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martes, 8 de febrero de 2011

Poema de la cantidad (por Jorge Luis Borges)

Pienso en el parco cielo puritano
de solitarias y perdidas luces
que Emerson miraría tantas noches
desde la nieve y el rigor de Concord.
Aquí son demasiadas las estrellas.
El hombre es demasiado. Las innúmeras
generaciones de aves y de insectos,
del jaguar constelado y de la sierpe,
de ramas que se tejen y entretejen,
del café, de la arena y de las hojas
oprimen las mañanas y prodigan
su minucioso laberinto inútil.
Acaso cada hormiga que pisamos
es única ante Dios, que la precisa
para la ejecución de las puntuales
leyes que rigen su curioso mundo.
Si así no fuera, el universo entero
sería un error y un oneroso caos.
los espejos del ébano y del agua,
el espejo inventivo de los sueños,
los líquenes, los peces, las madréporas,
las filas de tortugas en el tiempo,
las luciérnagas de una sola tarde,
las dinastías de las araucarias,
las perfiladas letras de un volumen
que la noche no borra, son sin duda
no menos personales y enigmáticas
que yo, que las confundo. No me atrevo
a juzgar la lepra o a Calígula.

13 comentarios:

F. dijo...

¿Qué idea tendría Borges del jaguar constelado, de las aves, de los insectos, de los espejos de ébano? ¿Qué idea de lo que es una madrépora, o un liquen o una rosa?
¿Cómo pensaría a una tortuga, a la lepra, a la araucaria, al caballo de Calígula?
Si cegó siendo un niño de seis años, y era enclenque, fané y descangayao...
El tiempo no corre igual para todos, Emilia.
Y a mí, me va faltando.

Anónimo dijo...

Pues me da la impresión, de que debía tener un oído portentoso.

Anónimo dijo...

Además del resto de los sentidos claro está.

Emilia Alarcón dijo...

Hola, F y Anónimos. No sabía que Borges se había quedado ciego tan pronto. ¿Estás seguro? Yo estaba en la creencia de que fue mucho más tarde, pero igual estoy equivocada. De todos modos, ¿qué sabemos los videntes de lo que es ser ciego? A mí hay muchos poemas y relatos de Borges que me encantan. Entre los relatos, el que más me gusta es el de la rosa de Paracelso. Supongo que lo conoces.

F. dijo...

Efectivamente, la ceguera total debió de producirse bastante después de esa edad. No obstante, cuando empezó a la escuela ya debía de ver muy mal.

Emilia Alarcón dijo...

Gracias, F, por tu aclaración. Por cierto, ¿sigues leyendo a Stefan Zweig?

F. dijo...

Oh, yeah, Emilia!
Hace pocos días, saqué de una biblioteca pública tres obras suyas: "Mendel el de los libros", "Veinticuatro horas en la vida de una mujer" y un libro de relatos que titula "Amok", porque es uno de los que lo componen. Todos ellos en edición de Acantilado.
"Mendel", me lo leí allí mismo sobre la marcha y me llevé para casa los otros dos. En ello estamos.
Antes de conocer la obra de Zweig, vi una película de 1948 (soy cinéfilo, ¿sabes?), "Carta de una desconocida", de Max Ophlus, y protagonizada por Joan Fontaine y Louis Jourdan. Después, llegó a mis manos la novela homónima. Ni qué decir que me entusiasmó.
Casualmente (lo que son las casualidades de la vida), la semana pasada llegó a mis manos un DVD con una versión japonesa (de 2004) que es un remake de la película que te he citado. Está muy bien de fotografía y ambientación (se desarrolla en Japón), pero nada que ver con la antigua: no consigue emocionar (a mí al menos; y eso que tengo corazón de novicia...en carcasa un tanto áspera).
Que pases buena tarde, Emilia.
Un beso.

Emilia Alarcón dijo...

Pues con ese ritmo de lectura, igual terminas de leer a Zweig antes que yo. Actualmente no puedo dedicar a la lectura tanto como quisiera, por razones personales. Tengo, por otro lado, en cartera un ensayo de Zweig titulado "Momentos estelares de la humanidad", que al parecer es el libro más conocido de Zweig, pero que hasta ahora no he leído.

