es hablar con cualquier lugar.
No, no cortes, por favor.
Si cuelgas,
llamaré a Ras-Al-Khaimah
o a cualquier lugar.
Mientras tú hablas, no tengo frío.

Él era fuerte y débil
como un marine yanqui.
Ella, frágil e invencible,
como una guerrillera del Vietcong.

viernes, 9 de marzo de 2012

Para los finales (por Roberto Juárroz)

No tenemos un lenguaje para los finales,
para la caída del amor,
para los concentrados laberintos de la agonía,
para el amordazado escándalo
de los hundimientos irrevocables.
¿Cómo decirle a quien nos abandona
o a quien abandonamos
que agregar otra ausencia a la ausencia
es ahogar todos los nombres
y levantar un muro
alrededor de cada imagen?
¿Cómo hacer señas a quien muere,
cuando todos los gestos se han secado,
las distancias se confunden en un caos imprevisto,
las proximidades se derrumban como pájaros enfermos
y el tallo del dolor
se quiebra como lanzadera
de un telar descompuesto?
¿O cómo hablarse cada uno a sí mismo
cuando nada, cuando nadie ya habla,
cuando las estrellas y los rostros son secreciones neutras
de un mundo que ha perdido
su memoria de un mundo?
Quizá un lenguaje para los finales
exija la total abolición de los otros lenguajes,
la imperturbable síntesis
de las tierras arrasadas.
O tal vez crear un habla de intersticios,
que reúna los mínimos espacios
entreverados entre el silencio y la palabra
y las ignotas partículas sin codicia.

jueves, 8 de marzo de 2012

Esos dos (por Saiz de Marco)

Allí van esos dos
unidos
siempre unidos
como hermanos siameses
como el haz y el envés
como el cuerpo y su sombra
Allí van
siempre juntos
esos acompañantes que nunca se separan
ese dúo indivisible
esa aleación metálica como el acero o el bronce
esa mezcla o reacción
ese compuesto orgánico de elementos solubles
Allí van
transfundidos
moviéndose por dentro del corazón humano
recorriéndolo entero sin apartarse nunca
“Yo no voy si no vienes.
Dame, dolor, la mano y camina conmigo”
Allí van
los dos juntos
el amor y el dolor

miércoles, 7 de marzo de 2012

Moriré (por Boris Vian)

Moriré de un cáncer en la columna vertebral
Sucederá en una noche horrible
Clara, caliente, perfumada y sensual
Moriré por emponzoñamiento
De ciertas células poco conocidas
Moriré por una pierna arrancada
Por una rata gigante salida de un agujero gigante
Moriré de cien heridas
Porque el cielo caerá sobre mí
Y se romperá igual que un vidrio
Moriré a causa de un grito
Que hará estallar mis tímpanos
Moriré por magullamiento
Apaleado a las dos de la madrugada
Por matones calvos, indecisos
Moriré sin darme cuenta
Que muero yo moriré
Enterrado bajo las ruinas secas
De mil metros de algodón hundido
Moriré ahogado en aceite sucio
Pisoteado por bestias indiferentes
Y, poco después, por bestias diferentes
Moriré desnudo, o vestido de tela roja
O metido en un saco lleno de hojas de afeitar
Moriré quizá sin haberme puesto
Barniz en las uñas de los dedos de los pies
Y con las manos llenas de lágrimas
Y con las manos llenas de lágrimas
Moriré cuando me despeguen
Los párpados bajo un sol rabioso
Cuando lentamente se me digan
A la oreja maldades torcidas
Moriré de ver torturar a niños
Y a hombres asombrados y pálidos
Moriré roído vivo
Por los gusanos, moriré con las
Manos atadas bajo una cascada
Moriré ardiendo en un incendio triste
Moriré un poco, mucho
Sin pasión, pero con interés
Y luego, cuando todo haya terminado
Moriré

martes, 6 de marzo de 2012

Con tu muerte (por Darío Jaramillo)

Con tu muerte pierdo un pedazo del amor que hay por mí
sobre esta tierra.
Con tu muerte se me ha muerto esa ciudad
que conocí contigo
y donde no volveré:
sería pisar sobre sobre cenizas,
caminar sobre los escombros de una vida.

lunes, 5 de marzo de 2012

Despertar (por Pedro Salinas)

