zUmO dE pOeSíA

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de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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lunes, 31 de mayo de 2010

En tal caso (por Saiz de Marco)

Proust pudo casarse con una muchacha en flor
y tener hijos.
Cogidos de la mano, los llevaría al colegio
y les ayudaría después con los deberes.

En tal caso no habría siete tomos de
En busca del tiempo perdido.

(Y bueno, y qué pasa.)

Kafka pudo casarse con Felice o Milena.
Largas noches de amor,
niños en el jardín
y domingos de té y pastas en casa de su suegra.

Entonces no tendríamos Metamorfosis, Proceso ni Castillo.

(Y bueno, y qué importa.)

Pessoa pudo casarse con Ophelia Queiroz.
Lo habrían visto por las calles de Lisboa
empujando un carrito de bebé.
Podría, quizá, haber sido feliz.

En tal caso no habría heterónimos, Tabaquería
ni libro del Desasosiego.

(Y bueno, y qué más da.)

viernes, 28 de mayo de 2010

Miedo (por Raymond Carver)

Miedo de ver una patrulla policial pararse frente a mi casa.
Miedo de quedarme dormido durante la noche.
Miedo de no poder dormir.
Miedo de que el pasado vuelva.
Miedo de que el presente vuele.
Miedo del teléfono que suena en el silencio de la noche muerta.
Miedo a las tormentas eléctricas.
Miedo de la mujer de servicio que tiene una cicatriz en la mejilla.
Miedo a los perros aunque me digan que no muerden.
¡Miedo a la ansiedad!
Miedo a tener que identificar el cuerpo de un amigo muerto.
Miedo de quedarme sin dinero.
Miedo de tener mucho, aunque sea difícil de creer.
Miedo a los perfiles psicológicos.
Miedo a llegar tarde y a llegar antes que cualquiera.
Miedo a ver la letra de mis hijos en la solapa de un sobre.
Miedo a verlos morir antes que yo, y sentirme culpable.
Miedo a tener que vivir con mi madre durante su vejez, y la mía.
Miedo a la confusión.
Miedo a que este día termine con una nota triste.
Miedo a despertarme y ver que te has ido.
Miedo a no amar y miedo a amar demasiado.
Miedo a que lo que ame sea letal para aquellos que amo.
Miedo a la muerte.
Miedo a vivir demasiado tiempo.
Miedo a la muerte.
Eso ya lo dije.

jueves, 27 de mayo de 2010

Cristo se bajó de su árbol desnudo (por Lawrence Ferlinghetti)

Cristo se bajó
de su árbol desnudo
este año
y huyó a donde
no hubiera árboles de Navidad arrancados
Cristo se bajó
de su árbol desnudo
y huyó a donde
no hubiera árboles de Navidad dorados
ni árboles de Navidad plateados
ni árboles de Navidad de papel de estaño
ni árboles de Navidad de plástico rosado
ni árboles de Navidad de oro
ni árboles de Navidad negros
ni árboles de Navidad celestes
adornados con velitas eléctricas de lata
y tíos pesados y creídos
Cristo se bajó
de su árbol desnudo
este año
y huyó a donde
ningún intrépido vendedor ambulante de Biblias
recorriera el país
en un cadillac de dos tonos
y donde ningún nacimiento de Sears Roebuck
completo con niño de plástico y pesebre
llegara por correo certificado
el niño con entrega inmediata
y donde los Magos de televisión
no cantaran alabanzas al Whisky Lord Calvert
Cristo se bajó
de su árbol desnudo
este año
y huyó a donde
ningún gordo desconocido y bonachón
vestido de franela roja
con barba de mentira
caminara haciéndose pasar
por una especie de santo del Polo Norte
a través del desierto de Belen Pennsylvania
en un trineo Volkswagen
arrastrando por renos retozones de Adirondack
con nombres alemanes
y cargado de sacos de Humildes Regalos
de Sacks de la Quinta Avenida
para el Niño Dios que cada uno se imagina
Cristo se bajó
de su árbol desnudo
este año
y huyó a donde
los cantadores de villancicos de Bing Crosby
no lloriquearan que la Nochebuena es fría
y los ángeles del radio City
no patinaran sin alas
en un país de las maravillas todo nevado
entrando a un cielo de alegres cascabeles
diariamente a los 8:30
con matinés de la Misa del Gallo
Cristo se bajó
de su árbol desnudo
este año
y se fue a refugiar silenciosamente en
el vientre de una anónima María otra vez
donde en la noche oscura
del alma anónima de cada uno
él espera otra vez
una inimaginable
e imposible
inmaculada Reconcepción
la más loca
de las Segundas Venidas

