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domingo, 28 de noviembre de 2010

Te abrazaría (por José Hierro)

Inútilmente fui
recorriendo senderos
entre mármoles.

Luz
de prodigiosa hondura.
(Toda la noche había
llovido. Al clarear
cesó la lluvia. Nubes
navegaban el cielo;
nubes blancas.)

Inútil
fue recorrer senderos,
buscar tu nombre. Inútil:
no lo hallé.
Y recé una oración
por ti -¿por ti o por mí?-.
Después te olvidé. Sean
los muertos los que entierran a sus muertos



¡Estaba
tan olvidado todo!
Pero esta noche...

¿Por qué será imposible
verte de nuevo, hablarte,
escucharte, tocarte,
ir -con los mismos cuerpos
y almas que tuvimos,
pero con más amor-
uno al lado del otro...
(Ilusión descuajada
del espacio y del tiempo,
lo sé para mi daño.)

Yo te hablaría lo mismo que hablaría,
si yo fuese su dueño
mi verso: con palabras
de cada día, pero
bajo las que sonara
la corriente fluvial
de la ternura.
Como se hablan los hombres,
conteniendo las ganas
de llorar, de decirse
'te quiero'. Sin llorar
ni decirse 'te quiero',
que es cosa de mujeres.

Qué quedaría entonces
de ti, después de tantos
años bajo la tierra.
Dónde hallarte -pensé
aquel día-. No estamos
jamás donde morimos
definitivamente,
sino donde morimos
día a día.



Pero esta noche...

Te abrazaría, créeme,
te besaría,
te daría calor,
te adoraría. Haría
algo que es más difícil:
tratar de comprenderte.

Y te comprendería,
te comprendo ya, créelo.
Nos va enseñando tanto
la vida... Nos enseña
por qué un hombre ve rota
su voluntad, y sueña,
y vive solitario;
por qué va a la deriva
en el témpano errante
arrancado a la costa,
y se deja morir
mientras mira impasible
cómo se hunden los suyos,
la carne de su carne,
su hermoso mundo...



Son líneas sin sentido
éstas que trazo.
Yo mismo no comprendo
qué es lo que dejo en ellas.
Acaso sea música
de mi alma, arrancada
de modo misterioso
por tu mano de muerto.

Tu mano viva.
Yo pensé en ella, pero
era una mano muerta,
una mano enterrada
la que yo perseguía.

Inútilmente fui
buscando aquella mano.
Se estaba convirtiendo
en festín de las flores.
En vaho tibio para
empeñar las estrellas.
En luz malva y errante
que da su son al alba.
Estaría mezclándose
con la tierra materna.
Se hacía mano viva:
lo que es ahora.



Te abrazaría, créeme.
Te daría calor.
Te comprendo ya. Entonces
no era tiempo. Fue un día
de septiembre, en Ciriego,
-un cementerio que oye
la mar- el año mil
novecientos cincuenta.

Cuando vivías, eras
un extraño. Aquel día
entre mármoles, fui
buscándote, tratando
de comprenderte. Sólo
esta noche, de modo
inesperado, al fin
he comprendido.

Tarde,
para mi daño.

7 comentarios:

F. dijo...

Hierro,
para la anemia del alma.
Fluvial:
palabra suya, tan mía.

Emilia Alarcón dijo...

Gracias, F. , como siempre, por tu visita y comentario. Un saludo.

LA PHRASE LAPIDARIA dijo...

Las palabras, como los sacos, no se tienen en pie si están vacías.

Aldonza Lorenzo dijo...

El Sil lleva el agua y el Miño la fama.

casa de citas dijo...

El precio es lo que pagas. El valor es lo que recibes.

(WARREN BUFFET)

Cide Hamete Benengeli dijo...


Manojillos de alfileres,
morena, son tus pestañas,
y cada vez que me miras
me los clavas en el alma.

Fuego de palabras dijo...

Habíamos combatido en la misma zona
del frente, él del lado francés y yo del alemán, y oíamos, desde flancos opuestos, el repicar de las campanas de la misma iglesia.

(JÜNGER)