Sabemos, sí, que hay luz. Está aguardando
detrás de esa ventana
con sus trágicas garras diamantinas,
ansiosa de clavarnos, de hundirnos
evidencias en la carne, en los ojos, más allá.
La resistimos, obstinadamente,
en la prolongación, cuarto cerrado,
de la felicidad oscura,
caliente aún en los cuerpos de la noche.
Los besos son de noche todavía
y nuestros labios cavan en la aurora,
aún, un espacio: el gran besar nocturno.
Sabemos, sí, que hay mundo.
Testigos vagos de él, romper de olas,
los ruidos, píos de aves, gritos rotos,
arañan escalándolo, lloviéndolo,
el gran silencio que nos reservamos,
isla habitada sólo por dos voces.
Del naufragio tristísimo, en el alba,
de aquel callar en donde se abolía
lo que no era nosotros en nosotros,
quedamos solos,
prendidos a los restos del silencio,
tú y yo, los escapados por milagro.
"¡Tardar!", grito del alma.
"¡Tardar, tardar!", nos grita el ser entero.
Nuestro anhelo es tardar.
Rechazando la luz, el ruido, el mundo,
semidespiertos, aquí, en la porfiada penumbra
defendemos, inmóviles, trágicamente quietos,
imitando quietudes de alta noche,
nuestro derecho a no nacer aún.
Los dos tendidos, boca arriba,
el techo oscuro es nuestro cielo claro,
mientras no nos lo niegue ella: la luz.
El cuerpo, apenas visto, junto al cuerpo,
detrás del sueño, del amor, desnudos
fingen haber sido así siempre,
vírgenes de las telas y del suelo,
creen que no pisaron mundo.
Aquí en nuestra batalla silenciosa
-¡no, no abrir todavía, no, no abrir!-
contra la claridad, está latiendo
el ansia de soñar que no nacimos,
el afán de tardarnos en vivir.
Nuestros cuerpos ignoran sus pasados;
horizontales, en el lecho, flotan
sobre virginidades y candor:
juego pueril en su abrazar.
Estamos
-mientras la luz, el ruido
no nos corrompan con su gran pecado-
tan inocentemente perezosos,
aquí en la orilla del nacer.
Y lo que ha sido ya, los años,
las memorias llamadas nuestra vida,
alzan vuelos ingrávidos, se van,
parecen sombras, dudas de existencia.
Cuando por fin nazcamos
abierta la ventana -¿quién, tú o yo?-
contemplaremos asombradamente
a lo que está detrás,
incrédulos de haber llamado nuestra vida a aquello,
nuestro dolor o amor. No.
La vida es la sorpresa en que nos suelta
como en un mar inmenso,
desnudos, inocentes,
esta noche, gran madre de nosotros:
vamos hacia el nacer.
Nuestro existir de antes
presagio era. ¿No le ves al borde
de su cumplirse, tembloroso, retrasando
desesperadamente, a abrazos,
la fatal caída en él?
Y al despedirnos -¡ya la luz, la luz!-
de lo gozado y lo sufrido atrás,
se nos revela transparentemente
que el vivir hasta ahora ha sido sólo
trémulo presentirse jubiloso
-antes aún de las almas y su séquito-,
pura promesa prenatal.

domingo, 4 de marzo de 2012

Ahora (por Camilo José Cela)

Ahora que ya tus ojos son como sal, y fértil
tu inmensa boca es un volcán difunto.

Ahora que ya los lobos y las piedras,
tus vestidos pegados cual olvidadas vendas
y este atroz mineral que extraje de tu pecho,
son reliquias tan ciertas como antiguos abrazos.

Ahora que tus axilas pueblan de olor el mundo
donde yo con mi piel de viudo te presiento.

Ahora que tus zapatos, tus sostenes, tu lápiz de labios,
no me dan más que frío al encontrarlos.

Ahora que ya no puedo dormir donde has dormido
porque mis ojos lloran azufre y yodo ardiendo.

Ahora que ya no puedo ver tu talla desnuda
porque alambres al rojo se clavan en mi sexo.

Ahora que los domingos salgo sin rumbo, inmóvil,
y que tranvías, yeguas, las moradas mujeres ni el consuelo,
han de torcer mi ruta de novio eternamente.

Ahora que ya conozco lo bastante a los hombres,
para que no me fíe ni de mi pena misma.

Ahora que los difuntos, en montones austeros,
son incapaces de hacerme verter lágrimas
porque mis ojos son de cristal y aluminio.

Ahora que ya me olvido de qué es dormir tranquilo,
e imbéciles amigos pueblan mi soledad de compasiones que no quiero.

Ahora que mis dos manos son totalmente inútiles
porque en clavos con óxido sólo encuentran tu cuerpo.

Ahora que ya mi boca pudiera cerrarse eternamente,
porque tus salobres ingles, tus sustanciosos huesos,
ya ni me pertenecen.