miércoles, 26 de mayo de 2010

Los columpios (por Fabio Morábito)

Los columpios no son noticia,
son simples como un hueso
o como un horizonte,
funcionan con un cuerpo
y su manutención estriba
en una mano de pintura
cada tanto,
cada generación los pinta
de un color distinto
(para realzar su infancia)
pero los deja como son,
no se investigan nuevas formas
de columpios,
no hay competencias de columpios,
no se dan clases de columpio,
nadie roba los columpios,
la radio no transmite rechinidos
de columpios,
cada generación los pinta
de un color distinto
para acordarse de ellos,
ellos que inician a los niños
en los paréntesis,
en la melancolía,
en la inutilidad de los esfuerzos
para ser distintos,
donde los niños queman
sus reservas de imposible,
sus últimas metamorfosis,
hasta que un día, sin una gota
de humedad, se bajan
del columpio
hacia sí mismos,
hacia su nombre propio
y verdadero, hacia
su muerte todavía lejana.

martes, 25 de mayo de 2010

La mañana está en paz (por Tania Alegría)

La luz chispea sobre el muro blanco donde se desperezan los rosales.
El aire es poco más que una intuición que resbala en la piel y huele a pinos.
La mañana está en paz. No pasa nada.
Y sin embargo, tú, tan desvalida, tan pálida, tan sucia de tormentas,
como si un vendaval hubiese, fiero, demolido la almena de tu patio.
Hongos húmedos cuelgan de tu pelo;
en tus manos se enredan hojas tristes;
humo en los ojos, musgo entre los dientes
y pecho adentro aúlla una jauría
husmeando los puntos cardinales por oler las cosechas incendiadas.
Tienes carbón debajo de las uñas, tal fue tu saña al escarbar la noche.
Traes manchas de liquen en la espalda por haberte acostado en tantas tumbas.
Cálmate, tú. No hay más que olor a pinos,
alborada serena, brisa suave, gorriones despertando en los ramajes.
No hay huracanes destrozando bosques.
No hay incendio en la mies de tus exilios.
La mañana está en paz consigo misma.
Cálmate tú, Marién. No pasa nada.

lunes, 24 de mayo de 2010

Despertar (por Pedro Salinas)