Another kiss for you, my dear friend F.

Anónimo dijo...

Alegra encontrar gente que admire a Zweig. En internet se puede encontrar esto, que copio:

El 22 de febrero de 1942, la policía de Petrópolis, en Brasil, encontró a un hombre acostado en su cama, vestido con un traje informal, pero elegante. A su lado, una mujer cuyo brazo izquierdo abrazaba su pecho. Este hombre era el escritor austriaco Stefan Zweig. Le faltaban días para cumplir los sesenta años. La muerta era su esposa de treinta y tres años, con nombre de soltera Altmann. Habían tomado Veronal.

Sobre el escritorio ordenado con una meticulosidad extrema se encontraban cartas de despedida, los lápices con punta afilada, los libros prestados con la etiqueta de sus respectivos dueños y una declaración dirigida a las autoridades de Petrópolis en la que afirmaba haberse quitado la vida en pleno conocimiento del acto, y por voluntad propia.

¿Por qué el escritor exitoso, el hombre que tenía una excelente situación económica, que se había puesto a salvo de las persecuciones fascistas, había partido de la vida? Interrogantes que sólo se pueden contestar con suposiciones, interpretaciones de las palabras que dejó escritas, reflejo de su manera de pensar, de la visión que tuvo del mundo. Especulaciones que hacemos para tratar de entender el suicidio, para que no quede solamente como una anotación fría y burocrática en los documentos oficiales; respuestas que buscamos para justificar algo tan estrictamente personal como es la vida y la muerte.

El hombre que siempre consideró por encima de todas las cosas su libertad personal, una Europa unida por la hermandad y sin fronteras espirituales, vio truncada la realización de estos valores, porque le tocó vivir en una época bélica, en la que la humanidad se destruyó en dos guerras mundiales. Zweig tenía fe en el hombre, y cuando éste fracasó, buscó y halló refugio en la muerte. Senequiano en su último acto, estaba convencido de que “La vida depende de la voluntad de otros; la muerte. de nuestra propia voluntad” (Montaigne, Europäisches Erbe, Frankfurt, 1982, p. 48). Un acto de máxima libertad, desligado de cualquier dogmatismo religioso le concedió por último, eso, que tanto anheló, la esperanza de un nuevo “amanecer”.

***

Declaración*

Antes de partir de la vida, con pleno conocimiento, y lúcido, me urge cumplir con un último deber: agradecer profundamente a este maravilloso país, Brasil, que me ofreció a mí y a mi trabajo una estancia tan buena y hospitalaria. Cada día aprendí a amar más este país, y en ninguna parte me hubiera dado más gusto volver a construir mi vida desde el principio, después de que el mundo de mi propia lengua ha desaparecido y Europa, mi patria espiritual, se destruye a sí misma.

Pero después de los sesenta se requieren fuerzas especiales para empezar de nuevo. Y las mías están agotadas después de tantos años de andar sin patria. De esta manera considero lo mejor, concluir a tiempo y con integridad una vida, cuya mayor alegría era el trabajo espiritual, y cuyo más preciado bien en esta tierra era la libertad personal.

Saludo a mis amigos. Ojalá puedan ver el amanecer después de esa larga noche. Yo, demasiado impaciente, me les adelanto.

Stefan Zweig

*Esta “Declaración” de Stefan Zweig se encuentra en: Hartmut Müller, Stefan Zweig, 8° ed., Rowohlt (Bildmonografien, 1290), Reinbeck bei Hamburg, 1998, p. 129.

Anónimo dijo...

Olvidé decir que está sacado de

http://tecnoculto.com/2009/01/27/la-nota-suicida-de-stefan-zweig/

Emilia Alarcón dijo...

Gracias, Anónimo. Cada vez somos más los seguidores de Stefan Zweig. Sobre su suicidio, hay que concluir que a todo el daño que el nazismo hizo a la humanidad (guerra mundial, racismo, genocidio, campos de exterminio, millones de muertos, etc) habrá que añadir éste de habernos privado de un maravilloso escritor.

Aldonza Lorenzo dijo...

Quien tenga buen asiento, no haga movimiento.

hAiKu dijo...


Siempre pequeña
tu viga maestra, tu
piedra angular.

(RAFAEL BALDAYA)