Ahora que ni cuchillos, ni pistolas, ni ojos envenenados,
me hacen temblar de miedo, porque un solo veneno
es quien late en mis pulsos.

sábado, 3 de marzo de 2012

Cuarentena (por García Montero)

Con qué ferocidad y a qué hora importuna
salen tus veinte años de la fotografía
para exigirme cuentas.
En los ojos heridos por la luz
sostienes la mirada de mis sobras,
en el descaro de tus profecías
desdeñas la lealtad de mis recuerdos,
en la piel transparente
anegas el cansancio de mi piel
y defines mis años por traiciones.
No escandalices más,
hablemos si tú quieres,
elige tú las armas y el paisaje
de la conversación,
y espera a que se vayan los invitados a la cena fría
de mis cuarenta años.
Por evaporaciones,
como las aguas sucias de los charcos
se acercan a las nubes,
caminaré contigo
hasta la plaza de tu juventud.
Allí están los magníficos
árboles de las ciencias y las letras
con sus palabras en el mes de mayo,
y el orden de los números
a la orilla del tiempo,
más cerca de las sumas que de las divisiones.
Imagino tu voz, supongo el aire
-porque a veces regresa hasta mis labios
en noches de espesura-
con el que afirmarás
que toda libertad es una roca,
que no faltan el viento y las razones,
sino la voluntad en el timón,
para gritar después que mi conciencia
es ya ropa tendida,
palabras puestas a secar.
Tendrás razón. No digo
ni la mitad de lo que siento.
Pero recuerda que mi soledad,
la que arde en mi lámpara de desaparecido,
es el silencio de las causas públicas.
Y puedes comprenderme:
mis mujeres dormidas,
el cajón de los barcos indefensos,
un teléfono antiguo...,
todas las tachaduras se parecen
a la inquietud que sufres
ante la vida en blanco.
Ya que fuerzas mis sombras con tu luz
comprende mi silencio en tus exclamaciones.
Porque sabes que sé
el lado frágil de la impertinencia,
lo que hay de imitación en tu seguridad,
la certeza que llega de los otros
para empujarte
por el afán de ser el elegido,
por el deseo de gustar,
hasta vivir de oídas en muchas ocasiones.
Aceptaré las quejas, si tú me reconoces
la legitimidad de la impostura.
Ahora que necesito
meditar lo que creo
en busca de un destino soportable,
me acerco a ti,
porque sabías meditar tus dudas.
Cuando tengas la edad que se avecina,
admitirás el tiempo de los encajadores,
la piel gastada y resistente,
el tono bajo de la voz
y el corazón cansado de elegir
sombras de pie o luz arrodillada.
Después de lo que he visto y lo que tú verás,
no es un mal resultado, te lo juro.
Baja conmigo al día,
ven hasta los paisajes verdaderos
en los que discutimos,
y me agradecerás
la difícil tarea de tu supervivencia.

viernes, 2 de marzo de 2012

Es raro (por Philip Larkin)

Es raro no saber nada, no estar seguro
de qué es cierto o qué es justo o qué es real,
sino hablar con matices, eso creo, o bueno,
así parece, alguien debe saberlo.
Es raro no entender cómo marchan las cosas,
la astucia humana para hallar lo necesario,
su sentido formal, su puntual fecundar, sí,
es raro hasta el gastar ese conocimiento,
pues la carne nos ciñe con sus propias decisiones,
y pasar sin embargo la vida en vaguedades,
que cuando comenzamos a morir
no tenemos ni idea de por qué.

jueves, 1 de marzo de 2012

Lluvia (por Miguel Florián)

El agua deslía la conciencia, una a una
empapa las imágenes, se agitan sus reflejos,
tiemblan sólo un instante sobre la herida. Nunca
acabará la lluvia. En la memoria llueve,
vuelvo a ver los charcos de la infancia, una manta
empapada sobre vagas cabezas, y un rostro
muy fugaz de mujer. Siempre estuvo lloviendo,
los pájaros perdidos buscaban entibiarse
en nuestra sangre. Aquella boca de tibia luna
enmudecida y fría, sobre la yerba húmeda...
¿A dónde lleva el agua esas semillas?, ¿en qué mar
desembocan?, ¿en qué madre germinan?, ¿acaso
el alma es tierra y luego, ya en sazón, fructifican
bajo el temblor de la memoria? Tocar el mundo
con nuestras manos ciegas, y luego, en el recuerdo,
otro mundo renace más intenso. Aquella
mano posada sobre el tiempo, aquella frente
con su gesto de arcilla, y este turbio afán
del hombre por alzar su casa derruida
bajo la tempestad, esta inquietud de abrir
en las ondas de todos los regatos la entraña
encendida del musgo. Sí, ¿en qué océano,
en qué lecho se vierten las palabras?, ¿qué muelles
refugian a sus barcos? El cielo es agua quieta,
y el polvo, y los vestigios que espejean y abrasan
en su luz la conciencia. Náufragos todos bajo
idéntico aguacero, peregrinos del sueño,
creciendo sobre el pecho del tiempo, sosteniéndonos
sobre la mano incierta de un dios que nos ignora.