Sabemos, sí, que hay luz. Está aguardando
detrás de esa ventana
con sus trágicas garras diamantinas,
ansiosa
de clavarnos, de hundirnos, evidencias
en la carne, en los ojos, más allá.
La resistimos, obstinadamente,
en la prolongación, cuarto cerrado,
de la felicidad oscura
caliente, aún, en los cuerpos, de la noche.
Los besos son de noche, todavía:
y nuestros labios cavan en la aurora,
aún, un espacio el gran besar nocturno.
Sabemos, sí, que hay mundo.
Testigos vagos de él, romper de olas,
los ruidos, píos de aves, gritos rotos,
arañan escalándolo, lloviéndolo,
el gran silencio que nos reservamos,
isla habitada sólo por dos voces.
Del naufragio tristísimo, en el alba,
de aquel callar en donde se abolía
lo que no era nosotros en nosotros,
quedamos solos,
prendidos a los restos del silencio,
tú y yo, los escapados por milagro.
“¡Tardar!”, grito del alma.
“¡Tardar, tardar!”, nos grita el ser entero.
Nuestro anhelo es tardar.
Rechazando la luz, el ruido, el mundo,
semidespiertos, aquí, en la porfiada
penumbra, defendemos,
inmóviles,
trágicamente quietos,
imitando quietudes de alta noche,
nuestro derecho a no nacer aún.
Los dos tendidos, boca arriba,
El techo oscuro es nuestro cielo claro,
Mientras no nos lo niegue ella: la luz.
El cuerpo, apenas visto, junto al cuerpo,
detrás del sueño, del amor, desnudos
fingen
haber sido así siempre
vírgenes de las telas y del suelo,
creen que no pisaron mundo.
Aquí en nuestra batalla silenciosa
-¡no, no abrir todavía, no, no abrir!-
contra la claridad, está latiendo
el ansia de soñar que no nacimos,
el afán de tardarnos en vivir.
Nuestros cuerpos se ignoran sus pasados;
horizontales, en el lecho,

flotan sobre virginidades y candor:
juego pueril en su abrazar.
Estamos
mientras la luz, el ruido,
no nos corrompan con su gran pecado,
tan inocentemente perezosos,
aquí en la orilla del nacer.
Y lo que ha sido ya, los años,
las memorias llamadas nuestra vida,
alzan vuelos ingrávidos, se van,
parecen sombras, dudas de existencia.
Cuando por fin nazcamos
abierta la ventana -¿quién, tú o yo?-
contemplaremos asombradamente
a lo que está detrás, incrédulos
de haber llamado nuestra vida a aquello,
nuestro dolor o amor. No.
La vida es la sorpresa en que nos suelta
como en un mar inmenso,
desnudos, inocentes,
esta noche, gran madre de nosotros:
vamos hacia el nacer.
Nuestro existir de antes
era presagio. ¿No le ves al borde
de su cumplirse, tembloroso, retrasando
desesperadamente, a abrazos,
la fatal caída en él?
Y al despedirnos -¡ya la luz, la luz!-
de lo gozado y lo sufrido atrás,
se nos revela transparentemente
que el vivir hasta ahora ha sido sólo
trémulo presentirse jubiloso
-antes aún de las almas y su séquito-,
pura promesa prenatal.

domingo, 23 de mayo de 2010

El amor es su nombre (por Vicente Aleixandre)

Todo tú, fuerza desconocida que jamás te explicas.
Fuerza que a veces tentamos por un cabo del amor.
Allí tocamos un nudo. Tanto así es tentar un cuerpo,
un alma, y rodearla y decir: “Aquí está” y repasamos despaciosamente,
morosamente, complacidamente, los accidentes de una verdad que únicamente por ellos se nos denuncia.
Y aquí está la cabeza, y aquí el pecho, y aquí el talle y su huida,
y el engolfamiento repentino y la fuga, las dos largas piernas dulces que parecen infinitamente fluir, acallarse.
Y estrechamos un momento el bulto vivo.
Y hemos reconocido entonces la verdad en nuestros brazos, el cuerpo querido, el alma escuchada,
el alma avariciosamente aspirada.
¿Dónde la fuerza entonces del amor? ¿Dónde la réplica que nos diese un Dios respondiente,
un Dios que no se nos negase y que no se limitase a arrojarnos un cuerpo, un alma que por él nos acallase?
Lo mismo que un perro con el mendrugo en la boca calla y se obstina,
así nosotros, encarnizados con el duro resplandor, absorbidos
estrechamos aquello que una mano arrojara.
Pero ¿dónde tú, mano sola que haría
el don supremo de suavidad con tu piel infinita,
con tu sola verdad, única caricia que, en el jadeo, sin términos nos callase?
Alzamos unos ojos casi moribundos. Mendrugos,
panes, azotes, cólera, vida, muerte:
todo lo derramas como una compasión que nos dieras,
como una sombra que nos lanzaras, y entre los dientes nos brilla
un eco de un resplandor, el eco de un eco de un eco del resplandor,
y comemos.
Comemos sombra, y devoramos el sueño o su sombra, y callamos.
Y hasta admiramos: cantamos. El amor es su nombre.
Pero luego los grandes ojos húmedos se levantan. La mano
no está. Ni el roce
de un vestido se escucha.
Sólo el largo gemido, o el silencio apresado.
El silencio que sólo nos acompaña
cuando, en los dientes la sombra desvanecida,
famélicamente de nuevo echamos a andar.

sábado, 22 de mayo de 2010

Entre la vida y yo hay un vidrio tenue (por Fernando Pessoa)

Todo me cansa, hasta lo que no me cansa.
Mi alegría es tan dolorosa como mi dolor.
Quién me diera ser un niño poniendo barcos de papel
en un estanque de la quinta, con un dosel rústico
de redes de parral poniendo ajedreces de luz y sombra verde
en los reflejos sombríos de la poca agua.
Entre la vida y yo hay un vidrio tenue.
Por más nítidamente que yo vea y comprenda la vida, no la puedo tocar.
¿Razonar mi tristeza? ¿Para qué, si el raciocinio es un esfuerzo?
Y quien está triste no puede esforzarse.
Ni siquiera abdico de aquellos gestos banales de la vida
de los que yo tanto querría abdicar.
Abdicar es un esfuerzo, y yo no poseo el alma con que esforzarme.
¡Cuántas veces me aflige no ser el accionador de aquel coche,
el conductor de aquel tren! ¡Cualquier banal otro supuesto
cuya vida, por no ser mía, deliciosamente me penetra
para que yo la quiera y se me finge ajena!
Yo no tendría el horror a la vida como a una Cosa.
La noción de la vida como un Todo no me aplastaría los hombros del pensamiento.
Mis sueños son un refugio estúpido, como un paraguas contra un rayo.
Soy tan inerte, tan pobrecito, tan falto de gestos y de actos...
Por más que por mí me interne, todos los atajos de mi sueño
van a dar a claridades de angustia.
Incluso yo, el que sueña tanto, tengo intervalos en los que el sueño me huye.
Entonces las cosas me parecen nítidas.
Se desvanece la neblina en la que me cerco.
Y todas las aristas visibles hieren la carne de mi alma.
Todas las durezas miradas me duele saberlas durezas.
Todos los pesos visibles de objetos me pesan por dentro del alma.
La (mi) vida es como si me golpeasen con ella.

viernes, 21 de mayo de 2010

Dame una mentira enorme (por Luis Benítez)

Dame una mentira enorme, que haga temblar los pulsos de la edad
con su pisada grave y significativa,
que espante de mí los pájaros negros y los gusanos
que cosecho sin proponérmelo en la dársena del miedo
y se las arregle para hacerme creer que el hombre puede salir de sí,
ser uno con la mujer y amarla sin destruirse.
Algo que dure un momento y venga de tus labios,
para que yo me esconda y los altivos y los necios no me vean.
Detrás de esos frágiles decorados vivirá feliz y pequeñito,
lejos del tedio y de los ojos que escrutan en la noche.
Sin miedo al silencio y a las fieras,
luego que la mentira fuese pronunciada,
como por un hechizo efímero correrían los talones del infortunio
y ni él, ni la miseria, pescarían ya nada en mis sentidos embotados.
La angustia del hombre ardería como bruja-fénix
y estos ojos y estas pobres manos que rezan sin llegar
al rabo de Dios en las alturas, arrojarían al suelo,
deshecho, el viejo corazón de la amargura,
contentos en su careta nueva.
Dame una mentira enorme,
que haga girar al revés el tiempo en los relojes
y arrúllame en ella,
hasta que en mis labios aparezca
la helada sonrisa del idiota.

jueves, 20 de mayo de 2010

Algo que el cuerpo ha producido (por Lawrence Schimel)

No pienso morirme de amor.
Pero estoy convencido de que
si me abren el cuerpo ahora mismo
descubrirán algún órgano
que no tenía antes
y que ahora tanto me duele.

Igual no es nuevo para la ciencia
pero lo es para mí:
algo que el cuerpo ha producido
sólo desde que te conocí,
desde que sigo esperando
alguna respuesta tuya.

miércoles, 19 de mayo de 2010

No te vayas así (por José Agustín Goytisolo)

Muchacha, si le amabas
no te vayas así, di que te esperan,
que debes regresar pero que estás
alegre por las horas que has vivido
como dentro de un sueño;
declárale que a veces pensarás
en su rostro de lluvia,
en sus papeles o en su fantasía:
hazlo ahora, aún es tiempo,
ya que quizás algún día,
cuando estés en otros brazos,
te acuerdes de él con repentino amor
y no puedas llorar aunque lo intentes

martes, 18 de mayo de 2010

Tanto caminar (por Lucía Estrada)

Tanto caminar en el mismo laberinto
y todavía no se reconoce la piedra
en la que tropezamos una y otra vez.
El olvido llueve sobre los ojos,
y es aquí cuando simulamos dar un paso adelante.
Alguien sostiene con su sombra
el peso de lo que un día, una noche, volverá a repetirse.
No hay una máscara para el miedo,
tampoco para la muerte.
Todos los muros que nos rodean
están siendo escritos por el paso de las horas,
por nuestras largas vigilias, por el secreto deseo de la sangre,
por la insistencia del amor y el fracaso,
por la oscura ceniza que una vez fue nuestra casa
y que nos obliga a permanecer.
Pregunto entonces con la boca de los muertos:
¿qué quedó de ti entre las rosas?

lunes, 17 de mayo de 2010

Abro la espita del tiempo (por Saiz de Marco)

Abro la espita del tiempo y oigo canciones de corro
oigo el rumor de unos niños jugando a olvidados juegos que sin embargo conozco
pero sobre todo oigo alguien que dice mi nombre
alguien que me está llamando
que ahora repite mi nombre
mi nombre, sí, mi agrio nombre
me llama y luego “A cenar”
y oído en esa voz, mi nombre
se despoja de acritud e incluso se me hace
dulce.

sábado, 15 de mayo de 2010

Preguntas de un obrero delante de un libro (por Bertolt Brecht)

Tebas, la de las Siete Puertas, ¿quién la construyó?
En los libros figuran los nombres de los reyes.
¿Arrastraron los reyes los grandes bloques de piedra?
Y Babilonia, destruida tantas veces, ¿quién la volvió a construir otras tantas?
¿En qué casas de la dorada Lima vivían los obreros que la construyeron?
La noche en que fue terminada la Muralla china, ¿adónde fueron los albañiles?
Roma la Grande está llena de arcos de triunfo. ¿Quién los erigió?
¿Sobre quiénes triunfaron los Césares?
Bizancio, tan cantada, ¿tenía sólo palacios para sus habitantes?
Hasta en la fabulosa Atlántida, la noche en que el mar se la tragaba,
los habitantes clamaban pidiendo ayuda a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la India. ¿Él sólo?
César venció a los galos. ¿No llevaba consigo ni siquiera un cocinero?
Felipe II lloró al hundirse su flota. ¿No lloró nadie más?
Federico II ganó la Guerra de los Siete Años. ¿Quién la ganó, además?
Una victoria en cada página. ¿Quién cocinaba los banquetes de la victoria?
Un gran hombre cada diez años. ¿Quién paga sus gastos?

viernes, 14 de mayo de 2010

Quién hubiera dicho (por Mario Benedetti)

Quién hubiera dicho
que estos poemas de otros
iban a ser
míos
después de todo hay hombres que no fui
y sin embargo quise ser…
quién hubiera dicho
que estos poemas míos
iban a ser
de otros

jueves, 13 de mayo de 2010

Ámalo libre (por Luis R. Nogueras)

No intentes posar tus manos sobre su inocente
cuello (hasta la más suave caricia le parecería el
brutal manejo del verdugo).
No intentes susurrarle tu amor o tus penas
(tu voz lo asustaría como un trueno en mitad de la noche).
No remuevas el agua de la laguna, no respires.
Para ser tuyo tendría que morir.
Confórmate con su salvaje lejanía,
con su ajena belleza
(si vuelve la cabeza escóndete en la hierba).
No rompas el hechizo de esta tarde de verano.
Trágate tu amor imposible.
Ámalo libre.
Ama el modo en que ignora que tú existes.
Ama al cisne salvaje.

miércoles, 12 de mayo de 2010

El sueño avanza (por José Ángel Valente)

Por una espesa y honda
avenida de árboles que unen
en lo alto su copa y pesadumbre
el sueño avanza.
Abre sus grandes alas,
sus poderosos brazos
de lenta sombra y noche grande: cierra
contra todo horizonte.
En el centro del aire
cabecea un navío
rodeado de enormes
territorios de sueño.
El sueño avanza: pone
su silenciosa planta
en el umbral de nuestra
transitoria vigilia.
Acaricia y golpea,
llama con voz suave
y entra como un río
de seguro poder.
El sueño halaga,
porfía y nos rodea
hasta que al fin caemos
en su seno girando
como plumas, girando
interminablemente.
Ésta es la inerme paz, la sosegada
mentira de la sombra.
El sueño multiplica
su rostro en un espejo
sin fin: vértigo quieto, inmóvil
torbellino.
¡Gritad! Pero no; el grito
es también sueño. Ahora su dominio.
Potestad de la noche.


martes, 11 de mayo de 2010

Lo malo de la trinchera (por Ana Pérez Cañamares)

Lo malo de la trinchera
no es su húmeda estrechez.
El barro y la sangre abrigan
somos muchos aquí
y las fotos que nos mandaron desde casa
nunca se desgastan.

Siempre hay tiempo para una partida de cartas.
Para el momento íntimo y juguetón
de despiojarnos.
Alguien que baila al ritmo
de los tableteos lejanos
de las ametralladoras
o un buen imitador de generales
que nos hace reír.

Lo malo de la trinchera
es que no sabemos cuándo
tendremos que abandonarla.

lunes, 10 de mayo de 2010

Y allí tendré algo de paz (por W. B. Yeats)

Me levantaré y me pondré en marcha, e iré a Innisfree,
y haré allí una choza de arcilla y espinos:
nueve surcos de habas tendré allí, un panal para la miel,
y viviré solo en el arrullo de los zumbidos.
Y allí tendré algo de paz, porque la paz viene goteando con calma,
goteando desde los velos de la mañana hasta donde canta el grillo;
allí la medianoche es una luz tenue, y el mediodía un brillo escarlata
y el atardecer está lleno de alas de pájaro.
Me levantaré y me pondré en marcha, noche y día
oigo el agua del lago chapotear levemente contra la orilla.
Mientras me detengo en la carretera o en el asfalto gris
la oigo en lo más hondo del corazón.

domingo, 9 de mayo de 2010

La muerte (por Riszard Kapuscinski)

Está aquí al lado
anda por aquí
no para de dar vueltas
siempre en movimiento
con su propia lista de direcciones
Tiene un corazón fuerte
no se queja del cansancio
no se deprime
no tiene tiempo para la hipocondria
un dechado de salud
Tiene una vista perfecta
no se puede contar con que no se dé cuenta
tiene una memoria formidable
no hay que esperar que puede que se olvide
es aplicada
se concentra
es muy precisa
la perfección desde todos los puntos de vista.

sábado, 8 de mayo de 2010

En vano nos agitamos y pasamos (por Fernando Pessoa)

Antes que nosotros
por las mismas arboledas
pasaba el viento,
cuando había viento,
y las hojas no se movían
de modo diferente al de hoy.
En vano nos agitamos y pasamos.
No hacemos más ruido en lo que existe
que las hojas de los árboles
o los pasos del viento.
Tratemos pues con abandono asiduo
de entregar nuestro esfuerzo a la Naturaleza
y no querer más vida
que la de los verdes árboles.
Inútilmente parecemos grandes.
Excepto nosotros, nada en el mundo
saluda nuestra grandeza ni sin querer nos sirve.
Si aquí, junto al mar, mi huella en la arena
el mar con tres olas la borra,
¿qué hará en la otra playa
donde el mar es el Tiempo?

viernes, 7 de mayo de 2010

Rap del salmón (por José Emilio Pacheco)

Vuelvo a la poza en que nací
y tengo al mundo contra mí.
Navego oleajes, venzo tormentas.
Las que me esperan serán más cruentas.
Tantas feroces navegaciones
y yo no cuento: somos billones.
Qué esfuerzo inútil: cada minuto
pienso en la cuna, para mi luto.
Arde y me quema el agua salada
y la que es dulce me sabe helada.
Al remontarla a contracorriente
veo la ribera llena de gente.
Son mis verdugos, los pescadores.
Lanzan anzuelos torturadores.
Si no me atrapan hombres odiosos
caigo en las fauces de crueles osos.
Roto y exhausto, muy malherido,
llego a la poza que es meta y nido.
Sufro martirio y tribulaciones
para que existan otros salmones.
Cumplí mi sino: he multiplicado
la guerra inútil. Todo ha acabado.
No habrá odisea de vuelta al mar
pero otra vida va a comenzar.
Lo más terrible es que aún me toca
ser la comida que entra en tu boca.

jueves, 6 de mayo de 2010

El suicida (por Jorge Luis Borges)

No quedará en la noche una estrella.
No quedará la noche.
Moriré y conmigo la suma
del intolerable universo.
Borraré las pirámides, las medallas,
los continentes y las caras.
Borraré la acumulación del pasado.
Haré polvo la historia, polvo el polvo.
Estoy mirando el último poniente.
Oigo el último pájaro.
Lego la nada a nadie.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Así dije al Yeti (por Wislawa Szymborska)

Así, pues, esto es el Himalaya.
Montañas corriendo hacia la luna.
El instante del despegue detenido
en un cielo rasgado.
Un desierto de nubes lleno de agujeros.
Un golpe en la nada.
El eco: un mudo blanco.
Silencio.
Yeti, abajo es miércoles,
hay abecedario y pan,
dos y dos son cuatro,
y la nieve se funde.
Hay una manzana roja
partida en cuatro.
Yeti, entre nosotros
no sólo existe el crimen.
Yeti, no todas la palabras
condenan a muerte.
Heredamos la esperanza,
regalo del olvido.
Verás cómo entre ruinas
parimos niños.
Yeti, tenemos a Shakespeare.
Yeti, tocamos el violín.
Yeti, al anochecer
prendemos la luz.
Aquí, ni luna ni tierra,
y se congelan las lágrimas.
¡Oh, Yeti, casi hombre de la luna,
piénsalo y vuelve!
Así dije, a gritos, al Yeti
entre las cuatros paredes de avalanchas,
y para entrar en calor pateaba
en las nieves eternas.

martes, 4 de mayo de 2010

El momento más grave (por César Vallejo)

Un hombre dijo:
El momento más grave de mi vida estuvo en la batalla del Marne, cuando fui herido en el pecho.
Otro hombre dijo:
El momento más grave de mi vida, ocurrió en un maremoto de Yokohama, del cual salvé milagrosamente, refugiado bajo el alero de una tienda de lacas.
Y otro hombre dijo:
El momento más grave de mi vida acontece cuando duermo de día.
Y otro dijo:
El momento más grave de mi vida fue mi prisión en una cárcel del Perú.
Y otro dijo:
El momento más grave de mi vida es el haber sorprendido de perfil a mi padre.
Y el último hombre dijo:
El momento más grave de mi vida no ha llegado todavía.

lunes, 3 de mayo de 2010

¿Dónde está lo que me falta? (por Sebastiana*)

Me ha gustado soñar mucho, de día, despierta y sin cerrar los ojos...
y es que no sueño de noche.
No pasa nada ahí cuando cierro los ojos.
Sueño tantas cosas sobre las cosas
que hago mal dicen
(así me dicen los desalmados)
cuando me pongo a llorar, apoyada en las rodillas
ya lejos de mis sueños,
ya lejos,
con la carita contra la realidad
(que siempre es contraria).
Las palabras no son cosas,
los sueños
¿qué son?
¿o no son acaso?
Y ¿qué es lo que es?
¿Qué es lo que asiste?
¿Sólo la mano que dice adiós?
¿Sólo la palabra Alma, ese nombre que le pongo a esa parte que me duele y no está en ninguna parte?
Y luego digo Vacío como dijiste Amor
y a ninguna de las dos las encuentro en esta colección de balazos...
¿Dónde está lo que me falta?
¿Y lo que tengo está?
Están estas dos piernas, esta espalda de tormentas, estos ojos que caen agudos sobre sus cuencas, dos brazos delgados, débiles sin duda.
Una cadera con fuerza,

unas manitas de niño... y mi pelo largo y enredado que no cambia con el tiempo.
Y si eso se va, se va conmigo.
Y lo que se fue, ¿estuvo acaso?
Si usted sabe debe decirlo,
no se haga el loco ni tenga piedad.
Si usted vive de decir cosas, habla tanto de tanto vacío, y vacío habla, vacías cosas.
Eso que calla no explica, nada explica...,
ni esta rabia que tiene forma,
forma de pez espada, dispuesto a atravesar trenes que descansan en sus rieles,
dispuesto a romper soles inflados y lunas de colores,
rabia que embiste toda su dulzura,
y retira el pez su espada, sin sangre en el cuchillo.
Mi pez de palabras miente
y no mata pues no existe.
A mí me mata soñarlo
porque sueño siempre de día.



(*) De tiempodelefantes.blogspot.com

domingo, 2 de mayo de 2010

Invictus (por W. E. Henley)

Desde la noche que sobre mí se cierne,
negra como su abismo insondable,
doy gracias a los dioses, sean quienes sean,
por mi alma inconquistable.
Caído en las garras de las circunstancias
nadie me ha visto llorar ni pestañear.
Bajo los golpes del destino
mi cabeza ensangrentada sigue erguida.
Más allá de este lugar de ira y lágrimas
yacen los horrores de la sombra,
pero la amenaza de los años
me halla, y me hallará, sin miedo.
No importa lo estrecho que sea el camino,
lo severa que sea la sentencia.
Soy el dueño de mi destino;
soy el capitán de mi alma.

sábado, 1 de mayo de 2010

Un duro paisaje de hueso (por García Lorca)

Me he perdido muchas veces por el mar
con el oído lleno de flores recién cortadas,
con la lengua llena de amor y de agonía.
Muchas veces me he perdido por el mar
como me pierdo en el corazón de algunos niños.
No hay noche que, al dar un beso,
no sienta la sonrisa de las gentes sin rostro
ni hay nadie que, al tocar un recién nacido,
olvide las inmóviles calaveras de caballo.
Porque las rosas buscan en la frente
un duro paisaje de hueso
y las manos del hombre no tienen más sentido
que imitar a las raíces bajo tierra.
Como me pierdo en el corazón de algunos niños
me he perdido muchas veces por el mar.
Ignorante del agua voy buscando
una muerte de luz que me consuma.